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Mostrando las entradas de 2020

La vida, según cómo se la mirara, era regalada

Amaba tanto Mar del Plata, que las demás ciudades eran como buitres desnutridos, cotorras desplumadas ante sus salinos ojos….no, no, no, debería ser algo con más corazón, más espíritu…Su amor imposible era la ciudad de Mar del Plata- Batán, cada vez que amanecía se abría ante sus salinos ojos la oportunidad de concretar semejante sentimiento, entre las playas y el dorso donde se escondía el sol más satisfecho del universo…no, no, no, demasiado hiperbólico, la ciudad tampoco era para tanto. Lo que sí es seguro es que ese personaje amaba tanto a Mar del Plata, porque no le quedaba otra. Como un regalo había caído en ese – y no en cualquier otro – pedazo de tierra. Y eso que había tanto lugar en el Universo, que no se lo terminaba de conocer nunca. Lo que sí, con lo poco que se veía, alcanzaba para inventar dioses y destinos que parecían inmodificables. Porque para eso están el destino marcado por el Universo y los dioses, para decirnos más o menos cómo somos y qué deberíamos hacer, aunqu

Y de pronto el recuerdo surge, como una ballena blanca

Estuve tratando de retener esa frase durante todo el día. No la anoté en ningún lado para no hacerme trampa, quería ejercitar la memoria porque me parece que es algo que uno, paradójicamente, se olvida de hacer. Como si fuera un músculo inservible, porque claro, ¿quién muestra en el Instagram una foto de la memoria? Mejor cualquier otra parte del cuerpo, con la que no se piensa para nada, pero que puede llegar a generar una legión de seguidores, seguidoras, a la grandísima distancia de un corazón de mentira. Pero claro, yo estoy en este mundo también, por lo que fue imposible recordar la totalidad de la frase una vez terminado mi día, que   finaliza casi siempre con un momento de escritura, una necesidad de vomitar cada veinticuatro horas, con autorización y receta médica firmada por inefable escritor francés ya muerto, culpable de que para mejorar mi capacidad evocativa, me tomara un té con magdalenas, justo una de las tardes más calurosas que recuerde el barrio Rivadavia. Porque para

Sabemos bastante. Sabemos demasiado. No sabemos nada

  En el rutilante posposposapocalíptico mundo ciberurbanizado de hoy, los grandes temas son compartidos en un par de caracteres para ser digeridos con la misma velocidad que se viraliza el video de una persona metiéndose un petardo en la raya del culo. Perdón por esa imagen, pero me pasó literalmente, hace instantes. Por eso me preguntaba qué carajos podía quedar de todo eso, ¿sirve de algo tener tanta información a mano si se desvirtúa entre la cantidad de otras cosas que no ayudan en nada, si se desvaloriza por estar cataloga en el mismo no-lugar que el resto de las cosas triviales que se comparten en las redes sociales? ¿Es posible que haya personas que piensen que conocen a otras por mirar su “perfil” y sus publicaciones de estados y fotos donde siempre se aparece excepcionalmente haciendo cosas de domingo al sol o en vacaciones vaya a saber en qué reducto del planeta? Por las dudas voy aclarando: no siempre estoy sonriendo como en esa foto, para nada. Y con eso y unas mil palabras

El eterno retorno del juego de la Historia

  En una historia, una persona decide por propia voluntad salir a pedalear por la ruta 2. Volvió hace rato de su trabajo en oficina, por zona céntrica, comió, descansó en su departamento y decidió terminar el día con algo de ejercicio. Tiene una de esas bicis con freno a disco, tipo de montaña, que hace poco pudo comprar en cuotas, porque le fue imposible viajar a Europa a causa la crisis del Coronavirus. Toma Champagnat en dirección al aeropuerto, todo por la ruta, saltando en “L” como el caballo del tablero del ajedrez. Al cruzar la rotonda de Constitución, advierte que la ruta está cortada más adelante. El humor, que ya venía complicado por el día lleno de malos tratos en la oficina y la bendita atención al público, y la maldita atención al superior, termina yéndose a la papelera de reciclaje de la odiada computadora de su escritorio, siempre desactualizada. Sin embargo, continúa pedaleando, obstinada como el caballo, aunque sabe que el choque será inevitable, que además eso provoca

Salir a la cancha

Ya intenté catorce veces escribir, al menos, una primera oración. No me sale, y eso es raro. De las pocas cosas que puedo destrabar en mi vida es la escritura, que por lo general fluye sin mayores inconvenientes. Pero esta vez resulta diferente. Será porque el motivo me sobrepasa por completo. A lo mejor, me pasa lo que a la mayoría de les argentines, estamos desbordades, no podemos explicarnos cómo puede pasar tan rápido el tiempo, cómo las cosas que creíamos eternas se desvanecen en unos segundos, cómo las alegrías se empiezan a apilar allá lejos en algún lugar del pasado, y qué poco y cuánto cuesta traerlas de nuevo al presente. El siempre más insoportable presente. Entonces se nos va el más impresionante de los personajes que podríamos haber imaginado todes juntes, a la vez, y por única vez. Como catarata caen las comparaciones, los recuerdos de anécdotas hermosas, llantos de personas que no lloraron nunca, emociones desbordadas de quienes están imposibilitados emotivamente para

El Gran hotel, la vereda y una birra al sol

  Entonces, una mañana de 1973, Procol Harum sacaba su nuevo disco y grababa su mejor canción, cambiando el sonido de la banda para siempre, molestando a los seguidores que se convertirían en haters en poco tiempo, porque cómo pueden traicionar el sonido del grupo de esa manera, con ese tema que le da nombre al disco y que, para Él – siempre y solo para Él – era lo mejor que podía existir: Grand hotel . Cuántas veces había que intentar cambiar las cosas en direcciones extrañas. Por ahí para sentirse un poco más vivo, por ahí por aburrimiento, por ahí para tratar de sobrevivir a tanta superpoblación de internautas dispuestos a publicar cada segundo de un día, como si fuese el último de la humanidad. Y hasta aquí había llegado Él, con su traje de otro tiempo y esas ganas de tirarse en la vereda de Castelli y Francia a tomarse una birra, como siempre lo había hecho en el pasado del barrio Rivadavia, cuando era más cómodo socializar y cruzar miradas con personas, y no tanto con dispositivo

Recorte

  Hacía esos recortes para olvidar el contexto. Siempre es más fácil mirar un determinado sector y pensar que las cosas ahí están bajo control, que no pueden ocasionar el final de nada. Se sentía un poco cansado de ese determinado sector, siempre amable, siempre en suspenso. Era como se imaginaba un alma, si acaso algo como eso existiera. Figuras suspendidas captadas por otras figuras suspendidas, que a su vez son captadas por otras más. Y todo así. Volvía sobre esa nube que parecía quieta, que daba una sensación que no sabía expresar, porque claro que todo lo vivo es constante revolución. Pero esa tarde, esa encuadrada tarde, quería dejar la imagen fija. El tiempo lo llevaba hasta un lugar no muy lejano, con paisajes muy similares, porque es imposible enfocar aquellas cosas que nos pasaron de largo. Muchas veces esos sentimientos se mezclaban y querían tomar su lugar, mostrar movilidad. Pero era tan fácil dejar que se deslizaran bajo el mismo marco, sin causar estragos, olvidando lo q

El azar puede ser devastador

  En contraste con la piecita de la entrada, en el salón de estar reinaba un desorden que, para ser preciso, tendría que calificar de encarnizado. El azar puede ser devastador, pero nunca es metódico ni meticuloso. Y aunque es verdad que, desde cierto punto de vista, todo lo que se refiere a los actos humanos es locura, sería prudente reservar esa palabra para designar algo específico y que es, no extraño a la razón, sino el resultado de una razón propia que ordena el mundo según un sistema de significaciones sin fisuras, y por eso mismo impenetrable desde el exterior. Juan José Saer, La pesquisa ¿Qué hace ese patrullero ahí, entre esos tranzas, pidiendo qué cantidad de guita que no les hace falta? ¿Y esos pibes que de tanta impotencia tienen bronca contra todo, y lo cagan insultando al almacenero ese, que tiene un par de cicatrices porque alguna vez se plantó, y bueno, con algo hay que pagar en esta historia, que vaya a saber por qué carajos tiene las cosas acomodadas como yo las

Sobre la identidad

   *dedicado a mi primo, Javier Penino Viñas, quien recuperó su identidad en el año 1999.   Conjuntos de rasgos de diversa índole que caracterizan a una persona, que es esa y no es otra que quisieron robar, ocultar, desaparecer;   Y yo creo que era un sábado, uno de esos sábados de mitad de estación, había un sol intenso, de eso estoy seguro; también de que toda la familia estaba expectante, entusiasmada, con mucho nervio moviendo las sensaciones, planeando cosas, imaginando reacciones, dejando al azar un poquito de eso que se dice espontaneidad. Y yo creo que estaba en mi habitación, eran los primeros años de adolescencia y estaría viendo tele o jugando al family, porque ese día había que estar ahí, entonces yo cumplía el mandato, no teníamos que sumar nervios extra.   Igualdad que se verifica siempre, cualquiera que sea el valor de las variables que contiene   Y yo creo, seguro, que estaba triste porque en la escuela me habían jodido

No los voy a defraudar

  De frases célebres estamos hechos, además de falsas promesas y vínculos complicados. Por eso la necesidad de poner algo de eso en un título, esperando generar algún recuerdo, alguna reacción química. Reacción muy diferente a la de simplemente leer algo, ver pasar las palabras como si no tuviesen más que un solo carril. Pero claro, resulta que estos signos tan extraños están cargados de sentido, que pueden variar infinitamente de persona a persona. Y así se construye uno la realidad, totalmente atravesada por emociones, sensaciones, ideologías y películas clase B, que alguna vez generaron frases y movimientos esclarecedores. Hoy tal vez no sea así. Porque de tanto ver estos signos replicados en diferentes formatos, que duran lo que un estornudo, bueno, no deben tener la misma capacidad de influir en el tiempo. Ahora, las frases se multiplican, y de tanto retweet, repost y etcéteras, se agotan antes de quedar en el inconciente colectivo. Por eso también hay tantas dando vuelta, por e

El inconsciente fluir de los días de siempre

  Tomaba las esquinas, pero de forma muy distinta a la de ayer. Escogía los momentos en los que exponer todo su ser, porque no le quedaba mucho. A lo mejor, estaba casi seguro de que no necesitaba más que dos frases y una esquina para resumir el Universo. Todo eso conformaba una suerte de desgano que se traducía en el andar de babosa, arrastrando los pies, deslizando las piernas como si pesaran más que aquel penoso día. No extrañaba demasiado el ejercicio de sentarse a tomar un café o una cerveza, en uno de esos lugares que ahora sólo abrían para sufrimiento de sus dueños, acorralados por las deudas y la falta de horizonte. La historia se repetía, pero con más crueldad. La suya también, porque estaba por ahí, caminando el barrio Rivadavia con la billetera en rojo y la cabeza confundida. Salidas, siempre muchas, y las mismas. Los procesos había que padecerlos y aguantarlos, toda la Historia de la Humanidad había sido así, no iba a cambiar aquel día. Claro que la noche era más agradable,

Días montuosos

  Hay días montuosos, difíciles, y tardamos mucho en trepar por ellos; y hay otros cuesta abajo, por donde podemos bajar a toda marcha, cantando. Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swann .   Transitando por un día de esos, de los que cuesta un poco terminar de transcurrir. Para empezar, alguna especie de mecanismo de la estupidez me quiere convencer de que la juventud argentina se tira de cabeza en lagos inhóspitos, para morir ahogada en escenarios perdidos, sólo porque intentaban escapar de la ayuda de algún uniformado, víctima de la mala interpretación. ¿Será que me huelen a distancia? Sí, no soy muy listo. No soy nada listo. Mejor, no estoy listo para tanta crueldad. No quiero ser un listo defensor de los crímenes de la policía, menos de la gendarmería. Tampoco pienso formar parte de ese reparto discriminatorio de penas, porque resulta que les que sufren son siempre les mismes. ¿Vieron? No soy tan astuto como para ampararme en el Instagram de la Real

Terceravera

  Terceravera   Una cuenta de primavera dice que los espantapájaros ya no pueden dormir, la tierra renacida los necesita, un ciclo más que pasa de largo sin prestar atención ni piedad, como los desesperados chimangos disputando un pedazo de carne, que ya no sirve de adorno, nn las mesas de quienes palpitan una noche de oportunidades servidas de los encantos mal pagos de la muchedumbre sobreexplotada, incapaz de revoluciones, porque mil disculpas Lev, cien perdones Vladimir, no hay tiempo, ni plata, ni fuerza para revolucionar nada, porque ni el campo primaveral ayuda, tal vez le regale algún color a quienes la pasan flaneureando, ¡y claro! a un par de enamorados del aire. Pero lo que es la muchedumbre, bueno, no se puede. Perdón Scardanelli y Bécquer y un millón de perdones al bueno de Keats, pero no podemos, imposible pararnos un instante a ver las flores y los claros de luna, eso es un regalo que nos pueden hac