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Y de pronto el recuerdo surge, como una ballena blanca


Estuve tratando de retener esa frase durante todo el día. No la anoté en ningún lado para no hacerme trampa, quería ejercitar la memoria porque me parece que es algo que uno, paradójicamente, se olvida de hacer. Como si fuera un músculo inservible, porque claro, ¿quién muestra en el Instagram una foto de la memoria? Mejor cualquier otra parte del cuerpo, con la que no se piensa para nada, pero que puede llegar a generar una legión de seguidores, seguidoras, a la grandísima distancia de un corazón de mentira. Pero claro, yo estoy en este mundo también, por lo que fue imposible recordar la totalidad de la frase una vez terminado mi día, que  finaliza casi siempre con un momento de escritura, una necesidad de vomitar cada veinticuatro horas, con autorización y receta médica firmada por inefable escritor francés ya muerto, culpable de que para mejorar mi capacidad evocativa, me tomara un té con magdalenas, justo una de las tardes más calurosas que recuerde el barrio Rivadavia. Porque para Proust toda su maquinaria de lugares y personajes, que se encuentran y se desplazan como bailarines y bailarinas perfectamente coreografiados, parte de un sentido por ahí menospreciado como herramienta de evocación: el gusto. Pero puede ser un artificio literario y nada más. A lo mejor, es Rodrigo Fresán el que da en la tecla con eso de que para recordar es necesario soñar, y soñar profundo, como leer profundo, como ya no se hace y no se puede. Yo intento repetir todos los rituales, porque me preparo un té con más de treinta grados de calor a la sombra, y me lo tomo entero. Pero es un té con hierbas para dormir, o que se supone que ayudan a conciliar el sueño, que es algo difícil de lograr en una tarde tan calurosa. No me rindo, hoy quiero recordar y voy a poner todo de mí. Creo que transpirado y todo logro llegar a un estado casi de duermevela, casi de sueño superficial, un poco de caída en la profundidad, otro latigazo…Hasta que el calor de diciembre me devuelve a la realidad, al presente, que es eso, un celular sonando con mensajes que no necesitaba para nada leer, unos autos que tocan bocina y pasan a toda velocidad por la avenida y esas cosas que me faltan por hacer en el día, que no son para nada obligatorias pero que la vorágine se encargó de meterme en la cabeza de que sí, obvio, esto se tiene que hacer hoy porque sino ¿cómo ponemos en marcha el presente? El presente y nada más, y nada menos. Lo que busco hoy es el recuerdo, que surja ese recuerdo, no cualquiera. Pero los recuerdos no se inducen, imposible. Forzalos es crear otra cosa distinta, algo que puede tener una capa superficial de recuerdo, pero que en realidad es una treta. Aparecer escondido, sugerido, sin exposición directa. Tomo otro té, esta vez, el común. El sol se va apagando, pero el calor no afloja. Un amigo me ofrece un trago de birra, en la vereda de Francia y Garay, pero yo le digo que mejor no, que estoy tratando de recordar. ¿Y recordar qué? Me pregunta, con cierta obviedad, y yo no sé qué carajos responder. No sé, recordar algo, supongo que previo a todo esto que nos pasó en el año, no sé, recordar algo copado que pasó en un tiempo que ya no me sale nombrar. ¿Y para qué querés acordarte de algo que ya pasó, qué sentido tiene? Tampoco sé muy bien qué decirle. Supongo que tiene el mismo sentido que seguir pensando en las cosas que debería hacer ahora y en las que no estoy pensando por motivos terapéuticos ¿Terapéuticos? ¿Estás fumado? No, nada que ver, es que me tomé un té para tratar de recordar algo, así como hizo Proust antes de escribirse ochenta mil páginas para salir en busca del tiempo perdido…Era eso lo que quería, recordarlo todo para poder escribirlo todo. Como Gombrowicz, escribir no un solo diario apuntando el todo, sino muchos diarios, y que en algunos esté yo pero sugerido nomás, impersonal, una especie de alter yo, otro ego, otre. Y también un diario donde figure mi nombre y mi apellido, y que figure tu nombre y apellido y el de todos los lugares que caminamos, todas las veredas en las que nos sentamos a tomar una cerveza, todos los días en los que pensamos que eso iba a durar para siempre, y que sin embargo se terminó apagando a las nueve de la noche de un día caluroso de diciembre, porque lo sabemos muy bien, a todo perro le llega su día. Y yo siento que el mío ya se me recostó al lado y no me piensa abandonar. Entonces, vuelvo a prepararme el té, deseando poder dormir bien esta noche, alguna noche. Voy a tratar de estar tranquilo y sin mucha literatura estorbando, para poder llegar desintoxicado al año nuevo. Y quién sabe, después de tamaño esfuerzo, empezar a recordar algo, en cuanto empiece a evocar esos sabores que son de antes, del antes en el que éramos capaces de salir con medio salvavidas en busca de Moby Dick y del capitán Ahab, para verlos esplendorosos luchando contra sus más incomprensibles obsesiones, buscarse, encontrarse, y todo para terminar de recordar que lo que unos y otros quieren al llegar al destino es apagarse para siempre.


***********Y más sobre la ballena blanca y el tamaño de los recuerdos:


********Con humildad, Juan, desde el patio del fondo de una casa chorizo en el barrio Rivadavia, Mar del Plata-Batán, diciembre del 2020**********tratando de recordar, todavía*******

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