Ir al contenido principal

La vida, según cómo se la mirara, era regalada

Amaba tanto Mar del Plata, que las demás ciudades eran como buitres desnutridos, cotorras desplumadas ante sus salinos ojos….no, no, no, debería ser algo con más corazón, más espíritu…Su amor imposible era la ciudad de Mar del Plata- Batán, cada vez que amanecía se abría ante sus salinos ojos la oportunidad de concretar semejante sentimiento, entre las playas y el dorso donde se escondía el sol más satisfecho del universo…no, no, no, demasiado hiperbólico, la ciudad tampoco era para tanto. Lo que sí es seguro es que ese personaje amaba tanto a Mar del Plata, porque no le quedaba otra. Como un regalo había caído en ese – y no en cualquier otro – pedazo de tierra. Y eso que había tanto lugar en el Universo, que no se lo terminaba de conocer nunca. Lo que sí, con lo poco que se veía, alcanzaba para inventar dioses y destinos que parecían inmodificables. Porque para eso están el destino marcado por el Universo y los dioses, para decirnos más o menos cómo somos y qué deberíamos hacer, aunque no los conozcamos jamás en la vida. Bien, él era un pequeño grano de arena más habitando el barrio Rivadavia. Como le tocó nacer en el año 1980, justo le caería la cuarentena, pero de manera doble, en el año 2020, que es casualmente el motivo de esta reflexión, nota, historia, lo que fuere. El mejor regalo que le hubiera podido tocar una tarde de festejo de sus cuarenta en soledad, en cuarentena, lo que parecía impensado el año anterior. Y el anterior, etc. Pero los regalos, después de cierto tiempo en la vida, dejan de elegirse. A decir verdad, tampoco de más chico había podido elegir ningún regalo, tenía que conformarse con lo que había. Entonces, no le costó adaptarse a la llamada nueva normalidad, normalidad chanfleada, anormalidad en vías de normalización asistida. Eso podía ser la más clara definición de toda su vida, hasta los cuarenta, hasta la cuarentena. Se sentó, destapó una cerveza, prendió la tele y se puso a ver un capítulo de alguna serie que seguro que no le gustaba. A lo mejor era la última película de George Clooney, pero de seguro era algo poco estimulante. Por eso se acordaba de aquel inicio de la película más emblemática de ese director pequeño nacido en Brooklyn, y que ya había caída en desgracia por haber demostrado ser un real sorete en la vida real. Pero siempre está la ficción para que podamos imaginar que no todas las personas son siempre una mierda, basada en hechos sanitarios reales. Se relajó un poco, sabía que en algún momento se terminaría ese año. Lo que lo volvía a poner tenso era que tenía la misma certeza de que estaría por empezar uno nuevo, y esa incertidumbre era, era, era….mejor dicho, se sentía como estar atrapado en una escena de la película de George Clooney, con él en el Polo Norte o en un satélite atajador de piedras en vaya a saber qué órbita extraña. Imposible salir de una escena tan embolante, más difícil pensar que la escena siguiente pudiera ser mejor. Agradeció la metáfora al realizador de ese bodrio, que recordaba de aquella serie en la que hacía de doctor en una sala de emergencias, con barbijo y alcohol en gel. Qué raro que era resignificarlo todo desde la perspectiva del 2020.

 

A veces nos mirábamos y nos sentíamos privilegiados.

Le costaba imaginar el futuro, pero desde siempre. Sus recuerdos eran de crisis totales, de guerras, de caídas de imperios, de levantamiento de imperios peores que los anteriores. Tenía bien aceptado que las ideas superadoras eran pésimas ideas. No tanto por culpa de las ideas en sí, sino más bien por la gente que conocía que las tenía que llevar a cabo. Veía mucha gente privilegiada arengando por el cambio. Los miraba, las miraba, y sabía que todo terminaría en eso, en nada. O peor, en más problemas, complejos inconvenientes para los que era muy raro que llegara un antídoto a tiempo. No pasaba como en las películas, en las que las escenas iban aumentando el drama, el suspenso, hasta que llegaba la solución al final, y quedaba salvado el día. O por lo menos con una posibilidad abierta, en un futuro no muy far away. Pero en su realidad ficticia de cada día, lo único que se sumaban eran los dramas, junto con la aparición de falsos súper héroes autoproclamados salvadores de algo que no entendían. Eso que no entendían era su tierra, el barrio Rivadavia. ¿Cómo aparecía alguien a decirle que él/ella lo podía arreglar todo, si no sabía combinar los colores de la ropa que llevaba puesta? No podía más que salir a la vereda de siempre, abrir otra botella de cerveza, mirar la esquina y pensar que los privilegiados son cortos de mira, les falta algo, algo, algo….No se sentía privilegiado. Lo que sí estaba seguro es que era corto de miras también. ¿Por qué estaría tan caliente la cerveza? La maldita heladera, seguro, otra vez hecha pelota.

 

Somos locos, somos inocentes

¿Y qué podía hacer él? Ya era tarde, con ese pasado lleno de obstáculos leves, pero lo suficientemente continuos como para haberlo moldeado de una manera, ¿cómo decirlo?...Poco épica, poco estimulante. Esos chicitos de colores que le daban de chico, o esas golosinas atroces como los caramelos fizz, las mielcitas, los juguitos verde flúor y tanta mierda que ayudaba a nada. ¿Qué ciudadano esperaban formar dándole gaseosa Harlem de naranja y poniéndole el Show de Videomatch, Jugate Conmigo y Grande pá? Imposible llegar impecable a los cuarenta años, ni en pedo. La niñez finalizando los ochenta, la caída del muro y el fin de la Historia. ¿A quién se le puede ocurrir terminar la Historia? Eso no puede generar nada bueno en nadie. Y después los noventa con la pizza y el champagne, el uno a uno y Miami como un barrio más al que visitar los fines de semana. ¿Cómo iba a terminar su cabeza después de todo eso? ¿Dos cero kilómetro va a tener el del kiosco? ¿Posta? Seguíamos y seguimos en el mismo barrio Rivadavia, hay cosas que te hacen desconfiar un poco, ¿o estaba exagerando, estaba loco? Bien, se dijo, si lo consideraban un loco ortiva, se hacía cargo, pero eso sí, que no lo viniesen a joder después, cuando las cosas se complicaran. Porque si la locura era lo suyo, pues quedaba liberado de culpa. La noche de los inocentes, la entrada al año dos mil. Y no, no rompan más las bolas, no es el fin, no fue el fin. Fue una catástrofe, tanto peor…

 

Sólo la espera, cuando uno esperaba algo, entusiasmaba esa sensación

Pero ahora todo eso quedaba lejos y superado. No por cosas mejores que hayan ido pasando. El paso del tiempo no suele ser nada bueno. Y todo un vaivén desquiciante hasta llegar al día de la actualidad actual, basado en hechos ficcionales, pero tan reales como el barbijo que tenía puesto a la altura de la pera, para poder empinar la botella. ¿Cómo hacían los demás para vivir tan entusiasmados por las cosas? ¿Qué sentido tenía en ese momento desear “felicidades” a una persona que caminaba estornudando y que nadie quería saludar? Rara vez pensaba en algo tan extraño como el futuro, porque para él esos cuarenta años habían sido una suerte de escuela de mierda. Pero pensó, la escuela es eso, ¿no? Está bien, queda mal afirmarlo tan tajantemente, pero la verdad que distaba mucho de ser una institución confiable. Ninguna institución le parecía muy confiable, ni siquiera el natatorio de la ciudad, en el que no se podía ir al baño, pero sí mear adentro de la pileta, por lo menos un cachito, para salir del aprieto. Con barbijo, siempre. Encima era verano, ¿era verano? Parecía, con turistas que se negaban a abandonar sus planes de relax, amuchándose en las mismas playas de toda la vida, porque lo mejor que podemos hacer ahora es estar unes al lado de otres. ¿Y por qué no, pensó? La vacuna ya estaba pasando cerca, ¿no? Por ahí en el barrio Rivadavia todavía no, pero alguna partida le iría a tocar, seguro. No podía más que esperar sentado en la vereda de Francia y Garay, tomando una cerveza, viendo cómo los autos que pasaban se olvidaban de esquivar el bache de siempre, ese que había estado todo ese tiempo, igual que él. Debía tener como cuarenta años, ese bache. Pero estaba ahí, como él. Dos pedazos de estoicismo, esperando entusiasmarse por algo que no iba a pasar, pero saboreando la sensación, para tirar un añito más…

…La ciudad, a veces, me ahogaba. Demasiado pequeña. Me sentía como si estuviera encerrado en un crucigrama…

 

**********Fin del año y una aclaración: tanto el título como los apartados en cursiva pertenecen a un fragmento del relato “Dos cuentos católicos” de Roberto Bolaño. El tema no tiene nada que ver, sólo sirve para terminar la nota escuchando linda música y brindando, de lo mejor del año Taylor Swift (como las hamburguesas):


*****************Esto fue todo por este año, ya no queda mucho más por escribir y sí mucho por leer y escuchar******************Será hasta la semana que viene, nomás***************Con humildad, Juan, desde el centro del universo: el barrio Rivadavia de la ciudad de Mar del Plata-Batán*************No tengas problemas de autoestima, es una boludez, autoestimate bien que sale gratis******


Comentarios

Entradas más populares de este blog

FALTÓ ALGUIEN QUE EMPUJE (la única vez que vi a mi tío jugar)

  En esta historia, que no me pertenece, hay un comienzo que podría considerarse la verdadera historia. Porque el grado cero es el siguiente: una mañana corriente como cualquiera de las que gastamos sin recordar, recibí una carta. En otros tiempos pasados, esto sería un detalle. Pero hace tantos años que no recibo cartas, que la sociedad no escribe cartas de puño y letra, que el hecho resulta casi fantástico. Hay (des)honrosas   excepciones, como las cartas documento que traen pésimas noticias, y los resúmenes de tarjetas que van por ese mismo lado indeseable de la escritura. Por lo general, tienden al abuso de un registro formal que ya no existe, y ese es quizás su único atributo, ser las depositarias de un registro en extinción, como una suerte de resto de animal prehistórico preservado para las siguientes generaciones. Entonces me tomé el tiempo, el lugar y el contexto necesarios para la lectura de esa pieza única. Como arqueólogo de historias, la lectura es más bien un degustar cad

Mitad

Está lloviendo ahora sobre toda esta ciudad y son las 12:30 pm a lo largo y ancho del Meridiano de Greenwich y yo he crecido entre gente que es joven y gente que no es joven entre autos, papeles bond o bulky, artefactos y escaleras artefactos y clientes. Y avisos de la desesperación o la locura. ( Paradero , de Juan Ramírez Ruiz)   Podría decir que la poesía existe para que me den ganas de tirarme del octavo piso del edificio en el que (no)estoy viviendo ahora. Mejor dicho, en el edificio donde estoy muriendo desde hace rato. Como una banana que se pasa de su madurez, y que empieza a despedir un olor rancio de otros momentos, de otras décadas. Una mala comparación de un mal escritor. Pero créanme, es lo mejor que me sale, esto de sentarme a morirme o escribir. Para el resto de las cuestiones me considero mucho menos que mediocre. A excepción, tal vez, de lavar los platos, una actividad que sintetiza como sinécdoque, porque ese coso vale por todos los cosos que se ensuci

Pozo

*Antes de trabajar en algo nuevo, resulta necesario pararse sobre aquel día en que cambió todo lo que consideraba vida. O rutina, que es una suerte de estancamiento de la vida, un pozo profundo pero lleno de algunas comodidades y sentimientos que pueden llegar a engañar, y que de repente pasen décadas y…alguna tarde, a lo mejor, el cimbronazo y vuelta a empezar con ese proyecto que llamamos vida, a falta de originalidad nominativa. Ojo, que tampoco estoy diciendo que quedarse en el pozo sea algo negativo. Por el contrario, si se encuentra un pozo lo suficientemente profundo y agradable, no hará falta continuar con otro camino, en el camino. A decir verdad – o a mentir lo menos posible- lo que primero descubrí fue que el pozo es pozo, un freno a eso que intentaba encontrar para no arrepentirme mucho tiempo más, porque el arrepentimiento sucede en todo momento, y se expresa siempre en presente. Es presente. Un pozo. Lo segundo que aprendí fue a sacar tanto pronombre cada vez que me meto