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Mostrando las entradas de octubre, 2021

El gesto de los tiempos

Mientras lo iba siguiendo por la calle, tuve una impresión rarísima que nunca había tenido antes y que, no quiero mentirle, me intranquilizó bastante. Me parecía que caminábamos por la misma calle, en el mismo espacio, pero en tiempos diferentes . (“La grande”, Juan José Saer)   Las últimas tardes en el barrio Rivadavia se pusieron calientes. El verano y su impaciencia hicieron de las suyas y adelantaron los cambios de ropa, más precisamente, el desprendimiento de camperas y pantalones holgados, y qué bien que todo se condice con un futuro más respirable y agradable. Pero perdón que desconfíe. No está en mi naturaleza ser tan entusiasta, y menos hoy que hace tanto calor y la cerveza tiende a calentarse, perder gas muy rápido y volverse intolerable al cuerpo. Porque si bien uno puede pasar distraídamente por cada esquina de Jara, meterse por adentro a mirar las veredas, encontrar alguna plaza con algún arreglo pedorro – gentileza de un intendente al que la gente vota sin que haga ca

Y tal vez tu coche se chocó la otra mañana y te darás cuenta de que Say No More es más importante de lo que creías

  Una vez creí que nada iba a pasarme Una vez pensé que nadie iba a matarme. El tiempo pasó…   Reloj de plastilina Charly García   J se desayunó con una noticia que lo puso de buen humor: Charly García había ganado el premio Gardel de oro la noche anterior. ¿De qué servía ese premio? Para nada ¿Qué impacto podía tener esa novedad en el Barrio Rivadavia? Ninguna. Pero J amaba inexplicablemente a Charly García, y no concebía nada más impresionante en el mundo que escuchar un disco suyo, de principio a fin. Sí, desde el tema 1 hasta el del final, sin mover el orto de donde estuviese, atento solamente a la música y a todo lo demás que pone un artista como García. ¿Qué otra cosa puede ser la felicidad? Pero J quería más, extrañaba tenerlo tocando todos los años en Mar del Plata. Ese día en particular era como año nuevo, la ansiedad atacaba de temprano, había que devorar todos los discos que se pudiese antes del show y empezar temprano la previa, con amigos, aliados. La bebida

La lectura y sus movimientos

  Forma de ficción parasitaria, la traducción es el gran modelo de la práctica borgeana. A diferencia de la “escritura inmediata”, cuyo mecanismo suelen velar   “el olvido”, “la vanidad” y “el prurito de mantener intacta y central una reserva incalculable de sombra”, esta literatura mediata no teme hacer visible las reglas de su propio funcionamiento. En particular una, la más abstracta y, también, la más medular de la poética borgeana: hacer ficción es deportar un material   ya existente de su contexto e injertarlo en un contexto nuevo. La fórmula es simple, económica, de una elegancia casi ajedrecística. Lo incluye prácticamente todo: la política del parasitismo, el elogio de la subordinación, el goce de la lectura y la glosa, la desestabilización de las jerarquías, las clasificaciones y las categorías, la relación entre lo Mismo y lo Otro, la repetición y la diferencia, lo propio y lo ajeno; la idea-fuerza de una literatura que sólo tiene sentido si se mueve, si se desarraiga, si po

La política del pudor

  Si no trasingís y llegás a un arreglo, o lográs una victoria pírrica o te quedás destrozada, hecha una ruina. Te convertís en el eco fantasmagórico de un muro destruido . (Suave es la noche, Francis Scott Fitzgerald)   ¿Qué otro sonido menos audible que el que nació para no ser escuchado? Ese parece ser el mejor tono con el que vamos marchando, cruzando cualquier semáforo, en cualquier esquina del mundo. Esto vale para el lugar que sea. Y acá incluyo, además, el traslado temporal. Porque una esquina de hoy en el barrio Rivadavia, dialoga de manera directa con las esquinas de los barrios porteños que Borges celebraba en un atardecer, o con esos rincones donde se tiraba a pincharse heroína William Burroughs, después de haberle hurtado a algún ebrio unos cuantos dólares, para continuar en esa forma de vivir. Y todos igual de cuidados, susurradores apenas, cultores de la voz baja, unidos por el vicio de la invisibilidad. Nosotros, digo, cruzando calles con la mirada perdida en la rut

El escribiente

Sentir la oscuridad es un cliché, o como se escriba. ¿Quién dijo que alguien no podía sentarse en medio de un texto para decir: ¡Hey! Miren, acá estoy yo, con todas mis dudas y mis miedos, dispuesto a entregarme, sin máscaras, sin trucos, sin contar las palabras? ¿Tan difícil es lograr un acto de escritura sincero? ¿O todo tiene que ser tamizado por la figurita del escribiente, todo tiene que ser tan publicable, tan del gusto de un par de giles legitimadores del buen decir? Pero cuando aparece alguien y se sienta para gritar la desesperación, que es patrimonio universal del escribiente…bueno, pasa esto. Hay que esgrimir algún motivo, un pensamiento lúcido, algo que justifique el acto de escritura, donde hay un texto ficcional en desarrollo. ¿Qué carajos es un texto ficcional? Yo no sé, él tampoco. Actuamos con instinto. Mire, algún día alguien me dio una pista sobre signos y lenguajes y esas cosas, por lo que sorprendentemente aprendí a escribir y a interpretar lo escrito. Todo muy mág