1) Enfrentar dos palabras que se emparentan, aunque sean totalmente diferentes, y todo para significar una tercera cosa, un exceso de significación, casi un absurdo. Hacer nacer una palabra a partir de otras dos que nada tienen que ver con su identidad. No es agua, demasiado pesada, tiene una gran falta de liquidez, no es fluido eso que cae del cielo. No es nieve, demasiado liviana, sufre de falta de solidez, no es concreto eso que cae del cielo. No cae con fuerza ni flotando. Podríamos afirmar que se trata de algo a medias, a punto de suceder pero que no termina de pasar, a punto de retraerse pero sucediendo. Una palabra más, eso era todo lo que pedía nuestro vocabulario, la Real Locademia Espa(ni)hola no tuvo capacidad, no miró nuestro cielo, no se quiso enroscar por demás. Entonces, la simple, la fácil, poner las dos palabras que están más cerca en su significado, y que de esa bendita unión salga una hija sin pecado concebida, la siempre casta y pura aguanieve.
2) Caminar
por el barrio entre aguanieve y aguanieve. Esas nubes más grises que el humo
espeso de una bengala futbolera en la popular de Alvarado, que cada cinco
minutos reloj descargan su andanada de ¿gotas? ¿copos? No, algo más bien a
mitad de camino: ¿Serán copogotas? ¿Gotascopos de aguanieve? Palabras
compuestas dispuestas a unirse para sacarle espacio a lo que debería haber sido
una palabra nueva. Otra vez la mala predisposición o la flojera invernal de
quienes se encargan de crear nuevos signos. Habría que haber dejado ese puesto
tan importante a la persona que más amó a las palabras de nuestro idioma, la
única e inigualable María Moliner.
3) Eso, una
persona dedicada a escribir todo un diccionario que cubriera todas las esquinas
oscuras de su siempre ajetreada vida. Dejarlo todo por un objetivo que no iba a
disfrutar ella. María Moliner, la buscadora de significados, la única y
quijotesca mujer capaz de eclipsar a la pavada aristocrática de los “paladines
de la RAE”, unos nobles desclasados que juegan a que la literatura “española”
es susceptible de poseer un reino, y que hay una suerte de Dios (muy español
él) de charanga y pandereta que tiene a sus descendientes naciendo y viviendo
en Castilla La Mancha, y que de allí se desprende todo un linaje de Merovingios
del lenguaje más hablado en el barrio Rivadavia.
4) Esa
mujer que nos dejó el más perfecto y emotivo de los diccionarios, que ya se
dejaron de escribir porque ahora todas las palabras que se nos puedan ocurrir
caben en un posteo en cualquier red social. Convención: usted deberá escribir
una cantidad reducida de caracteres, y eso será la literatura del futuro, en un
presente oscurecido por la mala elección de herederos al trono de la Real Locademia
Espa(ni)hola, un focus group concentrado en responder las pavadas que a los “famosos”
se les ocurra preguntar, porque saben muy bien que para poder seguir con sus
reales costumbres muy caras, de algo hay que vivir, hay que facturar.
5) Eso
otro, el aguanieve o la aguanieve, la regla de que un masculino vale para
anular a todo lo femenino, regla del castellano que siempre me pareció floja de
papeles. ¿Sabían que María Moliner escribió su propia gramática? ¿Quién
podría/debería escribir la gramática de hoy? Castellano, español,
latinoamericano. Supongo que los dos primeros conceptos se podrían unificar, y
que lo de latino sería redundantemente europeo. Castelloamericano. Eso de que
nosotros tenemos los hablantes y los españoles solo (y muy a su pesar) España.
6) Por allá
debe ser complejo poder presenciar una jornada de aguanieve. Por acá es muy
común. Es más, en invierno es lo más común que existe en la ciudad de Mardelbat.
Solo hace falta que la temperatura se ponga bajo cero y que el pronóstico
advierta a los medios de comunicación que de seguro mañana cae nieve. Y no, no
cae. Cae eso otro que es un casi, y que no termina nunca de ser nada, nada más
que una insoportable aguanieve, que moja y enfría y hace poner a la gente de
peor humor, porque ¿quién no quisiera ver unos gordos y estimulantes copos de
nieve cayendo del cielo, como adelantando una navidad que no existe ni existió
nunca en nuestro continente? En Sudamérica nunca se pensó la navidad, sino que
se copió y pegó del norte, y se anexó a las fiestas paganas de la época de
verano. ¡Exacto! Como en el caso de la/el/le aguanieve. No saber/poder nombrar
es más una huella de poder. El que nombra lo tiene, también, al decidir no
nombrar, adaptar, sincretizar.
7) Unir
cosas a la fuerza, atar con alambre para poder seguir reinando con todas las de
la ley escrita. Y quienes se olvidaron de firmar el papel, que vayan a pedir
asesoramiento a alguno de nuestros amables letrados, leguleyos formados al
calor de la Real…ya saben, el que escribió primero ganó, el que cantó pri se
lleva el premio mayor. ¿Y los demás, los hablantes? Palabras aladas que se las
lleva el viento, y andá a cantarle a Gardel, el poder se construye dentro del
reducido vecindario del rey.
8) Unidos
podemos imponer, o podemos seguir dividiéndonos en partes (des)iguales, para
chocar contra los tres o cuatro jueces de turno, tipos a los que nos enseñaron
a “respetar”, porque sin ellos no habría orden y progreso. ¿Y qué orden y
progreso existe? El de la convención, el que alimenta los mismos problemas que
engendró y nunca pudo (ni quiso) solucionar.
9) Entonces
aguanieve es la posibilidad de salir del asedio, de romper de una vez el yugo.
Podemos recuperar lo que alguna vez fue nuestro, el lenguaje en su plenitud,
así como lo hiciera María Moliner. Nuestra propia regla, nuestras propias
palabras y significados, porque tenemos los hablantes, somos muchos más.