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Mostrando las entradas de marzo, 2021

Soledad argentina

  Soledad argentina - Con Kerouac, para Kerouac –   Sigo siendo un extranjero pateando por las calles del Rivadavia… Con esos amigos meados por la vida, dos amantes que aprendieron a odiarme y la censura de siempre del amor romántico, que es como un mar verde lleno de iluminaciones arquetípicas y falsas como palabras de Buda. De mi cama quedó un colchón que es un aljibe sin correa, y la hierba sagrada que es un paraguayo prensado y cagado por colifas. Sí que el polvo y la mierda de los autos de Jara siguen ahí y que los masturbadores no paran de coger con las almohadas… De gárgolas ni noticia, lo que hay son estatuas de milicos asesinos todos, sin importar el siglo o si hacen la cama todas las mañanas. Ahora la agenda está en un teléfono que nunca uso para llamar a nadie, y cada contacto es un recuerdo de alguien que dijo que vivió en alguna esquina, pero vaya a saber usted cuando la mañana del fin de mi iluminación quedó

Cruzar una avenida sin saber el color del semáforo

  Cruzar Jara   No se deberían conquistar las cosas ni perseguir a grandes ballenas blancas o correr desesperadas carreras de caballos, todos vicios violentos fuera de tiempo. Mejor evitar ser arrastrados por la tentación de ser hablado por esos versos, así que por favor, no me hagas caso, hacelo por tu propia cuenta, con tus queridas lecturas hechas, que yo me cobijo con las mías, al menos hoy, porque a veces necesito un timón firme para no vivir en el delirio, perdón por eso que es mi traición del día, ojalá no la vuelva a repetir la próxima vez que nos vea intentando cruzar por Jara.   -           ¿Qué no soy feliz? – dijo ella acercándose y mirándolo con una extática sonrisa de amor -. Me siento como una persona hambrienta a quien han dado de comer. Quizá esa persona tenga frío, quizá su ropa esté destrozada y tenga vergüenza, pero infeliz no lo es. ¿Qué no soy feliz? No, esta es mi felicidad. (Anna Karenina)       Volver del otro lado   Me gustan los días que quedan atrapados en e

Sobre la poesía, Boedo y el Rivadavia

     La vida es una sucesión de pequeñeces; aquilatar el precio de lo íntimo eso es cosa del Arte.                                    En este libro se han detenido los instantes y las cosas minúsculas y se han hecho poemas; como por esos mundos se han detenido los guijarros y se han formado las montañas.                                                   (Gustavo Riccio, Cómo se hizo este libro )   Oh, cómo me gustaría poder escribir una oda a los albañiles, Cómo quisiera ponerme a mirar por la ventana cómo es que hace el sol para esconderse de la noche, justo antes de que esta lo descubra, etcétera… Oh, cómo me gustaría ser uno de esos poetas de Boedo, aparecer con algunos versos escritos de esa forma en alguna selección, dentro de una biblioteca que ya no exista. Más o menos así fue que conocí los versos de Riccio. Digamos, utilizando el registro del barrio Rivadavia, que tuve mucho ojete, y que este tipo de hallazgos suelen alegrarme la vida más que

La guardia del tigre

  “Toda la variedad, todo el encanto, toda la belleza de la vida son un compuesto de luz y sombras” (Tolstoi, Anna Karenina) “Para poder contar, primero hay que saber retroceder” (Rodrigo Fresán, La parte recordada)   Sábado, 21:30hs . Kitty baila uno de esos valses poco brillosos, los que están hechos solamente para buscar una pareja y manipularla hasta llegar exactamente al lugar que una quiere. Pero mientras su recorrido no tiene nada de estimulante, para nosotros, dejarnos llevar de la mano del narrador es algo incomparable. De alguna manera arribamos al destino, que es una mujer deslumbrante, la siempre distinguida y perseguida Anna. Y acá nos quedamos frenados un rato, porque una vez que la encontramos no podemos sacarnos de encima su vestido negro, su collar de perlas y el cuerpo de marfil perfectamente diseñado para arruinar insectos como uno, una, une. Entrar en la guardia del tigre es agridulce. El tigre está ahí con toda su belleza, pero las imponentes garras nos aleja

Confesiones de un falso romántico lector de manga, fanático de Hölderlin y Stephanie Gilmore

"Me daba vértigo ver tantos años debajo de mí, aunque en mí, como si yo tuviera leguas de estatura"  - Marcel Proust, En busca del tiempo perdido -  Hace años que quería escribir un poema en el que me sienta cómodo. En primer lugar, escribiéndolo, como si estuviese caminando sobre una ola que no para de ofrecerme una salida hasta la llegada a la orilla. Experimentar esa calma cuando se llega al final, luego de haber transcurrido unos instantes que parecieron gloriosos. Después, todo llega al final y hay que seguir con la carrera en dirección a la muerte. Nada dramático, nada triste, porque esa ruta está llena de momentos hermosos y recordables, de personas que me gustaría acompañar y que me acompañen para siempre. Todo muy parecido a mirar el océano para (re)descubrir que el horizonte es un infinito siempre, que es tarde para llegar a la orilla, pero que con un poco de esfuerzo se la puede imaginar. Para eso están las palabras, creo yo, una compleja y oscura máquina reconstr