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Mostrando las entradas de noviembre, 2022

Algo del mundial

La cosa es más simple de lo que parece, ojo. Si uno se encuentra encerrado en un cuarto ciego, con solo una puerta como abertura, y tiene que decidir cómo escapar de ahí, ¿cuál sería la forma adecuada? Una pregunta que la China dejaba picando, como la pelota que había ingresado a espaldas del arquero de la selección Argentina. El Yo que dice yo, más atento a la desazón mundialista que al acertijo, insinuó que lo que había que hacer era voltear la puerta de una buena patada, esa misma que le hubiese dado al diez de Arabia Saudita para evitar el gol de la derrota. Pero no era una buena respuesta, estaba seguro. Porque todos sabemos cuando respondemos justamente lo que no se debe responder. Entonces Scardanelli, tomando la botella de cerveza en un horario que no parecía adecuado pero que venía bárbaro como desayuno nutritivo made in Barrio Rivadavia, expuso la teoría metafísica por la cual en realidad no hacía falta salir de ningún cuarto cerrado, porque no había cuarto al no haber sujeto

Sobre los monstruos

No todos los monstruos son terribles. Los hay de distinto tamaño, forma y sentimiento. Aunque siempre desmedidos, se pueden encontrar especímenes muy especiales, que hasta arrojan una idea de belleza inusitada, una huella rupturista que sirve para continuar en medio de tanto caos. Eso tenía en la cabeza El yo que dice Yo, pensando en que la tormenta que acababa de pasar sobre la esquina de Francia y Garay, bien podía ser interpretada como una epifanía, y no necesariamente como un diluvio insoportable. ¿Mirar las cosas de buena manera? ¿Se había convertido en un libro de autoayuda? No, no podía ser. Lo que tenía era la presencia insoportable de un libro en particular, de un escritor súper particular. Rodolfo Wilcock en el Barrio Rivadavia. Se imaginó esa mezcla, y se vio en espejos brillantes y hermosos, arropado por la piedad de un escritor nacido para no ser estrella, pero para decir lo suyo. Y con eso estaba más que bien, no hacía falta el raje para Italia. ¿Cuál era la necesidad de

Movimiento

“¿Quién va a venir? Todo es pura bambolla. Nadie hace nada, pero hay que reconocer que se respetan las apariencias. ¿Se fijó en los biógrafos? La gente sigue concurriendo, pero ya no dan vistas. ¿Se fijó que no hay fecha sin que una repartición no deje el trabajo? En las boleterías no hay boletos. Los buzones no tienen boca. La madre María no hace milagros. Hoy por hoy, el único servicio que funciona es el de las góndolas en las cloacas” (dice Isidro Parodi, mientras toma un café con leche en la peluquería) ¿Y por qué carajos se sentían más seguros caminando por las calles del barrio Rivadavia, a la noche, parando en cualquier esquina a tomar una cerveza y fumar un porro? Quién sabe. Pero era lo que sentían y ya, no había nada para explicar. A Scardanelli se le venía a la memoria Isidro Parodi rajado de la cárcel y puesto a laburar en una peluquería justo enfrente, porque a nadie le importaba nada, solamente mantener cierta apariencia de normalidad. Algo que se viene construyendo des

Juan, el viejo

  El verdadero dolor es el de tener una libertad que nunca se quiso, y no acordarse para nada por qué. En eso y no mucho más pensaba Juan, sentado en el banquito de las tardes, mientras miraba un arbusto que nunca le había gustado, pero estaba ahí. La imagen, desde lejos, era más bien ideal y bucólica: un viejito canoso y con los ojos vidriosos, sentado en el patio de una residencia, mirando la vegetación, como disfrutando de los últimos embates de una vida realizada, que ya de tanto pasado agradable no daba más, todo en su lugar y bien merecido, y ojalá poder llegar a ese momento de esa manera. En verdad, a Juan se le llenaban los ojos de lágrimas porque tenía problemas en la vista, se le tapaban los lagrimales, y a esta altura de su vida el oftalmólogo le había dicho que no había mucho más por hacer, simplemente secarse cada vez con un pañuelo de tela suave. Lo había hecho las primeras semanas, pero después, como todo en ese SU tiempo, se fue olvidando. No se olvidaba porque tuviese