Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de julio, 2023

La cumbre

La verdad es que escribo para olvidar, así puedo dormir algo a la noche. O a lo mejor escribo para recordar, porque me estoy empezando a olvidar las tramas. Tal vez, confieso, me pasen las dos cosas en simultáneo, pero por suerte el resultado no se contradice: escribo y punto. Pongamos por caso que hoy lo hago para dejar testimonio de lo raro que se puso el cielo, un color medio rojizo, como si estuviéramos contemplando un atardecer en Marte. Tuvo su aporte irreal este lunes, y dejó una marca de lo que se me viene. En una viejísima carta que me mandara una hermosa amiga, leo despistado: “lo que me encanta de vos es ese enfoque en el presente que tenés”. Me emociona verme escrito por alguien más, y agradezco la posibilidad de analizarme desde el presente, porque ese Yo del pasado no existe más. Y claro, con tanta juventud el presente en ese momento se me hacía enorme, imagino. Calculo que por eso no me hacía falta escribir, tenía el tiempo de mi lado, todo estaba por pasar. Después com

Sobre la culpa

La frase es más larga, pero no importa, porque lo central es lo que dice ahí: “Toda comodidad debe ser pagada”. Pertenece a Ernst Jünger, pero yo la saco de un cuento de Guillermo Saccomanno, de un libro recopilatorio que se editó hace muy poco, y que tuve la fortuna de conseguir a tiempo. A tiempo sería el fin de semana, que me da unas horas más de libertad lectora. Si es que eso puede llegar a existir. Como sea, lo que hay es un conjunto de relatos escogidos de un escritor que me parece fundamental en la actualidad. En cualquier actualidad. Esos relatos funcionaron ayer, funcionan muy bien hoy y van a funcionar perfecto mañana. Además es un escritor que anda por la costa bonaerense, y eso me genera identificación instantánea a prueba de balas. No que yo pueda escribir como él, sino que yo pueda leer lo de él. Y con eso basta, y sobra montón. Soy consciente de que se trata de una comodidad total de mi parte. Me siento a leer en la esquina de casi todos los días, con un poco más de tie

Noches sin dormir

Estaba pensando en todas esas cosas que se vienen encima con los años, en los pasados que no dejan de crecer y agotar el almacenamiento, y toda la ansiedad que empieza a comprimir un futuro cada vez más contraído. Y con eso el presente no es más que una serie de noches sin dormir, como si estuviera completamente absorbido por la pureza de una droga fatal. Pero es peor que eso, porque la droga alivia los dolores, y lo de la fatalidad se le añade en todo caso por el bien del control de la humanidad. Sí, todo lo que se enuncia como nocivo o malo es lo mejor que nos puede pasar cualquier martes de cualquier semana, en cualquier parte en la que estemos. Y que el cuerpo se la banque hasta que ya no haga falta más nada. O tal vez lo mejor sería convertirse en un homeópata del placer, y que la cosa sea en cámara lenta, la degradación más espaciosa, y el dolor se filtre cada tanto pero sin provocar esas ganas irrefrenables de reventar como un sapo en medio de la avenida Jara. Otro espíritu muer

Los peligros de escribir

En la mesa tengo las siguientes cosas desplegadas: un mate que no paro de usar y ensillar y volver a usar, una foto de jaco Pastorius tocando su clásico bajo sin trastes – esos mismos que decidió sacar con un cuchillo de untar mantequilla de maní, objeto que solo se utiliza allá en el lejano norte – y un libro de poesía contemporánea de poetas argentinas. Y lo que menos tengo es ganas de salir, porque hace un frío del demonio, y porque estoy moqueando desde temprano – cuando sí tuve que salir, porque por quedarme acostado todavía no me paga nadie -. Ya sé que a todos estos objetos inanimados, incluido yo, les hace falta mezclarse en el barro de la realidad, donde sucede la historia: la calle. Y sobre eso versa otro libro que estoy leyendo, y que tiene pasajes interesantes, pero que también es una cagada total. Es de un periodista / performer / chamán/ falopa / mercenario /filántropo/ estafador/delincuente, que no pienso nombrar. Lo único que diré es que esa especie de autobiografía que

Magnus

En una jugada impensada, inimaginable, imposible de imitar en cualquier deporte o actividad similar, el ajedrecista Magnus Carlsen logra vencer, una vez más - y seguro que por última ocasión - a uno de sus rivales más complicados. El tipo es una celebridad, y con esa confianza ingresa al centro del salón donde se lleva a cabo el campeonato mundial, el último - o uno de los últimos - que va a jugar, porque dice estar cansado de todo lo que tiene que ver con el ajedrez, de las piezas, de cada casillero, de las mismas caras de los derrotados que lo saludan con un gesto que ya se le hizo insoportable. Pero está esa jugada, que ni de lejos fue la última, pero es la primera que le veo hacer, y es un video que está muy genial, aunque es demasiado corto. En él, Magnus entra a jugar la partida con una chomba que lleva su apellido, como una típica camiseta de equipo de fútbol. Después se sienta frente a su rival, ante la atenta mirada de cientos de personas, y comienza su ritual de toda la vida,