Estaba
pensando en todas esas cosas que se vienen encima con los años, en los pasados
que no dejan de crecer y agotar el almacenamiento, y toda la ansiedad que
empieza a comprimir un futuro cada vez más contraído. Y con eso el presente no
es más que una serie de noches sin dormir, como si estuviera completamente
absorbido por la pureza de una droga fatal. Pero es peor que eso, porque la
droga alivia los dolores, y lo de la fatalidad se le añade en todo caso por el
bien del control de la humanidad. Sí, todo lo que se enuncia como nocivo o malo
es lo mejor que nos puede pasar cualquier martes de cualquier semana, en
cualquier parte en la que estemos. Y que el cuerpo se la banque hasta que ya no
haga falta más nada. O tal vez lo mejor sería convertirse en un homeópata del
placer, y que la cosa sea en cámara lenta, la degradación más espaciosa, y el
dolor se filtre cada tanto pero sin provocar esas ganas irrefrenables de
reventar como un sapo en medio de la avenida Jara. Otro espíritu muerto por la
inercia del 554. Todo por no tener la SUBE al día y dejarse comer la peluca por
gente que jamás lo iba a querer. En fin, a veces se hace mucho esfuerzo por
nada, o solo por pasar una jornada más en unas paredes que son siempre
similares a otras, con una frazada y algo de calor para decir: “No se está tan
mal nadando en el medio de tanta mierda, mientras se pueda comer algo”. Otra
noche sin dormir y van…unas cuantas vidas sucediendo en simultáneo, pero
repitiéndose casi iguales, porque falta originalidad en las esquinas. Grises,
asfaltos mal trazados, veredas ajadas por el tiempo y una cantidad irreal de
baldes que las bañan todas las putas tardes. Nadie se pierde la oportunidad de
transformar su vida en un conjunto de acciones sin sentido, pero que engranan
perfectamente para servir de modelo al día siguiente. Otra droga, la más fuerte
y pedorra de todas: la rutina. Que viene acompañada de esa sustancia que es la
más peligrosa y adictiva: el miedo. Grandísimos inventos de una humanidad cuyo
principal objetivo es la decadencia y los museos y el turismo de iglesias. Más
todos esos lugares donde supuestamente pasaron cosas que sí valieron la pena,
pero que no sirvieron de un carajo porque siempre todo está a punta de pistola,
con un par de psicópatas que se pasan de giles inventando tardes para tomar merca
al sol y jugar un rato con el botón rojo de la destrucción del mundo. Que, por
otro lado, es un hecho que nunca se produce, porque es como llevar al límite
una paja, pero frenar justo antes de eyacular. Coquetear con ese final, amagar,
estarle encima, vivir dilatando el placer. Todo para levantarse una mañana más
sin entender la diferencia entre padecer insomnio en el banco congelado de una
plaza, o soportarlo en una cama King-size en una habitación de hotel cien
estrellas. La angustia es la misma bajo cualquier cielo, en cualquier lugar. Y
ojo con eso, porque también es una droga destructiva y súper adictiva. Mejor
pasar la página y comenzar un nuevo relato, que no tenga mucho más de mil
palabras, como este, para no perderse en el camino. Porque si hay alguna que
otra verdad que valga la pena ser recordada, tiene la obligación de poder ser
reproducida en muy pocos caracteres, porque las grandes verdades merecen ser
leídas por todo el mundo. Un hecho democrático sin igual, y tal vez el único al
que podamos aspirar con las cosas así. Una tarde noche que puede ser de un frío
alucinante, o de un calor ingobernable, dependiendo de donde se estén apoyando
las yemas de los dedos en el globo terráqueo. Tarde noche al fin, con millones
de almas desesperadas que deambulan buscando algún sentido a sus rutinas, que
se empeñan en denominar: “Vida”. Vos podés hacer lo que quieras con la tuya:
mentira número mil. Nadie hace nada que no haya estado prefabricado por la
generación anterior. Y si logra una pizca de desvío e irreverencia, a
prepararse para el mayor de los sufrimientos: el exilio. Eso sí, mucho más
tarde, cuando la postrera sombra selle nuestros párpados, llegará la
justificación, la canonización a destiempo. Un castigo extra post mortem: la
pasteurización de alguna rebeldía. Y a seguir cosechando para sembrar, y que el
círculo agricultor siga generando suficiente fuego sagrado como para mantener
el vacío total con vivacidad, listo para seguir devorando las almas de los
justos, los injustos y los otros. Horas sin sueño, sueño sin ira: la última
enseñanza de los malos tiempos. Eso de saber que se puede resistir casi
cualquier cosa, que el cuerpo es más fuerte de lo que uno imagina, y que el
tiempo y el espacio pueden ser extrañados, pueden ser envueltos en burbujas,
mezclados, y perder todo tipo de referencia. Y que lo que se pensó que era el
final, no es más que un capítulo atrasado de una vida que nunca puede ser
lineal. Mucho mejor las curvaturas que la dictadura de la línea recta. Tanto
más interesante es perderse en la seductora forma serpentina del mundo, llegar
hasta el final que haga falta, ir tras ese imposible y recibir la derrota
definitiva, para luego levantarse bien cagado a trompadas y volver a buscar eso
que nunca va a llegar. No importa, de los peores sufrimientos se sale sufriendo
un poco más, y sin ser tan boludo como para pensar que al final de todo existe
un desenlace feliz. En todo caso, habrá un final y punto. Y con eso, todo
tendrá que haber valido la pena. O por lo menos casi. Rescato una tarde de
invierno en la que el sol me dio de lleno en la cara y lloré. Hacía mucho que
no lloraba, hacía mucho que no me miraba el sol. Fui feliz, seguro.
*Música noctámbula para cualquier noche de insomnio:
***************Humildemente, Juan*********y a seguir durmiendo***********
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