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Sabor a fin de año

“Ciertas cosas tienen sabor, aunque no hayan pasado por nuestra boca: el ruido cuando nos sacan una radiografía, la luz de la linterna contra nuestra pupila, el golpe seco de los dedos del médico contra nuestra espalda, el orden impecable de esos armarios de vidrio de enfermería” (Puras mentiras, Juan Forn)

Para restaurar correctamente, reinicie el sistema. Qué fácil que resulta hacerle eso a una computadora, ¿verdad? Pero cuando se lo lleva a la vida práctica de cada uno de quienes todavía respiramos este mal aire, la cosa se complica. Digo, la decisión no resulta nada fácil de tomar, porque lo que genera la rutina/sistema es un acostumbramiento que es un narcótico muy potente. Nadie quiere deshacerse de ese efecto, para nada. Todo lo contrario, es la droga perfecta para hacer de la vida algo digno de saborear. Y no es que hable desde la punta del Everest, para nada. Me encuentro tan narcotizado y adicto como el que más, enganchado a este fentanilo que es el día a día. Con esas pequeñas broncas de las que nos quejamos, pero sin las cuales no podríamos sobrevivir. Y tiene una explicación racional, ¿no? Porque si me mudara a Marte mañana, porque allí de repente se podría respirar como en la Tierra, al poco tiempo ya estaría robando libros para armarme algo similar a la biblioteca que tengo ahora. Y a la noche, por ahí, me pondría un toque melanco, buscaría la manera de escuchar algún tema de Stevie Wonder, y sin dudas inventaría una bebida lo más parecida posible a la cerveza. Cerveza en Marte y superstición, y que el universo se hunda en su propia oscuridad, esa que tiene tanto que le sobra por todos lados, a los costados de cada galaxia. Me despertaría a tal hora, trataría de comer, cepillarme los dientes, construir algo similar a un baño, y ya está. Quiero decir, estaría nuevamente adaptando el ambiente para que se parezca lo más posible a ese otro lugar que supuestamente me cansó y abandoné. Cuestión de especie, costumbre, folclore, filosofía, estilo de vida, neurosis. Lo podemos llamar como sea, pero que existe es indudable. Supongo que tiene diversos grados, que no se da con la misma intensidad en cada ser humano. Hace poco un generalista me advirtió: “Nunca hay que generalizar”. Tamaña generalización. Calculo que podemos generalizar cuando haga falta o lo sintamos así. En fin, por lo general, la gente que viene de otras ciudades y se queda en el barrio Rivadavia, vive su vida imaginando que está todo bien porque el mar está cerca. Eso en un principio. Después, casi sin darse cuenta, se encuentra con su rutina más alejada del mar que cuando no vivía en Mar del Plata. Suele suceder. Expectativas versus realidad. Otra generalidad que no habría que generalizar, porque no son cosas que se enfrenten. A menudo, la expectativa por desgracia se hace realidad, y esa nueva realidad da nacimiento a otra expectativa, que vuelve a ser una fantasía que muere cada vez que se cumple. Algunos piensan que es mejor vivir fantaseando, desde una resistencia en la realidad que pasaría a ser una construcción ajena, incontrolable, por lo general no deseada. “No hay que generalizar”. Lo que no nos gusta pasa al lado de la extranjería, y desde ese momento crece un rencor hacia lo no experimentado. Todas esas cosas que fueron semilla de lo que sospechamos no está dentro de nuestra expectativa. Es realidad. Y con la realidad suelen venir los dolores de cabeza, y todo lo que tiene que ver con la vida en sí. Rutina, que un buen día dejamos de lado, cambiamos, hasta que de a poco da nacimiento a otra, y luego a otra, hasta que creemos encontrar el estadio perfecto: uno en el que la expectativa y la realidad ya no existen, y solamente queda lo que queda, un resto de todas las cosas que intentamos hacer, que intentamos cambiar, y un suelo de concreto que era lo que permanecía mientras saltábamos en el espacio tiempo, hacia los aires de Marte o cualquier otro exoplaneta, al grito de “soy terrícola pero la verdad es que lo odiaba”. Luego todo es angustia y melancolía, y un deseo alimentado por la certeza de que no hay nada mejor que aquel lugar que nos vio nacer, porque ya anduvimos en pelotas y nos conocemos muy bien. Generalizar: No hay lugar como el hogar, y siempre estamos partiendo buscando volver a donde habíamos empezado, algo así como el camino del héroe, que sale en busca de aventuras para terminar de volver a su habitación de nacimiento, a casarse con quien sea que viviera al lado, y a empezar la historia al revés. ¿Generalización N°?: he venido a morir donde nací. Entonces se supone que la vejez nos daría ese tiempo lento para acomodar todas las historias dentro de una sola y homogénea Historia, que finalmente tiene mucho que ver con ir a comprar pan y una cerveza a lo del supermercado chino de siempre, que antes era el almacén de Beto, y que antes había sido el negocio donde se conocieron nuestros padres, y la Historia es una cadena de favores mal pagos, que desembocan en mí. El centro de todas las galaxias, y que cada quien la cuente como mejor le venga en ganas. Para ir terminando el divague de la semana, es necesario retomar el camino, eso de resetear el sistema. Generalización etc: el año nuevo es la oportunidad para volver a armar esa lista de pendientes que quedaron de los años anteriores, y que no terminan de realizarse nunca. Linda expectativa para el fin de año. Realidad de primero de enero: no pienso limpiar la alacena, y el balcón se va a quedar como estuvo siempre. Después de todo, no hay mejor lugar que el hogar, y para poder reconocerlo cada vez, las cosas deben permanecer igual que siempre. La mierda y todas sus formas que se queden ahí, pero también – y sobre todo- que sobresalgan esas cosas que nos hicieron sentir tan bien, todos esos gestos que si se pudieran saborear serían las delicias más extravagantes y magníficas que un terrícola podría soñar.


********Música para llevarse a Marte:

********************Hiumildemente, Juan**********recién empezando****************recién empezado............

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