Una novelita marplatense


Por acá comenzaría un pasaje de encuentro. Pero un primer encuentro, entre dos personas. Y para mejor y más atractivo, el encuentro es entre dos adolescentes, en alguna escena típica de un tiempo pasado reciente. Algo así como un lugar común dentro de la memoria afectiva del escritor. Una vieja práctica que tiene sentido citar para despertar la misma sensación en los lectores, que se podrán reconocer en ese lugar también, y podrán rememorar alguna escena del pasado también, algún primer encuentro amoroso también. Ese lugar común para mi generación son los asaltos. Acá se podría hacer el chiste esperado, que también genera identificación, que tendría que ver con la polisemia. Ese es otro defecto de mi generación, que siempre se cree la última bien educada pero mal aprendida. Siempre señalamos a los esnobs, pero nunca queremos formar parte de su club, aunque dejamos en claro que entendemos esas cosas porque en nuestro caso sí somos intelectuales piolas. ¿Por qué hablar de polisemia? ¿Por qué usar esa palabra? Por qué no decir simplemente que el chiste malo viene del uso de una misma palabra para designar dos cosas distintas, casi antagónicas: por un lado el asalto como actividad criminal, y por el otro el asalto como esa fiesta juvenil que reunía a un grupito de adolescentes en una casa donde algún adulto cuidaba, se bailaba música de todo tipo y se llevaban bebidas y comidas como fondo común. Y entonces llegaba el momento de los “lentos”, la música melosa compuesta para el apriete de las parejitas, y los nervios de quienes eran correspondidos por no saber bien qué carajos hacer, y la desilusión de quienes quedaban relegados al banco de suplentes. Una escena bastante común para ser utilizada en cualquier historia de escritor/a/e de mi generación. Y no voy a nombrar temas musicales, aunque se estila mucho. Tampoco voy a inventarle sensaciones y movimientos torpes a ningún personaje, por respeto a la lectura. Se pueden imaginar lo que quieran, tampoco es algo tan importante para esta historia, que me parece que es una historia que tiene la particularidad de siempre estar por empezar, y de nunca estar por acabar. Lo siento por eso. Soy el que escribe acá:    , pero tengo que pedir disculpas de vez en cuando. “Gomen” dicen los japoneses, y es una palabra que me suena bien, como un lento de Simon and…no no no, definitivamente no voy a empezar con la lista de temas de una escena olvidable, de novela contemporánea de un vecino que conocí hace tiempo, y que le tuve que confesar que solo llegué a la página cincuenta de su escrito, cuando dos personajes bastante aburridos van a comer al sochori de dorapa. ¿Por qué esos escenarios? ¿Por qué van al sochori de dorapa y no comentan lo que pidieron, si fueron con el clásico choripán con chimi, si le metieron fritas a morir, si el hecho de estar de dorapa dificultó la digestión? Para nada, se nombra los lugares como para testimoniar que se está en la ciudad, como decir que hacía frío y que los personajes tenían puestos unos sweaters. Faltarían la caja de alfajores, la foto con los lobos marinos y un último paseo por la rambla, con la música del imitador de Alcides de fondo…no no no, dijimos que nada de música, que las listas son un embole en las historias. Volvamos a la escena tipo, los dos adolescentes encontrándose para descubrir sus deseos, su fuego caprichoso interno, escena de iniciación que si sale bien puede llegar a salvar la novela, y tal vez podamos pasar de la página cincuenta. Bueno, pongamos por caso que bailan, como se bailaban los lentos…y acá va otro lugar común, con brazos extendidos sobre hombros y un bamboleo nervioso que terminaba en trago de Fanta y chizitos. Pero eso pasaba en los barrios chetos – si digo cheetos sería otro chiste muy boludo, no lo digo-, no en el mío. En el mío -que no lo pienso nombrar, ni siquiera una esquina, ni un local clásico o plaza cercana – se escuchaba otro tipo de música, más sacudona y zarpada, y los pibes y las pibas se metían mano más abajo de los hombros, se lengüeteaban de lo lindo y se tomaba cerveza. Otro tipo de asalto, sería una tercera acepción. Lo loco es que había pibes como yo, igual de tímidos y pajeros, que no podían sacar a bailar a nadie, y que solo se dedicaban a chupar birra hasta terminar vomitando en algún terreno baldío que….bueno, tal vez las escenas que se veían en los terrenos baldíos de mi barrio debieran ser censuradas, para no herir la susceptibilidad de los/las/les lectores. Sé que no todos vivieron en mi barrio su infancia y adolescencia, y sé que tampoco es que ya estuvieran fumando a los diez años. Cosas que algunos viven y otros no, por cuestión de unas interminables veinte cuadras de diferencia. Como sea, ¿por qué me fui de la escena tipificada, el asalto en barrio cheto? Mis dos personajes se encuentran por primera vez ahí, y solamente comen chizitos y toman Fanta y bailan un lento a distancia, con sus manos apoyadas en los hombros, como dándose aliento. Aliento, a eso íbamos. Los chizitos no ayudan al buen aliento, la Fanta no quita la sed. La conclusión podría ser fatal, un beso seco como el desierto de Atacama. ¿Conocen el desierto de Atacama? Qué suerte, yo no. Lo nombro porque la otra referencia queda muy lejos y es más típica: el desierto del Sahara. Me siento más bolivariano / sanmartiniano si traigo a colación el desierto de esta zona del hemisferio. América del sur, bien al sur, ga ran ti za doooo…no no no, nada de lista musical. Además, puede que muerda el anzuelo, y al escribir desierto del Sahara se me venga la referencia de una novela de Ballard, y eso ya sería muy terrible, terrible esnobismo marplatense que me di cuenta que no soporto. Ni mis personajes lo merecen, ellos que terminan de conocerse en cualquier situación típica de novela típica, de típico barrio marplatense. Y se van con los nombres sabidos, y un número telefónico escrito con lapicera en la mano. ¡Gran y típica escena de mis tiempos de adolescencia! Pero que no tuve nunca la suerte de vivir. El virgo de los asaltos, así me decían. No importa, no estoy en terapia ¿o sí? ¿Escribir historias no es como ir al diván, sentarse y empezar a contarse a uno mismo hasta que todo parece una novela que en nada se parece a la realidad? ¡Escritura del yo! Pero no, esto es escritura del ellos, los dos personajes que vengo queriendo hace rato se conozcan, así los puedo llevar al living del amor – otra referencia de época, en este caso un programa de citas que terminaba en muy probable matrimonio, capaz de divorciarse en la segunda temporada para empezar de nuevo, porque lo lindo de juntarse sucede cuando todo está por comenzar – y hacer que sí, ahora se metan mano, y que todo termine en:

1) Sexo de ocasión con posterior embarazo y comienzo de historia traumática porque son menores de edad, y música de Macaferri & Asociados de fondo…no no no, sin lista de música, por favor.

2) Rechazo y violación y quilombo familiar y demandas cruzadas y drama que se traslada a tribunales, y jueces que entienden todo porque alguna que otra vez violaron a alguien y la sentencia es toda una joyita de impunidad…no no no, otra de esas historias marplatenses que no vale la pena contar, porque para eso está funcionando la realidad, y algún día se tiene que terminar.

3) O las cosas son más tranquilas, los adolescentes se entretienen con algunas caricias inocentes, algún beso y nada más. Mañana es otro día y así nos dejamos de joder con esas historias de mierda que siempre se nos pasan por la cabeza a escritores mediocres sedientos de historias oscuras, sobrepasadas de existencialismo barato y que generan nada en los lectores.

¿Seremos una ciudad de idiotas sombríos? ¿Seremos solamente una ciudad de idiotas? Ahora me siento un poco culpable, porque no me decido por ninguna de esas opciones para mis personajes adolescentes. Lo más probable es que los mande a pasear por la Peatonal, al shopping, a comprarse un par de panchos, y que después los siente en la escollera de la popular, y que hasta ahí llegue un tema del imitador Sergio Denis que canta en la Rambla. ¿Seguirá vivo ese imitador, o se habrá caído del escenario también? Por las dudas, mañana me doy una vuelta por Punta Iglesias, no vaya a ser cosa que me encuentre con un cadáver con peluca y un gesto eterno cantando: “Te quiero tanto…” –no no no, habíamos prometido no armar lista musical -

********************humildemente, Juan Scardanelli*******fragmento de una posible novela que posiblemente nunca se publique, sobre el arte de escribir -o de intentarlo- desde el barrio Rivadavia*****

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