Una novelita marplatense (segunda parte)

Volviendo a la historia principal, la más importante de todas. Esa que se utiliza como gancho para lo “supuestamente profundo”, que sería…¿Qué sería? Podría pararme sobre alguno de los dos personajes adolescentes que se conocieron hace un tiempo en una fiesta, que para melancólicos noventosos como yo se denominaba asalto. Y como opté por la opción menos traumática, no tuvieron ninguna situación desagradable, solo una apretada homeopática, una rascada sin mayores consecuencias. Entonces, quedaría habilitado para empezar a desmenuzar por separado a cada cual, a cada uno de esos que se empeñan en borrar límites para vaya a saber qué cosa. Juntarse para ser uno, perder un poco la individualidad. ¿O habría que decir que juntarse con alguien genera una mayor entropía, una ampliación de esa individualidad que por fiaca seguimos nombrando YO?. Así, en mayúsculas. Cualquiera de esas dos individualidades que rascaran en el asalto podrían llamarse YO. Yo mismo sería el yo que dice YO. Y ya habría una especie de triángulo amoroso espectral, con un vértice escrito, esta historia, o lo que sea. En esa figura geométrica – lo pongo así para no repetir la palabra triángulo, porque me molesta un poco – el más perjudicado es el que escribe, porque tiene todo el peso en su:

1) ¿Pluma? Muy poético, demasiado.

2) ¿Lápiz? Décadas que no escribo con uno. Aunque sí debo decir que me regalaron el año pasado el mejor de todos. Un lápiz con motivo Franz Kafka, solo para fanáticos que hayan paseado por Praga. Como nunca estuve ni cerca, trato de conocer gente que sí haya paseado por esos lugares que imagino siempre grises, por los que el también siempre gris Franz solía pasearse. Y me imagino que nos encontramos en esa cueva que siempre soñó o pesadilleó – gran verbo que propongo inventar para el mañana -, y que nos ponemos a escribir como posesos mientras alguien desde el afuera universal nos pasa comida y nada más, dos condenados a escribir por escribir nomás. ¿Y qué hacemos en los momentos de calentura, excitación, fiebre pasional? Cogernos. Me imagino cogiendo con Kafka, mientras comentamos lo que escribimos y las cucarachas nos miran como diciendo qué cosa más desagradable esos dos seres…y como lo que él escribe es todo el tiempo impresionantemente perfecto y sorprendente – y, sobre todo, muy kafkiano-, mi bronca me lleva a ser el más activo en lo sexual, una especie de consuelo de mal escritor, yo garchando a Kafka, aunque en verdad preferiría que fuese parejo, porque a lo mejor le robo algo con eso, y quién sabe si no hay una gran novelita marplatense esperando nacer…no no no nada de canciones para improbable lista a ser escuchada en más que sanguinaria plataforma dementora de grandes artistas.

3) ¿Lapicera? ¿Lápiz era? La cuestión con ese objeto es que soy zurdo. No lo digo políticamente, ni futbolísticamente, aunque sí suelo votar a la izquierda y me encantan los equipos que dirigía Ángel Cappa. Pero acá lo digo a la hora de escribir. Toda una vida luchando contra la mala prensa que sufrimos los zurdos de escritura, manuales interminables dedicados a nuestra supuesta enfermedad, butacas en la facultad que son todas para derechos y derechas. Personas derechas, eso es lo que se empeña en formar la ciudad, desde sus inicios. Por eso los curas tienen cada uno una escuela para formatear su futuro público, por eso siempre hay un intendente derechoso, siempre chabón, siempre con el mismo sweater, adicto al café de la Fuente de Oro. Del otro lado de Champagnat, algún zurdo como yo, condenado a mancharse la mano con lo que escribe, que después apenas si se entiende porque quedó todo borroneado, corrido de lugar. Y eso no está nada mal, después de todo. Hay poemas que nacieron así, de palabras borrosas que nunca pude recuperar, y que dieron nacimiento a otras que aparentemente mejoraron el texto en su conjunto. O al menos eso parece. O tal vez solo me parece a mí. Como sea, año 2024, mal año para ser zurdo. Aclaro, ninguno de mis dos personajes adolescentes que se conocieron hace unos días en el asalto son zurdos. Yo solo me mancho los dedos con tinta.

4) ¿Teclado? Usé varios formatos con teclado. La más vieja y confiable fue la máquina de escribir, una Olivetti que era de mi abuelo materno. La Olivetti que viajó a través del pueblo sojero con nombre de santo menor, y que llegó hasta el barrio…no lo voy a nombrar, pero queda por Jara al fondo, más o menos. ¡Más o menos bien! No no no nada de temas para lista insoportable de lavar ropa el domingo. Ya saben, otro lugar común, el que escribe comentando cómo era que se hundían las teclas con pura fuerza de dedo mientras los vecinos se quejaban por ruidos molestos y la famosa / prestigiosa imposibilidad de corregir: “en mis tiempos no había vuelta atrás, más vale darte un saque y escribir todo de una”. Luego recuerdo una semi automática, como un revolver calibre 38 actualizado / retocado, que recargara por su cuenta las balas. Una máquina a mitad de camino entre notebook y Olivetti: el teclado de compu, pero con rodillo y cinta. ¡Tercera posición! Lo malo de esa maravillosa máquina es que el mecanismo de teclado tipo compu exige demasiado al rodillo y la cinta, por lo que solía romperse a menudo. Además, se presionaba mucho a la memoria, porque el rodillo iba más despacio que los dedos. Textos enteros que perdían fluidez, como espero que no sea este caso, o no lo esté siendo. Ok, tengo un problema: la obsesión por la fluidez. Listo, máquina semiautomática descartada. Finalmente, y a falta de una adecuada evolución, llegamos a la computadora, que más o menos sigue siendo igual desde su aparición en el barrio hasta hoy. Ya sé que cambiaron un montón de cosas, pero en lo que es sentarse a escribir, la computadora funciona más o menos igual que décadas atrás. El teclado no evolucionó para ninguna parte. Por ahí puede ser más o menos compacto, más o menos sensible, pero las letras están distribuidas casi de la misma forma que la Olivetti. ¡De verdad! Doy fe porque estoy viendo las dos cosas en este momento. ¡Cuántos recuerdos en dos máquinas! ¡Cuántas historias que no funcionaron! ¡Cuántas horas….¿perdidas, ganadas, quemadas, invertidas, jugadas, pesadilleadas – insisto con esta palabra –? Recuerdo haberme caído de una escalera por llevar el peso de la Olivetti entre mis flacos y débiles brazos. Recuerdo haberme quebrado alguna parte del cuerpo por eso. Recuerdo que la Olivetti quedó intacta. Molestamente irrompible, a diferencia de la notebook que suelo usar y que se suele romper cada dos por tres, o que se suele quedar sin batería. En el juicio final:

a) ¿En cuál confiarían más?

b) ¿Con cuál se quedarían?

Esas son las dos preguntas más importantes que uno debe hacerse a la hora de elegir un objeto o persona. No significan lo mismo, y les adelanto algo – ahora se dice espoilear, no sé bien por qué -: muy rara vez coinciden las respuestas. Lo más confiable no suele ser objeto / sujeto de deseo. Lo más deseado no suele ser objeto / sujeto de confianza. Y algo de eso hay en esta relación que empieza con estos dos adolescentes que tal vez no deberían haberse conocido en el asalto en barrio Cheto. 


**Continúa la semana que viene. Y es verdad que está prohibida la lista de temas de la novelita, pero bueno, acá va una de los nombrados hoy:

**********************************humildemente y avanzando con la novelita, Juan Scardanelli++++++++++más o menos bieeeeeeeeeeen+

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