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Asesíname

La realidad del actuar no es pasado,
astros brillan, hay vida sin defectos
Friedrich Hölderlin

Hay escenas que son más extrañas que la realidad. O que la copan toda. Pero a lo mejor soy yo lo que es más raro que la realidad. En esta historia, que no es mía, hay dos personas en una pequeña habitación, un monoambiente sobrecargado -como solo los monoambientes pueden estarlo- . Las dos personas se desean con una pasión desenfrenada, están a punto de estallar. Largo tiempo pasaron simulando ser el gato y al ratón, haciéndose pelota en un juego que las tenía en primer plano, hipnóticas para mis ojos. De alguna forma se sostuvieron en una misma obsesión, y llegan a ese encuentro inevitable. Porque esas cosas pasan en la ficción, los encuentros acaban por ser inevitables y muy necesarios. Todo lo que pasa después, bueno, mejor que quede fuera de escena, mejor que no sea narrado, porque alabado sea el silencio, alabada la última hoja en blanco. Si la situación continuara, yo ya no tendría vida. En fin, la ficción es vida, otra distinta…Se encuentran estas dos personas, haciendo caso a lo inevitable de la fatalidad, y de eso sí que hay mucho en mi realidad. Fatalidad en las calles del barrio Rivadavia, fatalidad en las clínicas de la ciudad, en los otros barrios, en las provincias, fatalidades en el país y en el mundo y, estoy seguro, en el resto del universo. Parece ser la única regla que todo lo abarca: la fatalidad…Pero dale, esto no es una tragedia, supongo. Porque estas dos personas que se encuentran se desean mucho, y están recostadas la una al lado de la otra, en la cama. Una mira el techo, con la vista perdida, como no pudiendo entender lo que pasa. Es la que reprime, es la que trata de contenerse bajo el poder de las normas castradoras que le impuso la sociedad. Nadie debería enamorarse de un monstruo. La otra, la mira a ella, a Eva, con ojos de deseo. Pero de un deseo profundo y más verdadero de lo que la ficción pretende. Tal vez soy yo forzando una lectura, pero la está mirando con la fascinación con la que se mira aquello que no se entiende, que no se puede explicar. Surge el miedo y la duda, cualquier cosa puede pasar, pero va a ser trascendente y definitivo. Una explosión, en algún sentido. Se ponen de lado, se miran, pero eso es ya el movimiento que sigue en la escena. Me quedo en el plano cenital del principio, yo mirando desde el techo esas dos personas expectantes por la explosión del deseo y del odio y del amor y de todos los sentimientos encontrados que cultivaron, entre ellas y con los demás vínculos. Todo eso no puede terminar bien, en la realidad. Pero esta historia, que no es mi historia, es ficcional. En ese territorio, las cosas pueden ser distintas. Yo ya me frené, congelé la escena, no necesito más. Esas dos miradas me explican lo que yo sospechaba pero no me animaba a expresar. ¿Me sé expresar? ¿Cómo, si nadie me enseñó? Tal vez, mirando al techo y preguntando “¿Cómo carajos hice para llegar hasta esta situación?” “¿Qué hago con esto que siento?”. O sino mirando a quien tengo al lado, pensando “¿Qué carajos estará pensando?” “¿Qué mierda puede llegar a hacer?”  “¿Tendría que hacer algo?” Pero en mi escena, ya la tengo apropiada, no pasa nada. Las opciones sobrevuelan el tenso ambiente. La apuesta es de las que más me gustan: a todo o nada. Y también está la trampa, porque sé muy bien que el Todo es imposible, porque solo los astros son perfectos, solo los astros. Los humanos no estamos ni cerca. Y si quedamos en nada, ¿qué sentido tiene haber llegado hasta ahí? ¿para qué tanto deseo? Se abren dos caminos posibles para el deseo: La posesión o el asesinato, que en verdad son dos caras de la misma moneda. Lo más extraño es que la psicópata Villanelle lo sabe, es su regla general. Sin embargo, es ella la que está rendida al deseo, es ella la que suspende su naturaleza de loba despiadada. Y es la otra la que saborea, por primera vez, esa posibilidad de perderse absolutamente, hundirse en su deseo, soltar su esencia inexplorada y convertirse en su propia psicópata. Lo va a hacer, los roles se van a invertir por un instante. La escena se va a romper entre la sangre y el flujo del deseo sexual tanto tiempo reprimido. Después de todo, hay un arma, que si está a la vista deberá ser usada. El universo va a volar en mil pedazos. Y yo, mirando desde arriba, con la cámara, me voy a quedar maravillado de la vida. Pero va a ser todo un instante. La trama se va a reconfigurar en unos segundos. Cada quien volverá a su rol, a sus lugares, a sus escenas. ¿Pero quién nos quita lo sentido? A veces pienso que consumo las ficciones como un verdadero psicópata. Que las pervierto según mi propio y desviado deseo…Vuelve a ser de día en el barrio Rivadavia, tengo que ser presente y sufrir un rato. Salir de la cama, clavarme un barbijo y pretender que no hay gente sufriendo, que mañana todo va a estar bien y que las filas de autos pidiendo hamburguesas tienen algún sentido. Que en las redes sociales hay pasión y que por Whats App alguien piensa que es posible jugar esa apuesta definitiva. La apuesta es a todo o nada, o no sirve. Si no sentís algo de eso, por favor, seguí de largo.
Manifiesto de la semana: Todo lector es un psicópata.

*La escena está en el final de la primera temporada de la serie Killing Eve. Y lo que surgió como música es lo que va a continuación…

*************Humildemente Scardanelli, desde el corazón del barrio Rivadavia, un lugar desde el que también se puede joder al patriarcado*******************************Contacto: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar***********

**(Publicado el 21/05/2020)

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