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In-realidad


Estamos absurdamente acostumbrados al milagro de unos pocos signos escritos capaces de contener una imaginería inmortal, evoluciones del pensamiento, nuevos mundos con personas vivientes que hablan, lloran, se ríen. Aceptamos eso tan simplemente que en cierto sentido, por el hecho mismo de una aceptación automática y grosera, deshacemos la obra de los tiempos, la historia de la elaboración gradual de la descripción y la construcción poéticas, desde la época del arborícola hasta Browning, desde el troglodita hasta Keats. ¿Y si un día nos despertáramos, todos nosotros, y descubriéramos que somos absolutamente incapaces de leer? Quisiera que se maravillasen no sólo de lo que leen sino del milagro de que sea legible.

Pálido fuego, Vladimir Nabokov


Porque salía a la calle pensó que estaba vivo. - Y eso es mentira -. Respiraba hacía tiempo y no se había dado cuenta, porque todas las cosas las olvidaba con el paso de los segundos. Entonces se empezaba a dar cuenta de que los sentimientos se curaban si los dejaba de mirar. Pensó en todos esos amores que no pudo concretar o que fallaron, en todas las aventuras erráticas, en todas las broncas, las peleas, los éxtasis, los festejos y los velorios…Todo tan real en cada instante y tan in-real después de que los días normalizaban su curso. Y siempre ese malestar del nuevo presente, todo el tiempo recomenzando, todo el tiempo resignificándose, todo el tiempo volviendo a empezar. Si se quiere, se trata de volver al presente, eternamente. Comenzaba a sospechar que ni la muerte cambiaría la ecuación. Sería el presente en un instante, y pasado, y vuelta, y así… ¿Pero qué sucedía con la literatura?. En algún lado había leído esa historia del rey devenido en crítico literario. El monarca omnipotente que escapa de su reino antes de ser ajusticiado por el bando con ansias regicidas. Aparecía un pasadizo facilitado por un actor que lo ayudaba a concretar el escape final, nada glorioso. Y una nueva-vieja vida en un vecindario lejano, al lado de la casa donde vivía su poeta favorito. ¿Y qué otra cosa puede hacer un ex-rey salvo ser un lector psicópata? ¿Y qué clase de lector psicópata? el peor de todos, el que es capaz de interpretar tendenciosamente los versos que no lo tienen en cuenta para nada. Pero los lectores debemos ser así, debemos vampirizar las historias, chupar de la sangre de esas letras, esos signos escritos que - mágicamente - entendemos a la perfección, y a los que - más sorprendentemente - otorgamos sentidos exagerados. Y ese ex-rey recordaba que en alguno de sus presentes lograba hacerse de lo más importante para un lector: la obra del escritor favorito. Y llegado el momento de la elección definitiva, ni lo dudaba. Porque en algún momento de la historia aparecía un asesino gris y lleno de resentimiento, que debía ajusticiar al ex-rey. Pero claro, como no son buenos momentos para el gremio, el asesino resultaba ser un inexperto total y no tardaba en poner en riesgo la vida y la obra del poeta. ¿Y qué hace un buen ex-rey, un buen lector psicópata, un comentador canalla y egocéntrico en esa situación límite? Elige salvar la obra, obvio. Entonces, en la historia, el poeta favorito cae herido de muerte y el ex-rey se guarda ese último atisbo de realidad. Porque esas letras juntas, esos signos garabateados que conforman versos son la realidad, no hay duda. Entonces se guarda el manuscrito cerca del corazón, pensando que en esas páginas pueden estar perfilados él y su esencia. Desea como un loco llegar a su casa para leer y descubrirse allí, donde las cosas sí que tienen sentido. Pero siempre llega el momento del desengaño, porque la in-realidad es así. La in-realidad del texto descubre que no está él, no está su historia, no está todo lo que le dio al poeta por ningún lado. ¿Y cómo puede pasar algo así? ¿Cómo puede fallar de esa manera la poesía? Y la salida, la respuesta del ex-rey, del lector psicópata es nada menos que publicar el texto inédito, el último suspiro literario del poeta, y acompañar cada verso con una parrafada interpretativa, que lo incluya a él, a su reino, su pasado y sus personajes. El mejor lector es un ladrón compulsivo de historias. Entonces no hace más que forzar cada línea, cada expresión del poeta en su último texto, porque quiere estar ahí, tiene que estar ahí…Recordó todo eso, que era Pálido fuego de Nabokov. Pensó en la in-realidad de las historias, cada una con su propio universo, en su propio tiempo, en su especial presente que es pasado milimétrico en cada instante. Se dio cuenta que esa in-realidad era la única verdad que tenía, y que estaba en cada texto que había leído…Pero tampoco era definitivo, caramba. Porque el narrador de esa historia tiraba todo por la borda, porque podía ser el verdadero poeta detrás de todo el entramado ¡Claro! A lo mejor, nada de eso había sido verdad, la historia era el invento de la historia. El ex-rey y el asesino gris, y el poeta, todos creaciones de un escritor más allá, que tampoco se puede tocar, porque forma parte de otra in-realidad…Y la suya estaba ahí en presente, pasado, presente, y vuelta… Salía a buscar lo que pensó que había perdido, y se dio cuenta que eso nunca había estado ahí. Porque no había un ahí por fuera de la literatura, esos signos escritos que mágicamente entendía. Volvió a su departamentito, se pegó una ducha, se permitió creer en alguien, se arrepintió antes de acostarse. En la cama, tomó otro libro, del mismo autor. Los primeros capítulos lo invitaban a descubrir la historia iniciática de un maestro del ajedrez. Todo comenzaba con la muerte de un rey, un ex-rey. Ya estaba metido de lleno en otra in-realidad, que tomaría psicopáticamente prestada, lo que durase el vínculo, hasta el próximo desengaño.



*Ahora pensaba yo, que el nueve siempre es un número que trae suerte, y que hay otros lados que sí pueden estar buenos y que no son aquí, y que nadie te quiere cuando estás mal:


*************Humildemente, Juan Scardanelli, leyendo Nabokov compulsivamente, desde el corazón del barrio Rivadavia, mientras el mundo pos-anormal va para cualquier lado que se le antoja, y no hay manera de pararlo, y no hay para qué. Nadie te necesita cuando estás viejo y cada vez más gris*************************************************

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