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Protocolo para contar una historia

Protocolo del lat. tardío protocollum, del gr. bizantino prōtókollon, hoja que se pegaba en un documento para darle autenticidad; literalmente: pegado (collum) en primer lugar (proto).
Diccionario de uso del español, María Moliner
Protocolo del lat. tardío protocollum 'primera hoja de un documento con los datos de su autentificación', y este del gr. bizant. πρωτόκολλον prōtókollon.
Diccionario de la RAE (fuente agregada para resaltar lo tan mejor que es el diccionario de María Moliner - ayer, hoy y mañana- )


Esta puede ser la primera hoja de un documento histórico, la que afirma la autenticidad de todo lo que se escribe a continuación. En un futuro muy lejano…far far away…podría ser desenterrado de alguna fosa común, donde fueron a parar todos los documentos escritos por una generación de escribientes del año dos mil y pico, que nunca fueron comprendidos y, mucho menos, queridos y apreciados por sus madres, y menos por sus amigues y mucho menos por sus pares. En esta hoja, habría que dejar asentadas las bases para los textos del porvenir. Si es que hay textos por venir, y si es que hay eso que le dicen porvenir. Más bien, de venir viniendo se trata siempre. Venir de vuelta, otra vez, para comprobar que lo que se desenterró mañana, ya no sirve hoy. Y que mañana no quiere ser desenterrado, ya no le interesa nada la profundidad, porque hay menos tiempo que en el mañana de ayer, las cosas pasan tan rápido y es mejor mezclar todo, barajar y dar de nuevo en la superficie. Pero puede ser que algunas cosas sí funcionen, porque fuck it i love you todavía resiste, en la voz de una sorprendente Lana del Rey, en ese disco que tanto recomiendo desde el hoy, que mañana será el ayer enterrado: Norman Fuckin Rockwell. Y antes que nada, lo siento, ahora, en este momento de escritura, no tengo muchas ganas de tratar cosas que te sirvan demasiado. Porque mi escritura es una herramienta sin nombre y bastante inútil. Como alguna vez expliqué, ni siquiera me sirve a mí, para nada. Porque no todas las cosas deben servir. Mejor, que la escritura nunca sea sirviente de nadie, a partir de hoy, que es el ayer de mañana. No tuve el ímpetu de poner todo esto en verso, porque hay rincones que sí quiero que salgan a la luz. Entonces, establezcamos un protocolo claro y no tan descabellado, mantengamos la compostura, la decencia y el Sistema que tanto nos enterró a todes. Aclaración: las E que te suenan disonantes, corresponden al llamado lenguaje inclusivo, que yo decidí incluir el día que me crucé con alguien que me dijo, sintiéndose no incluido: “¿Qué te molesta usarlo, te cambia en algo? A mí sí, me siento parte de lo que decís”, y si alguien no lo entiende en el mañana del mañana, ya tuvo la explicación, deberá esforzarse para no quedar atrapado en el mañana del ayer. Lo que en todo tiempo deberá quedar claro es que lo más interesante de toda vida son las historias. Las hay de cualquier tipo y calibre. La de hoy, que voy a referir a continuación, me llegó por un testigo del barrio Rivadavia, un trabajador de fábrica, que casualmente me encontré en el 554 y que, como es amigo, bueno, charlamos un rato barbijo mediante y durante. La historia vino a colación justo, porque hablábamos de nuestro ayer, que es el ayer del ayer del mañana, la prehistoria de este protocolo desenterrado, pero tan verdadero como no real. Se trata sobre un tipo…
…Lalo, se llamaba. Era un paisano de Madariaga. Más bueno que el pan y de esos que te dicen negro y es negro. De esos tipos del ayer de ayer, que ya no son hoy, y mucho menos mañana. Este Lalo era un fanático de los fierros, se la pasaba yendo a ver cualquier cosa que corriera en el autódromo de la zona. Se dice que hasta fue capaz de ver y apostar en carreras de caracoles. Algo raro e incomprobable. Como sea, el hombre tenía una hija, bastante tuerca también. La piba era bonita y estudiaba en Mar del Plata. Ahí fue que conoció al ahijado de Fangio, o de alguno de esos corredores históricos de Turismo Carretera de la zona, que no era nada lindo. Esta nueva parejita fue feliz un tiempo, suficiente como para que el joven le ofreciera al padre de su novia el coche que había guardado con recelo toda su vida. Se trataba de un Renault 11 en impecable estado. Todo original y con muy poco uso. Uno de esos autos que se utilizaban para las exposiciones de joyas de los domingos, donde coleccionistas y fanáticos se mostraban sus coches favoritos como mascotas amadas, dignas de ser vistas respetando los protocolos de distancia. Cuando Lalo vio el vehículo por primera vez, no pudo evitar las lágrimas. No quiso evitar las lágrimas. Eran pocas las oportunidades en las que decidía mostrar alguna emoción. Su hija se dio cuenta, el noviecito de su hija también. Entre los dos le insistieron a Lalo para que se lo quede, que el precio iba a ser bien conveniente. Lalo estuvo reacio, no quería permitirse semejante lujo. Para él ese auto significaba el sueño del pibe, porque de joven fantaseaba tenerlo como se desea lo imposible, con esa impaciencia que es fuego. Y ahora su hija y el novio le ofrecían materializar lo que debía quedar flotando en el mundo ideal e idealizado de las ideas. Tanto le insistieron que Lalo cedió, se preguntó: ¿Por qué no puedo ser feliz, un cachito? Juntó la plata que atesoraba para una emergencia, y pagó de contado el precio simbólico que el joven le puso al Renault 11. Y Lalo fue feliz algunos meses, hasta que llegó el fatídico día. Las tragedias son así, se empiezan a formar cuando menos se las espera, una mañana de sol de otoño, temprano, a la vera de la ruta. Lalo salió por la rotonda de Madariaga, como todos los días. Pero esta vez, no prestó la debida atención, no vio venir un camión 1114, que se lo llevó puesto. El milagro operó parcialmente: el auto quedó a la miseria, y Lalo en estado de coma. Meses y meses luchando por su vida, hasta que finalmente zafó. Nunca olvidó que ese día en que soltó su pasión y se compró el coche de sus sueños, fue el de la perdición. Asoció libremente los hechos, como uno hace en las historias. El ayer, fundido en el hoy, determinando el mañana. Nunca más volvió a caminar y se tornó un hombre hostil y mal humorado. Su hija se separó del pibe y dedicó sus días a cuidar de su padre en Madariaga. No pararon, padre e hija, hasta odiarse irreversiblemente. Uno de los dos va a matar al otro, cualquiera de estos mañanas, para que desenterremos el protocolo de lo que será una gran tragedia del ayer…
Así me refirió la historia este amigo-testigo, alguien del barrio Rivadavia de mi hoy, que ahora desenterrado en el mañana, no es más que tu ayer. Porque las historias son porosas, los textos son opacos, están súper (des)compuestos. ¿Qué deberá contener un texto para ser considera como histórico? Para quien lo desentierre y dedique sus días a estudiarlo, una advertencia:...El texto corresponde a un día de otoño, yo puedo estar mintiendo, puedo ser Lalo, o puedo ser aquel joven, o puedo ser la hija de Lalo. Yo puedo tener el final de la historia acá, en mis manos ensangrentadas. Lo que te queda saber a vos, habitante del mañana, desenterrador del ayer, es a quién corresponde esta sangre, que es mi hoy...

*Sean respetadas las primeras hojas de todos los escritos, que se adelantan para autentificar todas las historias. Y como nota al pie va el tema de Lana del Rey, para deleite de los desenterradores de textos que a nadie importan:

*****Sincera y humildemente, el batanense Juan Scardanelli****************quejas y reclamos: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar***************No soy lo que esperaba************qué le vas a hacer*********************una cosa es lo real, otra la verdad y una más allá¿?¿?¿?***************

**(Publicado originalmente el 11/06/2020)

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