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Escribientes en el desierto (una novela)


                     Escribientes en el desierto                                                

Escribientes en el desierto / Juan M. Penino
Patio del Fondo Ediciones, Mar del Plata, 2023

(Novela) 

 Foto: Juan Scardanelli

 Mar del plata, marzo 2024

 

  

INICIO (prólogo)

Es difícil. Muy complicado empezar un documento en blanco, llenarlo de formas, de signos con algún sentido. Quién no experimentó, al menos una vez, el vacío. Quién no se sintió sola y a la deriva, con una hoja vacía en frente y toda una sociedad alejándose, distante, despidiéndose con la cordura a bordo. Semanas, meses pensándome loca, imaginándome completamente perdida, sintiéndome enferma por estar persiguiendo algo que se desvanecía todo el tiempo. Algo que parecía evaporarse con mucha convicción. ¿Sería por eso que me perdí? ¿Por qué forzar sacar a la luz, lo que no quiere ser expuesto? ¿Quién me mandó a mí a escribir sobre Adolfo Cuentrao? ¿Por qué lo elegí como combustible para mis obsesiones de escritora mediocre? ¿A quién pensaba entregarle esto y para qué? Porque peor que el vacío, el blanco de una hoja, es el vacío de una persona, de un poeta. Alguien que no quiere ser descubierto, alguien que ni siquiera dejó una obra para manosear, para dar vueltas, para remarcar. Y eso fue lo que me impulsó a escribir esto, que no sé cómo llamar. Importa poco quién fue Cuentrao, si nació acá o en Brasil o en Paraguay, si escribió algo o solo pasó sus días tomando café y drogándose en el club Racing. Y nada, donde una pista aparece ese mismo instante epifánico ya no está, se hace niebla, y quedás vacía, otra vez. ¿Y cómo atar cabos donde no los hay? ¿Cómo escribir una certeza si no hay pistas? Personajes. Lo único que pude pensar para empezar a trazar un perfil de alguien que se ocupó en no existir, es buscar personajes. Como en un relato, los personajes ayudan cuando las hojas están completamente vacías. Con sus voces, sus siluetas recortadas en el horizonte lingüístico. Ellos empiezan a hablar, a moverse, a trasladarse, a darle vida a lo que, por lo menos, está cerca del protagonista. Un protagonista que igual es una ausencia, es un vínculo roto apenas rozado por palabras y gestos sin sentido. Pero algo es algo, y me quedo con esos personajes. Los entrevisto, charlo con ellos, intento sacarles algo, que me den un pedazo de su vida para que tenga sentido lo que hago. Pero no me puedo engañar, no tengo nada. Ahí no está Cuentrao, no está su poesía, no hay más que un paredón en blanco. Pero lo intento, me esfuerzo con toda el alma de escritora, con toda la pasión de los versos que nunca voy a conocer. Me resigno, sé que no voy a conseguir el objetivo, sé que lo único que voy a sacar es soledad y dolor, mucho dolor. Igual no lo puedo evitar, no me quiero esconder más, para bien o para mal me metí en esta tarea, quiero dar a conocer al mundo microscópico de la poesía, de los rincones del barrio Rivadavia, una silueta, el perfil borroso de una figura, que no sabremos jamás qué dimensión tuvo.

Agrego a las entrevistas de gente que conoció al poeta Adolfo Cuentrao, los datos poco claros que hay sobre su vida. No cito fuentes, no voy a ser nada académica, porque no creo que se publique esta historia. Me la imagino más como una ficción, donde lo concreto no tiene sustancia, donde lo real está corrido. Acepto ese estilo a mitad de camino, porque ya no interesa la precisión, no quiero un libro que sea una parodia de un poeta, que sea un personaje del que una extrae sus cualidades para reírse un rato, para que parezca tan real como el escritor más importante de la historia. Cuentrao puede haber existido o no, poco importa. Lo que queda es una búsqueda infructuosa, que ojalá haya dejado, al menos, una intención literaria, una intención de lenguaje particular. Esa es la única aspiración que guardo, porque a lo mejor, cuando lea todas las partes juntas, me puedo encontrar a mí, Inés, simplemente, una estudiosa a medias, una escribiente que va en busca de vaya a saber qué…¿Una voz? 

 

Raro llamarse Inés en esta época. Las mujeres ya no tienen esos nombres, que son de tía abuela, de mañana con medialunas caseras en lo de una parienta en Tandil, en Balcarce. Con mate y té de tilo, porque hay que tomar algo caliente para sentirse vivo, porque ya no es temporada de amor. Son tiempos donde nadie sabe cómo expresar plenamente el cariño. Serán las guerras, la tecnología omnipotente, las pantallas salvajes, las redes sociales, la necesidad de mirar para otro lado. Porque es más fácil, mucho mejor no pensar en nadie más que en uno. Y que sean pensamientos cortos, de baja intensidad, con memoria limitada. Profundizar es el peligro, la vida no está hecha para profundizar. A la vida hay que segmentarla para poder ir haciéndola pelota muy de a poco, y que parezca que todavía es un bloque macizo. Eso es lo que espero generar con mi escritura, un bloque macizo, en el que diga acá estoy yo, unívoca por un rato, homogénea por un instante. Por eso, me di cuenta mientras pasaba en limpio la información recabada sobre Adolfo Cuentrao, que no importaban tanto él, su vida y su escritura. Lo trascendental era poder decir algo sobre mí como escritora, apreciar mis giros, mis salidas, mi estilo, mi ritmo. Si algo de todo eso queda al finalizar la lectura, lo habré logrado. Seguramente los lectores se sentirán defraudados por la no concreción del que parece ser el objetivo principal, un estudio pormenorizado sobre un poeta ¿Misionero? ¿Brasilero? ¿Paraguayo? De fin de siglo, que se desarrolló como escritor en el barrio Rivadavia, de la ciudad de Mar del Plata, y sobre el que poco y nada se sabe. Lo siento, poco y nada se seguirá sabiendo, sus datos son tan escasos como los testimonios que lo rodean. Pero hay otras cosas que sí aparecerán, estoy segura, con la lectura atenta. Y así invito a lanzarse al libro. Una lectura como arrojarse al vacío, y que pase lo que tenga que pasar. Una lectura a cuero abierto, un arrojo, un grito desesperado que no tendrá respuesta. Una lectura como las de antes, en la que uno se sumerge para salir distinto. Si no fuese este el caso, acepto mi destino de escribiente mediocre. Tal vez, a lo mejor, ni Cuentrao ni yo seamos dignos de una lectura, por eso será que me empeciné en ir tras su huella. Pido perdón otra vez, espero encontrarnos entre texto y texto.

 

 

Inés Pérez Pérez, marzo del 2008

Mar del Plata

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Espejo negro

Un intento de biografía del poeta Adolfo Cuentrao, por Inés Pérez Pérez

 

“Es este mundo de locos y fascistas,

dime nena como puedo yo cambiarlo”

Luis Alberto Spinetta

 

“Sombra terrible de Cuentrao voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo. Tú posees el secreto: revélanoslo”

(Casi)todo el fragmento corresponde a Domingo Faustino Sarmiento, de Facundo, civilización y barbarie.

 

Al listado de poetas nazis en América Latina, que realizara en tono irónico Roberto Bolaño, se le pueden sumar un montón de exponentes bien reales, que inclusive llegaron a tener cierto éxito, que se extiende hasta hoy – y, todo parece indicar, también lo seguirán teniendo en un futuro distópico no muy lejano -. Hay que admitirlo, aunque duela mucho, que este mundo de la posverdad, el posNetflix y el posmeme es un lugar bastante de mierda. Y es como me dijo un amigo hoy, mientras caminábamos por Parque Camet: “Amiga, me parece que el país está lleno de hijos de yuta, y parece que lo mismo pasa en el resto del continente”. Es por eso que resulta necesario actualizar el listado propuesto por el escritor chileno, dotándolo del componente que no está en su libro: la realidad. Hay muchísimos poetas nazis, de carne y hueso, dando vuelta entre los gobiernos de derecha de Sudamérica, de norte a sur, de este a oeste. Tal vez, el que mejor represente la nueva camada sea Adolfo “Tino” Cuentrao. Un ¿Misionero? de nariz aguileña y ojos celestes como el cielo despejado, que nació y se crió en ese lugar poco preciso, siempre en fuga y tan estimulante como el de la frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil. En esto, cabe aclarar que la denominación poco feliz de triple frontera es un término ganado e impuesto por los medios de (in)comunicación, que estigmatizan de esa forma – con el lenguaje – aquello que desconocen y no pueden sentir. El lugar no se puede dividir en tres, ni siquiera en dos. El lugar es un lugar. Es siempre unívoco y homogéneo, porque se trata del sitio de pertenencia, el barrio, la casa paterna, la casa materna, el patio. Y como este es un ensayo biográfico, deberíamos ser lo más precisos que se pueda, por eso al lugar lo llamaremos Frontera. Volvamos al caso particular de Cuentrao. La verdad es que nunca se supo de qué lado nació, poco importa, se trata de un poeta de Frontera, lo que marcó su producción literaria y – hay que ser justas y objetivas – lo ayudó a destacarse por encima de la media de su época, le dio como un aire de excentricidad. De sus primeros años de vida, se sabe poco y nada. Por habladurías y algún que otro comentario fabulador de gente que dijo conocer a la familia, podemos inferir que su historia empezó como la de tantos y tantas personas de Frontera: una pareja de fugitivos escapa y se radica en ese lugar, donde pueden esconder sus verdaderas identidades y comenzar a vivir una nueva-vieja vida. Haciendo una lectura especulativa – como no se debe hacer en una biografía – también podemos aventurar que sus padres eran alemanes, o que venían de alguna zona europea que llegó a formar parte del imperio nazi. Seguramente, los padres de Cuentrao, fueron adictos al régimen. Sobre su apellido originario nada se sabe, menos los nombres de sus padres, ¡Ni siquiera se sabe si tuvo padres! Por lo que esos primeros años de vida son un verdadero abismo, un vacío, un hiato imborrable… Todo comienza a reconstruirse en el momento en que “Tino” ingresa a las instituciones educativas fantasmas, que aparecían y desaparecían en la zona de Frontera, su lugar. A temprana edad, luego de abandonar la escuela secundaria “Frontera Patria Nº1”, por escupir y maltratar sistemáticamente a compañeros, cuyo color de piel consideraba propio de una etnia inferior, se dedicó a la lectura y escritura vorazmente. Pasaba horas y horas leyendo cualquier libro que podía rescatar de las casas que frecuentaba, entre familiares y amigos, de los que poco y nada se conoce. En su plena juventud logró realizar una novela de más de trescientas páginas, titulada “Contaminación y exterminio”, de la que no se encontró ningún ejemplar, pero sí alguna reseña en periódicos de la zona. En ella, el joven Cuentrao describe un futuro distópico – acaso no exista posibilidad de imaginar otro tipo de futuro – en donde las llamadas “razas inferiores” dominan el mundo a fuerza de ser amplia mayoría, e imponen su ideología y sus costumbres sobre un grupo de escandinavos que sobreviven valientemente, refugiados en la frontera entre Canadá y Estados Unidos. Desde ese lugar, como si se tratase de la Reconquista, la tribu de escandinavos comienza a expandirse hacia el sur. Según el punto de vista que plantea el relato, esta tribu era la elegida por los dioses para restablecer el orden divino, que había sido roto solo para probar el temple de acero de los escandinavos, el pueblo elegido destinado a reinar sobre la Tierra hasta el fin de los tiempos. Al parecer de los reseñadores, la novela está plagada de escenas de batallas extemporales, donde los héroes escandinavos, a veces, se asemejan a los troyanos de la Ilíada, y otras, a los héroes de las películas de acción de los ochenta, sobre la guerra de Vietnam. La especificación de las armas no importa, y mucho menos la veracidad de los escenarios de batalla. Lo que destaca constantemente es la bravura, la hidalguía del ejército “elegido” por sobre el anonimato y la falta de valor del llamado “ejército oscuro”. Uno de los críticos reseña en su pasquín: “A pesar de las licencias y pasajes irritables, donde Cuentrao se pierde en descripciones redundantes del ejército a la postre vencedor – al mejor estilo Homero -, la novela resulta muy entretenida y de fácil interpretación para la gran masa de lectores, que se verán atraídos por las batallas y las vicisitudes de los héroes, dejando de lado el contenido racista que transpira como catarata las páginas del libro”.

Luego de ese gran éxito en críticas, que no en ventas, Cuentrao decide abandonar la zona de Frontera, la casa paterna o materna, para irse a vivir a la Capital del reino, a Buenos Aires, donde al parecer, sus ideas encontraron respaldo político y económico. A los pocos años de instalarse y publicar notas periodísticas en diarios de la época – se calcula un amplio margen, entre 1970 y 1990, pero por desgracia ningún diario de entonces posee notas firmadas por algún Cuentrao o apellido similar – fue nombrado asesor del secretario de cultura, lo que determinó que se alejara de la escritura de ficción por un tiempo. Estos datos son poco precisos y provienen de fuentes que prohibieron la difusión de sus nombres y apellidos, mucho menos sus apodos. Sin embargo, varias de esas fuentes dudosas afirman que la figura de Cuentrao generó recelos en la mesa chica del Ministerio – o tal vez ya fuera una secretaría, o una pequeña oficina con un cartelito colgado que decía Cultura -, por lo que se vio forzado a renunciar y marchar al exilio en Mar del Plata, específicamente al barrio Bernardino Rivadavia. Desde ese reducto, al sur del culo del mundo, según parece, comenzó a escribir poesía. Esos habrían sido los últimos años de su vida, entre finales del noventa y principios del dos mil. Algunos vecinos afirman que antes de suicidarse por amor, pues no soportó que una hermosa gitana lo dejara por no tener dinero para pagar la dote – el valor en tabla de un Fiat Uno base, cero kilómetro- , dejó escrito lo que sería su poema más recordado. El poema fue rastreado y tratado de reconstruir a partir de la voz de quienes lo llegaron a conocer en el barrio, esos años de locura, amor, delirio y poesía. El deseo de quien escribe esta biografía introductoria es que esos versos puedan ser reconstruidos al final de la lectura del libro entero. Una vez realizada la difícil tarea, será el mismo lector / lectora / lectore quien deba decidir su futuro, el futuro del Cuentrao poeta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ZONA TESTIMONIAL

 

*Testimonio anónimo 1, de un habitante del barrio, que no conoció a Cuentrao, pero que puede ayudar a la trama de la reconstrucción de su figura.

 

Como si estuviese en su desayuno psicodélico. Alan deja una mandarina por la mitad.

Escucha el sonido de la guitarra de David,

y se va a la vida.

El campo verde,

enormidad de sol cayendo,

una vaca,

otra vaca.

Fin

(Nada de eso es real)

 

Yo no sé, te digo que es cualquiera y a nadie parece importarle. Claro que la gente está pasándola para el ojete ¿Qué esperabas?

En el barrio todos venden merca. Te explico cómo viene la mano. Uno tira hasta donde puede, pero la verdad es que el laburo es cada vez más escaso. Y las pocas changas que salen se pagan miseria, te dan dos mangos. Con suerte podés levantar una casilla más o menos en algún terreno de esos olvidados por el resto de la ciudad ¿Servicios? Qué carajos vas a conseguir, olvidate. Tratás de pichulear, vas a buscar agua a alguna canilla que te quede cerca, con un par de baldes ¿O pensás que eso solo pasa en algún desierto de África? Y con la luz, bueno, si te das un poco de maña es fácil colgarse. Después tirás, con dos mangos comprás harina y les hacés boludeces a las nenas, tipo tortas fritas, si te queda un toque de aceite. Mate cocido, ¡por supuesto!, con alguna galleta o un pedazo de pan, qué se yo…¿Ropa? Nada, fiera, lo que se pueda conseguir, que siempre es algo hecho pelota todo lleno de agujeros, imaginate si me van a dar un laburo así, ni zapatillas tengo ¿Qué cómo hago en invierno? No sé, por suerte somos fuertes de salud, las dos nenas y yo. La madre no tuvo esa suerte. Así se nos fue. En fin, yo soy lo único que tienen, ¿entendés? Por eso, como te decía, un día me cansé fiera, me cansé. Ya estaba hasta las bolas de ver pasar hambre a las nenas, de cagarnos de frío, de sentirme la peor mierda por no poderles dar una casa digna. No te digo una mansión de dos pisos. Un ranchito nomás, con las cosas básicas y un patio chiquito, un pedazo de verde, con un perro, yo qué sé…Pero andá a que te den un crédito o algo estos forros, imposible. Nadie te da una mano. ¿Políticos? No jodás. No te digo, el único que me dio una mano fue ese loco, el Tomate que le dicen. Le fui a pedir algo, que me diera lo que fuese. Entonces empecé a vender estas bolsitas del orto. Las hago rendir, las voy cortando con cualquier gilada y les saco el doble. En un día te hacés cinco lucas tranqui. Además, el Tomate me dejó esta casa, que está delante de la suya. Acá, las nenas tienen todas las comodidades. Yo voy juntando guita y, a este ritmo, la casa en un año es mía, fiera, mía. Y ya está, a las nenas les dejo eso. Para alguien en mi situación, no queda otra…

…¿Qué? Sí, ya sé mejor que vos. El primero que va a caer soy yo, seguro. Esto funciona así: en la zona, al Tomate, lo dejan operar tranquilo, un tiempo. Después, pasan a ver cómo anduvo la cosa. Se llevan, yo qué sé, más o menos doscientas lucas…¡Claro! El Comisario ¿Quién va a ser? Seguime, fiera. El tema es que si no están conformes por algún motivo, o simplemente porque los jodieron de arriba, al Tomate le piden que entregue a alguien. La vez pasada cayeron unas travestis, fue gracioso porque en el comunicado oficial los hijos de puta de la DDI inventaron una historieta en la que había existido una banda pesada de narco-travestis, cualquiera. Todo lo maneja la cana ¿O te pensabas que habían sido un par de travas? Ellas venden nomás, como yo. Y si la joda sigue y al Comisario lo tienen de los huevos, bueno, ahí se lo llevan al Tomate un tiempo, lo guardan. Después, cuando les hace falta lo largan. Eso sí, en el medio le sacan todo lo que tenga, coches, casa, guita y empieza el juego otra vez ¿No te das cuenta, no? Ok, esto es así hace bastante tiempo, y nunca cambió, y no va a cambiar…¿Yo? Sé que estoy al horno, por eso mientras pueda voy juntando. Cuando caiga, espero haberles dejado a las nenas al menos la casa…¡No! Si el Tomate o alguno de esos forros les hacen algo yo los mato, me escapo como sea y los cago matando, no me importa nada. Con eso no se jode. Yo les diré que vendan y se vayan a un barrio cheto, que no vuelvan más, que se olviden del Tomate, del Comisario y de los tranzas. Que hagan como vos, que vivan en ese otro universo, ¿a las mujeres las tratan mejor, no, pueden vivir de la escritura y esas cosas, no?...Qué loco, estamos a un par de cuadras de distancia y parece que viviésemos en planetas diferentes…

…¡Mirá! ¿Lo ves al Pibito descalzo? Fijate cómo lo llaman los del patrullero ese ¿Te pensaste que venían para hacer cumplir la “ley”? ¿Ves al Pibito? No tiene más de diez años ¿Ves eso que les está dando? Es una bolsita. Una de dos, o es merca o es guita. De cualquier manera, forma parte del pago mensual. Eso es chiquitaje, pero estos forros cuando andan medio tirados vienen y se llevan lo que haya. A cambio, no joden, nos dejan hacer nuestro negocito a todos…Sí, fiera, lo que lleva el Pibito en la otra mano es un fierro, así anda por el barrio, si cae alguno medio perdido y que él no conoce, por ahí lo encañona y le saca el celular o las zapatillas, o las dos cosas. Al Pibito no le importa nada, después va y los vende por dos mangos. Con eso compra algo para anularse. Ese es el tema, amiga, anularse. Porque si sos consciente todo el tiempo, es imposible aguantar.

 

…voces…

En el barrio vuelan chimangos persiguiendo cotorras enfermas,

el mismo sol que veía Alan no pasa ni cerca,

las sirenas suenan y destellan en la oscuridad,

dos canas se bajan para cobrar lo suyo,

no les hace falta,

es solo ambición.

Es jueves,

hace frío,

se llevan al Pibito.

Fin.

(Todo esto es real, está pasando ahora, en cualquier parte de la ciudad)

 

*El poeta nazi, Adolfo Tino Cuentrao dijo alguna vez, en un bar del barrio Rivadavia, por la avenida Jara, en el año 2001: “Te equivocás, no hace falta matarlos. Sirven para sostener el Sistema. Hay que tenerlos desesperados, siempre ¿Ves? Después me dicen que yo soy un nazi hijo de puta. La maquinaria del futuro es mucho peor…¿Lo que suena es Pink Floyd? Sí, este disco lo escuchaba mucho de joven, en Misiones. Siempre me gustó el desayuno psicodélico de Alan, andá a saber qué cosas tendría”.

 

 

 

 

*Testimonio anónimo 2.

**El siguiente testimonio fue tomado en un café de una estación de servicio YPF, en algún lugar de la ruta 2. El nombre y cualquier otro dato del entrevistado no pueden ser develados, por pedido explícito de la mujer y los hijos del declarante. Al parecer, la teoría del eterno complot y la paranoia que genera ocasionaron la decisión desmedida. “No nos gustaría ganarnos el reproche de los grupos de neonazis que hay en el barrio, ni del resto de la humanidad. Como decíamos, vaya a saber qué verdad interpreta cada quien sobre lo que usted escriba, acerca de lo que yo dije ¿Se entiende?”

 

*****Una primera respuesta posible:

Un abismo es un abismo,

como una catarata es lenguaje,

y los cuerpos danzan debajo,

esperando el ritual que no entienden,

que nunca dejarán de practicar,

que mana de la fuente de la verdad,

que no funciona los días de semana,

que está cerrada los sábados por la tarde,

que resucita un domingo temprano,

solo para hacernos seguir una ilusión,

que ya se evaporó

 

…Creo que decía algo así, como que por un lado estaba la verdad, por otro la justicia y como orbitando más lejos, casi sin tocarlas, el periodismo…Claro que me pareció interesante lo que hablaba. No era común, en el café del club Jara, escuchar a alguien hablar así. Es más, por esos días estábamos todos bien charlatanes con el tema de si Racing iba a poder jugar el partido con Vélez, para ver si salía campeón de una vez por todas. Los hinchas estaban hartos de que los de Independiente sumaran un aniversario más y les cantaran el cumpleaños feliz en cada clásico de Avellaneda: “Uno, dos, tres cuatro…hasta treinta y pico contaban los guachos, y remataban con un estruendoso: “Que los cumplas feliz, que los cumplas que los cumplas, que los cumplas feliz”. Ese era el gaste más taquillero del fútbol argentino por aquel entonces, y se estaba por terminar. Pero, mientras tanto, el país entero se iba a la mierda, no había laburo, la gente se moría de hambre, los saqueos se multiplicaban y demás. ¡Pero andá a parar el fútbol en Argentina!  Imagino que pasados los años y las crisis terminales, lo único que va a quedar es el fútbol. Bueno, como contaba, ese tipo con apellido brazuca, Contrao o Cuentrao creo que era, despotricaba contra la falta de moral y ética de todos los argentinos. Él parecía como que se excluía del colectivo, como si formara parte de una sociedad paralela que se rigiese por una moral superior, por una ética más allá del bien y del mal. Pero el tipo estaba ahí, en un café del barrio Rivadavia, tomando una birra como todos los demás, en el medio del quilombo y tan enamorado de las jóvenes gitanas como nosotros. Más te digo, se contaba por lo bajo que este Cuentrao o Contrao estaba metido hasta las pelotas con la hija de un gitano bien poronga, y que por no tener un mango partido al medio tenía prohibido hasta mirarla. Dicen que el tipo, que era medio poeta, le escribía cartas a la mina y ella se moría por estar con él. Pero la decisión total era del jefe de la familia. Por ahí tuvieron mala leche, hoy las cosas son mucho más fáciles, digo, hay guasap, yutub y celulares inteligentes, qué se yo, en una de esas las tradiciones se fueron rompiendo también, ¿no? En fin, como andaba solari, este ñato paraguargenbrasilero se la pasaba en el café del club hablando de la situación del país. Pero ese día que te cuento, la cosa se había puesto más…filosófica, ponele. Y fue que en una tiró esa frase que todavía no logro entender del todo. Porque para eso son las frases piolas, ¿no?, para que no las puedas entender de una…”O sea, sé que lo más importante para un periodista es la verdad, en eso es igual al investigador de crímenes. Pero, a la vez, estoy seguro de que la verdad siempre es complicada, sino no haría falta luchar tanto por encontrarla, ¿no? En ese caso sería como la felicidad, ponele. Como que de a ratos uno la tiene, de a ratos no, y siempre llega cuando es tarde. Digo, te das cuenta después, por ahí en el momento no le das bola o interpretás para el orto. Hay veces que pensás que sos feliz, pero no; como hay veces que estás seguro de estar en lo cierto, pero estás a mil kilómetros de la verdad. Entonces en eso es clave el tiempo, como dice el comisario Croce[1] “hay que llegar tarde”. Pero hoy día un periodista no puede darse el lujo del tiempo, igual que un político, un poeta o un investigador. La sociedad exige la interpretación ¡Ya!, aunque sea improvisada. Ahí, tal vez, empiezan los problemas. Es que la verdad se toma su tiempo, y puede pasar que ni siquiera el tiempo ayude a descubrirla. Mientras, la vida pasa y las injusticias se encadenan sin pausa, caen como agua de cascada y van destrozando a la sociedad entera. Por eso la justicia queda siempre en orsái, y si la pega es de carambola. Y el periodismo orbita ¡claro! Y desde esa distancia publica sus editoriales apresuradas y bancadas por la Coca Cola, sus interpretaciones llenas de equívocos y subjetividades de negocio. Y ya se generan las múltiples verdades en las que quedamos todos atrapados, una red interminable de interpretaciones y teorías conspirativas que terminan siendo utilizadas para odiar a alguien más. La justicia siente todas las presiones, los políticos meten el dedo y les nacen nuevos juicios a los juicios originales, en una maraña que no entiende nadie. En el medio se llevan puestas a las víctimas, a los familiares, a los amigos y a las personas que se preocupan de buena fe. ¿Y la verdad dónde queda? Lejos, cada vez un poco más allá ¿Y la justicia? No existe. La justicia es una instancia interpretativa más de los hechos. Imaginate que un juez está lleno de prejuicios, tiene sus ideas previas a los hechos que debe juzgar, es hijo dilecto del patriarcado ¿Cómo pensás que un tipo así puede llegar a dar con la verdad? Salvo una carambola, la verdad es imposible para el lenguaje. La justicia, si es que tal cosa existe, se milita y se construye en la calle, poniendo el cuerpo. Lo demás, es interpretación periodística.”

Algo así dijo Cuentrao o Contrado, pagó la cerveza y se fue…Ya sé muy bien lo que se dice de él y su pasado filo nazi, pero yo creo que en ese instante de su vida había cambiado. La depresión y el amor no concretado lo habían hecho ablandarse. Al menos, eso es lo que me gusta pensar a mí. Digo, no es la verdad absoluta, es solo una interpretación, ¿no?

 

 

 

 

*Testimonio de Don Luis

 

1.

- Fijate que está ahí arriba de la barra y lleváselo a los que están en el salón, que es para la fiesta de fin de año del club. Perdón, ahora sí estoy con vos.

Me decías que querés saber sobre el poeta Cuentrao para un trabajo de la facultad o una nota, ¿no? Bien, la verdad es que yo te puedo decir muy poco. Te imaginarás que por estas mesas pasaron montón de personas, y en esa época la cosa estaba bien jodida ¿Dos mil, dos mil uno? ¡Pufff! Me tocó ver cada cosa, cada personaje. Igual, lo bueno, entre todo lo choto, fue que éramos unos cuántos en la misma mierda. Como que el hecho comunitario de desgracia nos unía, qué sé yo. Eso es lo lindo de acá, de los argentinos. No sé si pasará en otros países, desconozco. Pero acá somos de compartir la miseria, por eso te digo que en esos años pasó mucha gente por acá. No gastaban una mierda, pero eran un coro estable necesario para seguir. Rajábamos todas las puteadas que se te ocurran contra Cavallo y de la Rúa, las que te imaginás y las que no. Y todos queríamos que el Racing del “paso a paso” saliera campeón. Hasta yo que soy hincha de River y le peleaba el torneo ahí nomás. Había como una ansiedad de apocalipsis y tenía que haber señales claras. Que después de treinta y tres años Racing saliera campeón era una de esas clarísimas. Como si de repente los cuatro jinetes del apocalipsis entraran acá y se sentaran a tomar un fernet y dijeran: “Luisito, ya está viejo, hasta acá nomás le dimos cuerda”. Bueno, a decir verdad no todos querían el campeonato de la academia, estaba el Bocha del almacén, ese forro fana de independiente, creo que era el único que tiraba en contra. Eso también es bien de argento, ¿no? Como sea, por esa época también solía venir al café un evangelista o mormón o cristiano, no me acuerdo qué religión profesaba, pero sí que era un hincha pelotas con Jesús y la Virgen y qué se yo. Era de Posadas, pero allá se estaban cagando de hambre peor que acá, así que se vino al barrio. Se la pasaba hablando del maligno y el mesías. Pedía un cortado y de dorapa nomás en la barra batía el parche toda la tarde, dele que dele conque el maligno nos estaba confundiendo y que el mesías nos castigaba porque no le dábamos bola. Los demás lo dejábamos decir y después medio que le tomábamos el pelo. Yo lo cortaba con que no tenía tiempo para perder con esas boludeces del maligno y el mesías, suficiente tenía con el gobierno de la Alianza y la crisis económica. Le decían Fernandito, porque tenía un aire a de la Rúa cuando hablaba. Él ni se mosqueaba, seguía dele y dele con la iglesia y Jesús y el diablo…Y qué se yo para qué te cuento eso, si vos querías saber de Cuentrao. Bueno, ves, Cuentrao era el único que no lo cuereaba a Fernandito, sino que se lo quedaba escuchando con atención, como interesado. Una vuelta le preguntó, me acuerdo patente, cómo se imaginaba al mesías. Fernandito se quedó callado, como sorprendido, yo qué sé.  Y el otro lo miraba con esos ojos de hijo de puta que tenía, más nervioso lo ponía a Fernandito que empezó a intentar una respuesta. Lo imagino bueno, dijo, bueno y amable con el prójimo. Y Cuentrao le repreguntaba, pero yo te pregunto cómo te lo imaginás de cara y cuerpo. El otro más dudaba, y le salió lo primero que le vino a la mente; calculo que será flaco y alto, con la cara alargada, una barba de años, el pelo lacio y castaño, con una mirada misericordiosa ¿Y de qué color los ojos? No sé, respondió nervioso Fernandito, ¿ojos claros? Así como los tuyos. Cuentrao se sonrió, dejó de preguntar y se dirigió a todos los que estábamos ahí. Nos dijo, ¿ven? Cualquier gil del café puede ser el mesías, incluso yo. Tenemos esa imagen arraigada desde que nacemos, prácticamente. Lo difícil es imaginarse al maligno. Y no me van a decir que es rojo y tiene cuernos y un tridente ¿quién lo imagina al maligno? ¿Quién lo dibuja en su mente? ¿No podría ser también un flaco alto, con cara larga y barba tullida, con mirada misericordiosa y de ojos claros? Seguro que sí, son la misma persona, solo le cambiaron el punto de vista.

Te imaginarás, chiquita, ni bien terminó Cuentrao, Fernandito se transformó, perdió la compostura, hubo que frenarlo porque se le fue al humo. Como que se re calentó, yo qué sé. Para mí el poeta probó su punto aquella tarde. Claro que todos podíamos ser el mesías y el maligno. Pero uno siempre se mira en el espejo que se quiere ver. Y aunque hoy yo haga la guachada más grande del mundo, siempre me voy a pensar como el mesías antes que como el maligno. Y no va a tener el más mínimo sentido, porque a fin de cuentas, es todo lo mismo, y yo estoy bien si los cuatro jinetes del apocalipsis me pagan el fernet y me dejan una buena propina. Qué sé yo, se hace lo que se puede.

 

 

Siempre hay algo más,

siempre hay algo más que la noche.-

 

2.

¿Sabías que en Estados Unidos hay cuarenta millones de personas viviendo en la pobreza total? ¿Lo sabías? Yo lo escuché en la tele hace un rato. En realidad, lo vi en el celular, porque te imaginarás que algo así no va a ser comunicado masivamente ¿Sabés lo que creo, a veces? Que la mitad del mundo no existe, que la mitad de las noticias son mentira, inventos para mantenernos dominados, como pájaros enjaulados. Y no sé, yo esta noticia la creo. Como que hay tantos argentinos como yanquis muertos de hambre ¿Qué paradoja, no? Yo qué sé. Decía de Cuentrao…Cuentrao y su café, siempre amargo, siempre fuerte ¿Cuentrao y su voz? Tenía como un falso fraseo brasilero. Yo qué sé, como si estuviera poseído por uno de esos apóstoles…perdón, esos pastores, como si fuese un pastor de esos que te llevan a la iglesia para bailar, sacarte el diablo y de paso pelarte la billetera. Podría decir más, hablaba como el culo, con perdón de la palabra, pero como que no se me ocurre otra forma de recordarlo. Y nada de poesía, ya que pregunta. Nunca lo escuché ni lo vi recitando, cantando. Sí, a veces, se iba a una mesa solo y escribía en un cuaderno, si mal no recuerdo, de esos de tamaño oficio. Los larguitos. Escribía y escribía de a ratos. No, nunca pude leer nada suyo. Tampoco me interesaba, ¿a quién le podía interesar la lectura en esos días? La verdad que estábamos todos expectantes, con un cagazo bárbaro por los saqueos…yo qué sé. Me acuerdo que tenía una pistola, chica, un treinta y ocho, la del tema de Divididos. Un primo mío de Parque Palermo me la había prestado, por las dudas. Estaban robando mucho y los saqueos se multiplicaban. Además, había pasado lo de los bolivianos de la verdulería…Creo que vos ya sabes esa historia. Igual, para mí, esos pibes andaban en una, yo qué sé. A mi primo le daba las meriendas todas las tardes, a él y a los dos hijitos, por eso me trajo el fierro, como agradecimiento. Igual como que me daba miedo tenerlo en el café. No sé si lo hubiese usado, el arma digo, por suerte no hizo falta. Igual el hecho de tenerla ahí me hacía pensar, qué carajos era mi vida. Cortando clavos, atendiendo un café de mierda, en un barrio de mierda, en una ciudad de mierda, de un país de mierda, en un mundo lleno de mierda. Y yo atrás de una barra apestosa con un arma en la mano, como si estuviera en la guerra.  Qué se yo, una locura ahora que lo pienso. Y sí que todavía tengo el arma ¿Mi primo? Se fue a España, dejó a los pibes. A uno lo ajustició la yuta, a la salida de un locutorio en La Perla. Tenían carta blanca, decían que el pibe había quemado a un cana. Yo qué sé ¿El otro? Ahí anda, se fue para Necochea, creo, o Quequén a cagarse de hambre un poco más lejos, supongo que por aburrimiento. Suele laburar los veranos en los balnearios privados, maneja la zaranda sobre la arena como pocos y tiene don de gente, atiende bien, es entrador el guacho. Como que me dejé olvidado a Cuentrao ¿no? Y su cuaderno siempre escrito y muy borrado. Tenía grandes manchas de tachaduras, eso es lo que más me acuerdo. Debería escribir como hablaba, para el culo.

 

Contar, contar, contar,

para después pararte

y, luego, morir

 

3.

Por ese entonces era todo mierda, mierda y más mierda. Yo pasaba los días acá, acodado en la barra, atendiendo a las ratas del barrio, que traían problemas nomás. De guita, ni hablar, perdí más de lo que gané, toda la vida así con este café en este club. Pero bueno, una vez que empezás y le metés años, ya seguís por costumbre. ¿A dónde voy a ir? ¿Qué voy a inventar a esta altura del partido? Nada, ya no puedo hacer nada. Hay días que ni ganas de tomar un vino tengo, ni de cocinarme, ni de nada…Sí, va a ser dentro de poco, la fiesta de fin de año del club, por eso todo el desorden, disculpá. Yo, igual, con un par de mesas, la barra y la tele ya tengo todo el negocio completo. Los mismos de siempre cenan a la misma hora de siempre, con los mismos trastornos de siempre. Y suelen hacer las mismas cosas que hicieron siempre, son como yo. Les hago el café, hablamos del tiempo, de cómo salió Racing, de cómo nos caga el gobierno, de cómo no paran de chorear en la ciudad, de que nunca van a arreglar la mierda de avenida que tenemos y ya está, de repente se pasó el día. Cierro la caja y me voy para el cuartito de atrás, a dormir un rato, aunque cada día me cuesta más pegar un ojo. Igual ya no me hace falta dormir, qué se yo, estar fresco al otro día es lo mismo. Puede ser que se me hayan gastado todos los sueños, y por eso no duermo casi nada…Pero en aquel entonces, todavía pensaba que podía hacer la diferencia, juntar unos pesos, que en ese momento eran dólares, y rajarme a la mierda, a Brasil, poner un bar ahí, frente a cualquier playa, Copacabana y pura joda. Qué idiota, para qué mierda habré pensado y fantaseado tanto. Ese es un defecto que siempre tuve, demasiado tiempo dedicado a pensar, a fantasear. Por eso me dejó mi ex mujer. Bueno, por eso y otras cosas más…Yo tomaba mucho…Pobre…En fin, yo me la pasaba pensando en el futuro, y por eso no me di cuenta de la mierda que me estaba explotando en la cara, en el mismísimo presente. Un tiempo de mierda, ¿no?, el presente. Y como te contaba estaba mi primo, el del arma, que era un problema, por lo menos hasta que se tomó el palo y se fue a España. Pero, por ese tiempo, andaba medio trastornado porque había estado guardado en Batán unos meses…No, por nada, cayó por pobre y por perejil, como la mayoría. Él sobrevivía con changas, y justo no va que le sale pintura en una casa, pero resulta que la casa era de un tranza y cayó la cana. ¿Mirá que le iban a creer que él no sabía nada y que estaba ahí pintando? Se le deben haber cagado de risa en la cara, los canas hijos de puta. Se lo llevaron con un par más y ahí quedaron, derechito al penal y al pabellón intermedio. Podría haber ido al evangélico, que dicen es más tranqui, pero él no soportaba los cantos y las boludeces de los pastores, no iba a aguantar. En los pabellones comunes es bien simple, vos llegás y te tenés que parar de mano, te tiran una faca y te van a buscar más tarde, a ver si la bancás, a ver si tenés algo para dar, a ver si hay algún familiar con guita afuera que les pueda dar cosas. Mi primo era de los que no tenían ni mierda, entonces sí o sí se la tenía que bancar. Y zafó, según cuenta, porque se corrió justo cuando le tiraron un facazo, y él pudo devolver con más justeza. Por desgracia, los mala leche a las facas las llenan de mierda, cosa de infectar con cada roce, con cada corte. Esa herida chica a mi primo lo complicó, lo dejó internado en el penal por infección. Pasó unas semanas en recuperación y después vuelta al ruedo. Por suerte para él, no lo jodieron más, porque casi había limpiado al otro… Me contó también de la parte de máxima seguridad, en la cárcel, de cómo los canas entran con armas de plomo y tratan de frenar a los que están metidos ahí, que son peores que las bestias, no les importa un carajo. ¿Cómo pueden vivir así? Qué se yo. Después de esa, mi primo salió y se prometió no caer nunca más en una cárcel en Argentina. Por eso empezó a joder con eso de irse a España. Para él, era preferible que lo agarren allá. No sé qué se piensa, que los gallegos lo van a tratar mejor…y ahí andará, metido en alguna por Barcelona o Madrid, qué se yo. Mientras, los hijos que se caguen. Los dejó sin remordimiento. No lo entiendo, nunca lo entendí…A veces, me cuesta entender las reacciones de la gente, a veces me cuesta entender mis reacciones, qué mierda hago, por qué y para qué. Y así se me pasa el día, me distraje lo suficiente como para tirarme en la cama y volver a empezar a la mañana. Me gusta madrugar, me gusta estar levantado antes que el resto de la ciudad, es como sentarse en el salón al fondo de todo, podés ver bien clarito a los demás…

 

¿No escuchaste que te dije que no jodas?

Que no me rompas más las pelotas,

que ya no aguanto más que me mires,

date la vuelta y que no te escuche más,

hay que salir de madrugada al mundo,

abrir las persianas cuando todavía es noche,

pensar que si uno se adelanta

nadie más lo puede ver

barriendo la basura,

tirándola por abajo

de la alfombra,

que sos vos,

amor.

 

4.

Yo mucho en la memoria no confío, perdoname. Es que siento como que me traiciona siempre. Trato de acordarme de algo pero casi nunca me sale como quiero. Parece como que mi memoria actúa como se le canta el culo, qué se yo, disculpame la expresión, chiquita…de los verduleros me acuerdo poco y nada. Estaban todo el día metidos ahí, en el localcito. Le metían horas los vagos. Se turnaban para ir a buscar la fruta y la verdura en la camioneta. La verdad que nunca tuve trato con ellos, siempre me dieron mala espina. No te puedo asegurar nada, no te puedo decir que los veía haciendo alguna o que alguien me contara algo sobre sus actividades por fuera del local. Pero qué querés que te diga, me generaban desconfianza, qué se yo…Y después pasó lo que pasó, ese fatídico día de mierda, como todos en este lugar. Vos te levantás y sabés, estás seguro, que algo se va a ir a la mierda. Sin embargo, las cosas siguen, como si todo funcionase de casualidad y al borde de caer en un vacío imposible de remontar. Pero creeme, las cosas se acomodan, te vas a dormir y al otro día vuelta a empezar. Actuamos así, cieguitos, la tele, los celulares, las pantallitas nos comen la cabeza, nos mantienen con algún sentido, a pesar de que te das cuenta que en realidad está todo para la mierda, para la mierda. Y ese día fue el peor de todos. Me acerqué esa mañana, temprano, cuando estaba empezando a preparar café para abrir, y para despabilarme yo. Pero claro, parecía que se me había atrasado el reloj biológico, porque el barrio entero ya estaba movilizado, todos con los cogotes como jirafas, tratando de pispear algo que había en la verdulería, que yo desde el café no alcanzaba a ver. Lo que se notaba era presencia policial y la ambulancia, por lo que lo primero que pensé fue que había ocurrido algún accidente, o alguien se había matado en la vereda, o un par de gitanos se habían apuñalado entre sí, o habían entrado a chorear. Lo típico. Pero cuando salí para verificar, me encontré con lo que el barrio entero se había desayunado, una vereda que parecía el Mar Rojo, si es que ese mar tiene ese color. Como sea, la vereda estaba bañada en sangre, espesa, casi negra. A lo mejor los bolivianos tienen ese color de sangre, porque era muy oscura. Todavía se veían algunos cajones con verdura y fruta también ensangrentados, los pepinos, las zanahorias, la lechuga, hasta los tomates, todo rojo oscuro, una verdadera carnicería. Y los cuerpos de los dos pibes, tapados con papel de diario y unas frazadas que aportaron los ambulancieros. No sé qué les quedaría adentro del cuerpo, sangre seguro que no. Yo me acerqué un poco más, hasta donde estaba el núcleo de gente más curiosa y los periodistas. Cualquier persona hablaba cualquier cosa, decían lo que se les cruzaba por la cabeza. Incluso gente que no era del barrio, hablaban como si hubiesen conocido a los dos asesinados de toda la vida ¡Y eso es lo que sale en la tele, y todos repiten después! Un rejunte de cosas sin sentido…¿Teorías? Chiquita, los argentinos somos expertos en decir boludeces, nadie sabe qué fue lo que pasó. Dicen que las drogas, que un ajuste de cuenta, que alguien de su país de origen los buscaba, que la policía los extorsionaba, que uno de ellos se acostaba con la hija del presidente de un club de básquet, que se las tenía jurada un gitano y un largo etcétera. Pero nunca se supo qué fue lo que pasó, en verdad. Solo eso del paquete de merca en el culo de uno de ellos. Eso fue lo que llevó a la pista del narcotráfico. Pero nunca se supo a ciencia cierta, como pasa en este país desde que tengo memoria. Los casos nunca se resuelven, a menos que el culpable esté con el arma en la mano, todo bañado en sangre, gritándole a la policía fui yo, fui yo. Aun así, los argentinos somos capaces de seguir sospechando, porque somos desconfiados por naturaleza…Una cosa que me acuerdo, de entre tanta pavada que se dijo respecto al asesinato de los verduleros, es que ese poeta nazi que decís vos, Cuentrao, los había matado. Alguien lo había escuchado despotricar contra los extranjeros, y muchos se acordaban de esas cosas que decía en el bar, de esas discusiones provocativas. Surgió porque en ese cuaderno que tenía, que yo te contaba, alguien había leído un par de versos, que supuestamente hablaban de un “baño de sangre purificador, que terminaría con el sufrimiento de quienes no merecían habitar el reino de los elegidos, seres tóxicos provenientes de los mares secos, que ya no tienen lugar en nuestro tiempo”. Algo así, me acuerdo. Raro, ¿no?, como que en eso la memoria me ayudó. Por ahí soy más de acordarme cuestiones poéticas, qué se yo. Bueno, como sea, hubo parroquianos que interpretaron esos versos como racistas, y que hablar de mares secos era decir Bolivia, porque no tiene mar. En fin, ataron cabos para fantasear un rato y olvidar el día, mientras yo les servía café. La verdad que ese Cuentrao puede haber sido poeta nazi, pero de ahí a ser un asesino descarnado, me parece demasiado. Además, ¿cómo podría un tipo solo hacer frente a dos muchachos fuertes y despanzurrarlos como sucedió? Imposible. Lo que pasa es que nos encanta fantasear, inventar historias, para pasar el rato porque de algo hay que hablar. Lo raro es que después de ese día nunca más se lo vio por el barrio, al poeta…poeta nazi, vos podés creer, chiquita. Somos una cosa de locos, los marplatenses 

 

No quería…te juro,

o no quise…seguro,

pero pasó…lo que pasó,

no se vuelve…el tiempo,

no soy el mismo…ya no,

pero si, de casualidad...veo,

no sé…puede pasar, o no,

otra vez…dolor, solo,

no quiero…te prometo,

¿lastimarte?...no, ¡No!

Pensás que…¿yo?

No, no, no, ¡No!

Me voy a…morder, yo,

antes de…eso

otra vez…no puedo,

dejame, te ruego…solo,

yo

no

quiero…

 

 

 

 

*Testimonio de “El Bocha”

1.

Me causa gracia… - ¿Toto sos idiota vos? Primero poné las gaseosas, después van las aguas, ¿no entendés?... Disculpame. Te decía, me causa gracia cuando escucho a alguien decir que los que nos chorean en los locales lo hacen porque tienen hambre, por eso tendríamos que entenderlos, ser compasivos. ¡Como si yo abriera el almacén todos los días de las ganas que tengo de hacerme mala sangre! Por mí que los caguen matando, sino voy a hacer lo mismo, que otro boludo se esclavice en el local todo el día, que yo le meto caño y me llevo todo su esfuerzo en un segundo ¡Son geniales! Pero como te digo una cosa, te cuento otra. Para mí era obvio que los bolitas de la verdulería vendían droga. Lo que les pasó, claramente, fue un ajuste de cuenta. Es más, a uno de ellos le encontraron, y perdoname la expresión grosera, un paquetito de esos de droga metido bien adentro del culo. Era obvio, si tenían una camioneta mucho mejor que la mía, que me la paso en el almacén ¿Me vas a decir que la compraron laburando con la verdura? No hay manera, imposible, ¿cuántos rabanitos tenés que vender? Dale. Yo lo sé bien porque llevo años en este almacén, en este barrio de ratas. Apenas si alcanzás a sobrevivir… - ¡Dale Toto, dale! ¿cuánto más vas a estar con las botellas viejo?...Pero viste, no se puede confiar  mucho en gente que no es de acá. Por mí que los manden a su país de vuelta. En eso, como te decía, estaba muy de acuerdo con Cuentrao. Él venía a comprar y se te quedaba hablando un rato, y aunque mucho no me acuerdo estoy seguro que respecto a los bolitas opinaba lo mismo que yo. Incluso, creo, fue más lejos y terminó diciendo que había operado una justicia literaria, o algo así, por eso de la droga que apareció adentro del culo de uno de ellos. Ahí, en ese tema, yo salto por los chorritos de acá, porque por lo menos son nuestros. Creo que ese chiste lo hice yo, y nos reímos un buen rato. Era agradable Cuentrao, con esos ojos claros y esa sonrisa de sábado a la tarde. Otra cosa que me acuerdo ahora es que llevaba mucho latas de arveja, no sé para qué, qué receta haría con tantas latas de esas… - ¡Seguí con el pan Toto, mové el ojete que ya va a empezar a entrar más gente!... Disculpame niña, es que hoy venimos atrasadísimos, llegaron las cosas tarde y encima estos proveedores del orto nos cobran cualquier cosa. Estamos como en esos días, cuando Cuentrao andaba por el barrio, ¿sería dos mil uno? Sí, estoy seguro, lo asocio con el peor tiempo de crisis. ¡Qué cagazo le tenía a los saqueos, mamita! Después te acostumbrás, como esa noche de la huelga de los policías. Cada tanto, en esta ciudad, hay un vacío que se nos mete a todos adentro, y salen los que pueden. Pero ninguno queda bien, eso seguro.

 

Ojalá tu cielo se cierre

y no puedas ver al sol correrse,

ojalá mi campo verde

no tenga excusas para elevarse,

ojalá nos llegue el tiempo

adecuado para las especies

 

El tiempo del horizonte claro,

la montaña viniendo al llano,

la lluvia secando la primavera,

los versos regando tu vientre. 

 

2.

A ver, niña, cómo te lo cuento para que se me entienda. Pará que haga un poco de memoria, tampoco tengo mucho más tiempo para darte, en un rato el almacén se va a poner a tope y ya no te voy a poder dar bola…Sí, pasó antes de que reventaran a los bolitas traficantes. Como te decía, yo a Cuentrao lo conocía del barrio, de que pasaba por acá y compraba cosas. También yo sabía eso de que andaba saliendo con la hija de un gitano bien poronga. Un poco me desilusionó, porque yo pensé que era gente de bien. Un tipo pulcro, rubiecito, bien parecido, educado. Nada que ver con esa matufia de gitanos que ocupan esta parte de la ciudad. Y sí, la verdad que esta zona de Jara se fue volviendo cada vez menos habitable. Te diría que es peor que una villa, porque parece que no lo fuera, tiene aspecto de barrio más céntrico. Pero adentro viven ratas peores que las de allá. Pero bueno, se calentó con una pendeja, a cualquiera le pude pasar, disculpame…

- Toto, ¿sos retrasado vos? Por qué te ponés a boludear con el celular si sabés que hay que acomodar los cajones con las cervezas. ¡Dale nene!

Perdón, no sé en qué estábamos niña…A sí, cierto, bueno la cosa es que un día Cuentrao entró al local con marcas en la cara. Sí, marcas de golpes, arañazos, un ojo morado, en fin, como si lo hubiesen cagado a trompadas. Y dos más dos, me di cuenta que esos salvajes lo habrían pescado con la nena…No, no le dije nada, yo sabía. Él parecía como avergonzado, entonces cuando estaba agarrando las latas de arveja yo le dije, para tranquilizarlo, porque a veces me gusta dar consejos. Le dije que no se preocupara, que no es vergüenza, que el tiempo iba a poner las cosas en su lugar, y que los salvajes iban a perder la guerra, iban a tener que salir de acá como las ratas que eran. Ese momento fue muy especial, porque se le iluminaron los ojos, como si mis palabras estuviesen reponiendo la injusticia ¿Usted cree?, me contestó. Pero claro, hombre. Está en la biblia. Y pasó lo que me sorprendió, el tipo sacó un anotador chico que tenía en la mano, era de tapa verde y las hojas eran todas en blanco, sin renglones. Parecía un viejo anotador, tipo libretita de carnicero. Y se puso a escribir algo, creo que un poema, porque Cuentrao era poeta, ¿no? Eso decían, que venía de Misiones y que era escritor. Yo acento nunca le sentí, parecía un porteño más bien…¿El poema? No, no me acuerdo, pero estaba inspirado en lo que yo le había dicho. Eso me dio cierto orgullo, nunca en mi vida escribí un poema, y que ese tipo utilizara mis palabras para tan elevado fin, bueno, me enorgulleció…Sí, sí, me lo leyó, sin que yo le pidiera nada. Pero como te decía, no me acuerdo mucho, era algo de la oscuridad de los seres inferiores de la naturaleza, como una fábula donde los insectos se terminaban ahogando por perezosos, porque eran incapaces de verse reflejados en una escala superior. Como que el tiempo y el agua corrían juntos por el cauce de la historia de los hombres reales, los depositarios de la verdad divina, los escritores de las páginas básicas y finales, los que se mantienen con sus fuertes pies a pesar de las debacles y las inundaciones, los hijos del sol, los dorados herederos de la cultura clásica…Algo así decía. No, para nada, no le entendí un carajo, pero fue lindo sentirme como parte de un poema. Es la única forma de separarme de todo esto que tengo que soportar en el almacén.

 

3.

No sé, ni me acuerdo ya. Toda la vida por acá, con el almacén ya deben ser treinta años, por ahí. Preguntale a la gente de acá, niña, me conoce todo el mundo. Bocha esto, Bocha el otro, me dicen que soy como la mugre, estoy por todas partes…¿Bocha? Por qué va a ser, por Ricardo Bochini, niña. Vos por ahí ni idea, pero todo hincha de fútbol que se precie sabe quién fue el Bocha para el deporte mundial. Por él me gustaba el fútbol, por él me hice hincha de Independiente, que ganaba todo y jugando como hay que jugar, bien y sin hacer trampa. Después llegó el narigón y bueno, así terminó el fútbol. No, ya no veo más fútbol, ya vi todo lo que tenía que ver. Después de Bochini se murió el fútbol, de eso no hay duda. Por ese tiempo, encima, salió campeón Racing, con un equipo horrible, con un técnico amarrete, un payaso, Mostaza Merlo. Con los cuernitos, el paso a paso y esas boludeces. Nada que ver con el fútbol. Todo el barrio se juntaba en el club Racing a ver los partidos, yo no fui nunca. Pero los conocía, sí, varios me compraban cosas porque andaban siempre por acá. Sí, al remisero ese que decís lo conocí, un falopa bárbaro…¿Que lo robaron, le sacaron el auto en ese tiempo? Qué le van a sacar, lo perdió, porque no tenía guita para pagar el vicio. Sabés cuántos de esos había por aquellos tiempos. Y ahora hay muchos más, todo un conurbano creciendo al otro lado de Champagnat, una lacra. Habría que prenderlos fuego a todos. Son el cáncer de la sociedad…No, no te digo que este remisero sea para tanto, pero bastante plaga es. Yo me acuerdo, se juntaba con los de la vía y se reventaban todas las noches. Lo veías pasar volando con el coche ¡La carita de los pobres pasajeros! No sabés, espantados iban, el pibe no respetaba ni un semáforo, un sacado. Todo eso funcionaba porque el país era un bardo, la ciudad era un caos, ni sé cómo pudimos seguir existiendo. Yo pensaba que por esos días íbamos a terminar desapareciendo, no sé, nos iba a chupar Brasil o Chile, total nos daba lo mismo. Era una mierda ser Argentina…¿Ahora?, Más o menos lo mismo, más o menos lo mismo. Yo sigo viendo las mismas cosas, la misma cagada. Pero, qué se yo, después de todo lo pasado te terminás acostumbrando. Miralo al pobre pibe ese sino. Qué querés que haga, pobre Toto, no tiene todas las luces consigo. Yo le doy una mano, lo que puedo. Pero a veces te da ganas de pegarle una patada en el culo y que se arregle como pueda, y que no me haga más quilombo a mí. Pero no me da el corazón, yo soy así, me gusta ayudar en lo que puedo. Ojalá todos hiciéramos algo parecido, este país sería distinto. Pero es más fácil tirarse a chanta. Cambalache, ¿no? Discépolo siempre va a tener razón, en el dos mil y en el tres mil también.

 

4.

Ya se va haciendo la hora más jodida, en un ratito arrancamos la mañana con todo, y no te voy a poder dar más bola, niña, así que podemos ir terminando. Tampoco te puedo decir más, porque mucho más no sé. Digo, sobre Cuentrao y los hechos que acontecieron esos tremendos días del dos mil uno…

-Toto la recalcada concha de tu madre, fíjate que falta poner el pan en la gondolita del frente, ¿no ves que es lo que más vendemos de entrada?

Disculpame, es que, como te decía, este pibe no tiene muchas luces, y la verdad es que siempre estoy cortando clavos, hace meses que las ventas vienen en picada y ya no sé a quién echarle la culpa. Igual no me quejo, por lo menos, cuando termina el día, cuando cierro tipo nueve, me voy a casa con una buena guita, puedo seguir viviendo relativamente tranquilo. Yo ya estoy hecho, por suerte. Y como me separé hace años, vivo solo y la verdad es que me sobra. Mi pibe se casó con una brasilera y está viviendo en Rio de Janeiro, la hizo bien ese. Pensar que yo no le tenía fe, ahora se la rasca allá en las playas de Brasil mientras la jermu labura. Un atorrante. Lo envidio, ojalá yo hubiese hecho algo parecido cuando era joven. Pero qué va a ser, a mí me tocó otra generación, la generación de los pelotudos, nos casábamos a los veinte años sin saber qué carajos significaba y nos metíamos en la picadora. Cuando te querés dar cuenta tenés los hijos y le debés guita a media ciudad. Es así, niña, siempre es así. Después acumulás resentimiento y te das cuenta que no querías casarte nunca, pero ya pasaron treinta años. Bueno, te separás y ahora tampoco sabés qué carajos hacer con tanto espacio. Imagino que por eso me sigo haciendo mala sangre con el negocio, el pibe, los balances, los proveedores, los impuestos y demás mierdas del oficio. La verdad es que yo sin esto no soy nada, estaría echado en casa con el culo en el sillón viendo fútbol y el informativo. Iría al café del club a mirar un par de tetas y boludear con algún viejo choto de mi camada, recordando mejores tiempos. Como en un tango. Y mirá vos, me acuerdo de un día que pasé por la vereda del club Racing, y estaba tan linda la mañana que Cuentrao con otros más estaban tomando el café afuera. Por supuesto que los saludé, porque nos conocíamos, como te había dicho. Hacía poco de lo de los bolivianos, no se hablaba de otra cosa en el barrio. Cuentrao parecía más centrado en la diferencia de los tratos entre la policía y los inmigrantes esos, y el trato de la policía con nosotros. Entonces yo le decía que en hora buena, porque esos eran criminales, que tendrían que haber estado en su país. Pero él ya no estaba tan en onda con mis opiniones, estaba como disperso, o filosófico. Miraba como más allá, y dudaba, dudaba mucho sobre el ajuste de cuentas. No podía ser, decía, que la policía no tuviese nada que ver…Sí, sí, como te digo. Si bien no dejaba de señalar a los bolivianos como narcotraficantes, ahora estaba empeñado en poner a la policía como perpetuadora del crimen. Calculo que se imaginaba una falta de pago, una coima no realizada, pero…pero no era solo eso, parecía como que sospechaba algo más fulero. Por la forma en la que miraba, parecía uno de esos detectives que tienen la aberración esclarecedora de un crimen en la punta de la lengua, que si los esperás diez minutos te descubren la gran verdad vedada. Pero yo no tenía tiempo para teorías conspiranoides, tenía que abrir el almacén y ponerme a laburar. Algo que los bolivianos tendrían que haber seguido haciendo, en lugar de ponerse a joder con el negocio de la falopa. Mirá, niña, no me chupo el dedo, los canas tampoco son santos de mi devoción, ni de la de nadie en este barrio, pero de ahí a pensar que pudieron haber perpetrado semejante masacre. No sé, no me parece…

Y ahora,

te dejo, niña,

esta mañana gris de otoño,

porque las mañanas de otoño,

en los poemas,

deben ser grises,

siempre

como una vida,

que se dispara hacia el vacío,

de la venganza,

hacia el rencor de los dioses,

ese que es inamovible,

ese que nos inventamos todos los días

y alimentamos por la noche,

el rencor que nos da motivos para respirar,

porque qué sería yo sin rencor,

una nada con corazón,

un cuerpo y ya,

necesito odiar

para reconocerme,

necesito que los culpables sean culpables,

levantarme de la cama

y decirte: vistes, yo te lo dije, niña,

son todos una reverenda cagada,

deberían agarrar el pico y la pala,

deberían sangrar la gota gorda,

como yo,

deberían alimentar su rencor,

así sería más fácil,

todos con sus odios pequeños,

viéndolos crecer,

y un día te toca de cerca

y que se vaya todo,

el otoño y los rencores,

al carajo,

niña.

Orgulloso, ¿yo?

¡Claro!

¿Qué otra cosa se puede ser?

 

 

 

 

*Testimonio de “La piba”

1.

¿Qué no iban a haber abortos? Las pibas del barrio que no querían tener se sacaban los fetos con mangueras, ellas mismas. A lo sumo le daba una mano alguna amiga, o se raspaban con cualquier cosa. A los pibes ni les importaba, garchaban así nomás, sin forro ni nada, y después se iban a la mierda y se hacían los gatos. En ese momento no se podía hacer mucho, igual ahora tampoco cambió demasiado. Por ahí en la tele, las porteñas, viven en otra galaxia. Acá, en el barrio, seguimos más o menos igual. El amor o como lo quieras llamar es como un encuentro zarpado, un choque, un garche rabioso ¿Qué vas a pensar? ¿En qué? Te dejás llevar por todos esos sentimientos y mañana qué te importa. Si total, antes tampoco importaba demasiado. A Mer le pasó algo así, con Cuentrao, el poeta del barrio. ¿Nazi?...y, muy nazi no debía ser por esos tiempos porque Mercedes era de familia gitana o zíngara, nunca supe la diferencia. Yo la conocía de vista, nos saludábamos en el almacén del Bocha. Y mientras el pobre pelado cortaba a velocidad crucero doscientos gramos de jamón cocido, nosotras hablábamos boludeces. El clima, el barrio, los pibes, las pibas, boludeces. Pero hubo un tiempo, tampoco muy largo, en que no hablaba de casi nada. Tenía siempre la mirada perdida, como si una fatalidad inminente la estuviera persiguiendo. Ese fue el tiempo del amorío con Cuentrao. La gente en el barrio comentaba, chismosos del ojete como son. Y todos decían que era una situación complicada, que el tipo era mayor, que no era gitano, que la había violado, incluso dijeron que ella había quedado embarazada pero que había perdido al pendejo. Lo que te puedo decir es que Mer no la pasó nada bien…No, nunca supe si lo quería. Lo que sí, que la familia no podía ni verlo al poeta. Al parecer, las pocas veces que se vieron fue de canuto, en un barcito de San Juan, cuando ella podía escaparse de la casa. Pero fue todo muy rápido y muy intenso. Va, como todo en este barrio. Yo por suerte me mudé hace un tiempo, y solo paso a saludar a mi vieja que sigue viviendo en la misma casa…¿A Mer? No la vi más, ni a ella ni a su familia. Me encantaría saber lo que pasó, te juro ¿Cuentrao? Se fue al poco tiempo, dicen que con el corazón y el culo rotos, porque los gitanos de la familia de ella lo cagaron a trompadas y demás. Ella, al parecer, dejó de buscarlo en el bar, después de ese episodio ¡El tipo le mandaba cartas con poemas! ¿Podés creer? Como si fuese Romeo en la Edad Media. A veces, los hombres son tremendos pelotudos, otras veces son altos forros. Yo prefiero a mi gato. Está castrado y no jode a nadie.

 

Si yo pongo dos monedas en órbita,

mis gritos alcanzan al universo,

pero la caída será estrepitosa,

como un salto de Iguazú,

una tarde de estío.

 

2.

Con eso del nazismo que me preguntabas, me dejaste pensando ¿Qué haría un nazi en este barrio, en el dos mil uno? O sea, fachos de mierda hay por todos lados, son como los nazis pero se la dan de progres, ¿a eso te referís?... A, no, eso es ya re de enfermito. Vos decís como que el chabón este escribía poemas para alabar los asesinatos de Hitler y novelas de supremacía racial, ¡alto trastornado! Uy, ahora que contás eso menos mal que se fue del barrio…No, ni idea de por qué se fue ni para dónde. Imagino que pasó al poco tiempo que lo cagaran a trompadas los gitanos de Mer, también coincidió con lo de la masacre en la verdulería. A veces las tragedias se buscan, ¿no?, como para no quedar aisladas. Eso fue raro, demasiado ensañamiento como para haber sido al voleo, casual. Me acuerdo que a la pelotuda del quiosco de al lado le habían querido chorear uno de esos idiotas descerebrados que pasan re puestos por la avenida. La loca esta lo sacó re cagando con una cuchilla. Re pendejo sería, otro la corta en pedacitos con la misma cuchilla a la mina. Eso sí es al voleo. Igual que las veces que se la pusieron al Bocha en el almacén, nada personal. Aunque a ese mal nacido más de un ex empleado lo debería haber boleteado, porque es un garca que paga miseria y trata como el culo. Pero a los dos pibes de la verdulería, eso fue raro. Siempre me parecieron re buenos pibes, los bolivianos. Siempre en la suya, laburando y sin joder a nadie ¿Y me vas a decir  que los despanzurraron así para robarles cien mangos y un quilo de tomates?...No sé cómo fue que los terminaron matando, pero sí que fue re heavy. Yo pasé por la vereda cuando la policía estaba delimitando la zona, me sacaron cagando, pero pude ver que la verdulería era como un gran rio de sangre, muy oscura…No, los cuerpos no los vi, estaban tapados con bolsas negras y diario, como flotando en el rio rojo. Después me enteré lo que los ratis quisieron que nos enteráramos, que había sido un ajuste de cuentas por un tema de drogas. Muy común ¿no? Tanto que es re sospechoso. Yo no creo para nada en esa versión…Sí, te digo y publicalo donde quieras, para mí fueron los canas. Les habrán pedido coima y, como se negaron o el negocio no andaba bien, los cagaron matando y montaron la escena. Lo de la coima es un clásico, pero suena raro, porque cuando es así liberan la zona y mandan algún raterito para que haga el laburo sucio, ellos no se manchan.  Con eso los canas quieren asustar nomás, no les interesa que se arme tanto bardo, sino que les den algo de guita. Y si no tenían plata, qué se yo, por ahí estos ratis se re calentaron porque los bolivianos tenían una camioneta buena. Esa te la creo más, de envidiosos, capaz que se les fueron al humo y a alguno se le fue la mano. Por ahí por eso les metieron merca hasta en el culo. Son capaces. Pero, la verdad, no sé nada en concreto. Muy raro que no hubo testigos. Pasó muy temprano, era un día de semana, alguien tuvo que ver algo. Eso hace más sospechosa la explicación oficial. Hay que andar con cuidado de lo que uno ve. La vista es mucho más comprometedora que la lengua ¡Ah, re filosófica la mina!

 

Caminaba la sombra del domingo,

una mano abierta,

el brazo derecho extendido:

Dos ideas en la cabeza,

las de siempre,

matar

o

morir.

Escupió a los lados,

todas las pasiones volaron,

el frío de la niebla llenó su pecho

y mató.

Mató,

salió corriendo,

las gotas, ahora espesas,

cayeron sobre su brazo destructor,

su mano asesina.

La madrugada temblaba en la avenida,

los rastros rojos, punzantes,

oleaban de lejos.

Él durmió en una plaza,

el corazón agitado

se detuvo.

No hubo más mundo.

 

 

3.

Justo el otro día estuve en lo de mi vieja, volví al barrio mal parido, el jueves pasado, creo. Está todo igual. Los clubes llenos de viejos babosos mirando los culos de las pendejas por la ventana, soñando con que se les para y se pueden hacer una paja. También los almacenes esos, llenos de mercadería casi pasada o pasada del todo ¿Total? A quién le importa comer esa bosta, da igual, hay cosas mil veces más peligrosas. Y podés creer que siguen los mismos ratis, dando las mismas vueltas, pasando a coimear por los locales de Jara, pasando a cobrar por los kiosquitos de adentro, llevando y trayendo gilada, llevando y trayendo pendejos para pudrirla, y así…¿A quién querés decirle? ¿A la policía? No me hagás reír, no seas boluda ¿Conocés algún político? Bueno, si es así, manguealo ¿Algún juez en tu agenda? Tenelo siempre cerquita, esa es una carta fuerte, re. Por ahí algún día te haga zafar de una o te salva de otra. Son como tranzas, pero desde otro lugar. Ojo, viven en los mismos barrios chetos que los narcos, de eso no hay duda. Y no los jode nadie, a menos que se metan con quien saben que no se tienen que meter. Pero eso vos ya lo sabés, ¿no? O también jugás a hacerte la boluda. No te juzgo, no te culpo, la gran mayoría jugamos a hacernos los boludos, los reciénvenidos. Cuando los medios de comunicación cuentan algo, ahí recién nos ponemos a jugar de indignados, hasta vamos a las marchas y todo. Pero en el día a día, todos nos hacemos les pelotudes, porque mirar para otro lado es más fácil y está mejor pago. Actuar como que nada pasa, aunque sabemos que pasa de todo. Con Cuentrao, con los bolivianos, lo mismo. Sabemos todos lo que pasó ahí. Ese tipo, no sé si sería nazi, o mal poeta o un forro más de los que se juntaban en el café del Racing. Pero seguro que a la Mer la hizo pelota, porque acá los chabones hacen lo que quieren, está perfectamente visto. Además, la familia de Mer, peor. Ellos la deben de haber terminado por rematar, como ser humano digo. La cagaron a palos de todos lados y nadie le dio bola. ¿Sus deseos? Bien gracias, más vale hubiese sido un chabón. Todos lo sabíamos, no hicimos nada. Peor, seguimos como si nada hubiera pasado…Y con los bolitas, bueno, pobres flacos. Todos vimos ese desastre, el mar de sangre, las zanahorias bañadas en rojo oscuro, los cuerpos vacíos de todo líquido, sin vida, sin latir. La brutalidad que solo los que están acostumbrados a eso pueden reproducirla. Esos mismos soretes que montaron la escena de investigación, los mismos que supuestamente nos defienden. Tapando con diarios, con bolsas, con mantas, con cualquier cosa lo que ellos mismos habían creado, una escena grotesca ¿Y qué hicimos los que estábamos ahí, viéndolo todo? Absolutamente nada, la jugamos de inocentes palomitas. Nadie, ninguno dijo una palabra. Era más fácil hacerse el gil y decir que como eran bolivianos estaban metidos en la droga, y que la prueba de eso era la camioneta nueva. Como si la camioneta fuera el premio que se llevan los narcos grosos, como si esos dos pibes fueran el Chapo Guzmán y Mi Sangre ¡Por favor! ¿En qué cabeza retorcida y de sorete cabe? Yo esa ya no la aguanto, no la quiero más. Por eso me fui a vivir a Miramar. Prefiero pegarme esos inviernos interminables donde no se ve un alma por la calle, pero estoy más tranquila…Pero ya sé, todas las ciudades de la costa y los pueblos playeros son así, la misma putrefacción, la misma porquería. Pero prefiero un lugar más chico, me da más tranquilidad. Pero es lo mismo, ya lo sé, es exactamente lo mismo. Miramos para cualquier lado, no queremos ver la putrefacción en la que nos convertimos. Siempre es mejor hacerse el distraído y mirar una serie en la tele, en la compu o en el celular. Jugar al boludo ciego, así podés seguir. Pero, cada tanto, la realidad te explota en la cara, y es insoportable. 

 

A veces no quiero cerrar más lo ojos,

o si lo hago que sea para siempre y ya,

porque para ver eso que se ve,

para ver cómo me pisan la cabeza,

cómo me atan de las manos,

como me violan hasta con palabras,

para que me escupan y froten como trapo,

como un pañuelo de papel que no se aprecia,

para que me digan que soy una mierda,

una puta,

una basura,

una tirada,

una dejada,

una forra,

un forro pinchado y todo guasqueado,

y que “chupame la pija, dale boluda que te re cabe”,

para que me fuercen a ser lo que ellos quieren que sea,

para sacarme de mí y exponerme en sí,

para ser un trofeo de fin de semana,

para morir como su empleada,

para cobrar dos mangos por hacerlos felices,

por quedarme callada porque no tengo permiso de hablar,

porque andate del barrio, nadie te cree,

nadie te quiere,

tu vieja te dice que sos una puta,

ella puta, como tu abuela,

para ver eso ya no,

no es tiempo,

no quiero más,

porque no,

ya está,

si abro los ojos,

ya está,

abro,

y no soy nadie

y soy todas.

 

4.

Te dicen que tenés que creer en algo. A mí, mi vieja me lo repite todo el tiempo, como un loro muy hincha pelotas. La verdad es que no hace falta. Yo ya no creo en nadie, ni en mi gato. Me mira y viene a pedir comida o que lo acaricie, porque está en su naturaleza, ser un arrastrado para obtener lo que su instinto piensa que necesita. Imaginate si voy a creer en un político, un cana, un cura, un famoso, un artista. Ni en pedo, nadie tiene nada bueno para aportarme. Ni un dios, ni un espíritu, nadie. No me jodan más con esas cosas. La verdad que aferrarse a algo de eso es una necesidad para no matarnos entre nosotros, y solo por eso lo acepto y no hago bardo. O tal vez porque sé que yo sola no tengo tanta fuerza para desenmascarar a todos esos farsantes. Entonces me rindo y, por ejemplo, creo que ahora un presidente, un rey o una reina tienen la población bajo control. Pero en verdad no tienen nada, están tan en pelotas como vos y yo. Entonces me fumo un faso y me pongo a mirar al techo, para joder la vida súper productiva que me jodió primero. Ese sería mi mejor estado, el de un reposo inactivo total, para que se escandalicen esos cultores de la híper actividad, que están todo el tiempo “haciendo cosas” para olvidarse de que son personas patéticas, que nunca van a tener el control de nada, que nunca van a entender cómo carajos hace una mosca para volar a la basura sin tener pensamiento. Así, cada tanto pasa eso, quedan los hilos de la marioneta a la vista de todos, la gente se pone como loca y se da cuenta de que puede voltear las cosas por completo. En eso estuvimos allá por el dos mil uno, y en eso vamos a estar cada tanto. Y cuando ese tipo de cosas pasan, cagaste hermana. Agarrate, porque se viene todo a pique, como catarata de inodoro. La mierda nos llega a todos. De eso se trata todo lo que pasó, desde Cuentrao y su cagada Nazi hasta los bolivianos despanzurrados. La mierda atrae a la mierda. Los hechos se llaman entre sí, como una voz misteriosa, que grita sin que nadie la pueda escuchar. Siempre hay algo de fantástico en ese tipo de días. Es como si el aire pesara de otra forma, como si la gravedad se olvidase de existir tanto. Entonces parece que flotás, carajo. Te juro, se siente como que estás levitando, pero a la vez no es tan así. Y en ese ambiente enrarecido, lleno de inercia, las cosas más terribles no pueden evitar amontonarse, no pueden parar de realizarse. Y no es que sea un solo hijo de yuta el que nos caga la vida. Es un montón de cosas puestas a releerse al mismo tiempo. Nos pasa, como parte del universo, cada tanto. Ciclos, le dicen los economistas. Bueno, usemos esa palabra, ciclos. Pero ojo, son ciclos que son una cagada, siempre, porque las cosas chotas son las que ponen el mundo a funcionar. Fue así desde el principio y va a ser así hasta el final, y ni yo ni vos ni nadie va a poder hacer algo al respecto. Me remito a las pruebas, ninguno pudimos evitar todo lo que pasó en aquel tiempo. Estábamos paralizados por esa inercia. Reaccionamos a destiempo, cuando no había mucho por hacer. En realidad, reaccionamos justo a tiempo, porque toda esa catarata del orto nos tenía un lugar guardado. ¿Te dije que no creo en nada, no? Bueno, tampoco creo esto que te acabo de decir, pero al menos siento que estoy más cerca de una verdad ¿Verdad? No tendría que llamarla así, más bien tendría que decir vertira, mendad. Alguien inventó las palabras, ¿no? Seguro que fue un grupo de chabones. Entonces, ¿por qué carajos no puedo meter un par yo, ahora? 

 

 

 

 

 

*Testimonio de Pablo sobre su encuentro con el poeta nazi, Adolfo Cuentrao: “Todos los días se celebraba el fin del mundo”

Aclaración 1: el siguiente es un testimonio y, como tal, está muy lejos de la verdad.

 

1.

…Yo, por esos días, leía mucho revistas de automovilismo, aunque no sé bien por qué. Es verdad que nunca había manejado en mi vida y mis viejos no tenían auto, lo habían vendido meses antes por la crisis económica que asolaba al país. Yo estaba recién salido de la secundaria y me acuerdo que la sensación en la ciudad era de apocalipsis inminente. Todos los días se celebraba el fin del mundo. Como sea, esa tarde de primavera el calor era insoportable, no tanto por la temperatura sino por el efecto pegajoso de la humedad, y yo me fui con la revista de autos para el bar del club. Creo que era el Jara, pero pudo haber sido el de Racing de Mar de Plata, se parecían mucho. Toda la ciudad estaba de la misma forma, destruida y sin espíritu. Yo pasaba las tardes y las noches con amigos entre las calles del barrio Rivadavia y del centro, tomando alguna birra, fumando un porro, mirando culos de minitas y escuchando Viejas Locas. Yo prefería ver hombres y escuchar a los Súper Ratones, Barbara Ann, la playa y todo eso. Pero la onda del barrio era rolinga y súper hetero, y Pity Álvarez parecía el heredero de esa cultura. No había mucho más que hacer, nosotros estábamos dentro del gigantesco porcentaje de los arruinados por la crisis. Igual no entendía mucho, para mí la vida debía ser más o menos así en todos lados del mundo, todos los jóvenes estarían pasando por lo mismo, buscando algún estímulo por cualquier lado, con cinco pesos en el bolsillo y una bici playera con el manubrio partido. Me fui, como te decía, al bar del club – ahora estoy casi seguro de que era el Racing – y me senté a leer la revista de coches. El mozo me trajo una cerveza, sabía que era lo único que consumíamos los pibes del barrio cuando entrábamos al bar. Recuerdo que el tipo era tan alto como flaco, de piel blanca de no ver sol en décadas, rostro ojeroso y  pelo corto, a lo milico, bien morocho. En conjunto resultaba una mezcla entre Largo de los Locos Adams y Joey Ramone. Así le decíamos. Joey me dejó la fresca sin maní, la crisis no permitía lujos. Me puse a ojear la revista que tenía una nota bastante extensa al “Pingüino” Catalán Magni, que seguro hablaba de alguna carrera de TC y de su relación con el Flaco Traverso. Se habrían peleado o arreglado alguna cuestión polémica, Traverso era el corredor más controversial por ese entonces. Creo que después, los dos, se dedicaron a la política. Cosas de la crisis, ¿no? Yo había estado muy concentrado en aquella lectura y no me había percatado, pero cuando hice un alto para tomardel vaso de cerveza, advertí que en la barra había tres tipos tomando café, o alguna otra bebida caliente en taza. Y sí, uno de ellos era “Tino” Cuentrao…Claro que lo conocíamos en el barrio, decían que era escritor. “Poeta” le decían, y eso era raro. En la escuela nadie nos había enseñado que los poetas estaban vivos, y que uno se los podía llegar a encontrar por la calle. Para nosotros la poesía era algo viejo, muerto y melancólico, como el tango. No asociábamos el rock con la poesía, para nada. La poesía habían sido el Martín Fierro y la cara de Borges, como una estatua erudita, distante. ¡Ah! Y también Alfonsina Storni, que se había limpiado acá nomás, en las playas donde a veces íbamos a coger a la salida de algún boliche. Loco, ¿no?, garchábamos con furia donde la mina esta caminaba mar adentro, para dejar de sufrir ¿Una paradoja se dice? Años después me enteré que a la tipa esta, la poeta, le gustaba cogerse pendejos mucho más jóvenes que ella, me pareció una genia. A veces, sueño que vuelvo a tener esa edad y que Alfonsina me garcha en la playa, antes de irse a morir. Y yo estoy excitado, aunque ninguna mujer me mueve un pelo. Pero ella es otra cosa en el sueño. Es como en la canción, sería la parte que falta y que hace justicia con ella: Y te vas Alfonsina con tu soledad / que pendejo hermoso te fuiste a voltear…

 

2.

Y ese Cuentrao, medio brazuca, medio argento, medio paraguayo, era poeta también. Yo por eso me imaginé que su final estaba cantado. Para mí, si sos poeta, no te queda otra que el suicidio. Encima este Cuentrao, decían, andaba penando porque una gitana…¿O era zíngara?...no le daba bola. Igual, esa tarde en el bar, se lo veía animado, hablaba fuerte y con la mirada encendida, esos ojos celestes tan intensos, con gestos exagerados. Como decía, eran días difíciles para el país, y Cuentrao, por lo que sabíamos, había desempeñado un cargo político en la Capital, en vaya a saber qué momento de su vida. El tipo lo hacía notar en las discusiones, siempre ponía un ejemplo de lo que él había hecho o de lo que él había participado, con el objetivo de humillar al resto de los parroquianos. Le gustaba sentirse superior. Pero ese día que te cuento estaba más bien alterado. Creo que fue en esa oportunidad que dijo: “Estos negros de mierda van a incendiar el país”. Me acuerdo, nos acordamos, porque siempre se cuidaba con las palabras. Cuando quería era medido, cauteloso para opinar, aunque casi siempre las cosas en las que concluía…bueno, por eso el apodo “poeta nazi”, ¿no? Encima se llamaba Adolfo o Adolph. Insistió toda esa tarde con la idea de higienización que había que aplicar sobre la sociedad argentina, para lograr la “purificación”. Los otros dos comensales lo miraban sin prestarle mucha atención, porque la tele del bar les devolvía las imágenes de un nuevo saqueo a un supermercado en Capital. Joey Ramone parecía ser el único que se ponía medio incómodo con las opiniones de Cuentrao, se lo veía gesticular desaprobando, mordiéndose el labio inferior y moviendo la cabeza de lado a lado. Ahí, con mi mente de pendejo, me acordé del video de Los Ramones, y eso de que a Joey le importaba un carajo la Historia, lo que enseñaban en la escuela…Cuentrao siguió despotricando un rato más contra el destino mediocre del país y la falta de voluntad de la gente en la ciudad. Fue en ese momento, y como para terminar su discurso, que hizo referencia a la entereza del pueblo paraguayo en la guerra de la Triple Frontera. Según dijo, los paraguayos al menos habían tenido la voluntad de pelear hasta que no quedara uno solo de los suyos en pie, incluidos los niños. Él decía respetar a los enemigos que están dispuestos a jugarse el todo por el todo. La verdad, yo creo que uno respeta al enemigo que sabe que está condenado a la derrota…

En la entrega total está la vida

total,

un horizonte jamás se dejará ver

 por los pueblos débiles,

incapaces de diferenciar

el vuelo perfecto de un águila

del espamento exagerado y morboso

de un impío colibrí.

Eso, o algo así, recitó Cuentrao de memoria aquella tarde. Eran tiempos en los que nadie recitaba nada, por eso me lo acuerdo tanto. Los tiempos se ponían raros, las relaciones comenzaban a carecer de palabras, los versos en voz alta se extinguían. Ya estaba empezando a pasar de moda el mirarse a los ojos. Nunca supe si eran versos suyos o de algún otro poeta o escritor amigo, daba igual. Yo, en ese momento, pensaba cualquier otra cosa, miraba las fotos de las carreras de TC, tomaba birra y no sabía si al otro día me irían a pegar un tiro en la cien, yendo a comprar cigarros.

 

Aclaración 2: el testimonio pertenece a Pablo, un habitante del barrio Rivadavia entre los años 2000 y 2010. Lo último que se supo fue que para el mundial de fútbol masculino en Brasil, se fue a Río de Janeiro, con la idea de vender choripanes. A partir de ahí, nadie más tuvo noticias de él en el barrio. Sobre Cuentrao siguen las conjeturas, parece el desfile de un conjunto de sombras, que se terminan de esfumar en los vapores del recuerdo.

 

 

 

 

*Nota periodística.

**El siguiente es un fragmento de una nota publicada en un medio digital marplatense, más precisamente del barrio Rivadavia. El autor es un ignoto relator deportivo, que se dedicó a la cobertura de los partidos del campeonato de la Liga Marplatense de Fútbol masculino. Su producción está muy fragmentada y es de difícil seguimiento. Mayormente, colaboró para revistas deportivas digitales y sitios de internet relacionados con el fútbol masculino. Entre las notas halladas, pude recuperar sólo una en la que se refiere al poeta Cuentrao. Nunca se pudo hallar al autor, que firmaba con el pseudónimo Juan Scardanelli. Tampoco se pudo establecer relación directa con Cuentrao o con el barrio Rivadavia, porque nadie lo conoce. Transcribo, a continuación, el fragmento aludido:

…Verdad es que más que escribir una nota deportiva, lo que tengo ganas de hacer es catarsis. Por una semana voy a tratar de dejar un poco de lado las opiniones del poeta nazi, que supo habitar el barrio Rivadavia, y que lleva como nombre Adolfo, como apellido infame Cuentrao, y como apodo lamentable Tino. Adelanto que hay mucho más material sobre sus disquisiciones futbolísticas basadas en la superioridad racial, prometo compartir un par de sus versos al final de la nota, para que sus opiniones futboleras y sobre la vida empiecen a ser desechadas de inmediato. Lo único que habría que destacar es que Cuentrao, sabía perfectamente la importancia del fútbol en la política, y que fue pionero al afirmar que Argentina algún día iba a tener un presidente futbolista, o a lo mejor un animador de la televisión. Y, agregaba, lo peor de todo es que “va a ser de los nuestros, lo que pondrá en riesgo la transformación necesaria hacia la ultra derecha unionista”. Porque, aunque se trataba de un ser despreciable, tal vez de los más despreciables que desfilaron por la ciudad, era consciente de que un político relacionado al fútbol era un problema, tenga la camiseta que tenga. En fin, tampoco es mi intención cargar tintas contra el presidente de la nación, para eso está él mismo(…)

(…) La horda de cabecitas negras no debe ser interpretada como apocalipsis,

no es más que el nacimiento de la grieta, que no cesará de crecer,

años de sangre, bombas, suicidios y asesinatos,

que derivarán en el inexorable olvido de una población cínica,

preparada para imponer su voluntad inquebrantable,

preparada para volver esa horda en esclavitud nuevamente,

una horda necesaria en un primer momento,

descartable después por su propia inercia histórica,

porque las hordas son siempre fáciles de confundir,

en ese, el momento de los verdaderos espíritus superiores,

los encargados de la higienización final,

un día de sol naciente, en el que nuestra raza

se levantará de cara al futuro

para saludar al resto de las naciones

y decir, finalmente, hemos vencido al impío.*

 

Tal ideología supremacista, intolerante, totalitaria y discriminadora, atrasa a la sociedad entera. Por eso comparto esos versos, porque no todos los periodistas deportivos somos iguales, afortunadamente. Además, ese carácter predictivo, profético y cargado de conceptos arcaicos, forman parte del pasado más oscuro de la nación(…)

 

*El texto pertenece a un poemario de juventud de Adolfo “Tino” Cuentrao, quien a los ¿dieciocho años?, ya había escrito su primer libro de versos: De regreso al sueño americano (¿1969 / 1970?). El hecho de que este supuesto periodista deportivo, Juan Scardanelli, transcribiera esos versos en su nota, deja claro que hubo una relación muy estrecha entre ambos. Más todavía, cabe conjeturar, que por aquel entonces los dos trabajaban dentro del periodismo deportivo en el barrio Rivadavia, lo que nos sitúa temporalmente alrededor del año dos mil. El último dato, por demás obvio, que denota este fragmento es la enemistad que había entre los dos personajes en cuestión. 

 

 

 

*Testimonio jubilado del pescado

 

1.

Ellos no tenían nada que ver, pero lo sufrieron igual. Siempre pasa lo mismo por acá. Llegás al barrio como está y caés en la dinámica, por más que no quieras. Cuentrao, Tino, era un tipo raro. Reservado en su vida privada, pero cuando hablaba en el café, en el kiosco, en el almacén, se ponía a los gritos. Y podía hablar de cualquier cosa: el clima, fútbol, música, política, de todo. En eso era un argentino más. Digo eso porque tengo entendido que era paraguayo. Nunca le pregunté, tampoco teníamos tanta confianza. Y como una vuelta me dio a entender que no iba a la verdulería de Jara porque era de los bolivianos, bueno, me imaginé que era un poco xenófobo, discriminador, como la mayoría de los argentinos ¿Que no? Yo estoy muy seguro que sí. Pero lo dejamos ahí. Yo, te contaba, me lo cruzaba en el almacén del Bocha. Le decíamos así porque era pelado, como Bochini, y era hincha de Independiente. En este barrio nunca fuimos muy ingeniosos con los apodos. En realidad, nunca fuimos ingeniosos con nada. El Bocha era un tipo jodido, demasiado tal vez. En aquel entonces tenía el mismo problema que todos, la incertidumbre. Yo creo que los políticos no se dan cuenta cuál es el mayor problema del país. Ellos piensan que todo se debe a la falta de consistencia, a los enfrentamientos evitables, a las crisis económicas, a la lucha de clases…Y lo que en verdad nos jode es la incertidumbre, en todo sentido. La más fulera es la de no saber si vas a tener laburo de acá a mañana, también si tu jermu se va a ir a la mierda, con los pibes. Y si los pibes te van a perdonar algún día. El político que entienda eso tendrá mi voto, siempre… ¿Qué, nena? A sí, yo soy jubilado. Laburé toda mi vida en la pesca. Hice de todo, me embarqué, filetié, lo que te puedas imaginar con el pescado, lo hice. Después me jubilé y bueno, acá me ves. Ni idea cómo pude sobrevivir. Me acuerdo que de joven pensaba que estar embarcado era lo más peligroso, lo último que debía hacer. Esas embarcaciones eran un riesgo total, y una vez nos agarró Santa Rosa en alta mar y qué cagazo, nena. Nos pusimos todos en los depósitos para aguantar como sea los viandazos del mar. Las olas eran como de siete, ocho metros, una locura. Varios vomitábamos y rezábamos para poder contarla. El mar es así, en un instante pasa de ser una máquina natural de destrucción a la calma más pasmosa. Y eso pasó, después del temporal, todos vomitados, salimos a cubierta y había sol y el mar estaba planchado, turquesa y sin viento. Prometí que no me iba a subir más a un barco, nunca más. Pero las promesas son al pedo en esta ciudad. Volví al barrio ¿y qué mierda iba a hacer? No tenía nada, ni mujer, ni hijos, ni trabajo… Pero por hoy basta, querida, estoy muy cansado. Otro día te sigo contando del paraguayo Tino y sus historias en el barrio ¿Sabías que un gitano se la tenía jurada? Ya te voy a contar.

 

2.

Sí nena, claro que me acuerdo de lo que hablábamos. Es rara, la memoria. Me acuerdo patente lo que te conté el otro día, podría repetírtelo de memoria y no fallaría ni en el detalle de los vómitos en el barco, las terribles olas de Santa Rosa y el mar turquesa calmo del final. Pero, fíjate vos, hoy me olvidé por completo de tomar la pastilla para el corazón. No entiendo cómo funciona la memoria, y a esta altura, no me queda mucho más tiempo para entender. A veces pienso que es algo que está fuera del control de uno, que solo se la puede llenar e incentivar para que esté activa. Pero la verdad es que se pone a rodar cuando quiere. Y yo te dije lo del barco, claro, que no quería volver en un tiempo. Pero tuve que volver ahí nomás de haberme bajado… ¿Plata? No tanto por eso, no. En verdad no sabía qué hacer con mi vida. El barrio y toda la ciudad eran otra cosa, mucho más oscuro que hoy. Había milicos por todos lados y hacían lo que querían. A un amigo lo secuestraron, el Pili le decíamos, era del gremio nuestro, de la pesca. Se destacaba todos los veranos, además, en la fiesta de los Pescadores, porque por más que le pusieran cantidad de grasa al palo, él siempre se las arreglaba para llegar a la punta sin caer, y tocaba la campana, les ganaba a todos. Apareció en una de esas listas de la muerte, que los botones de los asesinos hacían de puro sádicos nomás. Tuve miedo nena, mucho más que de volver al mar, de que me asociaran al Pili y me chuparan también. Fui un cagón, para qué te voy a mentir. Además, tampoco tenía una familia que me reclamara, así que me volví a embarcar. Y esa vez fue la peor. Fue como estar a la deriva con un grupo de exiliados. Se respiraba una atmósfera muy melancólica, bien tanguera viste. Era como escapar de un país en guerra. Me acuerdo que una noche la marea estaba jodiendo bastante, hamacaba al barco para donde quería. No se podía dormir, al menos yo no podía. Me levanté y me fui a cubierta, a la proa. De ahí me puse a mirar el oscuro frío del mar. Era como un abismo, un remolino empetrolado…No, no me dio miedo…otra vez pensé en el Pili, me entró un pánico, sentía los órganos del cuerpo latiendo como nunca. Y no me preguntes por qué, pero me tiré al agua. Fue la única vez en la vida que tuve una reacción semejante. Todavía hoy no me lo explico…y caí…Lo primero que sentí fue un frío repentino, como un disparo, un fogonazo y ya, un ardor y el cuerpo en un instante ya estaba aclimatado. De la respiración me olvidé, no sé cómo hizo el cuerpo para mantenerse vivo. Yo empezaba a sentir alivio, estaba como volando por el fondo del mar. No veía más que oscuridad, no escuchaba más que el rugir del agua apoderándose de todos mis sentidos. Te digo la verdad nena, me sentía muy bien. Estaba, finalmente, entregado en cuerpo y espíritu, relajado, curado. Pero el cuerpo quiso otro final, y aguantó. Yo no lo recuerdo, pero según me contaron después, me sacaron los muchachos más jóvenes del grupo. Se tiraron con salvavidas y sogas, mientras los otros desde arriba alumbraban el mar. Nunca confesé, hasta hoy. Todos pensaron que me había caído por accidente. Y, aunque no lo puedas creer, en ese tiempo todo el mundo prefería creer en accidentes. Nadie dudaba, estaba prohibido…¿Y por qué te digo esto, nena, si vos querías saber de Cuentrao? Bueno, yo creo que ese tipo vino de esos tiempos. El tiempo de la oscuridad, el frio, los accidentes, las listas de asesinatos y los abismos. El tiempo de las historias dudosas, los silencios insoportables y la creencia necesaria en la mentira. Me imagino que él estuvo en el mismo remolino oscuro que yo. Y salimos, sí. Y fue para peor, para peor. Mucho mejor hubiese sido que no nos lanzaran salvavidas, que nuestros empecinados cuerpos se hubiesen callado la boca. Pero bueno, hay cosas que no se pueden evitar nena, como cuando te laten los órganos y caes preso del pánico. Algún día nos vamos a reconstruir, algún día…

 

En las playas, las barcas amarillas lejanas

descubren espumas de óxido y aserrín,

moldeando torsos desnudos, castigados por el cielo

y la Historia,

que no les pertenece,

que no será de su propiedad,

que no rifa navidades,

que no se ofrece a sus manos,

que no es materialismo,

que no es esclavo,

que no utiliza cascos amarillos,

que no se entrega a dioses paganos,

que no sale a las bailantas,

que no fuma vinos baratos,

que no va al club los domingos,

que no pasea por esos barrios,

que no come de ollas populares,

que no necesita de sus derechos,

que no tiene su lenguaje,

su cuerpo…

 

Las barcas amarillas exudan lágrimas de vidas

mutiladas por las injusticias de un juego

que ordena sus fichas verticalmente,

con colores opacos en el fondo,

con cuchillas desafiladas,

llamados a las cuatro de la mañana

por diez centavos la hora,

y que si no querés trabajar,

no querés a tus hijos y tu patria,

al futuro de explotados y explotadas,

soñadores trasnochados en busca de aventuras,

que vomitan ansiedad y aspiran poxiran,

para olvidar el pasado,

una foto sepia del presente,

recuerdo del futuro,

una guerra en silencio,

todos muertos,

la muerte,

el tiempo

de nadie,

queda en la espuma,

corroe las barcas,

los torsos,

asesino silencioso del sentido,

maestro mudo de la verdad

callada por la superficie,

corrosión en estado puro,

como nadar a la deriva,

del otro lado,

nada,

lejos

 

inalcanzable

 

                               la Historia

 

3.

Te dije, nena, que no me esperaba nadie, nunca, por entonces. Ahora tampoco me esperan. Pero sí que tuve mujer y un hijo, como la mayoría de los que nos embarcábamos. Pero no es una historia que quiera recordar. En eso la memoria sí que me ayuda. Es como si hubiese borrado todo de ellos dos. Primero las voces, que se olvidan rapidísimo. Después los rostros, que ya no se pueden reconstruir a la perfección. Después los olores, que se aferran un tiempito más, pero que terminan yéndose, porque no se pueden explicar. Y el tacto, eso es lo más difícil. Me puedo olvidar de muchas cosas, pero la memoria del tacto es imposible. Lo único que sirve es pensar en otra cosa, tocar otras cosas. La piel de esa mujer, la del niño, la suavidad o la torpeza de sus cabellos…Esas son las cosas que cuesta sacarse de encima…Y las palabras, que a diferencia de las voces quedan en uno. Yo ni me acuerdo el tono de voz de Marta, pero sí que te puedo citar un montón de diálogos, frases, muletillas, todas las que eran sus palabras, mis palabras con ella, nuestras palabras…Perdón, cada vez que pienso en eso me dan ganas de llorar, pero es más porque soy un viejo, un pobre viejo que se arrepiente de muchas cosas. Finalmente aceptás que ya es tarde, tarde para casi todo. Pero para la memoria no, ella está por fuera del tiempo, o maneja todos los tiempos a la vez. Y eso me hace pelota, nena…No me hagas recordar, por favor…Hablemos de otra cosa, sí, ese Tino Cuentrao, el paraguayo. Como te decía yo lo veía en el local del Bocha, y lo escuchaba decir pavadas. Él era más joven, obvio, entonces hablaba con esa arrogancia que da la juventud. Opinaba sobre todo, sobre todos. Una vuelta empezó a decir una sarta de idioteces, sobre el control natal, sobre que Argentina se iba a superpoblar de extranjeros si no controlaba la natalidad, si no le ponía un tope a los nacimientos de matrimonios y parejas extranjeras. Yo le decía que todos, la gran mayoría, éramos hijos o nietos de extranjeros. Pero él se empecinaba en que esa había sido otra historia. Era como el tomo uno de una enciclopedia que se había pervertido. Que en esta segunda parte la extranjería se había contaminado con lo peor, que eran en su mayoría delincuentes y narcotraficantes que venían de países del cuarto mundo. Eso decía, cuarto mundo. Yo estaba cansado de escuchar gente que opinaba como él, xenófobos y fachos que toda la vida tuve que escuchar, en la tierra o en alta mar, era lo mismo. Nunca me gustó la discriminación, pero siempre entendí que es una de las fuerzas originales de la política. Tan necesaria como la polis, la ciudad estado. Lo escuchaba, con esos ojos celestes tan distantes como tenebrosos por su limpieza. Parecía la maldad originaria, su rostro. Increíble, ¿no? Otra vez los vericuetos de la memoria. No me acuerdo de los detalles de la cara de Marta, no los puedo terminar de delinear. Pero de los ojos de Cuentrao no me puedo deshacer. Tal vez esa mirada era más que una parte de un perfil, eran un todo, como si se pudieran oler esos ojos, se pudiera tocar su peligro, su espesura; como si se pudiera oler su crueldad. Y las palabras, sus palabras, estaban perfectamente afinadas con el tenor de esa mirada. Por eso, te decía nena, era tan sensato, tan nítido todo en Tino Cuentrao, que te provocaba un miedo imborrable, que no prescribe aunque lo haya dejado tantos años atrás en mi  memoria…La puta memoria, hace lo que quiere con el tiempo y con mi cabeza…Ya estoy viejo y los recuerdos me cansan. Seguimos otro día, nena, si te parece…Estoy cansado.

 

4.

Te decía, nena, tengo mis días. Hoy, por ejemplo, me duele mucho la costilla del lado izquierdo, acá, ¿ves? En aquella caída al mar, que me rescataron embarcado. En el momento, como te había dicho, fue como si mi cuerpo hubiese estado preparado para irse sin doler. Había entendido que la decisión era la correcta, me tenía que ir. Cuando los compañeros me trajeron de vuelta, resulta que me empezó a molestar el pecho, el costado izquierdo. Días más tarde, ya en tierra, fui al médico y me mandó a hacer unas placas. Ahí me di cuenta que tenía fracturada una costilla, ¡En tres partes! Reposé, me tranquilicé, creo que fue el mejor tiempo de mi vida. El tiempo en que mejor estuvimos con Marta, juntos. Yo reposaba, miraba tele, regaba las plantas, y ella preparaba la comida, mantenía la casa limpia. Ni sabíamos qué día era, vivíamos con lo que me quedaba de la última vez que me embarqué…Pero claro, todo se degrada, con el tiempo, todo…el cuerpo, los sentimientos, todo. No va quedando casi nada. Ahora que lo pienso, ya estoy listo. Y no me mires así, nena, ya sé que no tengo mucho más carretel, y está más que bien. Solo me arrepiento de…Marta…mi hijo…Otra vez me pongo triste, quedate tranquila, es la edad. Como decía, ya no tengo más para esperar. Me acuerdo que se hablaba mucho del cambio de milenio, del siglo veintiuno, de las planchas voladoras y yo qué sé. Qué ironía, el siglo veintiuno, la esperanza del futuro, arrancó con matanzas, Estado de sitio, hambre, una locura. El ideal futurista se nos hizo pedazos en el primer año del nuevo siglo. Y aprendí para siempre. Porque va a pasar otra vez, una y otra vez. Enfocaremos el futuro en un lugar que nunca va a alcanzar. Nos imaginaremos cosas y situaciones que nunca podremos forjar. El ideal futurista está destinado a fracasar cada vez, porque el futuro está por fuera del tiempo, es ciencia ficción siempre. Y la verdad que al presente no le damos bola, o peor, lo hacemos mierda. Después, cuando es lo suficientemente tarde, o sea pasado, ahí recién nos empezamos a preocupar. Pero el tren ya salió, es tarde, y volvemos a esperar. Varados nos quedamos para siempre en el mismo andén, todas las veces creyendo que, esta vez sí, vamos a poder abordar la locomotora del futuro, la que va por el aire, la perfecta de toda perfección…Qué querés que te diga, nena, vos sos joven y seguro no te podés imaginar esto que te digo. Y lo siento mucho, de veras, pero a vos y a tu generación les va a pasar lo mismo. Primero les va a latir de esperanza todo el cuerpo, se van a extasiar con esa energía revolucionaria, no les va a caber en el cuerpo ni en la mente. Pero después todo eso implosiona, explota para el lado que no debe, y todo vuelve al mismo enredo, aunque con una perspectiva distinta. Cambian las boludeces, hablando en criollo y mal. En lo esencial seguiremos chocando con los mismos muros…Marta…Perdón, me voy a veces…¿De qué hablaba? A, sí, eso del asesinato de los bolivianos. Obvio que fue todo obra y gracia de la política. Esos pibes estaban metidos en medio de intereses políticos, porque movían plata, creo que del narcotráfico. No estoy seguro, pero el tiempo me va a dar la razón, como suele pasar. Y me da la razón cuando no sirve para nada, para nada…Es un castigo, un castigo de la naturaleza al hombre, por todos los males que le causamos ¿De qué me sirve a mí la razón ahora? Lo que necesitaría es tiempo, tiempo y juventud, lo que hoy a vos te sobra, nena. No te voy a decir esa pavada que dicen todos los viejos, eso de que aproveches el tiempo. Patrañas, cuando sos joven y tenés el tiempo de tu lado, no te hace falta pensar en eso. Si fueras consciente no podrías ser joven. La conciencia del paso del tiempo viene en la etapa de la vejez, y es una consecuencia. Si empezás a pensar en eso ahora, fuiste, chau pinela. Ser joven es ser un poco inconsciente, y daría cualquier cosa por volver a sentir eso. En cambio, ahora me ves, acá, con toda la consciencia encima, una cabeza llena de recuerdos caprichosos que quise borrar, pero no pude. Entonces sí, eso, te decía de los bolivianos, esa crueldad en el asesinato, ese desastre fue porque ellos laburaban con un político, uno que había hecho carrera, uno que venía de Capital. Y ahí es donde entra Cuentrao, Tino, lo conocía muy bien al político. Habían estado juntos en una dependencia del gobierno porteño. Seguro, los dos fascistas, nazis y xenófobos que se refugiaron acá, porque andá a saber qué se habrían mandado. Estarían exiliados acá. Y no sé si estaban en lo mismo, o fue simple casualidad, pero lo que te puedo asegurar es que ellos tuvieron que ver con la muerte de esos dos verduleros. Igual quién le puede creer a un viejo jubilado de barrio como yo…No, no tengo pruebas, ni sé cómo se llamaba el político ese ni qué relación tenía con Cuentrao. Llamalo intuición, experiencia, o como sea…Seguro, por ahí nada que ver. La verdad es que cada quien en el barrio maneja una teoría distinta. No vas a llegar a ningún lado con eso, nena. Te vas a volver a quedar parada en el andén, esperando el mismo tren. Y lo vas a volver a perder, te lo aseguro… 

 

 

 

 

 

 

 

*Testimonio de la mujer del kiosco

 

1.

Dicen que mirar el mar una vez por día mejora el ánimo y ayuda a conservar buena salud. Lo leí en unapublicación deFacebook, recién. Bueno, la verdad que en ese tiempo no nos acercábamos al mar, ni de casualidad. No había un peso, mi marido se había ido al carajo y yo estaba sola con el nene y el kiosco ¿Que cómo hice para zafar? Como pude. Mi vieja me daba una mano fundamental cuidándolo al Alan, mientras yo me pegaba la maratón en el local. El tema era sobrevivir. Y en tiempo de crisis se sobrevive vendiendo cigarros y birra. Sobre todo en ese momento. Estaba lleno de remises truchos y motitos de repartidores. Todos, o casi, fumaban y se tomaban alguna birra, como una pausa obligada, oxígeno viste. Y acá estaba el kiosco. Pasaba horas y horas con el mate y la compañía de los pibes de la verdulería de al lado. Eran divinos, dos bolivianitos súper respetuosos. Mateábamos de lo lindo y nos cuidábamos de los choreos. Una vuelta que no estaban ellos, habían ido con la camioneta a buscar mercadería, me vino un flaco a apuntar con un fierro. Creo que era un chumbo, nunca supe bien porque lo dejó en el bolsillo del buzo. Lo que sí sabía era que tenía dos caminos posibles, o lo enfrentaba y que sea lo que dios quiera o le daba los trescientos pesos que tenía en la registradora, una bocha de guita en esos años. Estaba segura que si le daba la plata y me quedaba llorando me la iban a pegar todos los días, así que hice de tripas corazón y agarré la cuchilla con la que cortaba el queso y los dulces, y lo enfrenté. Te juro que me entró como una…desesperación copada, ¿sería adrenalina? Y me olvidé de todo: de mi hijo, mi vieja, el local y de mí. Debía parecer una loca zarpada porque el chabón no la pensó, se dio la vuelta y se fue a la mierda “¡Bien loca! Te tendrías que haber quedado piola, inconsciente”. Pero no, yo ya estaba desatada como una fiera y salí con la cuchilla en la mano. Al flaco lo perseguí por la avenida Jara, hasta el club Racing, más o menos. Después, picó para adentro y se metió por el patio de una casa. Los perros ladraban y yo me quedé parada mirando el paredón, pero ya no seguí. Supongo que el pibe habrá saltado de patio en patio hasta encontrar salida por alguna calle lateral. Ojalá se lo haya comido algún perro de esos deformados que hay por el barrio. Como sea, yo quedé ahí parada, estaba empezando a oscurecer, me acuerdo patente. La adrenalina se me empezó a bajar y ahí sí que volví a pensar en el nene, mi vieja, el local que había quedado solo y en mi vida. Me acordé del hijo de puta de mi ex, qué mierda la cabeza de una ¿no? Se va para cualquier lado. Calculo que la cuchilla la tendría que haber usado entes. En fin, yo estaba ahí mirando el paredón, con la cuchilla en la mano, cuando se me acercan un par de tipos, que eran los que me habían visto pasar desde el café del club. Eran del barrio, yo los tenía de vista. Me preguntaron si estaba bien, que por dónde había salido el chorro, que si me había sacado algo y que ya habían llamado a la policía ¡A la policía! Cagones de mierda. Yo les dije que ya estaba todo bien y que la policía era la que los dejaba a estos pibes salir a chorear por la avenida. Que estábamos cansados de avisar a la policía que, sospechosamente, siempre llegaba tarde. Y lo que te había dicho, estaba ese Cuentrado, entre el grupito del café del club. Lo que te puedo decir es que me miró fijo sin hablar, con cara de nada, con esos ojos medio celestes y brillosos que tenía. Los demás me preguntaban cosas, Don Luis se subió al paredón y todo, haciendo como que iba a perseguir al chorro, pero no llegó ni a empezar. Este Cuentrado solo me miró, como acompañando mi sensación de adrenalina, que terminaba de desaparecer. Lo recuerdo más que a los otros, era un tipo muy expresivo, o por ahí es lo que una se imagina, porque era el único de ojos claros y decían que era poeta o periodista. Bueno, esa tarde me gané el respeto del barrio, me salió bien de pedo. A los bolivianitos de la verdulería, por desgracia, no. Un mes después les entraron a chorear y los cagaron matando. Yo estaba con Alan cuando pasó, lo había llevado a la escuela temprano. Cuando fui a abrir el kiosco me encontré con toda esa mierda, lleno de patrulleros y canas, hasta perros policía había, no sé para qué. Estaba el móvil de canal ocho y de una radio, creo que LU9. Había sangre en la vereda y en los cajones de verdura. Me llamó la atención, la sangre tenía un rojo tan oscuro que resaltaba sobre los tomates y los morrones. Ese fue un día muy triste, pensé mucho en todo lo que había pasado y lo que faltaba pasar. Por eso te decía ¿Qué carajos íbamos a pensar en ir a ver el mar?

 

2.

El garca apareció una tarde de primavera, en el kiosco. El muy turro me trajo una rosa, ¡una rosa! ¿Podés creer lo idiota que puede ser un tipo? Bueno, calculo que sí, que a vos también te habrá pasado. Yo se la tiré por la cabeza y le dije que se las tomara. Miento, en textuales palabras le pedí que se vaya a la mierda. Pero él me sacó la carta del padre, de lo que pensaba Alan, y ahí me aflojé. Pero tampoco soy boluda, le canté las cuarenta, le eché en cara los seis años de ausencia y que nunca nos pasó un mango, y le pregunté qué carajos quería ahora. Me miró con esa cara de imbécil que tiene y no supo qué decir. Nunca me pareció tan incogible una persona, te juro…¿Te molesta si fumo? Pregunto porque sé que hay gente que se pone mal con el humo del cigarro.  Y te decía, el salame este se me queda mirando sin decir nada - era obvio que ni sabía por qué o para qué estaba ahí – cuando entra al local el flaco este de ojos claros, Cuentrado o Cuentrao, como me corregiste vos. Obvio que aproveché para humillar a mi ex un poco y le pedí que se corriera, que estaba laburando para hacer lo que él no quería, criar al Alan. Yo creo que Cuentrao hablaba más con la mirada. Es verdad que yo estaba susceptible, pero te juro que veía en esos ojos una especie de espejo que me devolvía mi vida, mis sentimientos. Esa vez en el kiosco me asusté, pensé primero ¿Qué onda, me calienta este tipo? Después llegué a la conclusión que no, alguien que te excita no puede provocarte miedo sin siquiera haber pronunciado palabra. En fin, compró alguna cosa y se fue, saludando con un gesto en la cara. Todo lo hizo con un gesto esa tarde. Entró, me miró, agarró lo que quería comprar, me lo mostró, pagó, saludó con una mueca y se fue. Mi ex quedó como en otro universo, como si fuera un maniquí, relleno secundario de la escena. Yo me quedé pensando, otra vez, en qué carajos hacía soportando la presencia en mi vida de tanto material de relleno. Lo que pasó después es muy esperable, mi ex me miró y me acusó de estar acostándome con cualquiera, que era una trola y que no cuidaba bien al Alan y algunas de esas cosas más. Yo ni le contesté, agarré el teléfono y llamé a la policía. Y el turro salió cagando, como siempre. Esa noche soñé que lo apuñalaba. Nada extraño. Lo que sí me perturbó fue que cuando le daba la estocada final en el pecho, él abría los ojos y era la mirada de Cuentrao, esos ojos azules. Los sueños tienen eso, ¿no?, mezclan cosas de la vida real con nuestros deseos, para armar una película así no nos despertamos tan rápido. Algo así decía un post de Facebook de una amiga.

 

¿Qué son unos ojos azules

cuando el suelo es rojo,

todo rojo y sin futuro?

 

 

3.

El kiosco lo tuve un tiempo más, digo, después de lo que pasó con los bolivianos de la verdulería. La verdad que me cagué hasta las patas, ahí sí. Porque una cosa es un raterito de mierda que te viene a apurar con cualquier cosa, y está tan dado vuelta que apenas si se mantiene parado. A esos te los corro con lo que tenga a mano. Pero lo del asesinato de los bolivianos era otra cosa. Se decía que estaba metida la cana, el narcotráfico, la política, la justicia, el periodismo y María santísima…Y la verdad que ni idea flaca, yo no te puedo decir mucho sobre la investigación y esas cosas. La verdulería ese día fue una especie de santuario sangriento, o algo así. Además del rojo que salpicaba por todos lados, aunque ya estaba quieto hacía rato, había como algo raro en el ambiente, en el aire de todo el barrio. Si te parabas en la vereda al lado de la verdulería se sentía muy pesado todo, el aire, la luz, los olores. Yo no creo mucho en esas cosas de los espíritus y las presencias, pero ahí algo había. Se sentía raro, no como los días anteriores. Era como que todo había sido tan rápido, que los asesinados y los asesinos parecían todavía estar ahí. No ellos precisamente, pero como si sus sombras todavía estuviesen tratando de reaccionar sobre lo acontecido…No sé, no creo que te pueda ser más clara, porque esas cosas se sienten, como te dije. Y hay gente que no siente un carajo, no tiene problemas con eso. Pero estamos los que sí somos sensibles. Y vos les contás y no te creen ni mierda ¿Mirá si yo voy a querer sentir eso, gente asesinada, asesinos en el aire, reflejados en la vereda de un local? Ni en pedo. Pero me pasa, no lo puedo evitar. Para colmo yo los quería a los chicos, como te dije nos cuidábamos mucho…No, yo no sabía nada de si andaban con la droga, no te puedo decir. No parecían, pero qué se yo. Había tanta malaria por entonces. Quiero decir, ahora también, y siempre para nosotros va a ser así. Pero vos me entendés, en ese momento estaba la crisis total y cada uno hacía lo que podía para sobrevivir. Tal vez ellos se mandaron alguna, tal vez no y solo fueron un par de perejiles que la pagaron sin comerla ni beberla. Corte que la historia del barrio es medio así. Son roles que están siempre y que nunca son fijos, a veces te toca ser un perejil y otras sos la parte más picante de la salsa…¿Yo? Como te decía, flaca, no quise saber más nada, me fui a la mierda, con el Alan a cuesta y mi vieja. Nos acomodé en la casa de un tipo mayor que yo. Y sí, que digan lo que quieran. Ahora estoy en zona centro, más tranquila, el Alan va a una escuela cheta, mi vieja tiene a donde caerse muerta y yo me la paso bastante bien, ya ni me hace falta laburar. Y al viejo lo quiero, es como el papá que nunca tuve y que nunca tuvo el Alan. Con eso es suficiente, porque lo del amor y esa mierda me llevó a la desgracia, queda mejor para las películas de Hollywood, que nada tienen que ver conmigo. Te cuesta entenderlo, pero a la larga te das cuenta, por más cabeza dura que seas, como yo. 

 

Los elegidos tienen esas cosas,

solo te miran con la furia del bronce

y se abren los portales a las tres de la mañana.

 

 

4.

Hoy ponele que no, porque el cielo está gris, eso siempre pasa por acá, cuando estás más cerca del centro. Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, como todo. Estoy segura que, ahora mismo, en el barrio allá pasando Jara y Champagnat, la cosa es bien distinta…Ni hablar que hasta el gris es más claro, se ve mejor. El barrio ahí late, tiene cosas para decir, historias para contar y secretos que descubrir. Se siente, loca, se siente…Acá es más seguro, anda gente y comercios y autos y ratis, sí, te sentís más acompañada. Pero no hay espíritu, ¿me entendés? Cuesta explicarlo, pero es algo que se nota con los sentidos. Acá es como que todos estamos de paso, hasta los que viven y trabajan todos los días cerquita. Puede ser que hasta haya gente que pasó toda su vida en el centro, pero siempre se siente como habitante de paso. Como si se estuviese viviendo en un hotel, eternamente. Faltan cosas que tienen que ver con lo vital. Pero claro, lo vital es más peligroso. Hay historias y cosas extrañas que mejor no vivir, no pasar. En una de las casas que alquilé por el barrio, que era pasando Champagnat, varias cuadras más de la Avenida Colón, tuve esa sensación horrible. Fue una experiencia que me va a quedar grabada toda la vida. Yo era pendeja, había tenido hacía poco al Alan. Nos habíamos mudado con el padre ahí. Él, como me esperaba de ese turro, ya estaba pistoleando por ahí, casi que ni paraba en la casa el muy mierda. Yo pasaba casi todas las noches, sola. A veces, me hacía la segunda mamá, pero cada vez menos, porque ya estaba empezando a sufrir de la enfermedad que ahora la tiene hecha un fantasma, pobre. La casa no era grande, tendría un par de ambientes nomás, el living comedor, la cocina, un baño y la habitación. Era chica y bastante humilde, lo que podíamos pagar por entonces. Yo siempre me quedaba con el nene en la habitación, porque le tenía idea al living, que era más cómodo y tenía la tele. Pero yo sentía algo raro, entonces cuando el turro desaparecía, yo agarraba al Alan y nos metíamos en la cama, aunque no tuviésemos ganas de dormir. Y a la noche, de un día para el otro, eso que yo sentía empezó a hacer presencia en el living. Algo, alguien, hacía ruidos todas las madrugadas, a eso de las tres. Se escuchaban cosas arrastrándose, rugidos, arañazos en los techos…Yo no salía de la habitación ni en pedo, no soltaba al nene ni loca. Porque sabía, flaca, estaba muy segura de que era algo maligno, esa presencia de mierda. Lo sentía muy claro, nunca experimenté algo igual. Después, a la mañana todo volvía a ser normal…¿El turro? Qué se iba a preocupar, me decía que estaba loca, que no jodiera. Así era y supongo que seguirá siendo él. Le conté a mi vieja, la única que me entendía, me dijo que agarre al nene y me fuera a la mierda. Y yo le tendría que haber hecho caso, la vieja entendía de esto cuando estaba lúcida. Extraño mucho esa lucidez, que a mí me falta. Entonces, como te decía, me quedé de más. También, te confieso, tenía curiosidad, en el fondo quería saber qué era eso, ese alguien, qué quería, por qué cuernos me molestaba. Una noche me aguanté como pude, me quedé despierta viendo tele, tomando mate y café. Aguanté aunque se me cerraban los ojos, tirada en el sillón del living. Al Alan lo había dejado en la cama de la habitación, por precaución, si me exponía me jodía yo, al nene ni en pedo me lo tocan. Pero en algún  momento debo haberme quedado dormida, y lo que me despertó fue el espanto…Un grito de Alan, un sonido de golpe. En ese orden. Me levanté con el instinto maternal en llamas, me lancé a la cama, pero el nene se había caído al suelo, lloraba. Lo alcé y me lo llevé a la cocina. Prendí la luz, serían como las cuatro de la mañana, la noche era de otoño, así que era muy oscura, cerrada. Lo miré por todos lados, no sabía cómo calmarlo. Por suerte no tenía marcas en la cabeza, pero sí que vi algo cuando le saqué el pijamita, estaba arañado. Eran cinco, te juro, cinco raspones violáceos que sobresalían de la piel tierna del bebé. Me puse a llorar de angustia y bronca, porque esa cosa, lo que fuere ese algo o alguien me había tocado al Alan. Su plan todo el tiempo había sido convencerme de que sólo habitaba en el living, solo jodía ahí. Y claro, una es tan boluda que piensa que en el mundo inmaterial hay reglas, que son muy precisas y que todos los espíritus las cumplen a rajatabla. Con ese engaño me sacó de la habitación y le regalé la víctima. Y eso fue todo para mí ahí, agarré al bebé y me fui con mamá esa misma madrugada. Por suerte los arañazos del Alan cicatrizaron rápido y nunca volvimos a tener otra experiencia similar. Pero me di cuenta de que con ciertas cosas no se jode hermana…y te cuento eso porque me pasó algo similar el día del asesinato de los bolivianos. Había algo mal ahí, se sentían cosas raras, presencias extrañas, fuerzas malignas que buscaban algo. No tengo idea qué. Tampoco sé cuál era su víctima o su cómplice. Siempre buscan a alguien, para bien o para mal. Y para llegar al objetivo, son capaces de montar cualquier espectáculo, por más horrendo e inverosímil que sea. Por eso te digo, estoy segura que falta algo en la historia del asesinato en la verdulería. Matar a esos dos perejiles fue una distracción, como los ruidos del living en mi casa…¿No me creés? Es cuestión de esperar un tiempo más, o de investigar un poco mejor…

 

Celestes sus ojos,

como las mañanas en el infierno,

a plena luz de llama,

me perseguían,

no me dejaban en paz,

siempre buscando atormentarme,

yo escapando porque no era yo,

al Alan lo quise proteger

¡No! ¡No! ¡No!

¡Conjuro!

¿Cómo lo voy a querer entregar?

A esa cosa que se arrastra en el living,

¡Imposible!

Él solo confía en mí,

él solo me tiene a mí,

¡Soy su madre, por dios!

Pero esos ojos no me dejaban en paz,

yo no sabía quién era

¿Quiénes eran?

Todos persiguiéndome,

atormentándome,

queriendo la piel inocente

de mi hijo…

…y yo se los entregué,

sin querer,

¡Lo juro!

Es que esos ojos,

las noches sola

y la muerte que siempre acecha,

a nosotras más que a nadie,

nos alcanza, nos tiene cerca,

destroza con todo,

busca efectos, víctimas gratuitas,

todo para desinformar,

para que sea más difícil protegerse,

¿Quién sabe protegerse?

Yo no sabía, no supe,

ahora lo entendí,

ahora ya no estoy donde las cosas laten,

prefiero las esfinges y las estatuas,

duras e inflexibles,

pero inmutables,

las cosas que vibran, que tiemblan

pueden ser el mal,

y no voy a arriesgarme más,

ni voy a entregarles a mi hijo,

es mío, yo lo parí,

a mí me dolió el cuerpo,

se me desgarró el alma

por traerlo acá,

no lo voy a soltar,

no se los voy a dejar,

llévense otra cosa,

llévense lo que quieran,

déjennos en paz,

yo ya di todo lo que podía,

ahora me toca el silencio

de una tarde nublada,

con colores prefabricados,

plazas estatuales

y corazones de hormigón,

 quédense con lo demás,

esas pasiones desordenadas,

la memoria rencorosa del amor,

todo para ustedes,

a mí

que me dejen en paz esos ojos

terribles,

celestes,

plenos de luz,

de día,

de sangre oscura,

arriba de las manzanas,

las zanahorias,

los perejiles,

sobrevolando las esquinas

del barrio,

las cabezas del barrio,

los culos y las almas,

pero a mí no,

déjenme en paz

con mi Alan,

ya no los quiero sentir,

ya no los busco,

por favor,

no me convoquen más,

apaguen esos ojos terribles,

esos faros celestes,

del horror,

no quiero saber lo que ven,

lo que vieron…

….

…………………

                           lo que hicieron…

 

 

 

 

*Testimonio del remisero trucho

 

1.

Sí sí, me acuerdo de ese tipo. Iba seguido al club Racing. Todos íbamos seguido al club Racing. No había mucho para hacer en el barrio después de laburar al pedo doce horas en el coche. Yo tenía un Duna blanco ¡con tres tubos de gas! Qué locura. En fin, por esa época si metía tres viajes en un día era la gloria. Terminaba en el bufete del club, feliz de la vida, chupando un vino berreta y picando un tostado con aceitunas. Para mí era la gloria, hermana. Y el loco ese andaba ahí, casi siempre solo. Se ponía en la barra, tomaba un miserable café y miraba la tele, como todos ¿Que era poeta? Ni idea, nunca lo vi escribir un carajo, ni leer más que el diario…¿Y que era nazi decís? No sé, no creo…Tampoco estoy seguro de cómo es ser nazi ¿Hay que tener bigote, usar un brazalete, insultar a los negros y a los judíos todo el tiempo, gasear gente? Él tomaba café, por lo que me acuerdo. Y miraba la tele, como ya te dije. Una vez lo vi alegrarse por un gol del “Chanchi” Estévez, de ese Racing de Merlo que cortó la sequía de campeonatos. Pero no estoy seguro de que fuera hincha de Racing, ni idea hermanita. Otra vuelta lo sentí despotricar contra un grupo de gente que había cortado un acceso en una autopista de Buenos Aires. Miraba la tele y maldecía rabioso “hijos de puta, no aprenden más” “Así van a terminar con el país, atorrantes”. Yo tomaba mi vino choto y pensaba, qué salame ese tipo ¿no? Un país no se termina de un momento para el otro porque unos cuantos boludos corten una ruta. Además, yo pienso que este país nunca empezó.

 

 

2.

Mostros, sí hermanita, había por todos lados. La noche es como un tren fantasma sin control. Yo he visto cada cosa. Por ejemplo, me acuerdo que una noche de invierno, hacía un frío del orto, me salió un viaje desde lo que es hoy la vieja terminal hasta Mogotes. Bárbaro, les bajé la caña a dos viejitos. Pero no pienses mal, hermanita, estos no eran los abuelitos de Heidi. Viste que recién hablábamos de los nazis, bue, estos dos eran de ese palo. Yo los ayudé a acomodar las valijas en el baúl del Duna y sentí que el viejo chistaba, como maldiciéndome por tener tres tubos de gas y ser un remis trucho ¿Para qué se subía entonces el viejo sorete? Ahí ya le saqué la ficha. La vieja miró con asco el tapizado de los asientos de atrás, y se subieron sin hablar, solo me pasaron una dirección escrita en un papelito. El viaje venía fenómeno hasta que pasamos frente a la Base Naval. Ahí el tipo empezó a lamentarse, en vos alta, para nadie en particular, que tendrían que haber chupado a todos, no dejar a ninguno, cuando habían tenido la oportunidad. Con el tiempo terminaron ganando ellos, decía el viejo, como la hierba mala los tendríamos que haber cortado de raíz. No soy una luz y tampoco entiendo mucho de política, pero eran dos viejos fachos de acá a la China, una pareja de milicos que andá a saber lo que habrían hecho. Por esos tiempos los habían dejado libres a los milicos asesinos de la dictadura. Andaban por la ciudad como cualquier hijo de vecino. Así que sí, hermanita, esos sí que eran nazis. Ahora tendrán arresto domiciliario, si no es que ya están muertos. El tema es que yo dejo a los dos viejos fachos, les rompo bien el orto con el precio del viaje, sin culpa, y paso por la estación de servicio de Juan B Justo y la costa a mear. Le dejo el coche al pibe, el playero que estaba cubriendo el turno, y me voy para el toalet. Entro y voy a los mingitorios que tenían un olor del demonio, el meo estancado de todo el día. Estoy terminando el asunto cuando escucho un ruido en el sector de los inodoros. Me sorprendí porque pensé que estaba solo. Me doy vuelta y miro, el segundo de los baños estaba ocupado por un tipo que había dejado la puerta abierta y se estaba pajeando. De verdad te digo, hermanita, el hijo de puta se estaba pajeando de dorapa, mirándome fijo. De movida no supe qué hacer, cómo reaccionar. Ganas no me faltaron para tirármele encima y cagarlo a trompadas, pero me dio tanto asco, que no me pude acercar. Me quedé unos segundos paralizado mirándolo y el forro no dejaba de pajearse, con la zurda, el pantalón bajo, sin sacarme los ojos de encima, cada vez más rápido. Cuando reaccioné le rajé una puteada y salí perturbadísimo del baño. El playero y el tipo de seguridad vinieron a ver qué me había pasado y les conté. El de seguridad habló por el walkie talkie que tenía y se fue al baño para sacar al tipo. El playero me dijo que me quedara tranquilo, que el tipo ese, el pajero, estaba mal de la cabeza, desvariaba, ya lo conocían. Que hacía esas cosas sin sentido y, cada tanto, aparecía en la estación y se iba al baño a molestar a la gente cuando no lo veían. Pero era la primera vez que alguien lo descubría pajeándose. Se había ido al carajo, ahora sí que la policía iba a tener que hacer algo con él. A mí no me importaba, una vez más frío estaba decidido a cagarlo a trompadas. Me tuvieron que frenar los del patrullero. Encima los hijos de puta se me cagaban de risa. Por ahí le gustaste mucho, me deliraban los forros. Por eso te decía, hermanita, había mostros por todos lados en esas noches. Y yo hacía lo que podía por no perder la cabeza. 

 

3.

Es que no la quieren entender. Y ahora es difícil, hay mucho loquito por la calle, hermanita. Pero ni mi mujer ni mi nena tienen en cuenta que no puedo estar contestando el celular todo el tiempo. Sabés cuántos boludos se la ponen en la calle por ir mirando los mensajitos. Pero ellas, como están al pedo, no me entienden. Por ahí estamos en el mismo tiempo, pero con velocidades diferentes. De día yo estoy a mil, con el auto de acá para allá, y ellas lo viven despacito, se levantan tarde y hasta desayunan tranquilas. De noche, cuando me bajo del remis y caigo a casa, ellas están a cuatro mil, volando, y yo necesito bajar, vivimos a contra ritmo. Es agotador….En ese tiempo no había tanto celular, la comunicación era más difícil, mucho más costosa. Parece como que fue hace mil años, pero ¿qué harán, quince años? Por ahí había que ser más preciso, ¿no? Yo estaba comiendo algo en el café del club, como casi todos los días, cuando este personaje, el poeta que decís vos hermanita, me pidió que lo llevara. Le pregunté, medio en broma pero en serio, si tenía plata. Me dijo que me quedara tranquilo, así que terminé el vaso de fresca y salimos por Jara. No me dijo una dirección exacta, solo me fue indicando el camino: “seguí por esta, doblá a la derecha en la que viene, seguí dos cuadras más, y así” Fuimos para el lado de la vía, se veían un par de focos colgando, en una especie de baldío, que iluminaban para la mona. Recién cuando nos pusimos en frente pude ver que, alrededor de una mesa improvisada, estaban sentados un grupito de borrachines, vagabundos, pungas, rateros, yo qué sé. Le pregunté al poeta si lo dejaba ahí, si estaba seguro. Lo advertí, mirá que estos se ponen picantes. Él, como si nada, ni pelota. Me dio la guita y se bajó. Yo me quedé un toque a ver qué onda, si lo bardeaban o lo recibían bien. Para mi sorpresa no le dieron ni bola, como si llegara una sombra. Tal vez lo estaban esperando o estaban tan pasados que ni cuenta se dieron que había llegado alguien, o lo confundieron con otro flaco. Cuando llegó a la mesa le hicieron espacio y se sentó también. Con esa iluminación del orto, yo no estaba tan cerca como para saber qué carajos estaban haciendo todos sentados alrededor de esa mesa, en el terreno baldío pegado a la vía ¿Qué habría ahí? Tampoco me animé a bajarme, hermanita. Ni loco, a ver si todavía me la ponían por boludo. Yo calculo que estaban dándole a la pala, como locos, llenos de gilada. Me llamó la atención que ese tipo, el poeta, estuviese en esa. Después no me pareció tan extraño ¿quién no se daba unos tiritos en aquellos tiempos? Motivos teníamos todos, hermanita. Yo, sin ir más lejos, había días que me tomaba un par de rayas. Para aguantar más horas arriba del coche, era como un energizante potente. Es común, lo hace todo el mundo, acá, en Croacia y en yanquilandia, sobre todo ¿O te pensás que en algún lugar del mundo alguien te regala las cosas? ¡Las pelotas de Mahoma! Pero no la quieren entender, ellas se piensan que yo me la rasco en el auto. Uno de estos días me la voy a poner en un cruce y recién ahí, a lo mejor, se van a dar cuenta. Tal vez tenga que cambiar de rumbo, hacer como esos tipos que un día se piran y se van al choto, no vuelven más. Al tiempo rehacen su vida y se hacen  monjes o forman otra familia y dan concejos a otros para ser mejores seres de luz. No me veo, pero ¿quién no fantaseó alguna vez con largar todo al carajo? Quién te dice, un día de estos me traga la tierra y que me vayan a buscar a donde el diablo perdió el poncho.

 

4.

Claro que nadie tenía un mango. Lo único que crecía, por aquellos años, era la desocupación. Amigos, parientes, todos en la ruina más apestosa ¿Compararlo con ahora? Imposible, hermanita. En ese tiempo se iba todo a la mierda y no había cómo frenar. Yo me la pasaba en el club viendo cómo entraban y salían fantasmas. Eso éramos, fantasmas. Buscábamos la manera de sobrellevar un día más. Porque lo más triste era eso, que no llegábamos nunca a tocar fondo, entonces arrancaba otro día y seguíamos ahí. Como que ni la muerte nos tocaba, hermanita. De entre todos esos fantasmas que te digo, este poeta que decís vos, era uno más. Te podría chamuyar lindo y decirte que tenía un color distinto, que hacía cosas diferentes, pero no. Yo lo veía como a cualquier otro. Era un pobre diablo más, que cada tanto me pedía que lo llevara a la vía a tomar gilada…No, nada, nunca lo ví escribiendo. Sí a veces andaba con algún libro en el bar del Racing. No tengo idea de qué sería. A nadie le importaban los libros en ese momento. Creo que lo único que leí en mi vida fue el Martín Fierro, en la escuela. Aquí me pongo a cantar al compás de la vigüela… y eso fue lo único que me quedó. Después me acuerdo que nos hicieron leer poesía, y a mí me había tocado la de los balcones que no tenían flores, ni me acuerdo quién era el escritor. Y esa otra…¿Cómo era?...Cultivo una rosa blanca, algo así. Después nunca más tuve tiempo para leer. Y ni hablar de guita para comprar libros. Mi nena sí, ella sí que lee esos libros grandes, de brujos y elfos y yo que sé. Pero claro, para que eso pase papá tiene que estar sentado en el auto unas cuantas horitas. Igual no me quejo. Soy un sobreviviente. Todos los que superamos esa crisis lo somos. Y vos sabés, hermanita, que cuando nos cruzamos los reconozco a todos, porque tenemos algo en la mirada, en los gestos, en la posición del cuerpo. Te lo juro, yo los veo y te puedo decir si son sobrevivientes o no de la crisis del dos mil uno. Aunque ya no frecuentamos los mismos lugares, ya casi nadie va al café del Racing, yo los cruzo en cualquier parte y los reconozco. Y sé que ellos también me reconocen. Es como si fuésemos ex combatientes de alguna guerra nuclear, o sobrevivientes de una masacre, de un atentado. Somos sobrevivientes del barrio Rivadavia. Cada vez que paso por la vía me acuerdo de eso, esa mesa, el poeta y los demás pibes con la gilada encima. ¿Qué habrá sido de ellos? Ni idea. Pero, y esto es culpa de nosotros, la generación de sobrevivientes del dos mil uno, dejamos una descendencia mucho más decadente. 

 

5.

¿Lo de los verduleros? ¿Los bolitas? Una verdadera tragedia. Si te soy sincero, hermanita, me sorprendió un montón. Fue como el capítulo final, viste. Como si todo el desastre que vivíamos en el país se terminara en ese episodio, con toda la brutalidad y desesperación que se venía respirando. No podía ser de otra forma. Y te digo que me sorprendí porque los dos pibes que laburaban ahí parecían tipos honestos. Muy laburantes los dos bolivianos. A pesar de la crisis le metían horas en la verdulería y vendían como locos. Le daban y le daban…Ahora ni idea de si vendían nada más que frutas y verduras. Por lo menos yo nunca supe que vendieran gilada y otras cosas. Y eso que yo escuchaba historietas todos los días, y llevaba a comprar a montón de gente del barrio, pero nunca nadie me dijo que los pibes de la verdulería vendían droga, nadie. Pero bueno, fue raro ese asesinato, mucha saña, todo muy cruel y violento. La verdad, tuvo toda la pinta de que fue un ajuste de cuentas. Y ahí es donde empiezan a escucharse las teorías de la droga. Más si uno de ellos tenía una bolsita metida en el culo, con perdón de la palabra hermanita. Tal vez no vendían, por ahí compraban o repartían en ratos libres, o traían de Bolivia. No sé…Fue raro. Si me preguntás a mí, los canas se la tenían jurada. Seguro no quisieron pagar por protección y estos turros se vengaron y le metieron la droga para que parezca una venganza de narcos. Parece una escena montada muy obviamente por los ratis. Pero es mi suposición, por lo que vi y sigo viendo en las calles del barrio, de la ciudad. El otro día, sin ir más lejos, pasando por Beltrán al fondo, yo venía de dejar a un tipo en la casa, por esa zona. De casualidad pasé por uno de esos kiosquitos y un pendejo de no más de doce años estaba junto a un patrullero, con un arma en la mano derecha y un paquetito en la izquierda. Los canas, desde el patrullero, hablaban con él y se quedaron con el paquetito. Después se fueron al carajo y el pibe se quedó ahí en la calle, como un pistolero del lejano oeste, hermanita. Salí rajando, lo más rápido que pude. Porque ese pibe te cruza y te la pone, qué le va a importar. Y la cana se maneja así. Por eso te digo, para mí a los bolitas los boleteó la cana…La escena la vi un poco de lejos, pasé con el coche y frené para curiosear, pero había varios policías cubriendo el procedimiento. Encintaron todo y te ladraban si te acercabas mucho. Te puedo asegurar que parecía un matadero, estaba todo el local brillando de sangre oscura, como si los hubiesen reventado, aplastado a presión. Yo no sé qué salvajada hicieron, pero lo que se veía, y eso que yo estaba lejos, era una verdadera carnicería. No sé qué cosa tapaban los diarios, porque de los cuerpos de los dos bolivianos no debe haber quedado nada…¿El poeta? Ahora que lo decís, hermanita, me acuerdo de algo. Él, como todo el barrio, estaba ese día, hablando, elaborando teorías en la vereda, mirando el desastre. Se lo veía bastante alterado, como muy exagerado en sus movimientos de resignación. Entre el griterío vecinal y policial, justo lo pude escuchar decir algo de que la justicia divina iba a poner las cosas en su lugar, “blanco sobre negro, blanco sobre negro”, decía, repetía esa frase. A lo mejor era un nazi de mierda, como decís vos. Qué horror le dejamos a la generación de hoy, te juro que tiemblo cada vez que veo a mi hija, tiemblo.

 

6.

Como te decía, hermanita, no sé mucho más de Cuentrao. Después del asesinato de los bolivianos…te iba a decir que empezamos todos a paranoiquearnos, pero la verdad que nada que ver. Pasó como todo pasa en esta ciudad. Primero la conmoción, la sorpresa, el miedo, la angustia. Eso de “me podría haber pasado a mí” que te dura un par de días. Pero va pasando el tiempo, seguís con la rutina y te acostumbrás. Y me parece necesario, sino te quedás paralizado ahí y cagaste. Lo que sí, algunos empezaron a ver la posibilidad de irse a la mierda. Pero eso tampoco basta, la mierda, si la tenés encima, te la llevás para cualquier parte. Mirá, hermanita, si hay algo que aprendí en estos años es que la única manera que tengo de estar cerca de la felicidad es bancándome la mierda que tengo encima. Pero es un proceso doloroso, que tenés que transitar. Mi caso no es para nada especial, es uno más. Me pasó por esa época, entre la crisis final y el famoso purgatorio. Levanté a una parejita del centro, un miércoles a la noche, sería en primavera, era antes de la temporada seguro. Fue a la salida del Casino, estaban los dos en la fila esperando un taxi y justo, cosa del destino, paso yo y me hacen señas, entonces los espero una cuadra más adelante. Los levanto yo, que disfrutaba cagar a los tacheros. Qué idiota que fui. Eran dos personas de treinta años, más o menos, no eran pendejos. Una chica de pelo lacio, rubio, bien vestida, con un pantalón blanco de vestir y una de esas remeras cortas con una campera de jean encima. El muchacho era flaco y alto, morocho, pelo lacio también pero corto, con flequillo tipo Carlitos Balá. Iba de jeans y una remera color claro, con un buzo en la mano, gris o negro. Muy simpáticos los dos, me hicieron un chiste por haberle cagado el viaje a los tacheros. Desde ahí que pegamos cierta onda y fuimos hablando todo el viaje, de boludeces, el clima, el Casino, la juventud, Mar del Plata y la falta de diversión, la inseguridad y el quilombo que siempre es el país con la corrupción y el chantaje. Todo muy normal y ameno. Ahora que te lo cuento, hermanita, debería haber notado que era muy raro. Me llevaron a una casa cerca del hospital Regional. Yo me cuidaba, a cierta hora no tomaba viajes que parecieran sospechosos, había escuchado muchas historias sobre pibes que no pagaban o que te estaban esperando en alguna calle olvidada de Dios. Pero estos dos, esta parejita, me parecieron inofensivos. Resulta que llegamos a un chalet en planta baja, clásico, con tejas y una linda entrada. Freno el auto y el muchacho me dice,

- Lo lamento hermano, te tocó.

Entonces yo parpadeo y siento un caño frío en la nuca. Era la piba que me estaba apuntando. Después, la típica, el falco me dice que no haga boludeces, que le de la billetera y el estéreo, lo típico. Hasta ahí yo no atinaba a hacer nada, creo que solo puse cara de desilusión y le di las cosas. A lo mejor le pedí que se quedara tranquilo o algo similar. Ahí fue cuando el muchacho se empezó a poner nervioso…

 

Entonces me cuesta contar, hermanita,

hay silencio en mi butaca, no tengo estéreo,

me obligan a seguir a un descampado,

todo oscuro, todo lleno de charcos y silencio,

el piso no atrapa rayos lunares, no existen ahí,

lo único que veo es el culo inmundo de la luna,

junto con mi culo, dejando el asiento del coche,

bajando apuntado siempre, con el corazón a mil,

y encima me piden “He, puto, arrodillate, mierda”

¡Mierda! Pienso yo, cagué, cagué, cagué,

invoqué la desgracia máxima,

qué lástima terminar la vida así,

una noche de culo, con las rodillas embarradas,

con olor a bosta de caballo,

tan cerca del Regional, que por ahí

este forro me dispara y me salvan,

quedo en estado vegetativo…

y no quiero ni pensar, cierro los ojos,

por favor, si me dispara, que me muera y ya,

pero las cosas no son tan simples,

el pibe hace algo peor, gatilla y escupe saliva,

se le espesa la boca y sale espuma,

yo con los ojos cerrados,

no sé qué carajos hace la mina,

no sé dónde está, no habla,

tal vez se fue a la mierda,

quiere decir que el pibe está mal

y que me va a matar o me va a marcar

para lo que me quede de luna…

Y no sé bien qué pasó,

yo me levanté de un charco

en el que casi me ahogo,

estaba en pelotas, en el baldío,

era de madrugada, no había nada,

ni el auto, ni gente, ni perros,

los charcos, el barro y el frío…

Supongo que alguien se apiadó de mí…

Pasó el tiempo hermanita, por suerte,

no sé que pasó… no…no quiero…

ya está.

 

Yo ya lo sabía, sabía que no podía ser de otra forma. La vida es eso y punto. O te levantás y seguís o ya fue. Pero si te levantás, bueno, tenés que levantarte con toda esa mierda encima. Y yo la llevo, hermanita, donde voy. Como todo, los días pasaron y yo tenía que volver a trabajar, de algo tenía que vivir. Volví a lo que sabía, el coche, un remís. Me hice chofer de posta, empecé a laburar para un dueño, conocí a mi mujer, tuve a la nena y olvidé. Pero ojo, no me siento una víctima. La vida es así, las cosas pasan todo el tiempo. A mí me tocó pasar por esa, pero a todo el mundo le toca alguna. Y no importa la condición social o la ciudad en la que vivas, si sos chino, ruso, yanqui o noruego. Todos llevamos mierda encima. Lo tenemos que aceptar y eso es lo más cerca de ser feliz que se puede estar. A los bolivianos les pasó lo mismo, pero no se pudieron levantar, mejor dicho, no les dieron chance. Ahora, el caso de Cuentrao, yo creo que ese tipo es de los que están por afuera. Nada los toca, todo les pasa cerca, como fantasmas o demonios. Hay algo que tienen ese tipo de personas ausentes, como una advertencia para el resto de la especie, como si dijeran ¡cuidado! Si me tocás te contaminás para siempre y vas a desear el infierno. Eso me pareció, ese tipo era peor que cualquier otro fantasma de los que andan por la ciudad. Y ya no quiero hablar más, hermanita, me removiste un poco cosas que había dejado por ahí. Lo mejor es protegerse, yo me voy a proteger. Es la única forma de seguir. Y lo acepto, ya no me queda otra, no me sale pensar otra, no tengo esa cualidad, y está bien. Me acepto.

 

 

 

 

 

*Aclaraciones de la autora

 

*Llegando a este punto de la reconstrucción del poeta Adolfo Cuentrao, me gustaría hacer algunas aclaraciones. Las entrevistas estuvieron muy lejos de ser profesionales. No se acercaron para nada a esa concepción. Más bien, fueron charlas con gente del barrio, que me toca habitar, y de donde salió la idea motor de este texto tan raro que decidí escribir. La historia del poeta y la gitana es un relato oral que me pareció muy interesante para trabajar. La piba y la chica del kiosco fueron las primeras con las que pude hablar del tema. Ellas con su simpatía me acercaron al barrio y sus personajes. Me contaron sus desgracias y los pesares que padecieron y que, todavía, padecen por el solo hecho de ser mujeres. Se trataba de juntarnos a tomar unas birras y charlar sobre la vida. O sea sobre todo y sobre nada, al mismo tiempo. En eso, yo les conté mi intención de escribir historias sobre la ciudad. La idea estaba en pañales, no la tenía muy clara. En principio serían una serie de relatos sobre la vida común en los barrios marplatenses. Las historias de ellas dos me parecieron lo suficientemente potentes como para empezar un camino en una dirección determinada. Eran historias de amor, de violencia machista, de abandonos, de pasiones mal entendidas, de desprecio. Pero, para ser honesta, les faltaba algo. Historias de esas hay un montón, lamentablemente, y mucho más desgraciadas, con finales más terribles. Pero una tarde apareció lo que esperaba…Y ya sé que esto es odioso para cualquier escritora, para cualquier escritor. No se da nunca exactamente así. Las ideas no caen de los árboles como frutos lo suficientemente maduros como para ser explotados. Porque ahora es así, a los frutos no se los come con la necesidad primordial del hambre, sino que se los guarda para poder comercializarlos al mejor postor. De igual manera, a esta altura, sabemos perfectamente que el hilo de una historia se construye, se trabaja, luego de intentar un montón de cosas, elaborar miles de artefactos que después serán descartados. Yo tuve noches interminables de insomnio, de cigarros, de alcohol frente a la pantalla en blanco, a mi mente en blanco, con algunas historias remanidas al costado, pero con muy pocas certezas. Crisis existenciales todo el tiempo, para qué tomarse la molestia de escribir. Quién va a leerme y para qué. La sinceridad me llevó a pensar en mí como lectora: ¿Me leería mis propias historias? ¿Si yo fuese lectora de mis historias, tendría la disposición de sentarme a leer el libro de una escritora ignota del barrio Rivadavia, de la ciudad de Mar del Plata? La verdad, no ¿Por qué? No suelo leer escritoras marplatenses, escritores marplatenses. Caí en ese abismo, en ese torbellino oscuro de autodestrucción. Pero fue justo ahí donde las cosas empezaron a cerrarme. Tenía que aparecer una historia, una suerte de fábula, con un policial y alguna figura extraña. Utilicé esa misma potencia negativa para colocar un personaje central, enigmático, que pudiera ser el motor de la investigación, de la escritura. Porque no estaba segura de qué cosa iba a escribir. Ni siquiera ahora, releyendo, estoy segura. Pero el poeta marplatense tenía que ser el protagonista. Yo tenía que salir a buscar esa sombra, que era la mía. Porque llegué a comprenderlo, llegué a tener una impresión de lo que podía sentir. Un ser como él, extraño en todas partes, un poeta de frontera, eterno autoexiliado. Que viajó toda su vida y habitó lugares muy diversos, inhóspitos, pero siempre dejando huellas borrosas, débiles. Como si supiera que alguien iría tras de sí, y no quisiera más que despistar, para no ser hallado nunca, pero sí dejar una constancia leve de su existencia. Porque su existencia tiene una estela desgraciada que marca profundamente una zanja, que es una historia que merece ser contada. Porque hace brotar aspectos de la sociedad que le tocó transcurrir y que me toca transcurrir a mí. A veces, la historia con mayúsculas puede entenderse mucho mejor en la ficción que en la realidad. Con esa idea motor me lancé a la escritura. La elección de géneros poco importa. Si se trata de un diario, memorias, realidades o mentiras, mucho menos. La intención es compartir algunos vínculos que sí existieron y que dejaron sensaciones que creo merecen ser expuestas, para que quien lea sepa algo de sí, que no va a encontrar en ninguna red social. Agradezco a las entrevistadas, a los entrevistados y a quienes me dieron una mano fundamental para terminar de escribir algo que, sé perfectamente, no me va a traer felicidad o alivio. Un texto que no pude evitar.

Inés Pérez Pérez, Marzo 2008

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ZONA AUTOPERCEPCIÓN

 

Los miedos (Epílogo)

No se puede actuar sin prejuicios. Eso es lo que me da miedo. Esa es mi mayor angustia. Ahora estoy muy segura de lo que pienso con respecto al pasado. Yo sé porque tengo toda la historia de mi lado. Todavía cuento los cadáveres en los libros de historia, en los documentales, en las memorias de los sobrevivientes, en el recuerdo de los familiares de los desaparecidos. Sé de los secuestros de bebés, porque hay algunos de ellos ahora llorando, reclamando justicia porque les robaron la identidad, les robaron sus papás y sus mamás, les sustrajeron la vida. Tengo eso, tengo la ficción que da cuenta de eso, tengo poemas, tengo imágenes, tengo memorias que me ayudaron y me ayudan a ejercitar. Sé muy bien lo que pasó, sé lo que es el terrorismo de estado, sé lo que fue la dictadura militar, sé hacia donde no quiero ir, hacia dónde no quiero llevar a mis hijas. Sé lo que es marchar todos los años los 24 de marzo, sé lo que es pedir siempre memoria, verdad y justicia. Sé lo que hicieron, hacen y harán los organismos de derechos humanos. Abrazo a las Madres, a las Abuelas. Detesto el negacionismo y la complicidad marmota de quienes defienden a los peores asesinos de la historia de una nación. Sé lo que es meterse a bucear en la asquerosa vida de un poeta con ideales tan nefastos. Sé lo que es rastrear en sus versos lo más terrible y oscuro que la humanidad pudo concebir. Lo sé, lo sé perfectamente. Agradezco el prejuicio, en este caso. Falsamente, intento dejarlo un poco de lado durante las entrevistas, o como debería llamarlas mejor: charlas informales. Cada testigo me cuenta cosas de Cuentrao y se me revuelven las tripas cada vez que lo nombran. Apenas puedo soportar que lo nombren, pero cuando me hablan de sus ojos claros, de su mirada, no puedo evitar que me entren unas náuseas incontrolables. Me la paso vomitando, no puedo ver la cara de mis nenas, y quiero dejar todo al carajo, este libro, la poesía, el barrio, la ciudad, el país, el mundo y el universo. No puedo concebir que haya gente así. Pero hago el esfuerzo, calculo que por mi propio ego, el deseo de terminar un libro en mi vida, una investigación, pensando en que es imprescindible para que no pase desapercibido, para que la poesía quede redimida de monstruos como estos que no tienen nada que ver con el arte, con la vida. Pero mi miedo sigue ahí. No se puede hacer una lectura sin prejuicios…¿Pero y si no los tuviera? Parte de mi cuerpo tiembla al pensar en eso. Porque ahora tengo las cartas sobre la mesa, hicieron el trabajo por mí. Pero qué hubiese pasado si yo, mucho más joven e inexperta que hoy, me hubiese cruzado con Cuentrao, me hubiese encontrado con sus ojos claros como el rocío primaveral, me hubiese topado con algunos de sus versos más memorables, me hubiese llenado de su magia oscura ¿Qué estaría defendiendo hoy día, en nombre del arte? ¿Qué clase de monstruo sería? ¿Sería un monstruo negacionista? ¿Sería uno peor? Sin el contexto adecuado ¿sería capaz de defender un genocidio? A veces, tengo una pesadilla que no me deja dormir por días, que apenas puedo soportar. En ella, yo soy una joven escritora, me codeo con especialistas de literatura de las cátedras más afamadas del momento. El trasfondo es la época dictatorial, los setenta, en la ciudad. Un día estamos debatiendo sobre algún poeta del centenario, cualquiera, no importa en el sueño, no se puede leer en los sueños. Y llegan noticias de operativos militares “exitosos”, donde se descubren nombres de compañeros que fueron abatidos. Las historias parecen mala ciencia ficción. El ejército dice haberse enfrentado con un grupo de guerrilleros súper peligrosos y re contra armados. Nos miramos con algunos compañeros, porque sabemos que eso es imposible. Conocemos a algunos de esos guerrilleros, eran nuestros compañeros de facultad ayer mismo. Sabemos que son pibas y pibes como nosotros, pero no decimos nada. Callamos y aceptamos la realidad que nos imponen con terror. Pero cuando me quedo sola, en un giro psicodélico característico de los sueños, siento un alivio, siento que ahora el mundo va a ser más fácil, que voy a obtener la beca para seguir estudiando y no tener que dar clases en los colegios secundarios, siento que la historia me favorece y que nada puedo hacer, solo adaptarme y negar. Negarme a mí, a mis amigos, a mi familia, a mi pueblo. Seguir nadando entre cuerpos, en aguas que se pudren de oscuridad y represión. Esconderme a rezar porque todo termine en algún momento, y no sé qué haría después ¿matarme, volverme loca? Imposible, seguiría como si nada, miraría para abajo y seguiría aferrada a los poetas del Centenario, como viviendo en otra realidad, como si esa otra realidad me bastara para no sentir la culpa, no escuchar el gemido de los cadáveres que avalé, que se sacrificaron para que yo escribiera mis ensayos, secretamente, en su nombre. Y es entonces cuando despierto llorando, y me paso horas maldiciéndome, acallando mis pensamientos, recuperando el contexto histórico nuevamente, reconstruyendo el pasado por miedo a perder la memoria. Era un sueño, nada más. Pero ¿cómo habría actuado yo por aquel entonces? Esa pregunta, esa imposible respuesta, son mis mayores miedos.

 

 

Inés, abril del 2008

Mar del Plata

Barrio Rivadavia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ZONA VACÍA

 

- POSIBLES TRES textos DE ADOLFO CUENTRAO

 

La escritura

Hay escritores violentos, que dicen que nunca tuvieron un bloqueo mental, que siempre pudieron escribir, palabra sobre palabra, oración sobre oración, y que se dieron un saque y no pararon por días, meses, años, todo el tiempo escribiendo, como encerrados en una caverna, como si el sueño o la pesadilla de Kafka se hubiese hecho realidad, eso de cómo desearía estar encerrado en una cueva para poder escribir todo el tiempo, que solo me manden la comida y con eso basta, pero yo no les creo, ni a los escritores del bloqueo ni a Kafka, imposible pasar tanto tiempo escribiendo sin parar, no tiene sentido, ¿para qué?, todo ese tiempo apilando palabras como fantasmas, todas carentes de forma y contenido, qué idea puede desarrollarse escribiendo sin parar tanto tiempo, ninguna, nada sano y valiente saldría de eso, porque todos sabemos que en cualquier oficio es mejor parar, establecer los parámetros para poder desempeñarse mejor, más claro y cómodo, con las ideas más limpias, sino sería fácil incurrir en errores, errores de los peores, de los que son evitables, como el de mezclar oraciones sin sentido, separar palabras sin sentido, como una pareja que llega a buen puerto y, de repente, un mal montaje la pone dividida en lugares opuestos, como cuando me dejaste, o te hicieron que me dejaras, para el caso mío, el personal, el que puedo sufrir, es lo mismo, porque nunca pude volver a hablar con vos, y nunca voy a poder volver a hablar con vos, y llegué a la conclusión de que eso está bien, porque todo lo que he vivido no tuvo sentido, pero el rato que me tocó estar con vos valdría la pena una pausa, que ahora no me puedo permitir, porque creo que muero, porque no sé cuánta “gilada” me tomé, creo que me pasé, peor que Fogwill, mucho peor que Charly García la otra noche que mandó a la mierda a todo el público en Sobremonte, “me voy porque todos ustedes son unos caretas”, y yo estaba ya afuera, caminando la luna, sabiendo que no te iba a ver más, sabiendo que en la cabeza sólo tengo dolores, los dolores que quisiera apagar, pero es difícil apagar lo que no tiene interruptor, hay que dar de baja todo el sistema, y si me doy de baja le regalo el mundo a la mierda, y no querría que rieguen de mierda todo el campo de verde que vas a pisar mañana, y eso que yo tampoco meo agua bendita, imagino que lo que meo ahora es Crush con vodka barato, porque algo que me acordé el otro día es que la droga te deja sin guita demasiado rápido, y ya no tengo de dónde reponerla, porque los demás adictos que conocía se fueron lejos, ahora son legisladores nacionales, son jueces Federales y laburan en la SIDE, todos juntos en una orgía de poder galvanizada, con lo peor de lo peor que es el apoyo de millones de gentes que no los conocen, o que sí pero a través del engaño, de la morfina televisada por los medios de lamentación, y yo los miro de acá con la cara verdadera, y ya no me saludan porque no tengo palabras de hierro para regalarles, se las di todas, en épocas en que mis ideales tenían un diccionario actualizado, en las que mis creencias eran respetadas y valoradas, ahora hay miles de forros que levantaron mi bandera y son cien veces peores que yo, y son padres y madres del bien, porque no los pude detener a tiempo, porque me exiliaron a un bar de mala muerte en una ciudad de oscuridades, en una de esas ciudades muertas que no lo saben, que son postales de tiempos remotos y dorados que nunca existieron, y yo con ellos, en ellos, metidos hasta el fango en eso de anularse todos los días, en la vía o donde sea, comprando vendiendo, arrastrados por la lógica de la bosta capitalista, de la bosta con los valores de la bolsa, de los dólares y qué se yo qué otra mierda del mismo olor, eso, las acciones y Wall Street, todo un conglomerado de vacío que juega a ser realidad, a ser cuerpo, pero no entienden, nada de eso es vida, la vida ya pasó, quedó congelada hace siglos, y solo vinimos nosotros a escaparle al viento, sin sospechar que ya estábamos atrapados, y en eso nos encontramos y tuve una esperanza, calculo que porque quise yo, tal vez vos no quisiste nunca y eso me parte, pero no te pongas mal, porque me lo merezco, sé que hice mucho daño y que mis versos no valieron un carajo, y que cuando levantaba la voz era porque tenía miedo, y vos me lo hiciste notar, se me cayeron las vestiduras deshilachadas, hasta que no me mandaste nunca más un mensaje y me morí, pero quedé de pie, me desperté a la mañana siguiente, y a la otra, y a la otra, se acumuló el tiempo sin sentido y yo que lo veía pasar, no me levantaba de la cama, el techo se movía cuando tenía ganas, hasta que un día me dije que así era imposible morirse, entonces me autoexilié a las rutas, a los pueblos perdidos, y ahí sí que empecé a morirme de a poco, hasta me encontré una mañana en una plaza chica, con un monumento de un general del siglo XIX, uno de esos que mataban indios y después se colgaban medallas de héroes, y yo no sé lo que sea un héroe, pero creo que no conocí a ninguno, y menos yo, que ese día en la plaza me desmayé y alguien me tendió una mano y me llevó a un lugar, de esos de ayuda a la gente, imagino que era religioso porque me decían “hermano”, y entonces me dieron una máquina de escribir, porque creo que en el delirio les dije que yo era escribiente, entonces me llegó la máquina que yo llamé final, y me puse a escribir, me pongo a escribir, porque estoy llegando al presente cada vez que termino de apilar una palabra atrás de la otra, no siento más que un vago placer por poder apretar teclas y que se mueva el rodillo y que mi cerebro piense que esto, todavía, tiene algún sentido, siento como que soy el último escribiente en el último día de la humanidad, pero sé que no, sé que vos andás por ahí, sé que mañana empiezan diez millones de años más, sé que van escribir otros tantos más, todos escribientes en el desierto, que se autoexiliaron y que serán cien veces más atentos y jugados que yo, pero dejame sentirme bien el rato que me falte antes de que me empiecen a doler las manos de una manera tan terrible, que solo me quede morir, suicidarme escribiendo, algo que siempre supe que me iba a pasar, y que alguien lea esto a la distancia de años luz, pero que sea en otro planeta, por favor, no en este que todo lo leyó, que todo lo engulló, que todo lo calló, y que vos sigas caminando sobre un pasto verde perfectamente cortado, y que un día mientras regás algunas flores te acuerdes de mis ojos, claros como la ceniza, porque te veían y se encendían un tiempo más, pero la ceniza caduca, se apaga en el último vuelo, y ya creo que estoy en condiciones de saltar del árbol para no volver a ver un cielo, para dejar de respirar este aire que siempre estuvo contaminado por las voces, que siempre nos tuvo en contacto aunque no nos viéramos, y la pierna me sigue temblando, porque no tengo más para decir, y sé que cuando pare me muero, como un colibrí que ya no reconoce sus alas de mosca, una parada más, una reflexión demás, las últimas palabras que no me quiero guardar, porque guardar es olvidar ordenado, y eso solo le sirve a los muertos.

 

 

 

La Muerte

Deseaba matar, matarte, matarme, matarnos, mataros…

Caminaba deseando muertes, por todas partes, cadáveres, esqueletos putrefactos meados por la muerte…

La señora Muerte, con su guadaña ponzoñosa, tan hermosa, ella, la señora Muerte, paseando por la costa, siempre dispuesta a llevarse a cualquiera, la señora Muerte que acepta a todos, que no hace ni hará diferencias, abierta a los contratiempos de cualquiera, a las indisposiciones de quien sea…

Y eso, siempre en viaje, contando con todo el tiempo del universo. La Muerte disponiendo de la paciencia como nadie, capaz de sentarse a esperar dos eternidades, más allá del tiempo de Dios, mucho más allá de todos los tiempos. La máxima expresión de vida, la señora Muerte, con su nobleza y sinceridad a prueba de serpientes. Aceptando que se la maldiga millones de veces, aceptando que nadie la quiera, que nadie la espera. Y que quien la espera es solo por resignación, aburrimiento o desesperación…

Entonces para qué reprimir eso que debería ser lindo, por ser natural. No hay nada de malo en querer la muerte. Es tan esencial como el cielo, la tierra, la música y la literatura. Yo la quería, la quiero y, estoy muy seguro, la voy a querer…

Voy a querer la muerte para todos, para mí y para vos. Una vez la tuvimos, antes de nacer, éramos la Muerte. Pero después fuimos, devinimos, vida. Ya seremos muerte otra vez y para siempre, y eso va a estar muy bien. Porque no quiero existir si no es para la muerte, porque yo soy para ella y ella para mí. Me va a recibir con sus tiernos brazos de madre, me va a besar y amar para la eternidad de muerte que siga. Y no va a parar, porque no puede, fue desatada por el tiempo desde el inicio, y con él seguirá caminando como una sombra angelada, la sombra redentora, la sombra que acomodará todos los desbarajustes de la vida…

La vida siempre desbordada y exagerada. Extremadamente pedante y estúpidamente optimista. Pero la señora Muerte es pura mesura, tranquilidad y música. Siempre esperando, siempre paciente. Ella se sienta a un lado, sin molestar, sin hacer ruidos y locuras como la vida. Aguarda en paz, para entregarse a quien la invoque…

Le dicen el descanso final, y yo digo que es el primer y más necesario descanso. Deseártela es amarte, quererla es amarme. Quiero llegar a ese puerto y ser abrazado por primera y última vez, porque todo lo grandioso ocurre así, de una vez y para siempre.  Si se repitiera sería algo tan trivial como un buen desayuno. Pero no, es un acto tan único como la escritura de ese poema, que solo puedo inmortalizar una sola vez, ahora y para siempre.

 

 

El amor

Calculo que te estoy viendo, por última vez, y estamos tan distantes como siempre. Pensé que podía llegar a ser diferente. Si te quiero y vos me querés, pero no, no se siente como que estuviera el querer en el aire imaginario que no separa. Son centímetros, milímetros…Sin embargo, lo que siento es una distancia incalculable, años luz, leguas submarinas, latitudes improbables. Y esa imposibilidad de articular palabras reales, las que acompañan la verdad, la construyen y le dan sentido. Solo salen de las otras, las que van de costado, las que pasan como un martes más, las que no importan a nadie. De esas hay un montón, y te las digo todas juntas ¡Hasta te dije que te amaba! Si me viera, me daría asco. Parezco una babosa pegada a la corteza de un árbol muerto, empeñada en escalar para llegar a la cima, solo por llegar, sin sentido, sin motivo, ¡Ni siquiera la muerte! No, nada de eso…muy lejos de toda pasión. Era el momento más importante de mi vida y se me pasó sin emoción. Se me pasó como quien espera el colectivo para volver al hogar, después de diez horas de monótono trabajo. Pero vos también estabas ahí, conmigo. O sea, no con-migo, sino en el mismo episodio, la misma escena. Puede que parecieras parte del decorado, pero estabas ahí. Tus ojos eran de muñeco, dos puntos negros sin titilar, casi muertos. Tus palabras estaban secas, como las mías. Asentías, decías ajá, claro, yo también. Parecías programada para la distancia. Nos estábamos haciendo pelota y no éramos conscientes ¡Mucho peor! No teníamos idea de lo que sentíamos. No sabíamos que era el último momento que íbamos a mirarnos a los ojos. Y yo después lloré cien días y me maté, porque nunca más volví a salir, menos a sonreír. Esperé nada, rememorando ese encuentro en el que fallé…fallamos, no supimos querernos cuando teníamos que hacerlo. Dejamos que las horas se llevaran el sentido y nos fuimos, para siempre, cada uno a su infierno. Entonces, con el tiempo, descubrimos que el apocalipsis es todavía más terrible que en los libros, porque el secreto insoportable del apocalipsis es que siempre tiene una continuación. Mañana sobrevendrá otra escena, porque al final le sigue otro comienzo. Pero no hay posibilidad de redención, y mucho menos de olvido. Por eso, ahora, transitamos los dos una etapa pos apocalíptica, más vivos que nunca, con el recuerdo jodiéndonos para siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Agradecimientos

 

Este texto está lleno de relatos que me llegaron gracias a todos mis amigos, amigas, conocidos y conocidas de diferentes barrios de Mar del Plata. Gracias a todxs ellxs y a quienes me apoyaron en la realización de esta historia.

¡Gracias a quien se haya tomado el laburo de leer estas páginas! Invito a continuar la experiencia en el blog que dio nacimiento al libro: unescritordelbarriorivadavia.blogspot.com

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                     Juan M. Penino,

                                                                                                  noviembre de 2023

                                                                                                Barrio Rivadavia

                                                                                               Mar del Plata - Batán

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Índice

 

INICIO (prólogo)

- Espejo negro. Un intento de biografía del poeta Adolfo Cuentrao, por Inés Pérez Pérez.

 

ZONA TESTIMONIAL

- Testimonio anónimo 1

- Testimonio anónimo 2

- Testimonio de Don Luis

- Testimonio de “El Bocha”

- Testimonio de “La Piba”

- Testimonio de Pablo

- Nota periodística

- Testimonio del “Jubilado del pescado”

- Testimonio de “La mujer del kiosco”

- Testimonio del “remisero trucho”

- Aclaraciones de la autora

 

ZONA AUTOPERCEPCIÓN

- Los miedos (epílogo)

ZONA VACÍA

- Posibles tres textos de Adolfo Cuentrao:

- La escritura

- La muerte

- El amor

 

Agradecimientos



[1] Croce era el comisario que utilizaba el escritor Ricardo Piglia, para sus relatos y novelas policiales. Un tipo de pueblo, intuitivo y gran hacedor de frases gloriosas.


Comentarios

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Mitad

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Pozo

*Antes de trabajar en algo nuevo, resulta necesario pararse sobre aquel día en que cambió todo lo que consideraba vida. O rutina, que es una suerte de estancamiento de la vida, un pozo profundo pero lleno de algunas comodidades y sentimientos que pueden llegar a engañar, y que de repente pasen décadas y…alguna tarde, a lo mejor, el cimbronazo y vuelta a empezar con ese proyecto que llamamos vida, a falta de originalidad nominativa. Ojo, que tampoco estoy diciendo que quedarse en el pozo sea algo negativo. Por el contrario, si se encuentra un pozo lo suficientemente profundo y agradable, no hará falta continuar con otro camino, en el camino. A decir verdad – o a mentir lo menos posible- lo que primero descubrí fue que el pozo es pozo, un freno a eso que intentaba encontrar para no arrepentirme mucho tiempo más, porque el arrepentimiento sucede en todo momento, y se expresa siempre en presente. Es presente. Un pozo. Lo segundo que aprendí fue a sacar tanto pronombre cada vez que me meto