31 (para leer el último día del año)

Como un fardo de paja seca

que pasa no rodando

sino más bien volcando

sus cicatrices

sobre un desierto

sin sol ni espuma,

uno de esos no lugares

siempre llenos de vacío,

una autopista en hora pico

o una terminal de micros

al instante señalado:

las doce de la noche

de cualquier treintaiuno

de diciembre,

un piso recién lavado

y las copas invisibles

chocando en cada esquina

con la violencia

del comentario del día:

“se termina el año”,

y nada más que agregar

porque ese día lo comprime todo,

las cuentas son deficitarias

o hay que consolarse con eso de:

“por lo menos llegamos”,

como si cada año

fuese una misma y única

orilla que siempre se abisma,

una carrera hacia la nada,

y vaya a saber cuántas

vueltas falten

para que sea la última,

como circulación de versos/

como circulación de sangre

y embotellamiento

de “felicidades” en plural,

todas atascadas en cada yo

y tan disímiles

que pareciera que

el viento norte

nunca las va a juntar,

sentarse a mirar

fuegos artificiales

que queman soledades

como la peor de las aguardientes

que fluye como si

nunca más se fuese

a celebrar nada,

la ansiedad del final,

el día más postapocalíptico

que inventó la persona

que se tomó el trabajo

de enunciar la primera palabra:

siempre un verbo/

un movimiento/

una fuga,

escapando desde

ese precipicio

hasta este…

final y puntos suspensivos

con comienzo de nueva carrera

contra el tiempo,

contra la vida de los demás,

depositando en estantes

todos aquellos libros

que no vamos a leer

pero que igual están ahí

esperando en vano,

como la vida de tantas personas

que nos cruzamos en el chino,

con las que nunca hablamos

ni vamos a hablar,

pero que miran,

están ahí,

nos esperan

-¿nos esperan?-

rodando como ese fardo,

con las cicatrices

más frescas que nunca,

dispuestas a que

ya sea mañana…

y volver a rodar.


*****aclaración: el verso 28 fue (casi) robado literalmente a Juan L. Ortiz, la única persona con la que pasaría cualquier fin de año.

*********************música sugerida (probablemente el mejor tema del mejor disco del 2024):

*****************************humildemente, Juan Scardanelli*******el yo que dijo Yo otro año más*******tras bastidores del barrio Rivadavia********brindando...todavía***


Todo lo que siempre quiso saber sobre la cena navideña (y nunca se atrevió a confesar)


Una cena a la que siempre se llega demasiado tarde, o demasiado temprano. Una cena a la que una vez llegado surge la duda del por qué se habrá ido, y cuándo será preciso y de bien educado retirarse. Una cena que suele tener demasiada comida como para poder ser digerida en unas horas, o que suele tener muy poca porque alguno de los invitados se olvidó de poner lo suyo, y “hablamos de eso cuando volvamos a casa”. Una cena que tiene mesa de dulces, después de un postre que suele abusar de las frutas que están en estación, supuestas ensaladas que tienen dos, con surte tres, variedades nomás. Decía, una mesa de dulces que es la única del año, por lo menos en originalidad, porque la de fin de año también tiene pero armada con las sobras de la navideña. Todo el fuego artificial se gasta en esta sagrada cena, que sería la primera en una saga que tendrá, además, su último capítulo de crucifixión y muerte, con una afamada última cena, a la que extrañamente nadie invita, tal vez porque solamente se trata de un plato especial, imprescindible, inmodificable y que nadie sabe preparar bien: pescado. Una cena (volviendo a la Navidad) en la que se suelen poner los mejores cubiertos de la casa, aquellos que solamente pueden ser utilizados esa sola vez por año, lo que suele traer como consecuencia que los cuchillos estén siempre desafilados, ¿y con qué se va a cortar el matambre exageradamente cargado, o el apenas rellenado pollo relleno?. Una cena que tiene un plato exótico tan amado como odiado, pero siempre en boca de todos por esa única noche: el vitel toné. Un típico plato piamontés, que tiene como base unas rebanadas de carne vacuna, bañadas en una salsa que nuca se sabe bien con qué carajos se preparó. Y entonces cuando lo empezás a disfrutar, te vas dando cuenta del olor que te deja en la boca, y ahí es cuando la memoria te vuelve y se da la epifanía de cada noche buena: cierto, no me gusta el vitel toné por cómo me deja después. Una cena en la que siempre hay alguien a quien te gustaría asesinar, pero que llegada las doce no queda de otra, hay que mirar a los ojos sonriendo y desearle una feliz Navidad, con mayúsculas ahora sí porque es medianoche y los saludos ya no se deshacen con las irritables conversaciones previas. Una cena en la que es mejor ocultar los regalos que exponerlos debajo del “pinito”, porque l@s pib@s no saben manejar la ansiedad. ¿Y cómo podrían saberlo, si sus propios padres fracasan todo el tiempo en eso? Una cena en la que es mejor nunca manchar el mantel, porque también es una pieza de museo que solo se exhibe en “esa noche”, y que después debe volver a su santo armario en estado inmaculado. Una cena en la que siempre hay invitados que se pasan de brindis, y ¿quién se lleva el peor paquete de la noche? La cena de una noche que, por lo general, no resulta nada amable, mucho menos buena, pero que se llama así para tratar de calmar un poco toda esa frustración contenida durante (casi) un año. Una cena que se agradece poder finalizar sin mayores sobresaltos, y que extrañamente muchas personas piensan que sería horrible pasarla en soledad. Una cena por la que se sacrifican un montón de otras cenas, por la cantidad de comida, por la vastedad de bebida, por la intensidad de l@s comensales. Una cena que dicen que trae buena suerte, aunque únicamente si se tiene un Sertal a mano. Una cena que tendrá el momento de mayor acción y suspenso cuando aparezcan las botellas de sidra en la mesa, y habrá que ver si este año terminamos en la guardia del Hospital que te tocó en desgracia, solamente por querer chequear si el corcho en verdad estaba ahí. ¿Por qué poner el ojo tan cerca del corcho de la sidra? Deporte de alto riesgo, falta de adrenalina en la vida, quién sabe. Una cena en la que se vuelve a creer en seres mitológicos, de fábula: papá Coca Cola, Rodolfito, el hd…Dios(en versión bebé), Dios (el único e irreproducible, y dueño absoluto de todos los silencios incómodos), una virgen, el marido de la virgen que se creyó lo del espíritu santo, el pata de lan..digo el espíritu santo, un pesebre (que oficia más de zoológico ilegal, con mezcla de animalitos de granja, de la selva y muñecos de la serie de La guerra de las galaxias que quedan justos para reemplazar piezas perdidas), los reyes magos (seres sin conejos en las galeras que para ser reyes parecen muy empobrecidos, andan en camellos semimuertos de sed, no tienen pajes ni ayudantes, y tampoco GPS, por lo que confían su suerte a una “estrella guía”). Una cena que tiene buena estrella, la que siempre te lleva al lugar que querés ir, y que por lo general no es en donde estás pasando la noche de paz. Una cena que debería ser pacífica, pero que no lo es ni de cerca. Una noche que de amor tiene ese instante del choque de copas, el brindis. Una cena que debería reducirse a un brindis de paz, donde un grupo de personas que (todavía) se aguantan, fingen una sonrisa de amor que no es tal, pero que sale tan bien en la foto, que mejor hacer de cuenta que todo está bien, que las cosas pueden ir mejor, y que peor estará el escritor del barrio Rivadavia, allá sólo y tirado en la esquina de Francia y Garay, brindando por nada con una de esas cervezas “industriales” (¿las otras serán consideradas postindustriales, o solamente capitalistas a cecas?) y mirando esa estrella que lo dejó en el culo del mundo, porque también puede que te quedes sin señal. Ya sabés, hay mucha gente buscando una estrella potente que funcione bien, y te lleve a ese lugar donde podés acostarte temprano si estás cansado, porque está todo bien, una cena es solamente una cena.

*PD: Casi me olvido, puede que te encuentres con el fantasma de tus navidades pasadas, o futuras. Eso no tiene nada de malo o riesgoso. El verdadero problema, la catástrofe a evitar, es encontrarse con los fantasmas de la navidad presente. Si te pasa, ni lo dudes, salí disparando a buscar el corcho…..y más vale que apuntes bien.

*******y el tema que se filtró solito:

************humildemente, Juan************no hay remedio para todos los dolores de la vida********felicidades*******y que brindes muchos más

Todas mis disculpas (el ruido de las chapas)


“Hay que tener cuidado con lo que uno pone a circular en el mundo” (María Gainza, “Un puñado de flechas”)

Algo se escucha medio como acercándose. Un ruido de chapas golpeando. Puede ser que se esté largando a llover, o que el fin del mundo esté avisando su próxima intervención en la historia, la mía y la de todos. Pero dejemos eso por ahí, colgando…Más temprano, un grupo de inadaptados del barrio Rivadavia, se preguntaban qué pasaba con ese gitano de proporciones descomunales, que no se dignaba a aparecer para que empiece el día. Le decían el Emanuel, porque, al igual que Kant, era un tipo que repetía la rutina sin salir del barrio, todos los días igual. Se levantaba a tal hora, salía a hacer lo suyo, volvía en tal momento, y fin del día. Sin escapadas a ningún otro lugar, mucho menos largos viajes. El gitano Emanuel tenía una condición rara, una enfermedad degenerativa que se le marcaba en el cuerpo. A lo mejor por eso es que nunca salió del barrio. Pero también, es verdad que existen personas que son como las baldosas de una vereda, y que no se despegan del lugar al que llegaron hasta que un día el sol las ablanda y todo es fin…Esos inadaptados no vieron salir al gitano, y lo interpretaron como un mal augurio, una señal inequívoca de que ese día podía pasar algo muy malo. Porque las señales, siempre, tienen que anticipar algo malo, algo terrible, algo inevitable. ¿Sino de qué carajos viviríamos? ¿Cómo se hace para habitar un mundo que solo estuviese compuesto de certezas? Imposible. La mala señal era tan clara como el sol del mediodía. Hacía uno de los primeros calores de fin de año, esos calores que aflojan baldosas, esos calores capaces de voltear al gitano más enorme y fuerte de todos. De ahí para abajo el barrio entero estaba en peligro. Sin embargo, el día de mitad de semana ocurrió bastante predecible y tranquilo. Los ritmos de su gente fueron iguales, los locales trabajaron poco como siempre, los colectivos pasaron con la misma mala frecuencia diaria, los choques de todos los días fueron iguales o apenas peores, los choreos, las injusticias, los asesinatos, los ajustes de cuenta, los amores, los engaños, y el largo etcétera de pasiones que envuelven al barrio día a día. Pero el gitano gigante no había salido a cumplir con su rutina, a marcar el ritmo del tiempo. Eso fue lo que los inadaptados de siempre notaron. Y lo notaron porque estaban haciendo lo de todos los días, juntarse a tomar la birra en la esquina habitual, una birra más caliente que días anteriores, porque todavía faltaba aclimatarse a las nuevas temperaturas máximas. Pero había una preocupación mayúscula. Las cosas se sentían distintas, el aire parecía diferente, las voces sonaban con un tono más grave, los pasos de los habitantes del barrio sonaban inseguros, como aves en estampida escapando de una próxima y terrible tormenta. Los inadaptados decidieron tomar cartas en el asunto. Se armaron de valor y fueron a golpear la puerta de la casa del gitano gigante. Pero dejemos eso otro por acá, esperando….En silencio uno sale sin destino, camino a donde venden empanadas al costo, esto es en zona barrio Don Bosco. Unos pesos y salen de jamón y queso, y de carne suave, o vaya a saber qué cosa con la que se rellena esa masa. Sentarse frente a la estación a mirar nada. O casi nada, ruinas, pastizales, micro basurales, motos y bicis de reparto, autos pasar, gente apurada por tomarse el bondi en dirección a vaya a saber dónde, y un buen trago de cerveza muy fría que es como la salvación del mundo. Ponerse a recitar un poema sobre un tipo como uno, que se sienta en una vereda a comer empanadas mezcladas con el gas de la cerveza, y que se acuerda en ese preciso instante de que está muy solo, demasiado. Y de que no tiene ganas de hacer nada más que eso, moverse como un caracol en la vida, avanzar retrocediendo un poco, quedar extático y preparar su propio funeral, donde va a sonar de fondo ese último tema que tocara Kurt Kobain en su propio entierro. Eso, un último y genial tema para terminar fumando un cigarrillo final, y volver al barrio a volarse la tapa de los sesos con una escopeta, porque ¿qué otra cosa se puede hacer un año como hoy? ¿2024 2025 2026…? Y eso espera por ahí…Todo junto y al final, en la casa del gitano está el mismo tipo que comía las empanadas y tomaba la cerveza, a punto de culminar su mejor y última obra: su propia muerte. Pero lo hacía lento, tenía una condición degenerativa que le impedía tomar decisiones rápidas o salir de la órbita del barrio Rivadavia. A punto de volarse los sesos con ese tema de Nirvana de fondo. Justo ahí se escucha el sonido de las chapas, porque alguien llama a su puerta, o lo que sea que dejó instalado como puerta. Al principio no presta la debida atención y se dispone a disparar contra su propia cabeza. El sonido fuerte es de la chapa, o puede ser de la bala impactando la cabeza, o puede ser el sonido del final de todo…Colgando, esperando, aguantando, parece que el sol del mediodía ya no existe, el cielo luce un nublado postapocalíptico...Los inadaptados de siempre descansan más tranquilos, el gitano gigante salió al atardecer a regar la vereda. Yo no sé si todo eso pasó o está por pasar, pero por las dudas me voy caminando en busca de una docena de empanadas al costo. Espero que me sobren unos pesos para poder completar con una birra para acompañar. Y sobre todo, estaría bueno poder terminar de contar esa historia que se viene postergando, vaya uno a saber por qué. Calculo que algún día empezará a circular, y espero que su sonido sea lo suficientemente fuerte como para voltear esas chapas.


*************

***************************humildemente, Juan************en el sol**************************

Noches de insomnio, parte...



“Si yo fuera yo, qué haría” (Clarice Lispector)

Buena pregunta para comenzar la noche. O para nacer a la vida, o para ir preparando el capítulo inevitable, el del final de todo. Y si yo fuera Yo, muy probablemente, no andaría a cualquier hora por las calles del barrio Rivadavia. No andaría a cualquier hora por las calles de ningún barrio del mundo, porque eso querría decir que estaría pasando por otra de esas épocas de insomnio insoportable y mal parido. Es el caso. Esas noches sin dormir, esos párpados pesados, esas fosas negras que asoman desde lo bajo de los ojos, y todo un rato empecinado pensando en que, con suerte y paciencia, mañana sí voy a poder dormir algo por la noche. Y llega esa noche y no puedo dormir, y hay que salir a dar una vuelta por el barrio, para encontrarme con todos los seres vivos que están en la misma frecuencia. Cientos de motos repartiendo gilada por doquier, parando en esquinas muy raras, porque no sé cuál es el criterio, pero parece que elijen los lugares más tristes para bajarse de las dos ruedas a charlar un rato, fumar un cigarro, chequear la app y salir hacia el próximo destino. Llegar a ese nuevo lugar, dejar el pedido, comprobar el pago, sumar unos pesos – todavía argentinos, el año que viene al parecer un gramo de dólar, y que viva la droga verde, de la que ya empezamos a sufrir abstinencia – y continuar camino rumbo hacia algún otro paraje donde descansar con los miembros de la misma tribu, noctámbulos trabajadores de las aplicaciones. Pero no es mi caso, yo soy apenas un insomne sin utilidad productiva, un insomne a secas, un insomne sin talento para ser insomne. Solo me sale caminar por la noche, hasta que en algún momento vuelvo a casa, tomo un té y ya empieza el nuevo día. Leer con los párpados pesados es una molestia horrible, pero no queda de otra, si la temporada de insomnio insiste. Las palabras pasan casi sin advertencia alguna, y los ojos de repente se cierran, y parece que me entra el sueño. Pero en el momento de recostarme, se activa esa parte del cerebro que predispone al cuerpo para no dormir ni a cañonazos. Y vuelta a dar vueltas en la cama, y levantarse para empezar el día, ahora en serio, y que sea lo que el insomnio quiera. Resbalar y caer de jeta contra un microbasural, cosa que se reproduce más que los chimangos por el barrio. Y que el intendente se enorgullezca por no gastar un mango para mejorar la ciudad, porque son tiempos de conservadores ratas. Y perdón a quienes votan gente así, pero es lo que son. Y tengo demasiado sueño como para mantener un debate con gente que piensa – todavía – en que lo peor ya paso, y que a partir del verano las cosas serán providenciales, que sí alcanzaremos la plenitud histórica que se nos viene negando desde siempre, y que la ciudad será el faro que alumbre a la provincia entera. Saber que las cosas no salen solo porque se las enuncie. Saber que lo más probable es que se trate de simples deseos irrealizables, como el que tengo yo ahora: poder dormir esta noche, y la que viene, y la de pasado mañana. No habría que adelantarse tanto, habría que ir más bien hacia el pasado. A lo mejor, revisando ese territorio tan - cada vez más – extraño, donde alguna noche sí que pude cerrar los ojos y soñar con personas que no conocía. Pero como dice el tema, el tiempo pasa, y nos vamos poniendo más intolerantes, y parece que no nos soporta ni el sueño. Ahora camino por las calles del Don Bosco, una especie de santo menor de Turín, que en algún momento enviara a sus tropas salesianas hacia estas tierras del culo del mundo, para expandir su doctrina y – lo que él creía – su obra de bien. Quedó fundado este barrio, que incluye varias propiedades salesianas por las que pagamos impuestos sin chistar, porque a la casta se la va seleccionando según conveniencia. ¿Quién en su sano juicio podría meterse con Don Bosco? ¿El yo que dice Yo? ¿qué haría? Seguir camino tratando de encontrar el tesoro perdido, el dorado sueño, el descanso diario. Pero encontrar no se encuentra nada, a menos que haya un celular a mano, para pedir alguna boludez o subirse a un auto de cualquier empresa que financie su aplicación, en territorio de nadie….perdón, de los salesianos, o de los herederos de Don Bosco, que sería su bendita y mal cagada iglesia. Sin darme cuenta, pasé por debajo de una escalera, ya saben es el sueño que me quita poder de atención. Por eso no me hagan tanto caso, aunque sí un poquito. Estaría bueno ir volviendo a casa, ahora sí, y estaría aún mejor que la cama me espere con la esperanza de dormir. Y si eso no pasa, pues que por lo menos la noche no sea lluviosa, para poder salir al patio y sentarme a mirar el cielo, que suele ser lo único que me tranquiliza y me permite seguir. De alguna manera, esa terapia me mantiene relajado, aunque con sueño constante. ¿Será un mecanismo de defensa de mi propio yo? Podría ser que sea el cuerpo el que me dice que no es hora de dormir, porque el tiempo se va y habría que ir empezando a pensar en algo. Años. Antes era la Revolución. Ahora ¿en qué carajos deberíamos pensar? ¿pedir boludeces por las apps? ¿pedir transporte para llegar más rápido al lugar donde –sé muy bien- no voy a poder dormir?. Quién sabe. El insomnio no da sabiduría. Como mucho, ofrece formar parte de una hermandad que se intuye aunque no se conozca personalmente, algo así como viejos salesianos conocidos, portadores de una doctrina insoportable y que ya no tiene sentido, pero tan real como todas esas propiedades que Don Bosco tiene y que nosotros –sabemos muy bien- nunca tendremos. ¿Qué haría si yo fuera Yo? Supongo que alguna de estas dos cosas: dormir o la revolución. El imposible que suceda primero.


*****Música sugerida en el texto, por algún lado:

*******************humildemente, Juan***********en cada beso, cada abrazo*****pasan los años........**************

Chocar contra la misma pared


No se debería tener que decir lo que se dijo ayer, a menos que, por ejemplo, se estuviese dispuesto a escribir diferente. Por un lado, el mundo tal y como lo conocemos, esto quiere decir: el mundo reducido al par de cuadras que habitamos (casi) todos los días de nuestras vidas. Por el otro, el mundo que se comparte a través de la internet, y se expande por múltiples artefactos encargados de comprimir la subjetividad de millones de personas. Dos big bangs, uno para adentro y el otro hacia afuera. En el medio, todas esas palabras que mejor sería no escribir. Pero acá somos de no acatar ningún tipo de recomendación, en el barrio Don Bosco andamos con ganas de chocarnos contra la pared, ir diciendo lo nuestro a los cuatro vientos. ¿Cuatro vientos? Los vientos se parecen todos a uno, y eso sería una especie de enseñanza que nos tendría que dar la naturaleza. Pero resulta que la vida es así, y que las cosas pasan en todas partes al mismo tiempo, y si uno se para frente a un informativo se da cuenta de que nada es diferente en ningún lugar. Los temas y los presentadores son iguales, visten igual, hablan igual, presentan las mismas noticias disfrazadas de falsas preocupaciones: casos policiales todos iguales en su forma y contenido, políticos variopintos tentados con las mismas reacciones autoritarias de mierda, poderes judiciales corruptos que hacen las mismas trampas, famosos por hacer las mismas cosas en distinto idioma, instituciones todas iguales que arrojan las mismas preocupaciones de hace siglos, y que no terminan de satisfacer jamás. Pero, igual, todo sigue funcionando de la misma manera, con una pequeña aclaración al final de cada entrega: una especie de advertencia, porque las cosas están cambiando, aunque no estemos muy seguros para qué. O tal vez sí, las cosas cambian para que mañana volvamos a discutir lo mismo de ayer, eso de que sería necesario que algo cambie o que empiece a funcionar mejor. Parece el perro mordiéndose la cola, una frase gastada y tan vieja como esa de que la democracia es el mejor sistema que tenemos, aunque funcione para el orto y no sepamos bien qué cosa hacer con ella. ¿Y qué cosa hacer con quienes manejan ese sistema, o lo representan, o lo fagocitan? Desde ahí, las reacciones también se repiten y son tremendas sean del lado que sean, izquierdas autoritarias, derechas fascistas, regímenes que en pos de "acomodar las cosas" se llevan puestos los derechos de los habitantes sin pedir siquiera permiso. Y después de eso vuelta empezar, y nos dieron las diez y las once, y desnudos en un fin de año se nos vinieron las fiestas encima. Y una pequeña voz interior egoísta que nos susurra un "sálvese quien pueda", porque "hay que ser feliz como se pueda, y que al resto lo ayude su Dios". Aparece el mal nacido concepto que, tal vez, nos cagó la vida desde el inicio. Porque en nombre de los dioses se puede matar y seguir como si nada. Está todo permitido si se cree en la deidad correcta, que sería la del pueblo que más y mejores armas tiene. Y perdón a quienes crean que sus propios dioses van a poder reinar desde un Monte Olimpo sin ojivas nucleares, pero eso no va a funcionar. El que tiene la fuerza, tiene el poder de imponer sus propias y desarregladas reglas. El pueblo elegido para reinar sobre las ruinas de todos los demás. ¡Qué lindo tener la razón utilizando la fuerza bruta para callar al resto!. Confesión de parte, y que las pruebas se aporten en los tribunales apuntados por las metralladoras que bancan el sistema que....ok, no será perfecto, pero es lo que tenemos. Que sigan pasando las horas, las lunas, y que desnudos a la nochecer se nos venga el año nuevo, y a ver cómo le hacemos para sobrevivir otro año más, sin caer en la desesperación final del: "Y bueno, peor sería de otra manera, con otras palabras, en otras condiciones". Eso, mucho más peligroso: lo malo por conocer.......Que lo bueno conocido se vaya a la papelera de reciclaje, y que vuelva en formato de comentario en red social XXX, porque cada frase viene acompañada de una regia puteada, el nacimiento de un nuevo género literario: el comentario. La cloaca o como quieran llamarla, un lugar muy cómodo para sentarse a cagar y liberar tensiones, todo muy terapéutico y aprobado por equipo de psicólogos / terapeutas / acompañantes de neuróticos mal intencionados habitantes de este y todos los barrios de cualquier ciudad. Qué lindo eso de poder hablar de una persona y sentir que las cosas se expanden hasta cubrir la totalidad del universo, porque eso nos daría la tranquilidad de que nada se nos escapa de esa cantidad de caracteres, que son el nuevo límite para comprimir el cerebro. Aprovechar los espacios, una cantidad limitada de palabras, y que de todo lo demás se encargue la nube virtual, una nube que no tiene color, pero que provoca tormentas cada tanto, compartiendo y robando información necesaria para poder transferir plata desde cualquier lugar del mundo hacia cualquier "billetera virtual" de caballero, y "cartera ficticia" de dama. Y un "todo tiene solución, siempre que haya electricidad a mano". Por hoy hasta acá, la tormenta eléctrica la tengo en la cabeza, no vaya a ser cosa que se queme el wi-fi, y tengamos que volver a llenar los tinteros y a calibrar las plumas. Y que nos den las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y que escribiendo en nuestros cuerpos al amanecer nos encuentre la luna, chocados siempre contra la misma pared...


*******El tema insistido / sugerido:


******************************humildemente, Juan*************el Yo que dice yo*********viendo la gente chocar desde la frontera entre los barrios Rivadavia y Don Bosco*************



Noches siempre frías

Un par de personas que salen de viaje, una noche cerrada – esto quiere decir que la noche no tiene luna a la vista, que no acompaña ningún brillo -, con una cantidad apreciable de nieve, que va aumentando volumen a cada kilómetro sumado. Podría ser un camino perdido entre ciudades rusas, del interior más profundo. Camino a Siberia. Estas dos personas que viajan no se conocían hasta ese momento. No les queda otra que empezar algún tipo de intercambio, pues comparten el camino y el carro tirado por caballos. No hay otra manera de viajar en aquellos días, unos días pasados que se actualizan cuando alguien se digna a escribirlos. Entonces, la escritura es todo presente. Mejor expresado, la lectura es lo que actualiza la historia, lo que pone de manifiesto el presente de la escritura pasada sobre un pasado. La lectura siempre triunfando en el hoy. Estos dos moscovitas que viajan, tirando de las riendas de un par de caballos, que realizan el traslado llevados por el instinto, por la costumbre, por la rutina, porque la nieve cae fuerte y la noche se oscurece aún más que en aquella primera oración. Un texto que viaja en carro, también. Un par de manos que se acompañan para tratar de llegar a algún buen sitio, para poder descansar hasta que sea otro día, otra historia, otra escritura. Los dos viajantes se cuentan sus historias hasta ese día, sus aventuras, sus amores, sus desencuentros, sus trabajos y sus días, algo tan clásico como la literatura misma. Pero siempre funciona, camarada. Claro que siempre funciona y va a funcionar. ¿Por qué pensar que dos rusos solo pueden tratarse como camaradas? Da igual, es así en esta historia, aunque tal vez el tiempo no sea el adecuado, y todo se trate del capricho de un escritor, que quiere después ser un lector que sonría con este comentario. ¿Será que usted viaja por puro placer? ¡Imposible! Nadie puede disfrutar de un viaje tan peligroso, por una ruta tan complicada, en una de las noches más oscuras del año, con una caída intensa de la nieve más espesa. Eso, viajar en el momento más peligroso, como lanzarse a una aventura en medio de una vida que no es nada aventurera. ¿Por qué no toma las riendas usted, así de paso yo descanso un poco las manos? ¿Por qué mejor no paramos en la próxima posada? ¿Y cómo sabe que hay una posada cerca? Entonces, la confesión sería que uno de los dos moscovitas ya hizo ese viaje, o que está mintiendo y sabe que no hay nada más que una muerte segura, esperando en cualquier rincón del camino imposible. Deberíamos frenar un poco, los caballos van demasiado rápido para el estado del camino, la tormenta de nieve parece fatal. Pero ya no se escuchan el uno al otro, en verdad el clima y la noche no cooperan para nada. Estando uno al lado del otro, parece que no se vieran. Al no escucharse, los caballos continúan el camino igual a como lo habían empezado. En algún punto, los cuerpos de los moscovitas ya no sienten nada. Los caballos se empiezan a parecer a choferes fantasmas del mismísimo fin del mundo. El horizonte es un abismo de oscuridad. La locura del viento y la nieve parece desaparecer por completo. Los dos viajantes se perciben como suspendidos en lo más profundo del firmamento. ¿Será el otro lado del camino? Ese lado que nadie puede describir con exactitud, pero que se sabe que existe. ¿Por qué existe? Porque todas las almas viajeras merecen un final calmo. Oscuro, sí. Pero calmo, muy calmo. De verdad ¿por qué habrán viajado? ¿por qué emprender semejante travesía una noche desapacible? Tal vez no tenían opción. Tal vez escapar era la única alternativa. Tal vez el dolor era más fuerte que el riesgo. Tal vez ya estaban muertos. Y salieron tirando de las riendas de dos caballos, animales del apocalipsis. ¿Sería el fin del mundo, justo allí, unos kilómetros antes de Siberia? Podría ser. Aunque lo más probable fuera que el fin del mundo descansara en cada rincón del universo, como una suerte de polvo estelar muy común y de fácil acceso. La muerte es apta para todo público. Los lugares para morir son todos los lugares donde hubo vida. En ese caso, Siberia o Hawái, lo mismo da. ¿Por qué morirían dos moscovitas una noche de ruta y nieve, si es algo a lo que están acostumbrados desde el día que nacieron? A lo mejor es simple pereza del escribiente. A lo mejor el escribiente tiene un mal día…un mal viaje…eso, y necesita imaginarse a dos personas en una situación similar. Pero resulta que en el barrio Rivadavia es casi verano, cayó nieve solo una vez en la historia, y no quedan casi almas dispuestas a jugarse el destino una noche en la carretera, que sería la avenida Jara. No es que no corran riesgos, es que justamente sí lo hacen, todos los días. Pero es algo habitual, el fin del mundo sucede en todas las esquinas del barrio, durante todo el año. Morirse se parece mucho a ir a comprar algo al chino. Los moscovitas viajeros no entienden, pero se mueren enterrados en la nieve, en ese camino que los hubiera llevado a Siberia. ¿Qué hubiera pasado allí? Lo mismo, morirse enterrados por la nieve y el olvido. Hoy los moscovitas son dos vecinos del barrio Don Bosco, que preparan unas colchas sucias para dormir frente a la Ferroautomotora, justo en esas cuadras de Luro donde no hay luz, la noche es cerrada…Ok, no cae nieve pero llueve…Ok, no hay caballos pero pasan algunos coches perdidos tratando de hacer una diferencia con su servicio por aplicación…Ok, no será Siberia pero Mar del Plata por las noches se parece mucho al escenario perfecto para el fin del mundo. El espacio donde flotar hacia el olvido es el mismo, dos moscovitas, dos marplatenses, horas sin dormir, noches siempre frías. Y mañana, el mismo y desapasionado olvido.  

**********************humildemente, Juan*******en busca de un estilo, forma, etc**********

Juana sonando como Juana

 


El sonido en trance,

marcando acentos

para perderlos por el camino

y dejar colgados

a unos cuerpos sedientos

de ansiedad por sacudirse/

demostrarse que no están paralizados,

un escape de la lógica

de la fiebre de sábado por la noche,

un día que no existe

en la plataforma de Saturno,

rostros alienígenas

que no joden con

esas sustancias de siempre:

Perder el punto de encuentro

en el momento crítico,

volver nadando a la orilla

con las últimas fuerzas,

casi ahogarse por incapacidad rítmica,

desfallecer en la puerta del baño,

quedar tirado en un rincón

de la fiesta de fin de ciclo.

Retumbe de último trance,

ritual chamánico completo,

alguien confunde

a una bruja con una virgen,

nadie puede bailar esos ritmos,

nadie puede cantar esas letras,

nadie sabe distinguir alienígenas.

Hoy pisamos Saturno,

aunque no teníamos ganas

de ser transportados

más allá de Juan B. Justo y Jara.


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Temperatura

Un grado más. Una diferencia que, en mi caso, puede ser fatal. Supongo que a la naturaleza le pasa algo parecido, y tuve que sentir lo mismo en estos días para darme cuenta de ese tipo de sutilezas. Porque cuando todo marcha bien, es muy fácil ignorar aquello que es una real mierda pero que no nos pasa a nosotros. Y resulta que sí, nos pasa también, porque de alguna manera nos afecta. Eso malo ignorado por distanciamiento suele dejar huellas, volver en otro tiempo, pero mucho más empeorado. Un grado menos. Lo que daría por un grado menos en ese puto termómetro, para dejar de tomar esa pastilla que tiene gusto a mierda, y parar con las duchas de agua fría que son una tortura. Debería llorar cada vez que escribo esa palabra maldita, ya va siendo hora de que nos pongamos de acuerdo en que la tortura en todas sus formas debería estar prohibida. Cosas obvias que , de tan obvias, no se terminan cumpliendo. Porque no va que las habilita algo o alguien, que reinventa un lenguaje que devuelve el debate al grado cero, a la previa. Desde ahí, la nueva salida es aún peor. De vuelta el mundo a lidiar con las mismas catástrofes que se había jurado nunca más repetir. ¿Todavía hacemos guerras? Pero claro, porque no faltará el especialista bioenergético que utilice a Darwin o a quien sea para decir que todo es parte de la evolución de nuestra especie. Y con eso ya es más que suficiente. Volvemos a lo mismo. Un grado más. Otro día con fiebre, como los que sufría de más chico. Pero esta vez sin los cuidados de antes, los grados son como los años, no vienen solos y no son lo mismo. Esa temperatura, aunque es la misma, trae otros riesgos. ¿Y qué si no me baja más? ¿Qué pasaría si me quedo como el planeta, un par de grados arriba de la temperatura que se consideraba normal? La vida tal cual la conocemos, cambiaría. Eso querría significar que yo  estaría bien muerto. ¿Y el Yo que dice yo? Ese que es como un extraterrestre lleno de lenguajes y signos que nadie conoce, y que muchas veces no quieren expresar más que eso: un ser desplazado en tiempo y espacios, un ser sin temperatura, un ser capaz de sobrevivir a cualquier apocalipsis creado por humanos, grandes especialistas en destruir ecosistemas y planetas que no les pertenecen, porque son ellos los verdaderos extranjeros en todos lados. Incapaces de adaptación, inventores mediocres, negadores seriales, invocadores de falsos dioses para, finalmente, excusarse de su propia estupidez. Un grado menos. Pero tengo frío, chuchos de frío, se siente como si el cuerpo se moviera espasmódicamente por propia voluntad, como un esquizofrénico tratado con terapia de shock. Sentir que ningún abrigo alcanza, aunque afuera hace más de veinte grados a la sombra, y que a mitad de la noche todo ese sentimiento gélido se pasa hacia el otro extremo, y ahora es una madrugada fría y el cuerpo no deja de sudar, siente un calor agobiante, la ropa y las sábanas están bañadas en sudor. Desquicio. Los seres humanos como esas bacterias que invaden un cuerpo/planeta para alimentarse de él y destruirlo en ese mismo proceso. Porque las bacterias no piensan mucho, solamente consumen hasta que ya no queda nada, y luego se terminan consumiendo a ellas mismas en esa misma nada, y la nada es lo que queda como equilibrio necesario para que vuelva a engendrarse el caos futuro. Imposible pensar en mañana sin ver un caos en la puerta delantera. Y saldrán un montón de voces, con advertencias y gritos de pueblos enteros, que ya sufren lo que se aproxima para todos los demás como el final de los tiempos. Y nada detiene el proceso. Imposible que triunfe la sensatez. Las historias funcionan así, las profecías se escriben para que se cumplan ellas solitas. ¿Que por qué ayudamos a que eso pase? Porque como seres mortales que somos, no podemos pensar más que en cumplir con nuestro objetivo final. En el medio es bueno ir efectuando metas destructivas, para llegar con mejor gimnasia a ese último gran “big bang”….¡Claro! Todo empezó con una explosión, ¿cómo podemos llegar a tener miedo a las guerras? Está en nuestro ADN. Sabemos de explosiones porque venimos de la mayor de todas, a la que intentamos emular todo el tiempo. Del “big bang” venimos, hacia el “big bang” vamos. Pero este último tiene que ser más potente. Se tiene que llevar todo lo que fuimos, todo lo que creamos, y todo lo que podríamos haber sido. Se trata de destruir para siempre el futuro, eso en primer lugar. Que vaya quedando el pasado, y algo de un presente en constante peligro. Un grado más. Y cuando parece que el cuerpo no aguanta más ese malestar, cuando los termómetros ya perdieron sentido, cuando las pastillas se están por acabar…finalmente, el día vuelve a ser apacible, el cuerpo siente alivio, hasta se llega a llorar de felicidad por haber dejado atrás el padecimiento. El cuerpo tiene memoria, pero el ser humano no. Conforme van pasando los días, te vas olvidando del dolor pasado. Ya no tenés más en cuenta por qué pasó lo que pasó. Lo que padeciste y te prometiste no volver a hacer, se te desvanece con la buenaventura de sentirte en un presente plenamente saludable. Ni siquiera te compadecés por el sufrimiento de quienes se contagiaron por ayudarte. Un grado menos. El planeta sigue su marcha y uno también, convencido de que nada malo puede pasar, porque lo malo ya pasó o sigue pasando en otra parte que nada tiene que ver con la que vivimos hoy. Negación, divina negación. Yo inocente, yo curado, yo correcto, yo centrado, yo poderoso, yo inmaculado, yo “big bang”…Un grado, solo con eso se altera un organismo, solo con eso se destruye todo un ecosistema. Vale la pena tener un termómetro a mano, por las dudas, porque algunas explosiones es posible evitarlas.


*hablando de grandes explosiones:

***********************humildemente, Juan*******desde lo que queda después del segundo big bang*********


La última escena de la tarde en el barrio

 

Hay una sabor que se perdió por algún lado, en alguna mañana de primavera, detrás de algún atardecer con baldosas tibias y grandes chorros de manguera made in barrio Rivadavia, y los gritos de unos pendejos que tiran piedras y le dan la vuelta a la esquina, buscando a dónde carajos les tiramos su futuro. Un futuro que es uno de los tantos microbasurales que sobresalen en cada cuadra, cada calle, cada vez que hay que tirar esas cosas que empiezan a dejar de funcionar, y como todo lo que ya no sirve rápido y eficiente, hay que tirarlo, dejarlo de lado, como a tantas ideas y amistades y amores que alguna vez gozaban de ser la gran novedad en cualquier vida de turno. Detrás de esas sierras de basura, se levantan las grandes pirámides del siglo XXI, las pirámides hechas en honor al consumo, nada más y nada menos que un sinfín de galpones oscuros, destinados a depositar cosas que llegan desde distintas partes del planeta. Cosas como celulares, accesorios varios para celulares, derivados de los accesorios para celulares, soportes para los derivados de los accesorios para celulares, adornos para los soportes de los derivados de los accesorios para celulares, y demás cosas que circundan el mismo universo, que ahora está bien comprimido en ese invento que parece haber llegado para quedarse y funcionar como agujero negro de la vida, destinado a ir consumiendo y desmaterializando todo lo que se le pone al alcance, incluidos los supuestos “usuarios”. Y toda una política, una sociología, una psicología derivadas de ese mismo objeto atracador de subjetividades. Lo esencial es lo visible a la pantalla de un Áifon, Androide y demás inteligencias por el estilo. Por ahí pasa más seguido ahora, que suena una voz y no se sabe bien de donde viene, que la realidad está muy confusa, las cosas se mezclan en la nube creada por la artificiosidad, y se pierde un poco la capacidad analógica que traemos de fábrica. El ser humano ya no es lo que era, es un producto bastante obsoleto y muy poco confiable. Sin ir más lejos, a lo mejor ni siquiera este texto vale la pena media lectura, porque ya hay una inteligencia artificial en el barrio Rivadavia, donde se reproducen las historias diarias, y donde hasta se logra desarrollar un estilo. ¿Y para qué carajos tendría que ponerse a escribir alguien de carne y hueso y dedos sobre un teclado? Mejor teclear un par de palabras clave, darle “enter” al programa de escritura creativa automática, y ya está. Llenar el casillero de “estilo” con el siguiente apellido: Arlt. Y listo, sentarse cómodamente en la esquina de Francia y Garay, destapar una Quilmes negra y a leer lo nuevo de esos escritores que se pensaba muertos. La inteligencia artificial como la posibilidad de volver a vivir lo que nunca se vivió, completar y perpetuar lo que no hacía falta. Y que esté todo bien, porque es mitad de semana, y hay que ver si llegamos al próximo feriado…¿de qué la iba? Aguantá que lo gugleo y escucho cómo me lo cuenta la voz robótica de copáilot, un soberano que llegó también para meternos a todos en su mágico universo de la falopa cibernética. De verdad, ya me están cansando los adictos a los celulares, que se la pasan poniendo excusas para poder tocarlos a cada minuto, y que encima se dan el gusto de sermonear a los más pendejos indicándoles que “son una generación que nació con el celular, están perdidos”. Ojo, nos perdimos nosotros primero, la cagamos fuerte y los condenamos a ellos. Para colmo ni siquiera podemos terminar de razonar eso del calentamiento global y las derechas fascistas, pensamos que son cosas que están ahí y que alguien más lo va a solucionar. Pero antes de cualquier cosa, primero debería actualizar mis “estados” en cada red (a)social. El estado de no estar, un estado de zombie a caballo de los destellos de una pantalla, que sigue siendo la misma de siempre. Y eso es lo más triste de todo este procedimiento eterno: se viene mordiendo la cola hace rato. Y nosotros – no pensaba dejarme afuera – lo seguimos entre ril y ril, como peces detrás de un anzuelo de colores, siempre dispuestos a ser conquistados, porque eso nos enseñaron nuestros antepasados…los espejitos de colores, las armas de fuego, hay que tener eso que otros no tienen para poder someterlos, humillarlos. Una vida de esclavo del Sistema vale más que un razonamiento más o menos propio. Que cada quien haga como pueda, lo mío ya está cagado, y ¿qué otra cosa se puede hacer salvo ver películas? La que vi hace poco y me encantó es El Jockey. Y sí, es Argentina, y sí es súper flashera y como que el argumento vale verga, porque el cine es mucho más que un argumento, hay imagen y sonido, y no tienen que ser manipulados para reflejar algo que nos formatearon como “realidad” en algún momento de la historia artística. Mucho mejor molestar al público y quebrarle ese sentido unívoco a la hora de contar una historia, sacudirlo con lo que el cine tiene, porque es cine. Después hay pocas cosas que se vayan de lo establecido, en una ciudad nacida para robustecer esos valores conservadores que le entran perfecto en la camperita de Polo club al intendente de San Isidro, que reina en Mar del Plata-Batán los fines de semana, creo. ¿Nos quedará algo por vender? Las siete de la tarde y el sol se baja en la próxima parada, los pendejos siguen jodiendo a las gitanas que riegan las veredas, y es una escena que parece sacada de una película de Almodóvar, que también estrenó hace poco su última historia sobre la muerte y la amistad, y que es una hermosura. Me quedo con esa escena, una que viene desde tiempos inmemoriales, una que disfruto mientras termino la cerveza de antes, que todo el mundo me dice que ahora es una cagada, y que mañana me va a deja una acidez brutal. Qué importa, esto no es la realidad, es apenas la última escena de la tarde en el barrio.


*La música nombrada por ahí, acompaña la escena:

****************************humildemente, Juan***************en la frontera vidriosa de los barrios Don Bosco y Rivadavia*********


Un día más


“Todo en movimiento. Nada estable. Retratos y retratos confundiéndose, revolviéndose, saltando en pedazos para formar una visión fugaz a cada instante, en un estado que no era sólido, ni líquido, ni gaseoso, sino el estado en que la vida está en el mar. El estado luminoso. En las vistas y en el mar” (El señor presidente, Miguel Ángel Asturias).

El otro día casi logro dar con una certeza, pero al final se me escapó. Esto quiere decir que ese tipo de cosas desaparecen justo en el momento en el que podrían materializarse, dificultando el análisis de cualquier situación. Me amparé, por unos instantes, en la dureza y claridad del discurso científico. Ante la duda, el lenguaje de la ciencia. Entonces, sigue un después con formato de puntos suspensivos, y el mismo lenguaje conjugado por un grupo de lunáticos, tira todo por la borda de lo que parecía ser lógica pura. Y varios sonidos se siguen a eso, la caravana de Aldosivi festejando por el puerto, los disparos de los que aprovechan la movida, la noche con sus innumerables habitantes sin casa, sin auto, sin sueño, sin nada, o con apenas lo básico para durar un día más, y otra gente que pasa por al lado conectados a la internet de su celular áifon / únifon, soñando – estos sí – con que la ciudad de Mar del Plata-Batán está exiliada momentáneamente de Europa, o de Miami, donde siempre gana el peor Republicano y se vota en contra de expandir derechos humanos, porque muchas veces lo antihumano viene de lo que se piensa como civilización. Perdón, creo que estoy utilizando palabras viejas de una sociología que cambió por completo, que ya dijo lo que tenía para decir, que ya presentó sus batallas culturas y ahora las perdió todas. Pero no las perdió, en verdad, las abandonó para tomarse unas vacaciones que se extendieron demasiado, y al volver dio mucha paja, solamente quedaba adaptarse a lo que fuere que estuviese pasando en el momento para seguir…eso mismo, durar un día más, entre oleajes que ya no tienen intensidad ni dirección, que son más como una marea totalmente desordenada, inconstante, cambiante, y sí, muy traicionera. Y todos, todas, todes, nadando para salvar el pellejo. Un día más. Hoy. Primavera y casi que verano, y el clima haciendo lo suyo para recordar que lo del cambio climático sí que está pasando, pero a quién carajos le importa si las cosas en el chino están así de caras. ¿Cómo será en Connecticut? Ahí suele haber mucho progre, porque se está al norte del norte, y las universidades están sobradas, viven haciendo estudios socio-culturales para darle a los portales informativos alguna que otra nota de color. De Revolución ya nadie habla. ¿Para qué? De seguro, el día después de semejante hecho, las cosas cambian pero para un lado que no se sospechaba, y al otro día otro tanto, hasta que en una determinada foto, ya nadie sabe qué carajos se estaba haciendo, qué ideal se estaba siguiendo, quién se hacía cargo de qué cosa…Y entonces que vuelva el reino impersonal del mercado, con sus santos pintados en verde dólar, la iglesia pagana del Ciber Monday  y las vírgenes disfrazadas de conejitas de Playboy, porque todo lo que hace unos días estaba mal, hoy no importa tanto. Camino de noche por el barrio Rivadavia, los quiosquitos funcionan a full, porque hay líneas rojas que no se pueden cruzar, se necesita de terrorismo y narcotráfico para poder vivir. El diario La Capital – que en verdad es de Mar del Plata, pero como se mira tanto a Buenos Aires, bueno, le quedó ese nombre – muestra en los policiales una noticia llamativa, en la que se informa que por un operativo policial se desbarató una banda de un narco al que se le derribó la casa, y en la foto se ve una casilla en medio de un barrio alejado del centro-Dios, siendo tumbado por una topadora. Entonces ya no se sabe bien qué cosa pensar, porque no puedo creer que un narco pueda vivir de esa manera tan precaria, o será que la crisis económica lo alcanzó también, y ahora parece que le tengo que tener hasta un poco de lástima, y si lo veo por el barrio le tiro un par de billetes…¡Ojo! No voy a pedir nada a cambio. Me señalan por evadir cuestiones, cuando en verdad la política que impera en todas las naciones occidentales es, justamente, esa. Evadir. Donde sea y como sea. Blanqueos, paraísos fiscales, contadores, contadoras, haciendo lo que pensaron que no harían más desde salita de jardín: dibujar. Y que paguen los giles, y que vuelva Cambalache para confirmar lo que ya suena a historia insoportablemente gastada. Pero es así, no por mucho gastarse las cosas dejan de suceder. Suceden y se siguen gastando porque se regeneran. Aunque algunas cosas cambien, y haya adelantos tecnológicos, novedades de semana, a mí me sigue sonando todo a noticias de ayer ¡Extra, extra! Porque todavía estamos esperando el domingo a que jueguen los equipo de fútbol masculino de siempre, a que un argentino corra en la fórmula 1, a que un presidente norteamericano nos visite con muchos dólares en los bolsillos, a que nos devuelvan las Malvinas, a que se junten Los Piojos y Oasis –y si les queda tiempo, también Los Redonditos de Ricota -, a que Yuyito González se enamore del presidente, a que Mar del Plata la gobierne alguien de La Capital – ya sea el dueño del diario o un porteño -, a que sea verano para poder empezar a darnos cuenta que no va a alcanzar para zafar el año entero, porque las ventas cayeron con respecto al mismo mes del año pasado, y para la próxima temporada se espera que las cosas empeoren un poquito más porque las playas están cada vez más detonadas y no se puede alquilar ni un metro cuadrado porque te lo ponen más caro que Montecarlo, ¿y qué pasa con la fiesta de los pescadores? Ya voy llegando al final del recorrido, que creo que no es más que un repaso por todo lo que ya viene pasando por mi cuerpo hace mucho mucho tiempo. Repetir, tirarse al mar, nadar para salvarse, aferrados siempre al salvavidas. Eso sí, por suerte, estos son tiempos donde no hace falta darle tu lugar a las mujeres y a los niños primero. Salvate vos, que lo demás no importa nada. Un día más.


*Y en la nota no pude evitar nombrar la banda de los odiosos, y siempre peleados o por pelearse, hermanos Gallagher, que tenían una música que me gustaba mucho:

**********humildemente, Juan Scardanelli*************bailen si quieren bailar, está todo bien**********

A contramano


Las fronteras de los barrios en la ciudad, por las noches, son tan difusas que suelen desaparecer. Y las almas empatan los partidos que los días del año con su rutina se empeñan en separar. Pero siempre hay cosas que aparecen de repente para darnos algún tipo de aviso, como el caso de la paloma muerta que apareció en la vereda de una calle cercana a la zona de la nueva terminal. Dejando a pie el barrio Rivadavia, en dirección norte, se suele desembocar en ese laberinto de calles cortadas para que pase un tren con muy baja velocidad y peor frecuencia. Pero como es barato, pareciera que no hay derecho a posibles quejas. Aclaración, los únicos seres capacitados para quejarse son, paradójicamente, los que se reparten los pocos dólares que hay en la ciudad. Y son muy pocos porque negrean el ochenta por ciento, desesperados por sacar ventaja para sus próximas vacaciones en el exterior, desesperados por pisar el suelo de “un país en serio”, donde seguramente a la gente la dejan negrear en paz y los impuestos son sólo una fábula de noche de brujas. Justo, por una de esas calles, lo que me encontré fue una paloma destripada en la vereda. La forma casi intacta, y un corte transversal que dejaba ver la anatomía interna de la colombina, con las tripas para afuera y un puñado de granos de choclo o semillas que habría picoteado poco antes de morir así, tan violentamente, tan repentinamente. Y en eso, haciendo libre asociación, me entraron los recuerdos de algunos tipos de suicidio, el del estoico Hemingway, el de la marítima Alfonsina, el del desengañado Mayakovski, el de la culinaria Sylvia Plath. ¿Cómo sería mi suicidio? Era la pregunta que se caía de madura, en ese soleado y caluroso día de otoño en camino de verano. El caso de mi suicidio pasaría casi desapercibido, y lo imagino de manera suave, poco sutil y nada original. Imagino una bañera con agua tibia y mis brazos sangrando hasta el final, todo acompañado de una última botella de ron. Dorado, Habana club, en lo posible. O cruzando una avenida en hora pico sin mirar, como Mario Santiago, corrido a un costado rápidamente para no molestar al tránsito…murió a contramano entorpeciendo el sábado…Pero lo que resulta bien torpe es el tránsito desmedido y desorientado, convencido de que se encuentra en el mejor estado de orientación, yendo a los lugares que debe ir para saberse estando en el mundo de los seres humanos. Vivir así es morir un poquito todos los días, y acá sería Charly el que nos grite que todo el mundo en la ciudad es un suicida…y qué se le va a hacer, calculo que mi idea suicida no sirve para una primera cita, o sí que sirve para espantar a esa otra persona que llega a una primera cita, esperando encontrarse lo que sabe perfectamente no va a estar ahí. Como sea, seguir caminando y ya no pensar en suicidios, sino en el temita del cuerpo. ¿Qué hacer con un cadáver? Imagino que no se puede simplemente suicidarse sin considerar esa carga que le queda a quien asista a tan sorprendente y horrendo primer momento. Como en el caso de la paloma, un reviente más o menos quirúrgico puede generar vómito instantáneo, asique debería cancelarse. La pileta del baño llena de sangre tampoco es opción, muy de martes trece. El cuerpo volador,  impulsado por un vehículo descontrolado, aterrizando en el cemento tal vez pueda ser lo más limpio, apenas unas líneas sangrientas denotando el reviente interno de los órganos vitales, esos que dicen que son los máximos encargados en mantenernos con vida. Después siguen el velatorio y el entierro, o la cremación y posterior transmutación en cenizas que deberían ser arrojadas…¿dónde? Acá no tengo muchas ideas, calculo que la esquina de Francia y Garay para mí puede funcionar, porque es bastante tranquilo ahí los domingos a la noche, porque el silencio y el buen descanso van de la mano y son salud, aunque se esté más allá de la vida, más acá de la muerte. En eso se me fue el día con su rutina, y pegué la vuelta repitiendo el camino. Desorientado. Porque estos días se me pasan así, como viviendo al revés. Sin ir más lejos, en un chino del barrio Don Bosco, la cajera me corrigió la dirección con la que había entrado a su caja. “Señor, está entrando al revés, es por el otro lado”. En mi defensa, daba igual el sentido del changuito, la diferencia no hacía mella en el resultado final, que era poner los productos inflacionados lo más cerca posible del lector de código de barras. En fin, parte del orden psicológico de las personas viene de la mano del orden rutinario, y si en el laburo cambian las cosas de lado, bueno, se corre el riesgo de terminar como yo. Unas bolsas en la mano, y la vereda de la misma calle otra vez, y el cadáver de la paloma repartido entre un buitre, varias hormigas y unos gusanos. Y esa es la escena con la que me quiero quedar, esa es la epifanía de mi primer día en un nuevo barrio. No importa cómo vaya a terminar mis días, lo que de verdad me alegra mucho es saber que mi cuerpo va a seguir sirviendo de algo a este sórdido mundo. Con gusto, una vez terminado mi papel secundario en este sencillo acto al que llamamos vida, me voy a entregar a todos los seres vivos que quieran comer de mí, con orgullo y emoción. Gracias a todas esas aves rapaces, sean profesionales o no, abogados, arquitectos, escribanos, médicos, gracias por llevarse los restos de este humilde ser humano que un buen día se va a despedir de una vez y hasta siempre. Eso sí, cuando terminen la faena, por favor, recuerden lavar la vereda, sería terrible tener que habitar como fantasma unas calles con restos de sangre y pelos. Por favor, evítenme el tener que salir otro día de rutina por el barrio y encontrarme con las tripas afuera de un pobre animal.


*y el tema que se sugiere...

*************************************************************************************************humildemente, Juan***************************transmitiendo ao vivo desde las calles del Don Bosco**************


San Manuel (poemas sobre un pueblo)



SAN MANUEL

 

Algún día, lo sé, se van a callar todas las cosas

y los puentes de fuego se extinguirán

con la subida de la marea,

y yo estaré esperando, tierra adentro,

el último sol de la tarde,

como una metáfora gastada por la muerte,

de surtidor diesel para camiones,

en una estación de servicio  polvorienta

de algún pueblo perdido de la pampa,

el escenario ideal para encontrar

un destino a la medida,

el de un lumpen más

de una barrio cualquiera

de cualquier gran ciudad,

y encontrar esa nueva dimensión temporal,

pero con la llanura plana

mostrando a campo abierto

el final de todo,

y sin embargo seguir esperando

un último encuentro milagroso,

porque en ese lugar se siente

que la epifanía es posible,

que la Virgen sangrando

con su túnica y la rosa

en el altar de la ruta

es capaz de cumplir

esos sueños y pecados,

en un último cruce:

una calle sin salida,

un alambrado roto,

los pastos punzantes,

meterse hasta el horizonte

donde se sabe que no hay nada,

donde un delirio final

encuentra la razón,

el significado de ese fuego

justo antes de extinguirse

para siempre

ante la mirada piadosa

de un santo menor.

 

 

UN POEMA

 

Un poema es algo como esto:

hacer un agujero en tierra desértica,

meter la cabeza ahí

y respirar,

increíblemente,

poder respirar;

pero que en realidad todo eso

solo sea un sueño o una pesadilla,

el descubrimiento de que

quien escribe lo hace a cielo abierto

y con mucha sed,

siempre al filo de un final sin ojos,

siempre al borde del ahogo,

siempre salvado por ese impulso,

siempre con la idea

de cerrar los caminos,

de una vez y para siempre,

en un acto involuntario

sin presiones,

muy parecido a quedar colgando

de la viga de una puerta,

con la soga al cuello…

siempre…

con la soga al cuello.

 

 

LA PREGUNTA

 

Hay una pregunta que un buen día dejó de tener sentido para mí,

que tal vez me quede sin respuesta posible,

y lamentablemente es la que más me hacen

porque no hay otra cosa para preguntar,

a lo mejor es el único diálogo posible conmigo,

entonces estaría bien que asumiera la culpa,

la desgracia es que no se me ocurre

ni siquiera una respuesta mentida,

porque ya se me pasó ese momento

en la vida propicio para el engaño,

ahora me dedico a juntar las partes

que quedaron perdidas en el camino…

río abajo,

el del Huck de Mark Twain…

el camino equivocado,

el del futuro imposible,

el del amor improbable,

el de la aventura suicida,

el de la libertad de biblioteca,

el del siglo pasado

que no se termina de ir;

¿cómo era esa pregunta?

ya no me acuerdo

o me olvidé

¿no es lo mismo?.

 

 

LA CARRETERA INFINITA

 

¡Ah! La vida de mi infancia, la carretera hacia todos los tiempos

(Arthur Rimbaud)

En algún momento, esa carretera infinita

se fue inundando de recuerdos,

de pasado,

y pisar ahí era hundirse

hasta no respirar más,

todo un anhelo al descubierto,

el consuelo del “ya fue”,

así y no hacia otro camino,

se angostó el sentimiento,

se oscureció la vida

y el horizonte

ya no fue la fiesta

del sol y el mar

en un amanecer perpetuo,

ahora piedra y viento

y barro y nada para mirar,

la cabeza al suelo

y el golpe de los charcos

mezclados con sangre,

la consciencia de que

se es en carne y huesos,

la sombra despellejada

de unos árboles,

la calma de la tempestad constante

y el ardor al final,

una carretera

que no va a continuar,

que cerró su imaginación

para elevarse

hacia un último paraje,

un pueblo parecido

al del origen,

con mantas de perro viejo

y centímetros de curandera,

una cálida mecedora

y las gotas del verano

que se evaporan

al golpear la chapa,

deshaciéndose

como la carretera infinita.


*Aclaraciones: la foto no es de San Manuel, sino que es de cualquier otro pueblo sobre la ruta, cualquier ruta. La idea de utilizar San Manuel es en verdad una excusa para poner en primer plano los sentimientos de un yo poético problematizado con la vida. A lo mejor termina siendo un poemario o una novela, o nada. Quién sabe*******humildemente, Juan******

El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...