Seguían cayendo hojas en la vereda de la esquina de siempre, como todo el año. Por acá podría recordarse que ese fenómeno sucedía en una sola estación del año, preferentemente en otoño. Pero no, nada que ver, resulta que hace años que las hojas de todos los árboles del barrio Don Bosco vienen aterrizando puntualmente todos los días. A distinta hora, como si fueran vuelos programados, pero para estrellarse contra veredas cada vez más castigadas. Por ahí podría incluir una foto en blanco y negro de una vereda de la calle Italia, que en verdad pareciera estar más cerca de la Antigua Roma que del siglo veintiuno. Y también resulta que un día pueden hacer treintaipico de grados a la sombra y que al otro se estuviese con campera por efecto del viento y el frío, y todas las estaciones en apenas unas horas…Horas de pensar que tal vez el mejor escritor de la historia pudiera haber sido William Faulkner, y que está bastante bien que le hayan puesto el nombre de una calle por acá cerca, pero muy lejos de Misisipi. Y que su familia Compson un poco es la familia de cualquiera. Mejor dicho, es toda familia en proceso de franca decadencia, es una familia llena de heridas mal curadas o apenas percibidas como tales, hasta que alguien no aguanta más y queda expuesta la huella de lo terrible, lo imposible de nombrar. Y Faulkner lo hace tan bien, intercalando voces, dejando correr la prosa como si fuera una obra poética en descomposición. ¿Por qué recordar una lectura justo hoy? El día, podemos suponer, se presta a la lectura. El día, podemos anunciar, se entrega a las pasiones mal desarrolladas, se necesita de un buen poema para sobrevivir ahora. Las proclamas suenan a cosa gastada, nadie terminó creyendo en nada más que las cosas que puede comprar. El fracaso de la contracultura, porque hoy es contracultura del consumo. La dieron vuelta, y hasta quienes la odiaban ahora la recuerdan con cierta nostalgia. Qué se yo, en los dos mil éramos más pobres pero teníamos convicciones fuertes, las movidas eran a todo o nada. En cuero y a bancársela. Escribir con la rabia de la injusticia que parecía eterna. Alimentar hecatombes preparando la próxima batalla contracultural, había que combatir el mainstream, que ni siquiera se llamaba así. Las cámaras tenían que apuntar al cielo de la muchedumbre, a la locura del rock alternativo y los versos de poetas desesperados, en plena ebullición. El camino de hoy viene con mucha desidia, duerme con familias en las calles, en silencio, silenciadas, joden a los transeúntes que ven el progreso en el local de una cadena de pizzas de otro país que se considera superior. Completos desconocidos que se encuentran en los consumos compartidos, en las selfies de redes (a)sociales. Llenar formularios con las preferencias adecuadas para enamorar gente de similares características, porque los vínculos vienen con currículum vitae, no hay tiempo que perder para poder seguir perdiendo tiempo en la siguiente aplicación, en la siguiente inversión. Apostar a una pasión homeopática para que trabaje por vos, haga el gasto sentimental adecuado, y nos vemos en el próximo estadío que sería…Por allá, una pareja eligiendo un televisor de 100 pulgadas, mientras se reprochan alguna cosa con cara de ojete. Porque cuando nos conocimos no leí esa advertencia que venía en la última hoja de tu presentación, nadie me advirtió que esto se iría a complicar. Queríamos la Revolución, pero ahora no hay tiempo que perder, porque ya no tiene tanto sentido. Ojo, tal vez por acá podríamos poner la imagen de la Mona Giménez tomándose todo el vino, y una muchedumbre de reviente reivindicando una liberación corporal que no es tal, porque la fiesta siempre se termina y hay que ponerse a fabricar el futuro….no future….el futuro es ahora y es para los valientes, y es para quienes puedan encender una luz de esperanza antifascista….y resulta que a lo mejor te corrigen y te dicen que eso del fascismo no es tan así, que son términos que ya cayeron en desuso, que si te compran tu producto está todo más que bien, porque el cliente siempre tendrá la razón aunque se llame Adolfo y tenga un bigotito corto y oscuro arriba de su labio superior/ario. Seguir, por allá, formando buenos consumidores, desde el lugar que sea. Preparados y preparadas para comprar a pesar de todo. Comprar acorta caminos, es un atajo, es accesible para todo el conjunto de la población. *Advertencia: algunos compran mucho y otros casi nada, pero todos y todas compran algo. Ahí está la Revolución. Hay que saber vender aquello que más se va a comprar, y eso decide el resto del tablero, establece jerarquías, reparte el poder. Todo en desequilibrio injusto y constante. Pero qué se le va a hacer, ya no hay esa fuerza como para cambiarlo todo, como repensarlo todo, porque el Sistema –llámelo cada quien como quiera- se las rebusca muy bien y de manera eficiente para fagocitarlo todo. Como una suerte de agujero negro en el que vamos cayendo con cada una de nuestras acciones, como soles que se van alejando hasta apagarse en lo más profundo, frío y oscuro del Universo. Un universo monolítico, que expone sus lecturas obvias para que nada lo pueda alterar. Nada cambiará mi mundo, ¡qué paja! Ommmmmmmm, brazos en alto y pedidos a seres fantásticos para que nos amparen, para que nos favorezcan una vez más: ¡Oh dioses y diosas! ¿cuál será la próxima criptomoneda que triunfe? ¿Cuál equipo ganará el partido del domingo? ¡Díganme, por favorcito, donde apostar estos últimos pesos de la semana! Por ahora solo vale detenerse frente a la terminal a comer un par de empanadas y una lata de birra. Consumir para poder seguir con rosca. Una pared en la que se lea: “Nada va a cambiar mi mundo”, seguir unos pasos más allá, otra pared en la que se lea: “Si no cambiamos el mundo, para qué carajos caminamos”. Un fanzine dedicado a Faulkner, sus novelas y su calle llena de hojas que seguirán cayendo.
******La música sugerida:
**********************cuando Fiona y Paul T. A. hacían una buena pareja********************humildemente, Scardanelli*************
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