Chocar contra la misma pared


No se debería tener que decir lo que se dijo ayer, a menos que, por ejemplo, se estuviese dispuesto a escribir diferente. Por un lado, el mundo tal y como lo conocemos, esto quiere decir: el mundo reducido al par de cuadras que habitamos (casi) todos los días de nuestras vidas. Por el otro, el mundo que se comparte a través de la internet, y se expande por múltiples artefactos encargados de comprimir la subjetividad de millones de personas. Dos big bangs, uno para adentro y el otro hacia afuera. En el medio, todas esas palabras que mejor sería no escribir. Pero acá somos de no acatar ningún tipo de recomendación, en el barrio Don Bosco andamos con ganas de chocarnos contra la pared, ir diciendo lo nuestro a los cuatro vientos. ¿Cuatro vientos? Los vientos se parecen todos a uno, y eso sería una especie de enseñanza que nos tendría que dar la naturaleza. Pero resulta que la vida es así, y que las cosas pasan en todas partes al mismo tiempo, y si uno se para frente a un informativo se da cuenta de que nada es diferente en ningún lugar. Los temas y los presentadores son iguales, visten igual, hablan igual, presentan las mismas noticias disfrazadas de falsas preocupaciones: casos policiales todos iguales en su forma y contenido, políticos variopintos tentados con las mismas reacciones autoritarias de mierda, poderes judiciales corruptos que hacen las mismas trampas, famosos por hacer las mismas cosas en distinto idioma, instituciones todas iguales que arrojan las mismas preocupaciones de hace siglos, y que no terminan de satisfacer jamás. Pero, igual, todo sigue funcionando de la misma manera, con una pequeña aclaración al final de cada entrega: una especie de advertencia, porque las cosas están cambiando, aunque no estemos muy seguros para qué. O tal vez sí, las cosas cambian para que mañana volvamos a discutir lo mismo de ayer, eso de que sería necesario que algo cambie o que empiece a funcionar mejor. Parece el perro mordiéndose la cola, una frase gastada y tan vieja como esa de que la democracia es el mejor sistema que tenemos, aunque funcione para el orto y no sepamos bien qué cosa hacer con ella. ¿Y qué cosa hacer con quienes manejan ese sistema, o lo representan, o lo fagocitan? Desde ahí, las reacciones también se repiten y son tremendas sean del lado que sean, izquierdas autoritarias, derechas fascistas, regímenes que en pos de "acomodar las cosas" se llevan puestos los derechos de los habitantes sin pedir siquiera permiso. Y después de eso vuelta empezar, y nos dieron las diez y las once, y desnudos en un fin de año se nos vinieron las fiestas encima. Y una pequeña voz interior egoísta que nos susurra un "sálvese quien pueda", porque "hay que ser feliz como se pueda, y que al resto lo ayude su Dios". Aparece el mal nacido concepto que, tal vez, nos cagó la vida desde el inicio. Porque en nombre de los dioses se puede matar y seguir como si nada. Está todo permitido si se cree en la deidad correcta, que sería la del pueblo que más y mejores armas tiene. Y perdón a quienes crean que sus propios dioses van a poder reinar desde un Monte Olimpo sin ojivas nucleares, pero eso no va a funcionar. El que tiene la fuerza, tiene el poder de imponer sus propias y desarregladas reglas. El pueblo elegido para reinar sobre las ruinas de todos los demás. ¡Qué lindo tener la razón utilizando la fuerza bruta para callar al resto!. Confesión de parte, y que las pruebas se aporten en los tribunales apuntados por las metralladoras que bancan el sistema que....ok, no será perfecto, pero es lo que tenemos. Que sigan pasando las horas, las lunas, y que desnudos a la nochecer se nos venga el año nuevo, y a ver cómo le hacemos para sobrevivir otro año más, sin caer en la desesperación final del: "Y bueno, peor sería de otra manera, con otras palabras, en otras condiciones". Eso, mucho más peligroso: lo malo por conocer.......Que lo bueno conocido se vaya a la papelera de reciclaje, y que vuelva en formato de comentario en red social XXX, porque cada frase viene acompañada de una regia puteada, el nacimiento de un nuevo género literario: el comentario. La cloaca o como quieran llamarla, un lugar muy cómodo para sentarse a cagar y liberar tensiones, todo muy terapéutico y aprobado por equipo de psicólogos / terapeutas / acompañantes de neuróticos mal intencionados habitantes de este y todos los barrios de cualquier ciudad. Qué lindo eso de poder hablar de una persona y sentir que las cosas se expanden hasta cubrir la totalidad del universo, porque eso nos daría la tranquilidad de que nada se nos escapa de esa cantidad de caracteres, que son el nuevo límite para comprimir el cerebro. Aprovechar los espacios, una cantidad limitada de palabras, y que de todo lo demás se encargue la nube virtual, una nube que no tiene color, pero que provoca tormentas cada tanto, compartiendo y robando información necesaria para poder transferir plata desde cualquier lugar del mundo hacia cualquier "billetera virtual" de caballero, y "cartera ficticia" de dama. Y un "todo tiene solución, siempre que haya electricidad a mano". Por hoy hasta acá, la tormenta eléctrica la tengo en la cabeza, no vaya a ser cosa que se queme el wi-fi, y tengamos que volver a llenar los tinteros y a calibrar las plumas. Y que nos den las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y que escribiendo en nuestros cuerpos al amanecer nos encuentre la luna, chocados siempre contra la misma pared...


*******El tema insistido / sugerido:


******************************humildemente, Juan*************el Yo que dice yo*********viendo la gente chocar desde la frontera entre los barrios Rivadavia y Don Bosco*************



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