Un par de personas que salen de viaje, una noche cerrada – esto quiere decir que la noche no tiene luna a la vista, que no acompaña ningún brillo -, con una cantidad apreciable de nieve, que va aumentando volumen a cada kilómetro sumado. Podría ser un camino perdido entre ciudades rusas, del interior más profundo. Camino a Siberia. Estas dos personas que viajan no se conocían hasta ese momento. No les queda otra que empezar algún tipo de intercambio, pues comparten el camino y el carro tirado por caballos. No hay otra manera de viajar en aquellos días, unos días pasados que se actualizan cuando alguien se digna a escribirlos. Entonces, la escritura es todo presente. Mejor expresado, la lectura es lo que actualiza la historia, lo que pone de manifiesto el presente de la escritura pasada sobre un pasado. La lectura siempre triunfando en el hoy. Estos dos moscovitas que viajan, tirando de las riendas de un par de caballos, que realizan el traslado llevados por el instinto, por la costumbre, por la rutina, porque la nieve cae fuerte y la noche se oscurece aún más que en aquella primera oración. Un texto que viaja en carro, también. Un par de manos que se acompañan para tratar de llegar a algún buen sitio, para poder descansar hasta que sea otro día, otra historia, otra escritura. Los dos viajantes se cuentan sus historias hasta ese día, sus aventuras, sus amores, sus desencuentros, sus trabajos y sus días, algo tan clásico como la literatura misma. Pero siempre funciona, camarada. Claro que siempre funciona y va a funcionar. ¿Por qué pensar que dos rusos solo pueden tratarse como camaradas? Da igual, es así en esta historia, aunque tal vez el tiempo no sea el adecuado, y todo se trate del capricho de un escritor, que quiere después ser un lector que sonría con este comentario. ¿Será que usted viaja por puro placer? ¡Imposible! Nadie puede disfrutar de un viaje tan peligroso, por una ruta tan complicada, en una de las noches más oscuras del año, con una caída intensa de la nieve más espesa. Eso, viajar en el momento más peligroso, como lanzarse a una aventura en medio de una vida que no es nada aventurera. ¿Por qué no toma las riendas usted, así de paso yo descanso un poco las manos? ¿Por qué mejor no paramos en la próxima posada? ¿Y cómo sabe que hay una posada cerca? Entonces, la confesión sería que uno de los dos moscovitas ya hizo ese viaje, o que está mintiendo y sabe que no hay nada más que una muerte segura, esperando en cualquier rincón del camino imposible. Deberíamos frenar un poco, los caballos van demasiado rápido para el estado del camino, la tormenta de nieve parece fatal. Pero ya no se escuchan el uno al otro, en verdad el clima y la noche no cooperan para nada. Estando uno al lado del otro, parece que no se vieran. Al no escucharse, los caballos continúan el camino igual a como lo habían empezado. En algún punto, los cuerpos de los moscovitas ya no sienten nada. Los caballos se empiezan a parecer a choferes fantasmas del mismísimo fin del mundo. El horizonte es un abismo de oscuridad. La locura del viento y la nieve parece desaparecer por completo. Los dos viajantes se perciben como suspendidos en lo más profundo del firmamento. ¿Será el otro lado del camino? Ese lado que nadie puede describir con exactitud, pero que se sabe que existe. ¿Por qué existe? Porque todas las almas viajeras merecen un final calmo. Oscuro, sí. Pero calmo, muy calmo. De verdad ¿por qué habrán viajado? ¿por qué emprender semejante travesía una noche desapacible? Tal vez no tenían opción. Tal vez escapar era la única alternativa. Tal vez el dolor era más fuerte que el riesgo. Tal vez ya estaban muertos. Y salieron tirando de las riendas de dos caballos, animales del apocalipsis. ¿Sería el fin del mundo, justo allí, unos kilómetros antes de Siberia? Podría ser. Aunque lo más probable fuera que el fin del mundo descansara en cada rincón del universo, como una suerte de polvo estelar muy común y de fácil acceso. La muerte es apta para todo público. Los lugares para morir son todos los lugares donde hubo vida. En ese caso, Siberia o Hawái, lo mismo da. ¿Por qué morirían dos moscovitas una noche de ruta y nieve, si es algo a lo que están acostumbrados desde el día que nacieron? A lo mejor es simple pereza del escribiente. A lo mejor el escribiente tiene un mal día…un mal viaje…eso, y necesita imaginarse a dos personas en una situación similar. Pero resulta que en el barrio Rivadavia es casi verano, cayó nieve solo una vez en la historia, y no quedan casi almas dispuestas a jugarse el destino una noche en la carretera, que sería la avenida Jara. No es que no corran riesgos, es que justamente sí lo hacen, todos los días. Pero es algo habitual, el fin del mundo sucede en todas las esquinas del barrio, durante todo el año. Morirse se parece mucho a ir a comprar algo al chino. Los moscovitas viajeros no entienden, pero se mueren enterrados en la nieve, en ese camino que los hubiera llevado a Siberia. ¿Qué hubiera pasado allí? Lo mismo, morirse enterrados por la nieve y el olvido. Hoy los moscovitas son dos vecinos del barrio Don Bosco, que preparan unas colchas sucias para dormir frente a la Ferroautomotora, justo en esas cuadras de Luro donde no hay luz, la noche es cerrada…Ok, no cae nieve pero llueve…Ok, no hay caballos pero pasan algunos coches perdidos tratando de hacer una diferencia con su servicio por aplicación…Ok, no será Siberia pero Mar del Plata por las noches se parece mucho al escenario perfecto para el fin del mundo. El espacio donde flotar hacia el olvido es el mismo, dos moscovitas, dos marplatenses, horas sin dormir, noches siempre frías. Y mañana, el mismo y desapasionado olvido.
**********************humildemente, Juan*******en busca de un estilo, forma, etc**********Reflexiones berretas, trozos de ficción, ensayos bonsai , trampas de lectura y escenas robadas, realizados por el Yo que dice yo: Juan Mnp, habitante del barrio Rivadavia / Don Bosco nacido en los ochenta. Tomate unos minutos y sumergite en alguno de estos textos. Contacto juanmanuelpenino@yahoo.com.ar
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