“Hay que
tener cuidado con lo que uno pone a circular en el mundo” (María Gainza, “Un
puñado de flechas”)
Algo se
escucha medio como acercándose. Un ruido de chapas golpeando. Puede ser que se
esté largando a llover, o que el fin del mundo esté avisando su próxima
intervención en la historia, la mía y la de todos. Pero dejemos eso por ahí,
colgando…Más temprano, un grupo de inadaptados del barrio Rivadavia, se
preguntaban qué pasaba con ese gitano de proporciones descomunales, que no se
dignaba a aparecer para que empiece el día. Le decían el Emanuel, porque, al
igual que Kant, era un tipo que repetía la rutina sin salir del barrio, todos
los días igual. Se levantaba a tal hora, salía a hacer lo suyo, volvía en tal
momento, y fin del día. Sin escapadas a ningún otro lugar, mucho menos largos
viajes. El gitano Emanuel tenía una condición rara, una enfermedad degenerativa
que se le marcaba en el cuerpo. A lo mejor por eso es que nunca salió del
barrio. Pero también, es verdad que existen personas que son como las baldosas
de una vereda, y que no se despegan del lugar al que llegaron hasta que un día
el sol las ablanda y todo es fin…Esos inadaptados no vieron salir al gitano, y
lo interpretaron como un mal augurio, una señal inequívoca de que ese día podía
pasar algo muy malo. Porque las señales, siempre, tienen que anticipar algo
malo, algo terrible, algo inevitable. ¿Sino de qué carajos viviríamos? ¿Cómo se
hace para habitar un mundo que solo estuviese compuesto de certezas? Imposible.
La mala señal era tan clara como el sol del mediodía. Hacía uno de los primeros
calores de fin de año, esos calores que aflojan baldosas, esos calores capaces
de voltear al gitano más enorme y fuerte de todos. De ahí para abajo el barrio
entero estaba en peligro. Sin embargo, el día de mitad de semana ocurrió
bastante predecible y tranquilo. Los ritmos de su gente fueron iguales, los locales
trabajaron poco como siempre, los colectivos pasaron con la misma mala
frecuencia diaria, los choques de todos los días fueron iguales o apenas
peores, los choreos, las injusticias, los asesinatos, los ajustes de cuenta,
los amores, los engaños, y el largo etcétera de pasiones que envuelven al
barrio día a día. Pero el gitano gigante no había salido a cumplir con su
rutina, a marcar el ritmo del tiempo. Eso fue lo que los inadaptados de siempre
notaron. Y lo notaron porque estaban haciendo lo de todos los días, juntarse a
tomar la birra en la esquina habitual, una birra más caliente que días
anteriores, porque todavía faltaba aclimatarse a las nuevas temperaturas
máximas. Pero había una preocupación mayúscula. Las cosas se sentían distintas,
el aire parecía diferente, las voces sonaban con un tono más grave, los pasos
de los habitantes del barrio sonaban inseguros, como aves en estampida
escapando de una próxima y terrible tormenta. Los inadaptados decidieron tomar
cartas en el asunto. Se armaron de valor y fueron a golpear la puerta de la
casa del gitano gigante. Pero dejemos eso otro por acá, esperando….En silencio uno
sale sin destino, camino a donde venden empanadas al costo, esto es en zona
barrio Don Bosco. Unos pesos y salen de jamón y queso, y de carne suave, o vaya
a saber qué cosa con la que se rellena esa masa. Sentarse frente a la estación
a mirar nada. O casi nada, ruinas, pastizales, micro basurales, motos y bicis
de reparto, autos pasar, gente apurada por tomarse el bondi en dirección a vaya
a saber dónde, y un buen trago de cerveza muy fría que es como la salvación del
mundo. Ponerse a recitar un poema sobre un tipo como uno, que se sienta en una
vereda a comer empanadas mezcladas con el gas de la cerveza, y que se acuerda
en ese preciso instante de que está muy solo, demasiado. Y de que no tiene
ganas de hacer nada más que eso, moverse como un caracol en la vida, avanzar
retrocediendo un poco, quedar extático y preparar su propio funeral, donde va a
sonar de fondo ese último tema que tocara Kurt Kobain en su propio entierro.
Eso, un último y genial tema para terminar fumando un cigarrillo final, y volver
al barrio a volarse la tapa de los sesos con una escopeta, porque ¿qué otra
cosa se puede hacer un año como hoy? ¿2024 2025 2026…? Y eso espera por ahí…Todo
junto y al final, en la casa del gitano está el mismo tipo que comía las
empanadas y tomaba la cerveza, a punto de culminar su mejor y última obra: su
propia muerte. Pero lo hacía lento, tenía una condición degenerativa que le
impedía tomar decisiones rápidas o salir de la órbita del barrio Rivadavia. A
punto de volarse los sesos con ese tema de Nirvana de fondo. Justo ahí se
escucha el sonido de las chapas, porque alguien llama a su puerta, o lo que sea
que dejó instalado como puerta. Al principio no presta la debida atención y se
dispone a disparar contra su propia cabeza. El sonido fuerte es de la chapa, o
puede ser de la bala impactando la cabeza, o puede ser el sonido del final de
todo…Colgando, esperando, aguantando, parece que el sol del mediodía ya no
existe, el cielo luce un nublado postapocalíptico...Los inadaptados de siempre descansan
más tranquilos, el gitano gigante salió al atardecer a regar la vereda. Yo no
sé si todo eso pasó o está por pasar, pero por las dudas me voy caminando en
busca de una docena de empanadas al costo. Espero que me sobren unos pesos para
poder completar con una birra para acompañar. Y sobre todo, estaría bueno poder
terminar de contar esa historia que se viene postergando, vaya uno a saber por
qué. Calculo que algún día empezará a circular, y espero que su sonido sea lo
suficientemente fuerte como para voltear esas chapas.
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***************************humildemente, Juan************en el sol**************************
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