Un grado más. Una diferencia que, en mi caso, puede ser
fatal. Supongo que a la naturaleza le pasa algo parecido, y tuve que sentir lo
mismo en estos días para darme cuenta de ese tipo de sutilezas. Porque cuando
todo marcha bien, es muy fácil ignorar aquello que es una real mierda pero que no
nos pasa a nosotros. Y resulta que sí, nos pasa también, porque de alguna
manera nos afecta. Eso malo ignorado por distanciamiento suele dejar huellas,
volver en otro tiempo, pero mucho más empeorado. Un grado menos. Lo que daría por un grado menos en ese puto
termómetro, para dejar de tomar esa pastilla que tiene gusto a mierda, y parar
con las duchas de agua fría que son una tortura. Debería llorar cada vez que
escribo esa palabra maldita, ya va siendo hora de que nos pongamos de acuerdo
en que la tortura en todas sus formas debería estar prohibida. Cosas obvias que
, de tan obvias, no se terminan cumpliendo. Porque no va que las habilita algo
o alguien, que reinventa un lenguaje que devuelve el debate al grado cero, a la
previa. Desde ahí, la nueva salida es aún peor. De vuelta el mundo a lidiar con
las mismas catástrofes que se había jurado nunca más repetir. ¿Todavía hacemos
guerras? Pero claro, porque no faltará el especialista bioenergético que
utilice a Darwin o a quien sea para decir que todo es parte de la evolución de
nuestra especie. Y con eso ya es más que suficiente. Volvemos a lo mismo. Un grado más. Otro día con fiebre, como
los que sufría de más chico. Pero esta vez sin los cuidados de antes, los
grados son como los años, no vienen solos y no son lo mismo. Esa temperatura,
aunque es la misma, trae otros riesgos. ¿Y qué si no me baja más? ¿Qué pasaría
si me quedo como el planeta, un par de grados arriba de la temperatura que se
consideraba normal? La vida tal cual la conocemos, cambiaría. Eso querría
significar que yo estaría bien muerto.
¿Y el Yo que dice yo? Ese que es como un extraterrestre lleno de lenguajes y
signos que nadie conoce, y que muchas veces no quieren expresar más que eso: un
ser desplazado en tiempo y espacios, un ser sin temperatura, un ser capaz de
sobrevivir a cualquier apocalipsis creado por humanos, grandes especialistas en
destruir ecosistemas y planetas que no les pertenecen, porque son ellos los
verdaderos extranjeros en todos lados. Incapaces de adaptación, inventores
mediocres, negadores seriales, invocadores de falsos dioses para, finalmente,
excusarse de su propia estupidez. Un
grado menos. Pero tengo frío, chuchos de frío, se siente como si el cuerpo
se moviera espasmódicamente por propia voluntad, como un esquizofrénico tratado
con terapia de shock. Sentir que ningún abrigo alcanza, aunque afuera hace más
de veinte grados a la sombra, y que a mitad de la noche todo ese sentimiento
gélido se pasa hacia el otro extremo, y ahora es una madrugada fría y el cuerpo
no deja de sudar, siente un calor agobiante, la ropa y las sábanas están
bañadas en sudor. Desquicio. Los seres humanos como esas bacterias que invaden
un cuerpo/planeta para alimentarse de él y destruirlo en ese mismo proceso.
Porque las bacterias no piensan mucho, solamente consumen hasta que ya no queda
nada, y luego se terminan consumiendo a ellas mismas en esa misma nada, y la
nada es lo que queda como equilibrio necesario para que vuelva a engendrarse el
caos futuro. Imposible pensar en mañana sin ver un caos en la puerta delantera.
Y saldrán un montón de voces, con advertencias y gritos de pueblos enteros, que
ya sufren lo que se aproxima para todos los demás como el final de los tiempos.
Y nada detiene el proceso. Imposible que triunfe la sensatez. Las historias
funcionan así, las profecías se escriben para que se cumplan ellas solitas. ¿Que
por qué ayudamos a que eso pase? Porque como seres mortales que somos, no
podemos pensar más que en cumplir con nuestro objetivo final. En el medio es
bueno ir efectuando metas destructivas, para llegar con mejor gimnasia a ese
último gran “big bang”….¡Claro! Todo empezó con una explosión, ¿cómo podemos
llegar a tener miedo a las guerras? Está en nuestro ADN. Sabemos de explosiones
porque venimos de la mayor de todas, a la que intentamos emular todo el tiempo.
Del “big bang” venimos, hacia el “big bang” vamos. Pero este último tiene que
ser más potente. Se tiene que llevar todo lo que fuimos, todo lo que creamos, y
todo lo que podríamos haber sido. Se trata de destruir para siempre el futuro,
eso en primer lugar. Que vaya quedando el pasado, y algo de un presente en
constante peligro. Un grado más. Y
cuando parece que el cuerpo no aguanta más ese malestar, cuando los termómetros
ya perdieron sentido, cuando las pastillas se están por acabar…finalmente, el
día vuelve a ser apacible, el cuerpo siente alivio, hasta se llega a llorar de
felicidad por haber dejado atrás el padecimiento. El cuerpo tiene memoria, pero
el ser humano no. Conforme van pasando los días, te vas olvidando del dolor
pasado. Ya no tenés más en cuenta por qué pasó lo que pasó. Lo que padeciste y
te prometiste no volver a hacer, se te desvanece con la buenaventura de
sentirte en un presente plenamente saludable. Ni siquiera te compadecés por el
sufrimiento de quienes se contagiaron por ayudarte. Un grado menos. El planeta sigue su marcha y uno también,
convencido de que nada malo puede pasar, porque lo malo ya pasó o sigue pasando
en otra parte que nada tiene que ver con la que vivimos hoy. Negación, divina
negación. Yo inocente, yo curado, yo correcto, yo centrado, yo poderoso, yo
inmaculado, yo “big bang”…Un grado,
solo con eso se altera un organismo, solo con eso se destruye todo un
ecosistema. Vale la pena tener un termómetro a mano, por las dudas, porque
algunas explosiones es posible evitarlas.
*hablando de grandes explosiones:
***********************humildemente, Juan*******desde lo que queda después del segundo big bang*********
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