“Si yo
fuera yo, qué haría” (Clarice Lispector)
Buena
pregunta para comenzar la noche. O para nacer a la vida, o para ir preparando
el capítulo inevitable, el del final de todo. Y si yo fuera Yo, muy
probablemente, no andaría a cualquier hora por las calles del barrio Rivadavia.
No andaría a cualquier hora por las calles de ningún barrio del mundo, porque
eso querría decir que estaría pasando por otra de esas épocas de insomnio insoportable
y mal parido. Es el caso. Esas noches sin dormir, esos párpados pesados, esas
fosas negras que asoman desde lo bajo de los ojos, y todo un rato empecinado
pensando en que, con suerte y paciencia, mañana sí voy a poder dormir algo por
la noche. Y llega esa noche y no puedo dormir, y hay que salir a dar una vuelta
por el barrio, para encontrarme con todos los seres vivos que están en la misma
frecuencia. Cientos de motos repartiendo gilada por doquier, parando en
esquinas muy raras, porque no sé cuál es el criterio, pero parece que elijen
los lugares más tristes para bajarse de las dos ruedas a charlar un rato, fumar un
cigarro, chequear la app y salir hacia el próximo destino. Llegar a ese nuevo
lugar, dejar el pedido, comprobar el pago, sumar unos pesos – todavía argentinos,
el año que viene al parecer un gramo de dólar, y que viva la droga verde, de la
que ya empezamos a sufrir abstinencia – y continuar camino rumbo hacia algún
otro paraje donde descansar con los miembros de la misma tribu, noctámbulos
trabajadores de las aplicaciones. Pero no es mi caso, yo soy apenas un insomne
sin utilidad productiva, un insomne a secas, un insomne sin talento para ser
insomne. Solo me sale caminar por la noche, hasta que en algún momento vuelvo a
casa, tomo un té y ya empieza el nuevo día. Leer con los párpados pesados es
una molestia horrible, pero no queda de otra, si la temporada de insomnio
insiste. Las palabras pasan casi sin advertencia alguna, y los ojos de repente
se cierran, y parece que me entra el sueño. Pero en el momento de recostarme,
se activa esa parte del cerebro que predispone al cuerpo para no dormir ni a
cañonazos. Y vuelta a dar vueltas en la cama, y levantarse para empezar el día,
ahora en serio, y que sea lo que el insomnio quiera. Resbalar y caer de jeta
contra un microbasural, cosa que se reproduce más que los chimangos por el
barrio. Y que el intendente se enorgullezca por no gastar un mango para mejorar
la ciudad, porque son tiempos de conservadores ratas. Y perdón a quienes votan
gente así, pero es lo que son. Y tengo demasiado sueño como para mantener un
debate con gente que piensa – todavía – en que lo peor ya paso, y que a partir
del verano las cosas serán providenciales, que sí alcanzaremos la plenitud
histórica que se nos viene negando desde siempre, y que la ciudad será el faro
que alumbre a la provincia entera. Saber que las cosas no salen solo porque se
las enuncie. Saber que lo más probable es que se trate de simples deseos
irrealizables, como el que tengo yo ahora: poder dormir esta noche, y la que
viene, y la de pasado mañana. No habría que adelantarse tanto, habría que ir
más bien hacia el pasado. A lo mejor, revisando ese territorio tan - cada vez
más – extraño, donde alguna noche sí que pude cerrar los ojos y soñar con personas
que no conocía. Pero como dice el tema, el tiempo pasa, y nos vamos poniendo
más intolerantes, y parece que no nos soporta ni el sueño. Ahora camino por las
calles del Don Bosco, una especie de santo menor de Turín, que en algún momento
enviara a sus tropas salesianas hacia estas tierras del culo del mundo, para
expandir su doctrina y – lo que él creía – su obra de bien. Quedó fundado este
barrio, que incluye varias propiedades salesianas por las que pagamos impuestos
sin chistar, porque a la casta se la va seleccionando según conveniencia.
¿Quién en su sano juicio podría meterse con Don Bosco? ¿El yo que dice Yo? ¿qué
haría? Seguir camino tratando de encontrar el tesoro perdido, el dorado sueño,
el descanso diario. Pero encontrar no se encuentra nada, a menos que haya un
celular a mano, para pedir alguna boludez o subirse a un auto de cualquier
empresa que financie su aplicación, en territorio de nadie….perdón, de los
salesianos, o de los herederos de Don Bosco, que sería su bendita y mal cagada
iglesia. Sin darme cuenta, pasé por debajo de una escalera, ya saben es el
sueño que me quita poder de atención. Por eso no me hagan tanto caso, aunque sí
un poquito. Estaría bueno ir volviendo a casa, ahora sí, y estaría aún mejor
que la cama me espere con la esperanza de dormir. Y si eso no pasa, pues que
por lo menos la noche no sea lluviosa, para poder salir al patio y sentarme a
mirar el cielo, que suele ser lo único que me tranquiliza y me permite seguir.
De alguna manera, esa terapia me mantiene relajado, aunque con sueño constante.
¿Será un mecanismo de defensa de mi propio yo? Podría ser que sea el cuerpo el
que me dice que no es hora de dormir, porque el tiempo se va y habría que ir
empezando a pensar en algo. Años. Antes era la Revolución. Ahora ¿en qué
carajos deberíamos pensar? ¿pedir boludeces por las apps? ¿pedir transporte
para llegar más rápido al lugar donde –sé muy bien- no voy a poder dormir?.
Quién sabe. El insomnio no da sabiduría. Como mucho, ofrece formar parte de una
hermandad que se intuye aunque no se conozca personalmente, algo así como
viejos salesianos conocidos, portadores de una doctrina insoportable y que ya
no tiene sentido, pero tan real como todas esas propiedades que Don Bosco tiene
y que nosotros –sabemos muy bien- nunca tendremos. ¿Qué haría si yo fuera Yo?
Supongo que alguna de estas dos cosas: dormir o la revolución. El imposible que
suceda primero.
*****Música sugerida en el texto, por algún lado:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario