Continuidad – oda a la mierda –

 


“Cuando el virus se relaje un poco voy a desayunar cada mañana en una mesa de un bar distinto de la ciudad en que me toque vivir. A leer el diario en papel, a ensuciarme las manos de tinta. Me sentaría solo en un café a mirar hacia la calle por la ventana. ¿Cuánto tiempo va a pasar antes de poder hacer algo tan simple? No me gusta el precio que estamos pagando por mantener toda esta mierda a flote” (Pablo Ramos, “El origen de la alegría”)

“Esta tarde llueve, como nunca, y no / tengo ganas de vivir, corazón” (César Vallejo, “Heces”)

 

No me digas que ya no te sale escribir de corrido más de cinco minutos ¿Desde cuándo te secaste de palabras? ¿Será el calentamiento global? ¿Serás un globo pinchado? ¿Picado? Y no quieras poner todo en versos, porque es innecesario. Afuera existen un sinfín de glóbulos orbitando espantosos centros urbanos, que son como la falopa berreta, súper dañinos para el corazón no domesticado. ¿Para qué lo necesitás, lo necesitamos? Al corazón, digo. ¿Para ducharte y quedarte mirando el techo a lo Jim Morrison,  a ver cómo te insisten con eso de que siempre se está en el peor lugar del mundo, rodeado de la peor gente? Para consumir mentiras como esas es mejor saltar de la punta de una escollera y ver qué pasa, más en sintonía con la Storni, la Alfonsina que paseaba por el barrio Rivadavia para ir juntando imágenes que se llevaría mar adentro. Igual mejor no lo hagas, mal consejo. Tampoco es verdad que Alfonsina estuvo en el barrio Rivadavia, y si saltás de la escollera te vas a hacer mierda seguro. Ya ni sé cuántas veces escribí la palabra mierda en todo el año. ¿Servirá de algo contar eso? Habrá algún departamento en la facultad de filosofía y letras que estudie eso, con seguridad, y si no lo hay debería haberlo. Pero mejor tendría que estar en la facultad de exactas, que son más limpios y ordenados. ¿Por qué un poeta tiene que oler a mierda? ¿Por qué esos libros de poesía  tienen que estar siempre en los lugares más incómodos de las librerías? ¿Será porque a la poesía se llega con esfuerzo y mal olor? ¿O será porque una vez que damos con un verso no hay más remedio que dejar de bañarse, entregados únicamente a la lectura y a la búsqueda infructuosa de palabras que valgan la pena?. Es la primera vez que escribo drogado. Una de las dos afirmaciones es falsa, mentira. Cuesta entender mis palabras, al menos a mí. Sobre todo cuesta entender mis acentos y – aún más – mis días nublados. En verdad, esta sería una nota de agradecimiento a esas personas que intentaron descifrarme, como a una muy mala adivinanza. Personas que se fueron ofendidas y con las manos vacías. Perdón, no pude con eso. No puedo con las palabras porque no me necesitan, ellas se bastan por sí solas. Yo soy un canal, uno muy malo, pero necesario. Por mí las historias pasan y continúan hacia un futuro mucho más estimulante, porque en realidad nunca me pertenecieron. ¿Consuelo? Este, el de nada más y nada menos que ponerme a escribir, como si fuera que me siento a cagar en el medio del fin del mundo. Mierda. Puedo adaptarme a cualquier formato y situación, con mi culo y mi escritura. Soy una cucaracha de la literatura y ando merodeando por la basura más putrefacta, y me escondo de la luz del sol y de la gente que es muy linda, a la que sólo puedo ver con máscara de soldador. Mi realidad es subterránea y huele a…mierda, bendita mierda. Sabías que podría escribir esa belleza de palabra cien días seguidos, y girar para ver que quedó atrás, todo el año que se viene. En serio, ¿cuántas veces la habré escrito este año? ¿Cuántas mierdas habré escrito? ¿Cuántas mierdas me habré tragado? ¿ Y cuántas más mierdas puedo llegar a proyectar? 2022 el año de la mierda. ¿Dije canal? más bien una cloaca que va filtrando porquería en cada tramo de vida que le llega al inodoro de su piecita, la misma de este y todos los años. Barrio Rivadavia, esos lugares que ni se nombran, porque ¿para qué? Cada rincón de Mar del Plata y Batán son iguales, gemelos, se tocan y se parecen. Todos cagan igual de caro, igual de barato. Tanta mierda, a veces, se estanca, y ahí todo eso se confunde con filosofía de vida, maneras de vivir que no son más que muy malas lecturas de Proust, Joyce, Kafka y Cervantes. Lo siento, es mi secreto del día. El Santo Grial existe ahí, y después de eso nomás nos queda administrar paladas de mierda. Y gracias a tod@s l@s admistrador@s cloacales, sin ustedes la literatura descansaría en paz. Reconozco que sin mí, el barrio sería mejor, se escribiría mucho mejor. Pero, para desgracia del universo, acá estoy y pienso seguir cagando mi mierda. Nada personal, nada impersonal. Solo es esa rara sensación de especie, necesidad de continuidad de algo. Creo que escribí mierda 365 veces en todo este año que termina. Por suerte, nos vamos juntos por la misma cloaca, por el mismo canal. Al menos, es lo que puedo prometer hasta la semana que viene. Y ahora me voy, queda mierda por procesar todavía.


********Un poco de obviedad debiera haber en cada texto, ¿no? Bien, lo que no necesita explicación es la siguiente música de fondo para cualquier día/mes/año de mierda:

***********************************************************************************************Humildemente, Juan*********Del otro lado de esta suerte de catarsis***********************A lo mejor sólo fue que se me rompió un caño del baño*******************Salud!*******


Vida Matrix

 


Imagino que con la vida pasa algo similar a lo que sucede en la última película de
Matrix, la que vendría a ser la cuarta de la saga. Quiero decir, lo mejor se da en la primera parte, después el peso de la memoria, los recuerdos y el envejecimiento, bueno, llevan a que ese inicio estimulante se vaya diluyendo, como pastilla roja pasada por agua. En eso estaba pensando hoy, sentado en esta vereda de siempre, cito: Castelli y Francia, verano, barrio Rivadavia, casi-feliz navidad y postpróspero año nuevo. A esta altura del todo no me queda mucho por pensar, nomás intentar hacer una especie de racconto de lo que fue ayer a la noche, con algunas cosas raras que pasaron y que recién ahora empiezo a decodificar:

1. Me enteré en la fila del cine, de que había que sacar el permiso o certificado o lo que fuera de vacunación, para poder entrar. Ahora que lo pienso habrá sido una advertencia. En caso de haber recibido solo una dosis de vacuna anti covid 19, tal vez tenía el permiso sólo para ver una hora de la nueva de Matrix, lo que hubiese sido un verdadero golazo. Por desgracia, me la tuve que fumar enterita.

2. Hay gente que se empeña en ser muy molesta en el cine, todavía. Serían las once de la noche, y entiendo que hay mucha emoción por el hecho de poder volver a las salas a ver películas, y que hay mucho miedo a que en el futuro cercano este divertimento se desvanezca como algoritmo en Matrix, con símbolos raros y verdes que caen como catarata. Peeeeeeeeroooo, ¿tanta desesperación por comprar comida y hacer ruido por más de dos horas, inclusive en las partes más dramáticas? Por fortuna, todo lo que tiene de dramático la nueva Matrix, es muy flojo. Entonces me voy a des-decir: gracias por los pochoclos y los nachos y los morcipanes cinéfilos.

3. Parece que la tendencia sigue más o menos igual, y es que lo único que “funciona” en las pantallas grandes de ciudades como la nuestra, es el estreno de zagas, continuaciones o nuevas entregas de viejas ideas, de viejos súper héroes. Y una paradoja llamativa: el hombre araña tiene como cien años de existencia, pero en las películas aparece cada vez más joven. Por su lado, el pobre y siempre conflictuado NEO, apenas veinte años después, luce bastante achacado, hasta le ponen canas en alguna escena. Me pregunto cómo estaré yo, que también fui arrasado por veinte años entre Matrix y Matrix, utilizado como batería para el funcionamiento de máquinas que realmente no tienen idea de para qué funcionan. Nos conviene el multiverso, una suerte de país del nunca jamás, donde los Peter nunca envejecen.

4. Esto fue lo que más disfruté de la película: una escena en la que Keanu Reeves camina solo por la calle, entre locales cerrados y algún hotel que parece tener una luz tenue en el fondo, con la noche dibujada medio en serio y medio con esos simbolitos verdes. Esa sola pintura sería lo mejor del universo Matrix, la soledad en su máxima expresión, el héroe melancólico y angustioso que camina medio perdido y sin rumbo claro, dentro de un mundo que se descascara a su alrededor, y que luce tan falso como criptomoneda semanal. Y listo, ahí tenía que empezar y terminar la película.

Y yo salí de nuevo hacia el barrio Rivadavia, que es como una suerte de Matrix des-cargado, dentro de una Matrix con batería baja, que vendría a ser el mundo o algo así. De NEO no tengo nada, ojalá pudiera conseguir ese tapado negro. Más bien, sería medio OLD, o viejecito en formación. Tampoco están esos edificios gigantescos acá en Jara. Más bien, parece como que ya tuviésemos ante nuestros ojos la Matrix con sus codiguitos verdes deshaciéndose. Pero no pasa nada, no temas. Hace mucho calor, el viento establece prioridad en la costa, y no hay ningún Morfeo especialista en kung fu con ganas de poner las cosas en su lugar, con ganas de cagarme a palos para decirme: ¡Hey! Despertate de una vez. Si no te gusta la historia, ponete a escribir la tuya propia, a ver si en una de esas se te ocurre algo original, y le sacamos el velo a toda esa gente que se empeña en buscar autoayudarse, comprando libros de autoayuda, que son una Matrix en sí, pero con un objetivo bien claro: la ganancia absoluta para el autoayudador, que escribe para autoayudarse el bolsillo. Acordate lo que dice el nuevo Morfeo, en realidad no hay opción, siempre que llegues a esa instancia de elección, vas a optar por la pastilla roja. El inconveniente es alcanzar ese ansiado instante, ser el elegid@.

Acá debería terminar esta semana, pero voy a seguir un poco más, a lo Matrix IV, buscando autosabotear un par de ideas más o menos potables que vengo llevando a los ponchazos. Porque, en verdad, la noche no la terminé ahí en el cine. Hubo un regreso a oscuras y por la puerta de atrás, con cara de póker estilo Keanu 2022. Todo lo que llevó a realizar una especie de evaluación del año (ya casi)pasado, repleto de vaivenes, como supongo que son todos los años. Puede que establecer una comparación sirva de algo, entonces insisto con la idea del principio, y me meto en el museo de mi vida, tal como hace esta última película de Matrix con su propio pasado: no hay duda que las mejores partes son las primeras, y que estirar las cosas no sirve de nada y no vale la pena, más que por una cuestión materialista concreta, o solo por ceder ante la presión de alguien más. Puede que eso me haya pasado en estos últimos meses, puede que tenga que ver con mi escritura. Como sea, lo mejor –como le pasa al protagonista- será estar bien atento a la realidad que se presente ante mis ojos, sin olvidar nunca que no tengo otra manera de funcionar más que en el lenguaje y por el lenguaje. En una de esas, podría ser muy inteligente aprender bien qué carajos quieren significar esos símbolos verdes que caen como catarata, que no es ni más ni menos que la materia de la que estamos hechos cada un@ de nosotr@s, y sobre todo yo. Perdón, suena el viejo teléfono de siempre, me voy a desconectar antes de que me desconecten primero. Sin señal  hasta el año que viene.


*****Y como bonus track o regalo navideño, comparto la que para mí es la mejor música de toda la saga Matrix:

*******************************************************************************Humildemente, Juan, desde el barrio Rivadavia*************************Tarde soleada, con viento y una realidad que se desvanece*********¿No había una tercera píldora?********


Cosas del 2021

 


La segunda ola,

las vacunas,

la violencia policial,

el gatillo fácil,

las PASO,

elecciones:

 ganadores que perdieron,

perdedores que ganaron,

la inflación,

los precios congelados,

el arreglo con el FMI,

el no arreglo con el FMI,

la escaloneta,

los 70 de Charly cumple,

Get Back,

un Rolling Stone menos,

cine online /

cine presencial,

las clandestinas /

la liberación,

la vuelta del público a los espectáculos,

las variantes interminables de COVID

dejando corto el alfabeto griego,

las dosis de refuerzo,

la tercera ola,

los anti derechos,

los anti vacunas,

los aduladores de la criptomoneda:

“In cripto we trust”,

los humedales destruidos,

los incendios forestales,

el cambio climático,

el negacionismo,

el saqueo a los pueblos originarios,

el negocio inmobiliario:

la entrega de los espacios públicos,

el regalo a los empresarios del transporte,

los regalos a los mismos de siempre,

los anarcoliberales

y sus raros peinados viejos,

a 45 años del golpe,

el aporte solidario /

el impuesto a las grandes fortunas /

la evasión y la fuga,

el dólar ilegal /

a 20 años del corralito,

la prohibición para exportar carne:

las vaquitas son siempre ajenas

y las penas siempre nuestras,

recuperación en marcha,

post crisis /

precarización laboral,

arreglate como puedas,

la financiación de la muerte,

cómo salir de la crisis de la pandemia /

cómo no entrar otra vez en pandemia,

la bajante del Río Paraná,

el espionaje por el ARA San Juan,

la injusticia,

la contaminación de los campos /

los dólares de la soja radioactiva,

los chanchos de China,

marchas por derechos y justicia /

marchas anti derechos,

redistribución /

concentración,

balanza para el mismo lado,

siempre,

aumento de la brecha: ricos –------------------ pobres,

muerte y resurrección del turismo,

precarización laboral de temporada,

cerrar fronteras /

abrir fronteras,

mil maneras de hacer un Zoom,

la venta de datos de Facebook

o Meta

o como la llame el filántropo Zuckerberg,

la importancia del sol para la mitocondria,

cerrar escuelas /

abrir escuelas,

la superproducción de memes,

la necesidad del otr@...

El final del año

con pase sanitario,

y que entremos en el 2022

estando donde salga ese sol...



***************************Estaré por las mismas veredas del barrio Rivadavia************************Humildemente, Juan************


El viejo año nuevo

 


“Kurt observó que en “El Paraíso” el tema de la edad, de la vejez, constituía un estribillo, un refrán de balada que volvía en las conversaciones. Ya Don Boní le había dicho que había cumplido mil años y Carlota Bramundo había rogado, como parte interesada, que no tocaran el asunto. Pero, por otra parte, Silvano lo había acostumbrado a la música del mismo “ritornello” pesaroso “Soy un viejo pecador – repetía -, soy un pecador viejísimo”. Quizás, más allá de cierto límite -pero ¿cuál sería, en verdad, esa frontera? ¿cuándo se la pasaría? – todos tendrían que salmodiar, como santo y seña melancólico, la frase exasperada: “Tengo mil años, tengo más de mil años”. Quizás a él también le llegaría el turno”. (Invitados en El Paraíso, Manuel Mujica Lainez)

 

“Ya vas a llegar”, me dijeron una de esas tardes, “ya te va a tocar”, me dijeron otra de estas tardes. La idea es la misma, en todo caso, que la planteada por Mujica Lainez en esa parte de su novela: guarda que la vejez nos llega a tod@s. Y en verdad que nos llega, porque no tiene que ver exclusivamente por obra y gracia del paso temporal, sino que puede ser un estado emocional también, una cierta actitud sobre las cosas, mucho más acotada y espontanea. Lo primero que uno piensa es que eso es algo negativo. Pero con un polo posible de positividad, si se tiene ganas. Un punto de vista. La vejez, en cuanto al paso del tiempo y la extensión de la vida estaría bien considerada si no se es viejo, como la llegada del tiempo para el descanso, la reflexión, la vida sin trabajo pero con dinero y la sabiduría rebalsada. Pero el que pasa por ese tiempo alargado, no lo ve tan así, porque comprueba que nada de eso sucede, nada alcanza para el júbilo, nada rebalsa. Una imagen idealizada del hecho de alcanzar la tercera edad. En cuanto a la otra forma de abordar la vejez, como un estado emocional, una filosofía de vida, en principio parecería tener una connotación negativa, algo así como decir “esa forma de pensar es de viej@ chot@”. Suele pasar. Suele pasarme. Lo que descubrí recientemente es que tengo varias costumbres que están ligadas a la tercera edad, y no a la segunda, que sería la que me corresponde por tiempo en vida. No las percibo para nada como algo negativo, porque no soporto pasar de las dos de la mañana sin dormir, como tampoco puedo bailar más tarde de las doce. Mejor dicho, podría pasar la vida sin bailar, por el bien común. Los shows de cualquier  índole se disfrutan más en un cómodo asiento. Y eso de estar tantas horas expuesto al sol, bueno, a quién carajos le puede gustar. Mucho mejor se lo pasa uno en la cama la mayor parte de la noche, aunque sea dando vueltas o escribiendo o mirando una película sin prestarle atención. Y estaría bien que me pagaran una jubilación a los cuarenta años, así me voy retirando a tiempo. ¿Para qué quieren que me quede treinta años más con cara de ojete haciendo cosas raras para gente normal? ¿Quién se puede alegrar con tenerme a mí sentado en una mesa de un bar para festejar haber casi llegado al año 2022?. No tiene sentido, o si lo tiene no lo puedo entender. ¿De dónde sale toda esa emoción por gritar toda una noche hasta terminar abrazado a cualquier inodoro? Prefiero aflojar con tanta ansiedad y jubilarme a tiempo, hoy, a los treinta y siete años. ¿Por qué no? Ni siquiera haría falta asistir a ninguna subasta de vejeces. Quedaría en cada un@ la impresión de la edad que se padece, y todo podría cambiar mañana. Ya no habría etapas en la vida, sino que se podría variar de un día a otro, ir y venir desde la niñez hasta la vejez, y tal vez morir bebé, como el Benjamin Button de Fitzgerald. También se podría nacer con noventa años, y llorar como un niñ@ a los cincuenta porque alguien nos dijo que no nos queda bien el corte de pelo. También se podría ser caprichos@ y egoísta sin culpa en cualquier momento, y sabio a la tierna edad de quince. Vivir como tralfamadorianos, empezando el último día de vida al principio, comenzando a nacer sobre el final del camino, a horas de la muerte. Ahora parece que volví a la juventud un rato, y las palabras se apilan como ansiosas por llegar al fin de año. Eso, fin de año: festejar el último día para que a las 00:00 sea el primero otra vez, y así empeñarnos en que todo el tiempo estamos envejeciendo, muriendo y volviendo a renacer. Tal vez así no sufriríamos tanto las pérdidas y los vínculos serían menos traumáticos. Porque hoy podría decirle a alguien te quiero, pero mañana ya no, y pasado te quiero otra vez, y la semana que viene quién sos, pero podemos volver a amarnos en cualquiera de los días, y estaría todo bien. Sin rencores, la vida sin tiempos carece de grandes broncas, porque nos vamos a volver a ver después del último día, en un único tiempo. Mañana siempre va a llegar y se va a repetir hasta que no nos quede otra que ponernos de acuerdo, porque qué sentido tenía eso de que no te puedo tragar. Este fin de año o el que viene, pasame la botella, vamos a estar como siempre, y mañana nos juntamos otra vez y empezamos otra vez con hoy. Nos sentamos por acá, en esta misma esquina que era la que se terminó ayer. Qué casualidad, la botella de cerveza es la misma, y los acordes que nos gustan suenan igual a la vez que nos habíamos distanciado. Fijate que no cambié mucho, tengo la misma barba blanca que cuando nací, y pienso seguir cantando el mismo verso, con la misma sonoridad, con todos esos vicios de viejo pecador, que no es más que una mala interpretación del pasaje de una novela. Mi rol, ahora, es el de jubilado. Estoy cansado, son las doce de la noche, la luna me tiene cansado con su estupidez y no me diseñaron para poder ver cómo carajos se alinearon marte, venus y Júpiter. Puede ser que no parezca, pero mis ojos tienen límites insospechados. Prefiero estar bajo techo escribiendo como un pobre diablo, jubilado, sin pensión. Y que mañana sea el año nuevo, y que se parezca al viejo, y nos volvamos a encontrar para decirnos: Cómo estás, tanto tiempo sin verte, parecés mucho más viej@. Pero sabés una cosa, te sienta tan bien.


**Y el sol es el mismo, pero nosotr@ ya no...

*****************************Humildemente, Juan******************con tiempo**********************todavía**********************************************

Una foto y la realidad



“Podemos entonces concluir diciendo lo siguiente: en nuestra sociedad que, debemos reconocerlo, se encuentra en la actualidad un poco a la deriva, únicamente la esfera material funciona como referencia de realidad, y como el origen, la finalidad, la extensión y la naturaleza íntima de lo material se nos escapan, tenemos la impresión de haber perdido el sentido del mundo o de que vamos a perderlo o de que ya estábamos perdidos antes del inicio mismo del tiempo y de las cosas” (Juan José Saer, La narración objeto)

 

No hay mejor manera de terminar la tarde y empezar a escribir, que contemplando una imagen estúpidamente idealizada de… una tarde. Que pude ser cualquier tarde, con cualquier sol en plena decadencia, cayendo sobre uno de esos campos que parecen tan adorables con ese orden cuasi religioso, pero que en realidad esconde varias otras cosas muy turbias, que también conforman el hermoso y caótico complejo que llamamos realidad. Porque además de todo ese aspecto tan benigno de la foto, del paisaje, del sonido de una suave brisa y etcétera, hay que aclarar:

1) El sol es una estrella muy dañina, y que más que acariciarnos lo que hace es mantenernos a raya. Por eso duele tanto cuando uno intenta mirarlo, o quema de tal manera aunque estemos a millones de kilómetros de distancia. Así que basta con eso de que los rayos del sol nutren, porque lo que en verdad hacen es quemar y matar. Linda forma de aclarar las cosas y esa parte de realidad. Además, sabemos perfectamente que un buen día tendrá su último resplandor, se agrandará como una pelota naranja y gigante, y luego llega el FIN, o The end. No habrá más capítulos para la humanidad después de ese último brillo.

2) Los venerables campos sembrados, imagen de la libertad y del granero del mundo, de un país pujante que busca su lugar en el planeta, un lugar de producción y crecimiento. Pero todo a base de pobreza, precarización laboral – y soy bueno, porque deberíamos hablar de esclavitud en lo que refiere al trabajo rural- y presencia total de monocultivo, que en verdad es un producto transgénico, que depende ya no tanto del agua sino más bien de la lluvia artificial de agroquímicos, que derivan en una contaminación de tierra y aire cuyas consecuencias pagan los organismos vivos que le pasen cerca y que intenten respirar. Todo sea por los dólares, el verdadero monocultivo mundial, que practican unos pocos.

3) Del otro lado de la foto, está la fábrica de Coca Cola, como perdida en el medio de la nada. Un tramo de campo semi regalado a la multinacional, que a cambio se encarga de regar con su pis oscuro los cuerpos de cientos de miles de personas que consumen pasivamente un producto de mierda, que sirve mejor para aflojar tornillos. Pero de lejos también se ve bien, hasta parece que haya personas laburando allí con cierto aplomo y tranquilidad. Alabado sea el Papá Noel cocacolero, que llega con sus bolsos llenos de gaseosa y se va para cualquier paraíso fiscal, con esos mismos bolsos pero llenos de pesos argentos, que parece que sí los aceptan mejor en otros lugares. Paradojas de la argentinidad, y felices fiestas.

4) Otra cosa que se ve en el fuera de cámara de la foto, por ruta 2, es uno de esos nuevos/viejos barrios privados, donde los escasos ganadores de la era de la post pandemia buscan refugio para ellos y sus familias, mientras imaginan el día final del resto de la humanidad que, lamentablemente, no pudo adquirir su espacio seguro y libre de chusma y colectivos de línea. Igual qué cagada, porque cada tanto aparece un grupo entongado con los de la seguridad de los barrios privados, y en una de esas también se las ponen, o se matan entre ellos por un mal asado de domingo, y al otro día hay noticia en todo el país “Crimen en el country de Marpla”, y el escándalo se hace universal, y vuelta al primer mundo pero por la puerta de atrás.

Igual la foto me gustó, y es una de esas cosas que te permiten el hecho de andar bicicleteando por diferentes partes de la ciudad, ahora que se puede, ahora que no está tan asesina la pandemia. Igual cuidado, porque como bien muestra la imagen, todo ese paraíso ideal se puede desmontar en un parpadeo. Mejor aprovechar el momento de disparo de la foto, una epifanía y la sonrisa como instantánea. Después, ya con el siguiente temporal encima, darle vida nuevamente a través de las redes sociales, el afamado no-lugar que extiende nuestras alegrías, o les da una suerte de segunda vida. Pero a no engañarse, ya es pasado, el paisaje no está, no estamos sonriendo, y del cálido momento queda un me gusta, un corazoncito, una carita de felicidad fingida, la sensación de que toda imagen pasada fue mejor. En verdad, si me sacara una foto ahora, vería un cuerpo flaco, desgarbado y ansioso, esperando por volver a tener la oportunidad de esa sonrisa, esa tarde, ese sol tibio. Pero, por favor, lejos de las cosas que están mal en la sociedad, y que ya enumeramos más arriba. En lo posible, un buen abrazo estaría más que bien, un “cómo andás tanto tiempo” y barbijo, un trago de cerveza, las espaldas contra el paredón, la misma esquina de Castelli y Francia, y un par de buenos deseos para el año que viene. No porque vaya a pasar algo muy diferente a lo de hoy, sino para asegurarnos algunas lindas tardes al sol, con un sentido mucho más humano que el de ahora. Volver está hermoso, pero podemos esforzarnos un cachito para seguir volviendo un poco mejor, mejor sembrad@s, más hermanad@s, más repartid@s, más amoros@s, menos contaminad@s, menos egoístas. Sobre todo, mucho más atent@s al sonido del viento, a sus advertencias, porque no tenemos más que este mundo, no tenemos más que esta vida. Las cosas y la realidad son lo que queramos hacer con ellas, aunque no sepamos definirlas con precisión. Puede llegar a estar muy bien que no nos vayamos a la mierda. Tranquil@s, hay lugar y comida para tod@s. Será cuestión de ponernos de acuerdo.  


******Y como para continuar con la temática, música de fondo para cualquier tarde soleada:

********************************************************************************************************Humildemente, Juan***********desde por acá, hasta allá*******continuará...******************


Algo del festival de cine y sus historias

 

Luego del último apocalipsis, después del tercero o cuarto que me toca sobrevivir en casi cuarenta años de vida, es debido volver a creer en las historias, otra vez. Recolectar algunas, descartar otras, pero empezar a renovar ese sendero fundamental, para poder sentir que la vida vuelve a ganarle el partido a la muerte, al menos en sentido figurativo, en el sentido del arte, por caso. Entonces, una buena manera de recuperar algo de eso es volver sobre el cine y sus allegados, y en el formato que sea y como sea. Lo que voy a hacer a continuación es tratar de unir mediante un caprichoso punto de vista, una serie de películas y charlas que pude ver aleatoriamente en el último festival de cine de Mar del Plata, que ya no tiene un lugar sino que es más bien un espacio vaporoso y trasladable a cualquier habitación del mundo. Lo que tengo primero dando vueltas, es una frase de Alex de la Iglesia, que decía más o menos que lo que nosotros nos imaginamos que es el cine no existe, y que lo que sí es cine es lo creativo caótico, todo el tiempo asediado por imponderables que tienen más que ver con el mundo de las finanzas y las reuniones por zoom para rogar un seguro o más presupuesto, que con largos días de rodaje idealizado en hermosos estudios, a pocas cuadras de playas soñadas. Y lo que sale de eso es una especie de esquizofrénica película sobre un lugar mega turístico que en verdad es otra cosa muy diferente a lo que el imaginario colectivo construyó. Saltando para cualquier otra sala virtual o real, las diferencias ya son bien borrosas y no importan, lo que veo ahora es una suerte de tragicomedia, o de comedia absurda con trasfondo trágico, que cuenta la historia de un grupo de idiotas que buscan un sentido a su vida mediante los mensajes de extraterrestres y avistajes de OVNIS, lo que los lleva a poner en riesgo la vida de un par de niñas que son traficadas como depositarias de órganos vitales para el mercado negro, toda una trama tremenda que tiene su núcleo en la inocencia de un grupo de personas adultas con las cabezas averiadas por las teorías conspiranoicas, muy de estos tiempos. Todo un llamado de atención a no exagerar la ficción y la alienación y el dolor por la soledad y las frustraciones de la rutina, todo lo que viene al caso para mí en medio del festival y caminando como un zombie a cualquier hora por las calles del barrio Rivadavia, que podrían ser las de Villa Domínico, donde una joven traslada todos los días su cuerpo desde una piecita hasta el colectivo y de ahí a la fábrica, para volver al ritmo de un reloj robado, que va a desatar el drama máximo de una película sobre el trabajo y lo que dejó la pandemia en los barrios, que no es más que una reafirmación de lo que venía siendo antes. Otra muy buena es ese documental de un mexicano en Vietnam, que viaja en tren junto a su hija de ocho años, para visitar a un amigo que acaba de asesinar a una señora, y que fue abandonado por el resto de la humanidad, entonces solo él decide acompañarlo en un momento tan complejo, recorriendo Vietnam de una punta a la otra con una cámara, su hija y la idea de que en la oscuridad todos somos iguales, y que a lo mejor esa luz que pensamos que tenemos en el interior, no es más que una linterna que se va quedando sin pilas, hasta que ya no hay nada más que alumbrar, sombra con sombra quedamos igualados y podemos ser asesinos también, en cualquier instante. Inquietante, reflexiva y un tanto monótona en su peregrinaje. Nota: el tren vietnamita me pareció muy similar al tren Mar del Plata – Capital, pero mucho más rápido, y en vez de campos con soja transgénica, allá tienen campos de arroz, con estanques para peces que en verdad son huellas de bombardeos de los yanquis reutilizadas con mucha imaginación. Y una curiosidad más: el director mexicano formó un grupo de realizadores bajo el lema de Hanoi, que tiene una cláusula muy particular, ya que quienes forman parte del grupo se comprometen a destruir sus películas pasados veinticuatro meses, todo por una cuestión artística y filosófica que no parece tener mucho sentido. Algunas cosas más pasaron entre pantalla y pantalla, un yanqui con su mujer filmando un viaje por el lejano oeste en plena pandemia, perdiéndose entre desiertos, montañas y plantas, todo para mostrar un documental viajero destinado a retratar los lugares que funcionaron o funcionan como silos nucleares, y que eso sería algo así como utilizar la tierra como arma, lo que estaría arraigado en Estados Unidos desde el genocidio de los blancos colonos contra los pueblos originarios. Un contraste fuertísimo entre las hermosas imágenes y juegos de colores que plantean los directores, con la voz en off que cuenta historias de muerte y destrucción. Y claro, en la charla post proyección, el mismo problema de siempre: la financiación de los proyectos artísticos, en Estados Unidos como en Singapur o en Argentina. Todos los artistas hermanados en la miseria de los presupuestos, porque un poco manejar estados es administrar miseria, mientras capitales volátiles organizan sus saqueos y ponen la guita en los lugares comunes de siempre, para generar un centro que funcione de control total, el panóptico pero al revés, porque ni siquiera hace faltar mirar el todo, mejor es velar por lo que genere ganancia y que el resto haga lo que pueda en la oscuridad. ¿Oscuridad igualadora? Mensajes, historias, y una conclusión un poco más positiva: vi muchas películas de viajes y movimientos y exteriores y paisajes al aire libre, todo lo que se necesita para salir del encierro pandémico. No recomiendo nada en particular, sino que cada quien busque las historias que mejor le parezcan, porque lanzarse sin saber qué va a pasar resulta más estimulante. Para nadar en aguas calmas y previsibles están todas las plataformas, los medios de (in)comunicación y redes (a)sociales que acomodan las cosas en el lugar que quieren. Para desarmar, desarticular, y construir otras diversidades, están el arte y la vida, y este último trago de birra en un día más de calor en esta esquina de toda la vida. A lo mejor, me ponga a rodar mi propia película, sobre las medianeras del barrio y su inalcanzable historia, sobre los baches de Jara y las tardes manguereando veredas, y sobre las noches sobreviviendo a la tentación de apagar la última luz, para desvanecerme completamente hasta que no quede un suspiro más que regalarle al universo de estrellas de por acá.


*****Y con una música de fondo acorde:


*************************Humildemente y con los ojos rojos, Juan***************************************The end******************************

Gracias por la oportunidad

 

Estaba pensando en que hoy, tranquilamente, podría haber muerto atropellado en la Ruta Nacional 2, a la altura del barrio 2 de abril, a las 2 de la tarde, cuando 2 camiones pasaron como corriendo una picada, a lo Rápido y furioso 2, y yo quedé en el medio, a la buena suerte que me quisiera dispensar la tan amable y resentida Santa María de los buenos aires. Quedé como el jamón y el queso entre medio de dos panes, en la bicicleta libre de mayonesa, que se bancó la fuerza de los 2 dinosaurios automotores. Después de eso estuve un tiempo impreciso completamente paralizado, hasta que el susto se fue acomodando en mi cuerpo, se fue adaptando de tal manera que el resto del día se me pasó aprendiendo a olvidar. Más tarde, me dieron ganas de comer todo lo que quisiera y de tomar a gusto, como si no hubiera mañana. En verdad, casi que no hubo mañana para mí, aunque sí para el resto del universo, que continúa su marcha sin mirar a los costados. Afortunadamente, me pude poner a escribir como todos los días, y decidí comenzar por agradecer a todas las personitas que cada tanto se paran unos minutos sobre estas y otras líneas de mi autoría. Una vez me preguntaron si yo pensaba en alguien cuando escribía, y la respuesta absoluta es que la operación es exactamente a la inversa. Cuando escribo se me da por olvidar. Trato, pongo todo el esfuerzo en olvidarme de mí primero, y luego de todas las personas de carne y hueso que me encontré en los últimos cien días. Puede ser que recuerde a alguien antes de ese tiempo, sí. Puede ser que se me venga a la memoria alguien que me encontré en el futuro, también. Pero, por lo general, lo que hago es olvidarme de todo y de tod@s. De verdad, lo que queda son palabras y lecturas, y horas de ensayo de escritura, pestañas hechas fuego y ampollas en las manos. Luego, viene la hoja en blanco y ahí empieza el juego. A lo mejor es un intento por aliviar la carga de los días, y todas sus consecuencias agradables y de las otras. O tal vez sea una excusa para referirme a lo que no me atrevo a decir en sueños. Quién sabe, yo no. No estoy ni cerca de pensar en lo que hice en la semana, o en lo que pienso de esas personas que me hicieron “x” cosa. Sé muy bien que a veces parece que sí, que la simulación es muy creíble, que si escribo “ayer a la tarde estaba sentado en la misma esquina de todos los días del barrio Rivadavia”, ese lugar existe y yo estoy unido a él. La confesión sería: ni idea. Supongo que ese es un no-lugar, un espacio perfecto para no estar, para dejar que la escritura fluya en su libertad. Sobre todo, los lugares escritos tienen una característica especial: no me traicionan. Eso resulta impagable para una persona perdida como yo. Tener un espacio, aunque sea literario, un espacio imposible de comprar o vender, un espacio que puede materializarse en cualquier parte y en cualquier condición, un espacio por fuera de la lógica racional, por fuera del peso de la Historia, por fuera de la vida cotidiana que marcha al pulso del post-capitalismo salvaje. Sobre todo, un lugar que no necesita explicarse a cada instante, en cada tiempo, que puede mutar cuando le de las ganas, que puede cagarse en todo, y que especialmente se caga en mí cuando lo siente. Ese espacio en que te invito semana a semana a que nos encontremos, a ciegas, con los cuerpos desnudos en la mano, con los espíritus sueltos, dispuestos a saltar hacia el vacío que haga falta. Porque si no fuera el caso ¿para qué carajos existirían la escritura, la lectura? ¿Para qué existiríamos vos y yo? A lo mejor, una de estas tardes tengamos la desgracia de encontrarnos. Te anticipo el final de la película, como una suerte de espóiler de la vida: me vas a terminar odiando. De verdad, no soy una buena persona. No me gustan mucho los perros – sobre todo los ajenos -, no soy bueno animando a nadie, no comparto el mate, me levanto de muy mal humor y tengo la mayor parte de la ropa interior agujereada. En fin, soy más malo que las arañas. Pero eso poco importa, acá, en este no-lugar donde me atrevo a decir Yo y Vos. Además, soy tímido y bastante feo. Una confesión que no me convendría hacer en ninguna red social, si lo que busco es una pareja “estable”. NO, soy más bien, una posible despareja “inestable”, que suele comer mucho arroz y que sueña con vivir en Tokio, abandonado en cualquier esquina de ese barrio que está entre las montañas, y que tantas veces veo dibujado en los mangas de Inio Asano. Por eso y por todo lo que me falta por escribir, te quería dar las gracias. Gracias por estar ahí, todas las semanas, leyendo algunas de estas palabritas. Gracias por no olvidarte de la literatura, y por pensar que podemos imaginar cambiar el mundo, al menos, unos minutos, hasta el próximo intento literario. Gracias por no dejarme tan abandonado, con la botella de cerveza caliente en una mano y el librito de Mario Santiago en la otra. Claro, “que a la poesía la salve su chingada madre, porque yo me cansé”, que a la literatura la hagan las palabras que tengan ganas. Y que l@s lector@s florezcan como moscas insoportables, que le ganen a la inflación inhumana y que seamos felices por siempre jamás. Aunque sepamos que todo es una gran mentira, y que la verdad es lo imposible para el estúpido lenguaje. Un intento por agradar al atardecer, que nuca se va a fijar en nosotros, pero que es tan lindo. Vale mil fotos, y vale la oportunidad, cada vez que lo sintamos.


***Y se escucha de fondo, en este leeeeeendo atardecer:

******************************************************************************************************Con humildad, Juan, desde el Rivadavia***************************buenas cosas y deseos******************

El mismo universo indivisible

 


“Salió de su casa y tuvo que atravesar el universo entero para llegar a la esquina, de modo que ahora sabe el esfuerzo que ir hasta la esquina exige, y lo que lo inmediato significa” (La grande, Juan José Saer)

 

Sentarse en la vereda, una semana más, para comenzar a darnos cuenta de que las mismas cosas no son las mismas cosas, los mismos atardeceres no tienen nada que ver entre sí, que hay que tener muchas ganas de que la gente que vimos hoy se parezca a la gente que veremos mañana, aunque sean las mismas personas. Algo de eso nos puede dar vueltas por la cabeza esta tarde, empinando un genial trago de cerveza, la bebida que aclara la semana, porque nos permite ponernos bien en pedo. Y no me vengan con eso de la moderación, porque si me pongo a tomar cerveza es para alcanzar el estado de ebriedad, que tiene mala fama en los consultorios, pero que es de lo más efectivo contra cualquier dolencia. Sobre todo emocional. Somos como hojitas que se van secando en el universo, me dijo una vuelta alguien que ya no me acuerdo quién es, porque en el momento en que me dijo esa pelotudez, me alejé. No te olvides de llamarme, esa otra frase que nunca pude entender bien del todo, porque si ya estamos hablando ahora, ¿para qué estás pensando en el después? “Cierta simpatía distante”, el parte médico es bastante irrefutable en mi caso. Aunque pondría dudas sobre la simpatía. Lo de distante me trae recuerdos, algún personaje de Roberto Bolaño, un grupo de poetas que se juntan a cagar sobre los libros clásicos, literalmente. Como sea, frases de esas se construyen todos los días y no hay mucho por hacer, porque después se esparcen y se pegan como la mugre de las capitales, hasta que te cruzás con esa misma persona – que ya no es tan misma – y te lanza en la jeta un papel de galletita de la fortuna. “Hoy puede ser que las cosas te salgan – más o menos – bien”. Y ahí vamos como ganado – otra de esas frases que se pegan como moscas – deambulando en un infierno (semi) dantesco, buscando a Beatrice o a Virgilio – dependiendo el gusto – para que nos saquen hacia un lugar un poco menos tortuoso, pero diciendo a cada rato: “aguantá, aguantá, mirá como se queman esos tipos en sus propias tumbas, ¿qué habrá más allá?”. Te invito a que no nos sintamos mal por ese vicio burgués de sacar cierto goce con la contemplación de la desgracia ajena, y ni te esfuerces en querer decirme que vos no, porque si eso fuera cierto las cosas tendrían otro tinte, y cada mañana sería como cada mañana. Sabemos que no es así, sabemos muy bien que las medialunas son de ayer, que las pintaron con almíbar, y que el café está un poquito más aguado que lo que figura en el recibo. No pasa nada, en serio, todo bien, yo también tengo mis apioladas, porque sino sería imposible sobrevivir en este mundo post todo. Algunos les dicen “mentiras blancas” – los más racistas -  otros “mentiras piadosas” – los más religiosos, que son todavía más racistas -, pero tod@s las padecimos y las ejecutamos más de una vez, en nombre de la civilización, porque en verdad no creo que salga nada bueno de la sinceridad absoluta. ¿Por qué? Porque, sinceramente escribiendo, nadie es tan buena persona como para que su sinceridad sea algo lindo. Vale decir, si le pedís a alguien que te sea sincer@, agarrate, porque lo que sigue va a ser pura crueldad. No, de verdad, ni te molestes, no hay excepciones a la regla, ni siquiera esa persona en la que estás pensando. Claro, te mintió, obvio. Pero no pasa nada, es parte del código de convivencia que firmamos sin mirar bien la letra chica. Lugar común número no sé cuánto, porque creéme cuando te confieso que no hago más que escuchar hablar a la gente que pasa por Jara y por las veredas del barrio Rivadavia, y después me siento a escribir mientras me emborracho un poco, hasta que finalmente y como por arte de magia bien barata y mediocre, sale una especie de editorial de aproximadamente cien palabras. Fácil de digerir, difícil de interpretar. Una editorial, decía, pero de una revista o diario que no existe. Y tanto mejor que no exista, para mí y para vos. No me gustaría tener que trabajar con un grupo de chupa tintas, y verles la cara mientras me dicen que lo que escribo es una real cagada, pero que si vende no pasa nada, está todo bien y felicitaciones, por qué no te escribís una novela y etcétera. No tengo pasta para esto. Lo que tengo es una voracidad de lector omnívoro, un par de cervezas negras, un faso y la novela de Saer que me niego a terminar. Otra vez con lo mismo, me meto en ese vínculo sagrado y me cuesta horrores salir. Todavía viajo a través de los ojos de Carlos Tomatis, contemplando la ruta en las afueras de Rosario, el cordón urbano ahorcando la gran capital, que semeja una especie de tierra prometida en la que vale todo por alcanzar los deseos implantados, que nos llevan a la inevitable violencia. ¿Qué se esperaban? Demasiada propaganda, demasiado sol para unas cuantas gentes lindas, y allá a lo lejos bajando un montón de otr@s exigiendo su pedazo de paraíso terrenal, su lugar en el universo indivisible. No existe tal cosa, en serio. Perdón por interrumpir tu sueño, que en verdad es de otr@, que en verdad está prefabricado. Y el final de (casi)siempre, el consuelo de que yo así estoy bien. Ok, no podemos cambiar el mundo, mejor dicho no pudimos, pero al menos somos capaces de pensar en lo siguiente: un pedazo de mundo es un pedazo de mundo, acá y en cualquier parte del universo. Esta vereda de mierda es cualquier parte del mundo, y cambia todo el tiempo, segundo a segundo. Entonces, por carácter transitivo, yo estoy condenado a lo mismo, vos también. Ayer fuimos est@s, hoy somos aquell@s, mañana seremos es@s. Un cambio de perspectiva constante y fundamental para no ser tan universalmente ortivas.


******Y para volar de fondo:

*****************************************************************************************************Humildemente, Juan**********Nada va a cambiar mi mundo, porque ya empezó cambiado***********ommmmmmmmmmmmmm*********


Ganá dólares sobreviviendo a la lectura

 


Pese al miedo aún queda un escribiente

haciendo su trabajo  Está solo

en un edificio pobre y silencioso

No se escuchan automóviles ni voces

Pese al miedo él hace su trabajo

Pese a la inutilidad, al vacío de la poesía 

           (Roberto Bolaño, Alrededor de Lacan)

 

Porque tal vez no tenga ningún sentido sentarse en la misma esquina de siempre a escribir cualquier cosa de siempre, en este contexto que es tan explicable como la tabla del dos, solo un par de funciones que se sobreentienden y que nada tienen que ver con lugares exóticos llenos de sandías voladoras y alienígenas listos para desbordar amor del tercer tipo, nomás el encuentro de las calles A y B elevadas a la segunda potencia, donde los factores C y D se encuentran para pelearse e ignorarse hasta la división final lo que da el resultado F, todo lo que definiría esta historia con la siguiente fórmula: (AxB)2 -(C+D)/F= Este o cualquier acontecimiento, y con esa lectura divina ya estaríamos contando todos los cuentos que son el mismo par de cifras pasados de generación en generación, hasta la llegada de los Metas y sus pantallas y cosas digitales que tienen la misma función de fondo, entonces todos esos años de supuesta invención y avance serían nomás la simplificación de lo que ya estaba bastante simplificado, y cada un@ de nosotr@s ahí adentro siendo recortados / podados hasta no quedar más que ramas secas de antepasados de hojas secas, una pena en tiempos donde lo que reina es la primavera y sus intentos por mudarnos la tinta de lugar –al menos-, entonces sentarse a escribir sin parar sin respirar sin puntos medios sin puntos finales hasta que no podamos conseguir oxígeno para los ojos porque el encadenamiento está siempre a punto de revelarnos la gran verdad pero no, porque todas las verdades son nada más que una simple fórmula que inició todas las cagadas de las que ahora nos jactamos para dedicarles una mención en el buscador del Google, un rey sin trono pero lleno de adeptos que lo sirven gratis y sin que tenga que preocuparse por nada, solo sentarse a esperar que sea el próximo cíber día para recibir más cariño y reconocimiento a base de dólares virtuales o retazos de obrer@ en descomposición voluntaria, algo de eso – les juro -  da vueltas hoy por el barrio Rivadavia en forma de neblina asquerosa una plaga enviada por maleantes de cuarta que pintaron un cartón en forma de cruz y se nombraron dioses de un universo que no tienen idea de cómo es o cómo funciona, claro que hay que comer – querido – y no hay que joder tanto porque qué carajos puede hacer un pobre pelotudo como vos con esas palabras que valen una verga de moneda virtual que hace ganarte veinte centavos de dólar por mes si sos capaz de mantener la computadora al revés como una muestra de supervivencia estúpida o una tomadura de pelo de alguien que tenía ganas de hacer algo con tanta servidumbre gratuita, aunque lo mejor – y lo único – que vale algo hoy es ese trago interminable y cataratoso de cerveza que me zampo en tu nombre en el mío y en el de todas aquellas venerables personas que todavía hablan de poesía como si la estuvieran cagando encima, con los pelos púbicos en la lengua y esa forma enronquecida de quejarse porque una bandada de gaviotas vuelan desparejo y rompen la mierda de monotonía de este cielo gris del orto, mientras un racimo de gente pasa apurada por llegar vaya uno a saber dónde y para qué, y que no tienen idea que un pelotudo les está escribiendo casi sin parar con el objetivo de que algún día se mueran asfixiad@s al notar que necesitaban un miserable punto seguido más que al agua, y si dejo alguna pausa es para las personas mayores porque tampoco soy tan forro a pesar de que algunos días me inspiro bastante y no te voy a decir que me acerco a las cinco mil palabras diarias que aconseja el viejo Stephen King(size) pero por lo menos estoy mucho más cerca del verano en el Colastiné, ese lugar donde me voy a ir a pegar un chapuzón para pensar un poco en que todo lo que vengo escribiendo ya es pasado sincrónico y que no lo voy a poder llevar más conmigo porque me pesa como un rinoceronte en celo, todo tan pesado como las comparaciones innecesarias que tanto me gusta inyectar para producir el efecto inflacionario porque aguante la emisión peor es quedarse callado, y a veces es necesario mearse encima mientras se escribe para demostrar que las funciones básicas dependen de uno y se precipitan si las dejamos y que nadie -ni nada- tiene la vara para marcar el círculo que encierra a la locura de lo otro, otro que sería la realidad y que mejor le den por el culo y la salve su chingada madre como dice Mario Santiago de la poesía que vista desde el DF es algo así como la realidad tóxica del lenguaje, y que vivan Zapata y la toxicidad y los camiones tirando humo mientras escribo sin respirar en esta bendita vereda de Francia y Castelli que me transporta a los suburbios más irrespirables de Tlatelolco donde todavía se buscan cadáveres de jóvenes que son masacrados igual que acá y que en cualquier calle del mundo porque es la carne para la picadora del sistema que nos negamos en romper, porque obvio que los postres son mejores si se pueden pagar y que basta ya de meter ideas revolucionarias de otros tiempos me toca a mi servirme el postre no sería justo que ahora se les ocurra hacerse l@s justicier@s, déjense de joder que lo más radical que se atreven es votar a libertarios que son fachos mal peinados con sabor a inodoro de Cavallo pero qué lindo que es el autoengaño como género literario debe tener millones de adeptos y escribas que lo hacen por youtube, porque la realidad pasó de moda ya no se usa y puede ser dañina si no genera los suficientes dividendos, por cierto si te interesa el otro día salí a comer una pizza a la noche y una persona me pidió por favor una porción porque no había comido nada en todo el día mientras otra me decía que estaba buscando un reparo en algún edificio del centro para pasar la noche, igual ¡felicitaciones! aguantaste sin respirar hasta acá…

Te ganaste tus veinte centavos de dólar.

 

******Eso sí, no los podés retirar hasta que escuches la siguiente música que viene al caso:

****************************************************************************************Humildemente, Juan*************Tampoco estoy tan enojado*****************************************todavía te puedo estimular*******

El gesto de los tiempos

Mientras lo iba siguiendo por la calle, tuve una impresión rarísima que nunca había tenido antes y que, no quiero mentirle, me intranquilizó bastante. Me parecía que caminábamos por la misma calle, en el mismo espacio, pero en tiempos diferentes. (“La grande”, Juan José Saer)

 

Las últimas tardes en el barrio Rivadavia se pusieron calientes. El verano y su impaciencia hicieron de las suyas y adelantaron los cambios de ropa, más precisamente, el desprendimiento de camperas y pantalones holgados, y qué bien que todo se condice con un futuro más respirable y agradable. Pero perdón que desconfíe. No está en mi naturaleza ser tan entusiasta, y menos hoy que hace tanto calor y la cerveza tiende a calentarse, perder gas muy rápido y volverse intolerable al cuerpo. Porque si bien uno puede pasar distraídamente por cada esquina de Jara, meterse por adentro a mirar las veredas, encontrar alguna plaza con algún arreglo pedorro – gentileza de un intendente al que la gente vota sin que haga casi nada -, el contexto es posapocalíptico. Y acá me voy a poner utópico y esperanzador, porque estoy afirmando que la peor parte de la historia ya pasó. Más que afirmar, es la expresión de un deseo compartido por tod@s. Sin embargo, y acá me pongo tan oscuro como una sala de cine que está a punto de proyectar una película poco estimulante, lo que queda de todo ese caos coronavirósico es bastante lamentable. Hace poco leía sobre las proyecciones económicas, el mejoramiento del ánimo de las poblaciones, la salida amigable de una crisis mundial y profunda, y un largo etcétera de opiniones que auguraban un futuro de humanismo buena onda y puro. La necesidad de esas personas por volcar sus buenos deseos es más bien una necesidad de ficción, enfermedad de la que padezco hace décadas. Entonces, me veo caminando por esos mismos lugares, ese cruce de Castelli y Francia, esa vereda que hoy luce como si fuera el desierto de Duna (y ese es el bodrio de película al que me refería, y que me tocó padecer esta semana en la pantalla grande con caramelos confitados, eso que sí agradezco poder volver a hacer), y todo luce tan igual como desolador, pero con algo diferente. Como si las cosas hubiesen envejecido cincuenta años, y siguieran estando ahí, a la espera, en el mismo sitio. Calculo que para ellas yo me veré igual, el mismo tipo caminando de la misma forma, con el mismo gesto, pero como si me hubiese caído el reloj del Tiempo encima. Iguales, pero diferentes. Si me preguntan de la película, debo decir que todo se resume a una cara, unos gestos, y el andar de un único actor: Javier Bardem. El español más hollywoodense del momento, interpreta a un nacido y criado en la tribu originaria de ese planeta desértico, que es el protagonista de la película. Un planeta por el que nadie desearía pasar ni cerca, porque es un solo y gran desierto irrespirable, habitado por una tribu muy ortiva que vive debajo de la arena, aprovechado por unos gusanos gigantes devoradores de cualquier cosa, castigado por monumentales tormentas de arena y condenado a la guerra eterna por obra y gracia de una sustancia muy lucrativa, tipo petróleo. Obvio que no importa el lugar ni el tiempo, la historia es siempre la misma, los colonizadores llegan y arrasan con lo que sea para tomar lo que les parece valioso. Más allá de eso, lo que quería destacar es el resumen en el gesto del actor Bardem. Tanto su cara como sus movimientos son de un tipo cansado, harto, desesperanzado, desengañado, que no se apasiona ni cuando ve morir a un amigo. Todo parece darle lo mismo. Sin embargo, hay algo en su mirada, como un destello que intenta demostrar que hubo algo mejor en otros tiempos, y que la venida de un salvador –muuuuuuy en el fondo- es posible y es la demostración de que hay esperanza. Incomprobable en la primera parte. Para mí, incomprobable para siempre, porque toda la película es ese gesto de Bardem, desganado, desanimado, dramático pero sin pasión. Me veo caminando ayer, por esta misma esquina, a lo mejor no con este calor tan raro para esta época. Me veo sentarme en esta misma vereda que nunca cambió, y me veo clavarme un trago de cerveza mirando lo que queda de cielo y diciéndome: J, ¿qué carajos irá a pasar mañana? Ahora me miro otra vez, hace calor, las cosas que pasaron para qué te las voy a contar, si las sufrimos junt@s. Mejor me siento, aprovecho la sombra de la medianera y me tomo un trago más de birra, y que mañana se venga la segunda parte, o la tercera, de esta historia que vaya a saber a quién se le ocurrió. Lo único que espero es que no haya tantos de esos gusanos chupa todo, agazapados esperando a crecer a costa de la sangre de todo un pueblo. Estaría bueno que tampoco soplen tantos vientos huracanados y que nos quede algo de agua para la próxima generación. Pero, sobre todo, espero no tener que encontrarme con esa cara de hartazgo y resignación, con ese gesto desapasionado y ese ritmo cansino del personaje de Javier Bardem. Espero que esa cara no haya sido la mía, que nunca más sea la mía. Otros tiempos pasaron no exactamente como los esperábamos, otros tiempos se avecinan. Dejemos volar los buenos deseos, pero, por las dudas, no nos entusiasmemos tanto


*****Para fondo de cualquier intento de nota medio desanimada:

*****************************************************************************************************Humildemente, Juan, desde el Rivadavia**************Cualquier similitud con la realidad, poco importa**************************************

Y tal vez tu coche se chocó la otra mañana y te darás cuenta de que Say No More es más importante de lo que creías

 


Una vez creí que nada iba a pasarme

Una vez pensé que nadie iba a matarme.

El tiempo pasó…

 

Reloj de plastilina

Charly García

 

J se desayunó con una noticia que lo puso de buen humor: Charly García había ganado el premio Gardel de oro la noche anterior. ¿De qué servía ese premio? Para nada ¿Qué impacto podía tener esa novedad en el Barrio Rivadavia? Ninguna. Pero J amaba inexplicablemente a Charly García, y no concebía nada más impresionante en el mundo que escuchar un disco suyo, de principio a fin. Sí, desde el tema 1 hasta el del final, sin mover el orto de donde estuviese, atento solamente a la música y a todo lo demás que pone un artista como García. ¿Qué otra cosa puede ser la felicidad? Pero J quería más, extrañaba tenerlo tocando todos los años en Mar del Plata. Ese día en particular era como año nuevo, la ansiedad atacaba de temprano, había que devorar todos los discos que se pudiese antes del show y empezar temprano la previa, con amigos, aliados. La bebida casi daba igual, un porro y tampoco había guita para mucho más. La botella de birra camino al recital “esta es la banda de Say no more”. Entrar agitando y que García salga a escena como esté. J lo bancó en todas sus formas, en todos sus caprichos, hasta una vez que entró a dar un concierto en Sobremonte, tomó el micrófono y dijo algo así como “acá son todos re caretas”, arrojó el artefacto al piso y se fue para no volver más. Otra vez, apareció de improviso en un bar que se llamaba García y Compañía – lugar que solo duró abierto un par de meses, nada escapa al abismo del invierno marplatense -, tapándose el rostro con una hoja que chorreaba pintura. Se sentó, saludó a los pocos parroquianos que estaban allí sin poder creer su fortuna, tomó la guitarra y empezó a tocar por arriba temas de los Byrds, que sonaban de fondo. Magia. Para colmo, después de eso presentó algunas músicas de su nuevo disco, Asesíname. Luego le cambiaría el nombre por Rock and Roll yo, en un ataque de paranoia “No vaya a ser cosa que me pase como a Lennon y un loquito me quiera matar”. Esa misma noche, luego de terminar con Rehén, prometió volver de inmediato con sus músicos a grabar un disco, porque le había encantado la onda del lugar, la gente, etcétera. Se paró, firmó un par de autógrafos, alguien le dio un billete de $5 porque no tenía papel, Charly lo tomó y se fue en su limosina blanca. Teniendo en cuenta lo que el fan había visto y escuchado, cinco mangos no eran nada, pero igual un poco le hinchó las pelotas: Había perdido $5 y una firma de Charly. J y las diez personas que completaban el bar se quedaron esperando por el regreso glorioso de SNM…Pasaron las horas, era obvio que ya no iba a aparecer. Igual nadie se movió de su lugar, quién sabe, este loco podía caer en cualquier momento. Ya era la hora del desayuno. Ok, Charly no volvería. J pagó sus cervezas y se fue entre extasiado y desilusionado, un sentimiento extraño que siempre pensó que era la mejor definición de Say no more. Otra vuelta lo encontró de casualidad en un boliche de Constitución, pero lo tuvo que ver de afuera. Era una fiesta privada o para gente con algo de dinero. Sería 2001 o 2002, J estaba al horno y sin laburo, solamente esperó en la puerta para saludar a su único ídolo en este lío ¡Y lo logró! Tuvo que correr la limosina de García a la salida de la disco, hasta el semáforo que tuvo piedad y se puso rojo. J le golpeó la ventanilla polarizada y el ídolo se copó, bajó el vidrio, sacó su mano flaca y larga como una rama de árbol y le regaló el trago que estaba tomando. J lloró como un niño y se clavó el fondo blanco más hermoso de su vida, sin poder descubrir nunca qué carajos tenía ese vaso…

El tiempo pasó…J ahora estaba más viejo, tanto como Charly. Pero el vínculo entre fan y artista es algo que está incorporado en el ADN, y que se va a despertar cada vez que se manifieste una situación cualquiera. El último disco – Random -  le había regalado recientemente una sensación única, de unión increíble, siete años después. J escuchó…

 

Yo te mostraré el camino

entre la cana y los demás

vos siempre vas a estar conmigo

soy tu testigo, tu disfraz.

 

El círculo perfecto. No es que García volvía o se reinventaba, o lo que fuera que dijera la prensa. Para J, Charly siempre estaba. Era él quien lo olvidaba cada tanto, interponiendo otras cuestiones en su rutina. En definitiva, la vida era eso que pasaba entre recital y recital de SNM. Pero ahora Charly ya no toca en Mar del Plata, y es más difícil. El país está cada vez más ortiva y J en el barrio Rivadavia pensó que lo mejor que podía hacer era poner Filosofía barata y zapatos de goma una vez más. Y sí, volverse a alegrar porque su ídolo había ganado un premio, no importaba cuál ni por qué, ni que en la terna hubiese estado con Axel y Luciano Pereyra. Más tarde la vida seguiría, más o menos igual. El invierno se acerca y, como siempre, otro intuye todo en el alma de J…

 

…quería que todo fuera eterno

se fue el amor

llegó el invierno

y anduve tiritando en cualquier lugar

y sólo pude llorar.

 

 *Nota para leer escuchando: Reloj de plastilina, Spector, el resto de Random, el resto de Filosofía barata y zapatos de goma y Quinta dimensión de los Byrds.



La lectura y sus movimientos

 


Forma de ficción parasitaria, la traducción es el gran modelo de la práctica borgeana. A diferencia de la “escritura inmediata”, cuyo mecanismo suelen velar  “el olvido”, “la vanidad” y “el prurito de mantener intacta y central una reserva incalculable de sombra”, esta literatura mediata no teme hacer visible las reglas de su propio funcionamiento. En particular una, la más abstracta y, también, la más medular de la poética borgeana: hacer ficción es deportar un material  ya existente de su contexto e injertarlo en un contexto nuevo. La fórmula es simple, económica, de una elegancia casi ajedrecística. Lo incluye prácticamente todo: la política del parasitismo, el elogio de la subordinación, el goce de la lectura y la glosa, la desestabilización de las jerarquías, las clasificaciones y las categorías, la relación entre lo Mismo y lo Otro, la repetición y la diferencia, lo propio y lo ajeno; la idea-fuerza de una literatura que sólo tiene sentido si se mueve, si se desarraiga, si pone en peligro su propia integridad” (El factor Borges, Alan Pauls)

 

Moverse es ir de un lado para el otro, sin importar demasiado lo que suceda en el camino. Un traslado, un corrimiento, pero con dos bases bien diferenciadas, bien plantadas: el punto de partida, inevitable, y el centro de llegada, que tiene la particularidad de ser más susceptible a las variaciones. Por ejemplo, puedo arrancar este apartado contando la historia de cualquier persona, que amanece casi todos sus días en la misma habitación del barrio de siempre. Punto de partida esperable, me voy como siempre a comprar la birra al chino y me la clavo acá, en la veredita primaveral de Francia y Castelli. Pero después comienza el movimiento. Y no solo se trata de un traslado espacio temporal, sino que – el tiempo tiene estas cosas – ese movimiento puede ser concretado en ese mismo lugar, quieto. Es más, es este el movimiento planteado y que no para: la escritura. Mientras escribo sobre yo sentado tomando cerveza en la esquina de siempre, ya no estoy ahí, sino que estoy pasando en limpio un par de ideas que se me subieron con las burbujas frescas. Más aún, ahora estoy leyendo y corrigiendo, lo que plantea otro movimiento más, otros escenarios posibles. Ya me estoy empezando a marear, tanto movimiento y tanta cerveza. Algo así sería ese parasitismo del que habla Alan Pauls, al referirse a Borges y su escritura. Pero no te pongas nervios@, esto no tiene nada que ver con cualquier planteo demasiado complejo y conceptual, sino que se me vino la idea de poner en juego ese movimiento sin acción, solo para ver qué pasaba. Parece que el mundo, el universo, no habría detectado tanto sacudón. Sin embargo, la hora de lectura es la hora de envejecer, de llegar al destino último, hasta que finalmente no hay más allá. Sabemos, gracias a Roland Barthes, que hay un grado cero de la escritura, pero nos resistimos a aceptar que hay un final para todo esto, una imposibilidad de ir más allá del texto, el final de todo. Esa angustia me recorre el cuerpo mientras devoro las páginas de la última novela que escribió Juan José Saer, y que para más dolor, dejó inconclusa. El drama angustiante se agrava al descubrir que lo único que le faltó de esa novela La grande, fue el último capítulo. Una referencia temporal  es el corte abrupto de todo un universo literario. Sería lunes, obvio, el último día del mundo. Y tenía que ser en otoño y con la llegada de la lluvia. Todo eso es la concreción del concepto de final en una opaca y limitadísima oración. Pero no hay nada más allá, hasta ahí Saer, hasta ahí su universo, hasta ahí la lectura. Todo lo que venga después, los corrimientos, las interpretaciones, los parasitismos, los plagios, los comentarios, las citas, los congresos, los ensayos, ya no son parte de ese universo. Lo intentarán recrear, subrayar, exprimir, expandir. Pero es el límite para la lectura de Saer. No hay más, no habrá más Saer para leer. ¿Y qué carajos puedo hacer en un mundo sin otra novela se Saer, cómo pasar los momentos de mi vida sin estar envuelto en alguna de sus historias que parecen estarse quietas yendo y viniendo en el tiempo, con una naturalidad casi fantástica? Siempre entre el río, un campo y el pueblo, pero con ese halo de inmensidad atrapando a quien se digne a inmolarse en la lectura. Y llega la certeza de que ya no queda más allá, que el más acá se terminó, y que el único consuelo es volver al punto de origen, para arrancar el movimiento nuevamente, y ser un poco el Pierre Menard autor del Quijote, intentando frenéticamente volver a escribir un universo entero, palabra por palabra, resignificando y trastocándolo todo sin tocarlo, provocando el cambio más gigantesco, sin mover una coma del texto releído. El consuelo es la locura de un lector psicótico, única creatura capaz de darse la cabeza contra la pared, hasta que salga algo jugoso de allí: la pared filtrada sangrando o los sesos chorreando su gracia. Sigo este camino, que ya no tiene vuelta atrás, recorro el punto de partida y me pierdo por Colastiné, releyendo un final trunco desde el barrio Rivadavia, el último suspiro de un santafesino que murió en París. Ese movimiento que me rompe las pelotas, porque ese final trunco se escribe en Francia, ¡Mon Dieu!  Movimiento, un movimiento más, hacia el atardecer, rio abajo, con la lluvia, llegó el otoño, y con el otoño el tiempo del vino. ¿Desde dónde habremos partido? ¿Hacia dónde habremos llegado? La lectura es acción imparable. Todo lo destruye para volver a construir, para volver a destruir, para volver a construir…

 

*Juro que estuve pensando todo el tiempo en este tema, mientras escribía:

***********************La foto está sacada del sitio: Río Colastiné, desbordado. En la boca del Ubajay /Santa Fe. Autor fotos: Pablo Cruz (colaboración especial para educ.ar). | Foto, Santa fe, Río (pinterest.com), pero toda retocada por mí, por lo que pido disculpas*******************************************Humildemente, Juan, del barrio Rivadavia, Mar del Plata-Batán********************************

La política del pudor

 


Si no trasingís y llegás a un arreglo, o lográs una victoria pírrica o te quedás destrozada, hecha una ruina. Te convertís en el eco fantasmagórico de un muro destruido. (Suave es la noche, Francis Scott Fitzgerald)

 

¿Qué otro sonido menos audible que el que nació para no ser escuchado? Ese parece ser el mejor tono con el que vamos marchando, cruzando cualquier semáforo, en cualquier esquina del mundo. Esto vale para el lugar que sea. Y acá incluyo, además, el traslado temporal. Porque una esquina de hoy en el barrio Rivadavia, dialoga de manera directa con las esquinas de los barrios porteños que Borges celebraba en un atardecer, o con esos rincones donde se tiraba a pincharse heroína William Burroughs, después de haberle hurtado a algún ebrio unos cuantos dólares, para continuar en esa forma de vivir. Y todos igual de cuidados, susurradores apenas, cultores de la voz baja, unidos por el vicio de la invisibilidad. Nosotros, digo, cruzando calles con la mirada perdida en la rutina, pensando siempre en eso que viene después, y qué cagada que se me rompió el flexible de la chota canilla de la bacha, lo tengo que cambiar y a esta hora la ferretería está cerrada, y qué carajos voy a hacer para comer, y cómo mierda me voy a arreglar para llegar a buscar a los pibes a tiempo a la escuela, y para qué mierda me habré metido en este laburo del orto si no me pagan ni para cubrir el alquiler, y para qué carajos me habré puesto a salir con esta persona que tiene más quilombos que los que traía yo encima, y qué carajos voy a hacer si no parece que haya nadie que quiera darme una mano, y qué mierda que me tocó ser tan orgulloso como buen argentino, y la yuta que los parió a todos los que gobiernan váyanse al carajo, se me pinchó la rueda de la bicicleta… Un largo etcétera de sucesos cotidianos que este personaje, que se sienta en la esquina de siempre del barrio Rivadavia – cito Castelli y Francia -, suma arbitrariamente para llegar al fatal destino de tod@ compatriot@: soy la persona con más mala suerte del planeta, no me sale ni una, la recalcada…Mejor parar acá para tomarme un trago de birra y que el efecto burbujeante me afloje las piernas y empiece a sentir que todas las cosas de este miserable mundo me chupan un huevo. ¡Ah! Ese consuelo reconfortante bien de nuestro país, porque ya me acabo de dar cuenta de que nada voy a poder hacer para solucionar todas esas cosas que no puedo controlar. Aflojar los brazos, apagar la cabeza, ir aceptando que lo único omnipotente en este mundo es la crueldad. Listo, salir de melancolía, acto seguido, desengaño, evitar el llanto. Que la tierra me trague un rato vendría bien, pero esta tierra siempre se empeña en escupir, mal del país. Un poco más y me olvido de por qué llegué a esta situación, aunque sé perfectamente, pero viste que el dolor no percibido por la razón no es dolor del todo, ojos que no ven y eso. En fin, ya estoy perdiendo el hilo. Cierto, la frase de Fitzgerald, que para algo la habré copiado, o solo fue una joda. Bastante mala, ¿no? Porque mejor que vivir arrodillado es morir de pie, como decía el Che, pero resulta que ya nadie se acuerda de lo que era estar de pie, erguido. Puede ser que hayamos involucionado y vuelto a andar en cuatro patas, o puede ser que en realidad lo que logramos es una evolución difícil de entender como tal. Como sea, no me hagan caso, es mejor pelear, porque nadie quiere ser un eco sordo de tristes ruinas ¿Verdad? ¿Cuánto pagarán por eso? ¿En serio?, hay que hacer eso nomás y listo, ¿salvado de por vida? No entendí el dilema de la serie coreana, esa del todos contra todos, y que el último que sobreviva se lleve el premio para él solo. Es lo que sucede a diario desde que tengo uso de razón. Todas las peleas, que son siempre a muerte, terminan igual. Los arreglos, las agachadas, son parte de lo mismo. Y no me jodan con que ahora la humanidad se va a poner a zapar una de Lennon y listo con toda la mierda. Imposible, lo que va es una música bien apocalíptica, una melodía que sea una patada en las encías, y otra vez a correr para el lado que se pueda, falta poco, y todavía hay que seguir alimentándose ¿Quién habrá perfeccionado estas máquinas de hacer mierda todo? ¿La naturaleza, los dioses, una explosión mala leche? Eso, ¿cómo pueden pensar que un Universo puede generar algo lindo a partir de una explosión? No tiene sentido. No tiene sentido seguir nadando contra la corriente, porque no hace falta. No hay corriente, para empezar. Eso mismo, intentemos llegar a un arreglo. Ya te dije, soy de acá a la vuelta, pretendo seguir caminando con la cabeza gacha, pasar desapercibido, no generar más explosiones. Si vos andás con ganas de incendiarlo todo, te dejo el camino a partir de acá ¿Yo? Me quedo al costadito, no te hagás problema, desde esta vereda lateral al mundo las cosas se suelen ver menos borrosas, las ruinas suelen ponerse a tono para comunicar. Más vale estar atento y seguir escuchando. Hablé demasiado y la cagué por completo, más de una vez. Qué lindo cuando la tarde se va sin que nos demos cuenta, y girar para ver por última vez al sol, que sale sin barbijo por la 226, todos los días. Una ruta que es como uno, ¿no? Una orilla, un abismo, el vuelo bajo y tranquilo, una sombra de escombro, un flexible que ya dejó de intentar sostener lo que pesa mucho.

Cuando el mundo tira para abajo,

Burroughs lo sabía,

mejor aceptar la vida

como viene en la segunda mano

y que al final

nos salga el tiro por la culata,

sin que haya nadie en frente,

obvio,

¿no?


****Y bueno, en una de esas, por ahí somos human@s, víctimas nomás:

**************************************************************************************************Humildemente Juan, desde el cuarto blanco del Rivadavia*************************************

El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...