“Salió de
su casa y tuvo que atravesar el universo entero para llegar a la esquina, de
modo que ahora sabe el esfuerzo que ir hasta la esquina exige, y lo que lo
inmediato significa” (La grande, Juan José Saer)
Sentarse en
la vereda, una semana más, para comenzar a darnos cuenta de que las mismas
cosas no son las mismas cosas, los mismos atardeceres no tienen nada que ver
entre sí, que hay que tener muchas ganas de que la gente que vimos hoy se
parezca a la gente que veremos mañana, aunque sean las mismas personas. Algo de
eso nos puede dar vueltas por la cabeza esta tarde, empinando un genial trago
de cerveza, la bebida que aclara la semana, porque nos permite ponernos bien en
pedo. Y no me vengan con eso de la moderación, porque si me pongo a tomar
cerveza es para alcanzar el estado de ebriedad, que tiene mala fama en los
consultorios, pero que es de lo más efectivo contra cualquier dolencia. Sobre
todo emocional. Somos como hojitas que se van secando en el universo, me dijo
una vuelta alguien que ya no me acuerdo quién es, porque en el momento en que
me dijo esa pelotudez, me alejé. No te olvides de llamarme, esa otra frase que
nunca pude entender bien del todo, porque si ya estamos hablando ahora, ¿para
qué estás pensando en el después? “Cierta simpatía distante”, el parte médico
es bastante irrefutable en mi caso. Aunque pondría dudas sobre la simpatía. Lo
de distante me trae recuerdos, algún personaje de Roberto Bolaño, un grupo de
poetas que se juntan a cagar sobre los libros clásicos, literalmente. Como sea,
frases de esas se construyen todos los días y no hay mucho por hacer, porque
después se esparcen y se pegan como la mugre de las capitales, hasta que te
cruzás con esa misma persona – que ya no es tan misma – y te lanza en la jeta
un papel de galletita de la fortuna. “Hoy puede ser que las cosas te salgan –
más o menos – bien”. Y ahí vamos como ganado – otra de esas frases que se pegan
como moscas – deambulando en un infierno (semi) dantesco, buscando a Beatrice o
a Virgilio – dependiendo el gusto – para que nos saquen hacia un lugar un poco
menos tortuoso, pero diciendo a cada rato: “aguantá, aguantá, mirá como se
queman esos tipos en sus propias tumbas, ¿qué habrá más allá?”. Te invito a que
no nos sintamos mal por ese vicio burgués de sacar cierto goce con la
contemplación de la desgracia ajena, y ni te esfuerces en querer decirme que
vos no, porque si eso fuera cierto las cosas tendrían otro tinte, y cada mañana
sería como cada mañana. Sabemos que no es así, sabemos muy bien que las
medialunas son de ayer, que las pintaron con almíbar, y que el café está un
poquito más aguado que lo que figura en el recibo. No pasa nada, en serio, todo
bien, yo también tengo mis apioladas, porque sino sería imposible sobrevivir en
este mundo post todo. Algunos les dicen “mentiras blancas” – los más racistas
- otros “mentiras piadosas” – los más
religiosos, que son todavía más racistas -, pero tod@s las padecimos y las
ejecutamos más de una vez, en nombre de la civilización, porque en verdad no
creo que salga nada bueno de la sinceridad absoluta. ¿Por qué? Porque,
sinceramente escribiendo, nadie es tan buena persona como para que su
sinceridad sea algo lindo. Vale decir, si le pedís a alguien que te sea
sincer@, agarrate, porque lo que sigue va a ser pura crueldad. No, de verdad,
ni te molestes, no hay excepciones a la regla, ni siquiera esa persona en la
que estás pensando. Claro, te mintió, obvio. Pero no pasa nada, es parte del
código de convivencia que firmamos sin mirar bien la letra chica. Lugar común
número no sé cuánto, porque creéme cuando te confieso que no hago más que
escuchar hablar a la gente que pasa por Jara y por las veredas del barrio
Rivadavia, y después me siento a escribir mientras me emborracho un poco, hasta
que finalmente y como por arte de magia bien barata y mediocre, sale una
especie de editorial de aproximadamente cien palabras. Fácil de digerir,
difícil de interpretar. Una editorial, decía, pero de una revista o diario que
no existe. Y tanto mejor que no exista, para mí y para vos. No me gustaría
tener que trabajar con un grupo de chupa tintas, y verles la cara mientras me
dicen que lo que escribo es una real cagada, pero que si vende no pasa nada,
está todo bien y felicitaciones, por qué no te escribís una novela y etcétera.
No tengo pasta para esto. Lo que tengo es una voracidad de lector omnívoro, un
par de cervezas negras, un faso y la novela de Saer que me niego a terminar.
Otra vez con lo mismo, me meto en ese vínculo sagrado y me cuesta horrores
salir. Todavía viajo a través de los ojos de Carlos Tomatis, contemplando la
ruta en las afueras de Rosario, el cordón urbano ahorcando la gran capital, que
semeja una especie de tierra prometida en la que vale todo por alcanzar los
deseos implantados, que nos llevan a la inevitable violencia. ¿Qué se
esperaban? Demasiada propaganda, demasiado sol para unas cuantas gentes lindas,
y allá a lo lejos bajando un montón de otr@s exigiendo su pedazo de paraíso
terrenal, su lugar en el universo indivisible. No existe tal cosa, en serio.
Perdón por interrumpir tu sueño, que en verdad es de otr@, que en verdad está
prefabricado. Y el final de (casi)siempre, el consuelo de que yo así estoy
bien. Ok, no podemos cambiar el mundo, mejor dicho no pudimos, pero al menos
somos capaces de pensar en lo siguiente: un pedazo de mundo es un pedazo de
mundo, acá y en cualquier parte del universo. Esta vereda de mierda es
cualquier parte del mundo, y cambia todo el tiempo, segundo a segundo.
Entonces, por carácter transitivo, yo estoy condenado a lo mismo, vos también.
Ayer fuimos est@s, hoy somos aquell@s, mañana seremos es@s. Un cambio de
perspectiva constante y fundamental para no ser tan universalmente ortivas.
******Y para volar de fondo:
👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
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