Estaba
pensando en que hoy, tranquilamente, podría haber muerto atropellado en la Ruta
Nacional 2, a la altura del barrio 2 de abril, a las 2 de la tarde, cuando 2
camiones pasaron como corriendo una picada, a lo Rápido y furioso 2, y yo quedé en el medio, a la buena suerte que
me quisiera dispensar la tan amable y resentida Santa María de los buenos aires.
Quedé como el jamón y el queso entre medio de dos panes, en la bicicleta libre
de mayonesa, que se bancó la fuerza de los 2 dinosaurios automotores. Después
de eso estuve un tiempo impreciso completamente paralizado, hasta que el susto
se fue acomodando en mi cuerpo, se fue adaptando de tal manera que el resto del
día se me pasó aprendiendo a olvidar. Más tarde, me dieron ganas de comer todo
lo que quisiera y de tomar a gusto, como si no hubiera mañana. En verdad, casi
que no hubo mañana para mí, aunque sí para el resto del universo, que continúa
su marcha sin mirar a los costados. Afortunadamente, me pude poner a escribir
como todos los días, y decidí comenzar por agradecer a todas las personitas que
cada tanto se paran unos minutos sobre estas y otras líneas de mi autoría. Una
vez me preguntaron si yo pensaba en alguien cuando escribía, y la respuesta
absoluta es que la operación es exactamente a la inversa. Cuando escribo se me
da por olvidar. Trato, pongo todo el esfuerzo en olvidarme de mí primero, y
luego de todas las personas de carne y hueso que me encontré en los últimos
cien días. Puede ser que recuerde a alguien antes de ese tiempo, sí. Puede ser
que se me venga a la memoria alguien que me encontré en el futuro, también.
Pero, por lo general, lo que hago es olvidarme de todo y de tod@s. De verdad,
lo que queda son palabras y lecturas, y horas de ensayo de escritura, pestañas
hechas fuego y ampollas en las manos. Luego, viene la hoja en blanco y ahí
empieza el juego. A lo mejor es un intento por aliviar la carga de los días, y
todas sus consecuencias agradables y de las otras. O tal vez sea una excusa
para referirme a lo que no me atrevo a decir en sueños. Quién sabe, yo no. No
estoy ni cerca de pensar en lo que hice en la semana, o en lo que pienso de
esas personas que me hicieron “x” cosa. Sé muy bien que a veces parece que sí, que
la simulación es muy creíble, que si escribo “ayer a la tarde estaba sentado en
la misma esquina de todos los días del barrio Rivadavia”, ese lugar existe y yo
estoy unido a él. La confesión sería: ni idea. Supongo que ese es un no-lugar,
un espacio perfecto para no estar, para dejar que la escritura fluya en su
libertad. Sobre todo, los lugares escritos tienen una característica especial:
no me traicionan. Eso resulta impagable para una persona perdida como yo. Tener
un espacio, aunque sea literario, un espacio imposible de comprar o vender, un
espacio que puede materializarse en cualquier parte y en cualquier condición,
un espacio por fuera de la lógica racional, por fuera del peso de la Historia,
por fuera de la vida cotidiana que marcha al pulso del post-capitalismo
salvaje. Sobre todo, un lugar que no necesita explicarse a cada instante, en
cada tiempo, que puede mutar cuando le de las ganas, que puede cagarse en todo,
y que especialmente se caga en mí cuando lo siente. Ese espacio en que te
invito semana a semana a que nos encontremos, a ciegas, con los cuerpos
desnudos en la mano, con los espíritus sueltos, dispuestos a saltar hacia el
vacío que haga falta. Porque si no fuera el caso ¿para qué carajos existirían
la escritura, la lectura? ¿Para qué existiríamos vos y yo? A lo mejor, una de
estas tardes tengamos la desgracia de encontrarnos. Te anticipo el final de la
película, como una suerte de espóiler de la vida: me vas a terminar odiando. De
verdad, no soy una buena persona. No me gustan mucho los perros – sobre todo
los ajenos -, no soy bueno animando a nadie, no comparto el mate, me levanto de
muy mal humor y tengo la mayor parte de la ropa interior agujereada. En fin,
soy más malo que las arañas. Pero eso poco importa, acá, en este no-lugar donde
me atrevo a decir Yo y Vos. Además, soy tímido y bastante feo. Una confesión
que no me convendría hacer en ninguna red social, si lo que busco es una pareja
“estable”. NO, soy más bien, una posible despareja “inestable”, que suele comer
mucho arroz y que sueña con vivir en Tokio, abandonado en cualquier esquina de
ese barrio que está entre las montañas, y que tantas veces veo dibujado en los
mangas de Inio Asano. Por eso y por todo lo que me falta por escribir, te quería
dar las gracias. Gracias por estar ahí, todas las semanas, leyendo algunas de
estas palabritas. Gracias por no olvidarte de la literatura, y por pensar que
podemos imaginar cambiar el mundo, al menos, unos minutos, hasta el próximo
intento literario. Gracias por no dejarme tan abandonado, con la botella de
cerveza caliente en una mano y el librito de Mario Santiago en la otra. Claro,
“que a la poesía la salve su chingada madre, porque yo me cansé”, que a la
literatura la hagan las palabras que tengan ganas. Y que l@s lector@s florezcan
como moscas insoportables, que le ganen a la inflación inhumana y que seamos
felices por siempre jamás. Aunque sepamos que todo es una gran mentira, y que
la verdad es lo imposible para el estúpido lenguaje. Un intento por agradar al
atardecer, que nuca se va a fijar en nosotros, pero que es tan lindo. Vale mil
fotos, y vale la oportunidad, cada vez que lo sintamos.
***Y se escucha de fondo, en este leeeeeendo atardecer:
******************************************************************************************************Con humildad, Juan, desde el Rivadavia***************************buenas cosas y deseos******************
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