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Una foto y la realidad



“Podemos entonces concluir diciendo lo siguiente: en nuestra sociedad que, debemos reconocerlo, se encuentra en la actualidad un poco a la deriva, únicamente la esfera material funciona como referencia de realidad, y como el origen, la finalidad, la extensión y la naturaleza íntima de lo material se nos escapan, tenemos la impresión de haber perdido el sentido del mundo o de que vamos a perderlo o de que ya estábamos perdidos antes del inicio mismo del tiempo y de las cosas” (Juan José Saer, La narración objeto)

 

No hay mejor manera de terminar la tarde y empezar a escribir, que contemplando una imagen estúpidamente idealizada de… una tarde. Que pude ser cualquier tarde, con cualquier sol en plena decadencia, cayendo sobre uno de esos campos que parecen tan adorables con ese orden cuasi religioso, pero que en realidad esconde varias otras cosas muy turbias, que también conforman el hermoso y caótico complejo que llamamos realidad. Porque además de todo ese aspecto tan benigno de la foto, del paisaje, del sonido de una suave brisa y etcétera, hay que aclarar:

1) El sol es una estrella muy dañina, y que más que acariciarnos lo que hace es mantenernos a raya. Por eso duele tanto cuando uno intenta mirarlo, o quema de tal manera aunque estemos a millones de kilómetros de distancia. Así que basta con eso de que los rayos del sol nutren, porque lo que en verdad hacen es quemar y matar. Linda forma de aclarar las cosas y esa parte de realidad. Además, sabemos perfectamente que un buen día tendrá su último resplandor, se agrandará como una pelota naranja y gigante, y luego llega el FIN, o The end. No habrá más capítulos para la humanidad después de ese último brillo.

2) Los venerables campos sembrados, imagen de la libertad y del granero del mundo, de un país pujante que busca su lugar en el planeta, un lugar de producción y crecimiento. Pero todo a base de pobreza, precarización laboral – y soy bueno, porque deberíamos hablar de esclavitud en lo que refiere al trabajo rural- y presencia total de monocultivo, que en verdad es un producto transgénico, que depende ya no tanto del agua sino más bien de la lluvia artificial de agroquímicos, que derivan en una contaminación de tierra y aire cuyas consecuencias pagan los organismos vivos que le pasen cerca y que intenten respirar. Todo sea por los dólares, el verdadero monocultivo mundial, que practican unos pocos.

3) Del otro lado de la foto, está la fábrica de Coca Cola, como perdida en el medio de la nada. Un tramo de campo semi regalado a la multinacional, que a cambio se encarga de regar con su pis oscuro los cuerpos de cientos de miles de personas que consumen pasivamente un producto de mierda, que sirve mejor para aflojar tornillos. Pero de lejos también se ve bien, hasta parece que haya personas laburando allí con cierto aplomo y tranquilidad. Alabado sea el Papá Noel cocacolero, que llega con sus bolsos llenos de gaseosa y se va para cualquier paraíso fiscal, con esos mismos bolsos pero llenos de pesos argentos, que parece que sí los aceptan mejor en otros lugares. Paradojas de la argentinidad, y felices fiestas.

4) Otra cosa que se ve en el fuera de cámara de la foto, por ruta 2, es uno de esos nuevos/viejos barrios privados, donde los escasos ganadores de la era de la post pandemia buscan refugio para ellos y sus familias, mientras imaginan el día final del resto de la humanidad que, lamentablemente, no pudo adquirir su espacio seguro y libre de chusma y colectivos de línea. Igual qué cagada, porque cada tanto aparece un grupo entongado con los de la seguridad de los barrios privados, y en una de esas también se las ponen, o se matan entre ellos por un mal asado de domingo, y al otro día hay noticia en todo el país “Crimen en el country de Marpla”, y el escándalo se hace universal, y vuelta al primer mundo pero por la puerta de atrás.

Igual la foto me gustó, y es una de esas cosas que te permiten el hecho de andar bicicleteando por diferentes partes de la ciudad, ahora que se puede, ahora que no está tan asesina la pandemia. Igual cuidado, porque como bien muestra la imagen, todo ese paraíso ideal se puede desmontar en un parpadeo. Mejor aprovechar el momento de disparo de la foto, una epifanía y la sonrisa como instantánea. Después, ya con el siguiente temporal encima, darle vida nuevamente a través de las redes sociales, el afamado no-lugar que extiende nuestras alegrías, o les da una suerte de segunda vida. Pero a no engañarse, ya es pasado, el paisaje no está, no estamos sonriendo, y del cálido momento queda un me gusta, un corazoncito, una carita de felicidad fingida, la sensación de que toda imagen pasada fue mejor. En verdad, si me sacara una foto ahora, vería un cuerpo flaco, desgarbado y ansioso, esperando por volver a tener la oportunidad de esa sonrisa, esa tarde, ese sol tibio. Pero, por favor, lejos de las cosas que están mal en la sociedad, y que ya enumeramos más arriba. En lo posible, un buen abrazo estaría más que bien, un “cómo andás tanto tiempo” y barbijo, un trago de cerveza, las espaldas contra el paredón, la misma esquina de Castelli y Francia, y un par de buenos deseos para el año que viene. No porque vaya a pasar algo muy diferente a lo de hoy, sino para asegurarnos algunas lindas tardes al sol, con un sentido mucho más humano que el de ahora. Volver está hermoso, pero podemos esforzarnos un cachito para seguir volviendo un poco mejor, mejor sembrad@s, más hermanad@s, más repartid@s, más amoros@s, menos contaminad@s, menos egoístas. Sobre todo, mucho más atent@s al sonido del viento, a sus advertencias, porque no tenemos más que este mundo, no tenemos más que esta vida. Las cosas y la realidad son lo que queramos hacer con ellas, aunque no sepamos definirlas con precisión. Puede llegar a estar muy bien que no nos vayamos a la mierda. Tranquil@s, hay lugar y comida para tod@s. Será cuestión de ponernos de acuerdo.  


******Y como para continuar con la temática, música de fondo para cualquier tarde soleada:

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