Luego del
último apocalipsis, después del tercero o cuarto que me toca sobrevivir en casi
cuarenta años de vida, es debido volver a creer en las historias, otra vez.
Recolectar algunas, descartar otras, pero empezar a renovar ese sendero
fundamental, para poder sentir que la vida vuelve a ganarle el partido a la
muerte, al menos en sentido figurativo, en el sentido del arte, por caso.
Entonces, una buena manera de recuperar algo de eso es volver sobre el cine y
sus allegados, y en el formato que sea y como sea. Lo que voy a hacer a
continuación es tratar de unir mediante un caprichoso punto de vista, una serie
de películas y charlas que pude ver aleatoriamente en el último festival de
cine de Mar del Plata, que ya no tiene un lugar sino que es más bien un espacio
vaporoso y trasladable a cualquier habitación del mundo. Lo que tengo primero
dando vueltas, es una frase de Alex de la Iglesia, que decía más o menos que lo
que nosotros nos imaginamos que es el cine no existe, y que lo que sí es cine
es lo creativo caótico, todo el tiempo asediado por imponderables que tienen más
que ver con el mundo de las finanzas y las reuniones por zoom para rogar un
seguro o más presupuesto, que con largos días de rodaje idealizado en hermosos
estudios, a pocas cuadras de playas soñadas. Y lo que sale de eso es una
especie de esquizofrénica película sobre un lugar mega turístico que en verdad
es otra cosa muy diferente a lo que el imaginario colectivo construyó. Saltando
para cualquier otra sala virtual o real, las diferencias ya son bien borrosas y
no importan, lo que veo ahora es una suerte de tragicomedia, o de comedia
absurda con trasfondo trágico, que cuenta la historia de un grupo de idiotas
que buscan un sentido a su vida mediante los mensajes de extraterrestres y
avistajes de OVNIS, lo que los lleva a poner en riesgo la vida de un par de
niñas que son traficadas como depositarias de órganos vitales para el mercado
negro, toda una trama tremenda que tiene su núcleo en la inocencia de un grupo
de personas adultas con las cabezas averiadas por las teorías conspiranoicas,
muy de estos tiempos. Todo un llamado de atención a no exagerar la ficción y la
alienación y el dolor por la soledad y las frustraciones de la rutina, todo lo
que viene al caso para mí en medio del festival y caminando como un zombie a
cualquier hora por las calles del barrio Rivadavia, que podrían ser las de
Villa Domínico, donde una joven traslada todos los días su cuerpo desde una
piecita hasta el colectivo y de ahí a la fábrica, para volver al ritmo de un
reloj robado, que va a desatar el drama máximo de una película sobre el trabajo
y lo que dejó la pandemia en los barrios, que no es más que una reafirmación de
lo que venía siendo antes. Otra muy buena es ese documental de un mexicano en
Vietnam, que viaja en tren junto a su hija de ocho años, para visitar a un
amigo que acaba de asesinar a una señora, y que fue abandonado por el resto de
la humanidad, entonces solo él decide acompañarlo en un momento tan complejo,
recorriendo Vietnam de una punta a la otra con una cámara, su hija y la idea de
que en la oscuridad todos somos iguales, y que a lo mejor esa luz que pensamos
que tenemos en el interior, no es más que una linterna que se va quedando sin
pilas, hasta que ya no hay nada más que alumbrar, sombra con sombra quedamos
igualados y podemos ser asesinos también, en cualquier instante. Inquietante,
reflexiva y un tanto monótona en su peregrinaje. Nota: el tren vietnamita me
pareció muy similar al tren Mar del Plata – Capital, pero mucho más rápido, y
en vez de campos con soja transgénica, allá tienen campos de arroz, con estanques
para peces que en verdad son huellas de bombardeos de los yanquis reutilizadas
con mucha imaginación. Y una curiosidad más: el director mexicano formó un
grupo de realizadores bajo el lema de Hanoi, que tiene una cláusula muy
particular, ya que quienes forman parte del grupo se comprometen a destruir sus
películas pasados veinticuatro meses, todo por una cuestión artística y
filosófica que no parece tener mucho sentido. Algunas cosas más pasaron entre
pantalla y pantalla, un yanqui con su mujer filmando un viaje por el lejano
oeste en plena pandemia, perdiéndose entre desiertos, montañas y plantas, todo
para mostrar un documental viajero destinado a retratar los lugares que
funcionaron o funcionan como silos nucleares, y que eso sería algo así como utilizar
la tierra como arma, lo que estaría arraigado en Estados Unidos desde el
genocidio de los blancos colonos contra los pueblos originarios. Un contraste
fuertísimo entre las hermosas imágenes y juegos de colores que plantean los
directores, con la voz en off que cuenta historias de muerte y destrucción. Y
claro, en la charla post proyección, el mismo problema de siempre: la
financiación de los proyectos artísticos, en Estados Unidos como en Singapur o
en Argentina. Todos los artistas hermanados en la miseria de los presupuestos,
porque un poco manejar estados es administrar miseria, mientras capitales
volátiles organizan sus saqueos y ponen la guita en los lugares comunes de
siempre, para generar un centro que funcione de control total, el panóptico pero
al revés, porque ni siquiera hace faltar mirar el todo, mejor es velar por lo
que genere ganancia y que el resto haga lo que pueda en la oscuridad.
¿Oscuridad igualadora? Mensajes, historias, y una conclusión un poco más
positiva: vi muchas películas de viajes y movimientos y exteriores y paisajes
al aire libre, todo lo que se necesita para salir del encierro pandémico. No
recomiendo nada en particular, sino que cada quien busque las historias que
mejor le parezcan, porque lanzarse sin saber qué va a pasar resulta más
estimulante. Para nadar en aguas calmas y previsibles están todas las
plataformas, los medios de (in)comunicación y redes (a)sociales que acomodan
las cosas en el lugar que quieren. Para desarmar, desarticular, y construir
otras diversidades, están el arte y la vida, y este último trago de birra en un
día más de calor en esta esquina de toda la vida. A lo mejor, me ponga a rodar
mi propia película, sobre las medianeras del barrio y su inalcanzable historia,
sobre los baches de Jara y las tardes manguereando veredas, y sobre las noches
sobreviviendo a la tentación de apagar la última luz, para desvanecerme
completamente hasta que no quede un suspiro más que regalarle al universo de
estrellas de por acá.
*****Y con una música de fondo acorde:
*************************Humildemente y con los ojos rojos, Juan***************************************The end******************************
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