Porque
existe una esquina
donde suele
citarse la memoria
con la
imaginación
y las
huellas se hunden
hasta
pisar, no sé, dudosamente,
la
conciencia del tiempo.
(Dudosa geografía urbana, Luis García
Montero)
Caminar
sobre las veredas mojadas, con el riesgo a derrumbe que relata un día gris de
invierno, una de esas fechas históricas que elegimos creer para no reventar,
fecha que cae a mitad de una semana jodida en el barrio Rivadavia. Y la esquina
de siempre, ahora citada por la memoria, como el lugar donde se extiende toda
una poética. Una poética que es tan resbaladiza como los cerámicos mojados de
las calles de por acá nomás. Requiere de caminantes precavidos, por supuesto.
Unos que sepan ir combinando los pasos, poner los pies en orden y a velocidades
distintas, olvidarse de la totalidad que plantea la simultaneidad del salto o
la carrera. Primero, lentamente, un pie se apoya con firmeza sobre esa materia
resbaladiza. Luego, el otro pie se apura en alcanzar la misma posición que el
primero, como arrebatándole la sombra. Pero es algo más bien metafórico, porque
en un día nublado no existen las sombras, y porque ningún pie tiene intenciones
de nada, solamente ofrecer estabilidad, en lo posible. La alquimia se emparenta
con la poética de la esquina, que resbala en cada verso y que siempre está a
punto de caer. Y en camino de volver a comenzar con esos versos que contaban
los productos a abonar, con algún miserable descuento, en la caja registradora
del chino de siempre. A lo mejor, una poética que traslade su peso a las
góndolas, como para sacarle rédito a un día feriado plenamente perdido en…casi
nada, tiempo muerto…mejor dicho, tiempo resbaladizo, el tiempo de una
prehistoria que solo ofrece papeles en pésimo estado y muy mal escritos, y unos
retratos de personas que no se parecen en nada a esas figuras recreadas en
óleo, con rasgos más cercanos a la ciencia ficción, a la fantasía y los deseos
de quien manejara el pincel. En eso un prócer muy mediocre puede llegar a tener
mayor glamour que alguno otro fundamental, por obra y gracia de un mejor
pintor. Unas sabias patillas, una mirada penetrante, una figura esbelta y digna
de la estirpe Aquea…y haber sido escrito como un muy mal estratega de una
batalla que ya estaba decidida antes de empezar. Después, el poeta divide en
versos una hazaña que no existió, y ahí tenés algún himno nacional en ciernes,
solo restará que alguien se digne a ponerle la música, todo eso formando parte
de la historia, o mejor dicho, formando la historia, hasta que por arte de
magia de los habitantes del futuro, por ahí se descubre el fraude y el que era
amado pasa a ser odiado mientras sus restos mortales (muy muertos) son
exiliados del país…Luego pasan los años, hasta que otros habitantes de otro
futuro hacen la interpretación que es debida y recuperan la imagen impactante
de aquel prócer mal hadado, y vuelta repatriar sus restos y ese himno que lo
inmortalizara…por lo menos hasta que otros habitantes de otro futuro lo vuelvan
a ejecutar, y esta vez con intenciones definitivas, sin heroicidad que pueda
ser recuperada por historiador revisionista. Nada, el pasado como tierra
arrasada, y la esquina que se pregunta por qué seguirá funcionando ese
mecanismo tan cruel, y cuánto tiempo más pasará hasta que le toquen a sus
veredas el terrible destino…el olvido…cruel huella muy bien cubierta, y que nadie
podrá destapar, porque el presente está atado a la proa de lo que vendrá, por
temor a verse reflejado en eso que ya no es. Los versos se vuelven cómodamente
desoladores, cada vez más vidriosos, difíciles de explicar. Ya nadie quiere que
le relaten unos versos, no se necesita de la poesía para nada más que una
distracción pasajera que se consuma en unos cuantos caracteres de red social,
cualquiera de ellas. ¿Y todos esos versos que se escriben en la esquina, que se
escribieron, que se escribirán? Poética de la vereda mojada, caminar con verso
firme, prohibido saltar, trabajo arduo para la memoria, no perder todos esos
relatos que nos hicieron las personas que somos hoy, no perder esos relatos que
hicieron a las personas que tanto deseamos recordar porque ya no podemos tener
en frente. En eso está la esquina,
Francia y Garay, lugar donde los versos resbalan y se quedan fijos en un
espacio del tiempo, y esperan ser descubiertos cada día de cada semana. La
mayoría ni los advierte, pero por suerte hay alguna que otra mirada que se posa
sobre ellos, permitiéndoles vivir un poco más, expandirse en el siempre
resbaloso escenario literario de la ciudad. Una hazaña sólo reservada para
quienes se acercaron al fuego purificador de la poesía, y que con
esa epifanía lograron construir ese espacio firme sobre el que poder pisar,
tomar impulso y seguir camino. Pero siempre mirando hacia atrás, primero, para
afirmar un presente y perfilar esa esquina en el futuro. Poética de la vereda
mojada, poética de una esquina del barrio Rivadavia, poética que recomienda parar
el espíritu en seco, al menos una vez al día, para recordar esos versos que
alguna vez fueron la historia más gloriosa de nuestro suelo. Luego seguir y
dejar el legado en esos otros espíritus que, a lo mejor, olvidaron su pertenencia,
su identidad, su memoria. La esquina espera, sus versos están ardiendo,
esperando por volver a penetrar los corazones de una razón que se quiere dueña
de toda la realidad, ese discurso que se construye implacable pero que no deja
de generar sombras en los rincones, en las esquinas. Tal vez, los versos sirvan
para eso, poner luz donde la pretendida verdad quiso oscuridad perpetua.
Repatriar las ideas y los sinsabores de quienes ya pasaron por aquí hacíéndose
las mismas preguntas, batallando las mismas batallas. Tal vez hoy tampoco nos
toque triunfar, pero la historia la escriben los que tienen las ganas de
escribir.
****y como música de fondo no puedo dejar de proponer...
***************************humildemente, Juan*****************************no sé por qué, justo hoy, no se ve el sol en el cielo*************************ahhhhh Billieeeeeeeeeeeeeeee, te amo taaaaaaaanto************
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