Una novelita marplatense (parte 11, más de noche, en ese mismo lugar...)

Desde el abismo…el personaje joven/enamoradizo entró en un coma más profundo a causa del virus intrahospitalario – eso sería el previously del capítulo anterior -. Un clásico que se refuerza con los años, porque los virus evolucionan para peor, van moldeándose lo suficiente como para hacernos más difíciles las cosas. La cosa: matarlos antes de que nos maten. Pero bueno, siempre van a estar un paso por delante, o unos cientos de muertes por delante antes de que algún laboratorio acierte con la cura, la venda en dólares para que se salven unos pocos, y después mutar nuevamente y otra vez a laburar sobre la base de la cura anterior, y así. Mientras tanto, esas desafortunadas personas que mueren son héroes y heroínas de la historia. Muchas lágrimas en el medio, juicios a los hospitales o clínicas o a laboratorio mercenario o a quien corresponda, para luego seguir adelante hacia………el abismo, nada menos. El lugar donde este personaje adolescente casi caía en un más allá del coma que, creo, todavía no tiene nombre. Otro de esos no lugares, o casi lugares, donde perderse para siempre, o casi siempre. Pero el tema con estas cosas es ese, no se puede decir que la persona en cuestión terminó de morirse, ni que empezó a recuperarse. Está pero no está del todo, no está pero no se fue del todo. Una para acá, otra allá y en ninguna parte. El abismo, podemos llamarlo. Una suerte de road movie sin copiloto, sin auto, sin paisaje. Pero se siente como viajando igual, levitando en el espacio infinito, por entre la enorme distancia que se dedican las estrellas. Y la escena es tan monótona y quieta que pareciera que no se avanza hacia ningún lado. Pero sí, la mente percibe un movimiento estrepitoso, como sabiendo que se está alejando para siempre de lo conocido, de lo racional. Y ahí las leyes físicas cambian, el tiempo y el espacio son otra cosa. Una suerte de reino del narrador de la historia. Un lugar de mierda, un lugar en el que mejor no estar mucho tiempo, un lugar que si uno pudiera obviar estaría más que bien. Pero este personaje confundido cayó ahí y pobrecito de él. Cada tanto, una suerte de relámpago le muestra el camino que sería de regreso, pero hay que estar demasiado atento como para darse cuenta. Por lo general, los personajes que caen en el abismo se terminan muriendo a las pocas horas, unas cuantas páginas después. Un pre viaje hacia el más allá, pero que no se percibe como tal. Se percibe como una pesadilla minimalista y uniforme, como si se estuviera en un cubo oscuro, dando vueltas, buscando algún extremo, pero sin sentir ningún tipo de sufrimiento, ni dolor, ni frío o calor extremos, ni cansancio. Lo que sí se siente es que las cosas no están bien. Que la vida se quedó lejos, y que ya nada de lo terrenal tiene lugar ahí, en ese cubo del abismo. Algunos lo pueden confundir con la felicidad, otros con el infierno. Pero en verdad es un estado más, indefinido, poco claro, del que existen escasos testimonios por obvias razones. Para colmo, las pocas personas que logran volver de ahí terminan mezclando la experiencia con fragmentos de películas en las que se veía una luz o un pariente muerto, o un perro angelado, una aparición divina que siempre termina aconsejando dar la vuelta, porque por acá ya estamos bien así, mejor morite en otro abismo. Y esa gente vuelve y ya no es la misma, y vive convencida de que lo que le pasó vale la pena ser contado. Y la verdad es que no, ¿para qué? Son mejores otro tipo de historias, otro tipo de imágenes. Entonces este personaje adolescente enamoradizo ya no se acordaba de nada de eso, ni de la juventud, ni del amor, ni siquiera del otro con el que había cruzado recuerdos. Ahora era una especie de ente ficcional al cien por ciento, levitando en un abismo que se figuraba cúbico, en la oscuridad, sin saber para dónde salir o para qué. Y en eso la muerte se le parecía mucho a la vida. Empezaba a darse cuenta de que las diferencias son sutilezas inventadas por los seres humanos para que el día a día no sea tan aburrido, para que la muerte y la vida valgan algo más de lo que en verdad valen. Ahora sí que se sentía lejos, de verdad. Empezaba a olvidar nombres, lugares, sabores……y esos besos con mate en la laguna de los Mapadres. Eran sus únicos besos, no los quería perder, eran su lazo con la vida, con ese hospital donde todavía estaría tirado en la camilla, el Hospital que te tocó en desgracia….Sin embargo, un destello de razón lo conectó por un microsegundo. El abismo tenía sus fallas, sus grietas, y él todavía tenía algo por hacer. O al menos, eso pensó. (o mejor dicho imaginó, no sabría bien qué verbo utilizar en un caso así, en un espacio tan difícil de determinar, en un estado intermitente, que no es ni siquiera un estado. Lo mejor sería inventar todo un lenguaje nuevo, o una legión de intérpretes para el caso, tipo club de fans del Señor de los anillos o Asociación psicoanalítica internacional).

*Aclaración: Estar al borde de la desintegración es algo muy traumático. La cabeza hace lo que puede para dejar nuestra conciencia bien lejos, como narcotizada, lo que produce un efecto contrario, en caso de volver a recuperarla. Y por eso el riesgo de volver y quedar como apagado, sin estar del todo de este lado de las cosas. Una fina y limítrofe línea con la que convivimos sin darnos cuenta hasta que pasa lo que pasa. Por ejemplo, un virus que nos tumba, un ACV, un bobazo, un accidente, un mal sueño del que no se puede despertar. ¿Y cómo era esa música de entre sueños, dulces sueños, dreams sweet dreams…? no no no, casi pasa un capítulo sin nombrar una música más para la lista de reproducción que no deberá existir….peeerooooooo:

******************humildemente, Juan Scarda....*******algunos de ellos te usan*********y ojalá que sea para contar una historia*******hasta el capítulo que viene, dulces sueños********


****Fotografía: invierno en Aragone

****Por favor, lo que me quieras decir será muy bien recibido por aquí: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar

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