El final (lado A)
Y las palabras que nunca deberían ser escritas,
las de un mal final. Un final que deja las cosas más o menos como al comienzo,
para todos. Para los personajes, que no lograron nada. Para el lector, que se
aburrió. Para el escritor zombie, que ve cómo la tarde se va extinguiendo, y él
sigue sin poder escribir eso que tanto está buscando. ¿Y qué es, qué era?
Tantas palabras escritas y el estofado sin cocinar. Un revuelto de situaciones
descabelladas que no desembocaron en nada interesante. Un despanzurrar vientres
de pescado para que salga otro mundo desde esas vísceras, entre renacuajos,
pedazos de naufragios, mar, tardes de verano, esqueletos de recuerdos que
acuden por una última vez, para dejar en claro una obviedad: que las cosas que
no se sienten no tienen ningún sentido. Para decir que la revolución es
imposible para una novelita marplatense-batanense. Para continuar con la
búsqueda de un adn destinado a desgranarse todo el tiempo. Lugares comunes,
estereotipos de pueblos del Atlántico sur, lo que una generación debería más o
menos pensar para poder seguir vendiendo sus productos, acumulando productos,
regalando identidad para soñar con ser otros, ¡cornalitos frit…! No no no,
aunque ese temita musical sería el único que debería sonar en este final de
puras palabras. Palabras que no son lo que deberían ser para describirnos.
Palabras de zombie, masticadas de antes, y que se terminan por cagar en el
inodoro de un mundo que se empeña en aplastarnos las cabezas, para que podamos
admitir que nuestras formas son construidas desde la cima de una montaña
inalcanzable, y que por eso mejor dejarse morir por ese abismo. Uno más, nada
original, en el que se puede tirar todo, unos personajes, un escritor zombie,
un atardecer en el barrio Rivad……no no no, mejor terminar como se empezó, fuera
de lugar.
Y un
nuevo comienzo (final lado B)…
Años en el abismo, años. Mucho tiempo para estar entre dos lugares. Mucho tiempo para pensar sin poder concentrarse en nada. Muchos estímulos desde esos dos lados para reinterpretarlos desde el abismo. Presentía que las cosas en el tenebroso más acá se estaban complicando. Que ya era en vano tratar de reconstruir ese único amor / sentimiento especial que había vivido. ¿Había vivido? Algo le venía al abismo, una música y unos abrazos, unos manoseos con sabor a chizito y caja de tetra blanco, un vino berreta que se mezclaba con un fernet que venía preparado en botella plástica, tipo gaseosa. Una alquimia que derivaba en voladura de tapa de cabeza, y que otorgaba la idiota valentía que se necesitaba para…¡Bailar con alguien un lento!...seguro que sonaba ese del guitarrista para siempre calvo, pero que en un momento tuvo el pelo bien largo y enrulado, montando una moto Harley Robinson Crusoe. ¿Cómo decía esa canción? Algo de estás maravillosa ho….no no no, dejar de lado referencia musical. Es un pacto del abismo. Acá nada tiene nombre ni suena. ¿Sería como la ciudad, el abismo? Un no lugar siempre en potencia, pero que no permitía distinguir el pasado del futuro. Un no lugar que parecía cómodo pero estaba vacío. Un no lugar en el que se te iba la vida sin sentir –casi- nada. Un no lugar, y punto. Mejor tres puntos... Un lugar siempre por escribir. La escritura de aquello que alguna vez figuró en los anales de quién sabe qué reino porteño. Y las familias que después se sienten en la necesidad de hacer suyo lo que no es de nadie, y no llamarlo robo sino conquista. Y que empiece una Historia que sirva de referencia para algún nombre de algo, en otro tiempo. ¿Pero qué queda de todo eso, de esas fiestas, de las peleas, de los enfrentamientos por el poder, de los negociados? El vacío del abismo. Un viento gélido, congelado, que viene de las montañas del oeste, de esos otros lugares encumbrados y diseñados para vender folletos turísticos llenos de esperanzas foráneas. Las playas vacías de los días de lluvia y frío, las rotondas de Champagnolo y mucho más allá, en los barrios donde nunca llega el asfalto alisado. El invierno eterno, ya la la laaala lalalala lá, no no no, menos ese tipo de música que mejor olvidar para siempre. Porque no es que solamente “nada nos puede pasar”. Todo nos puede pasar, todo nos está pasando, y es un palazo en la cabeza. Un abismo, una ciudad, la fiebre del oro transmutada en turismo, polos desindustriales y viento que gira al sur, y huevos congelados, campos transgénicos, mares contaminados, bocas de lobo, a ver las focas y el Casino a la fel… no no no, aunque ese tema estaría lindo recordarlo en cualquier abismo. Pensó. Tenía ese espacio y todo el tiempo. Lo hacía. Se sentía más viejo. ¿Cuántos años tendría? No podía ni sospecharlo. Esperaba en algún momento su paso al más allá, su transmutación en fantasma. Una vueltita más para ver el sol y lo que recordaba de ese espacio, para después encarar ese último suspiro interno. El salto desde el abismo. Y ver qué onda con eso.
Pero sin tanto espacio y con el tiempo en franca retirada, el otro personaje que ahora ya no era tan joven, y que se había quedado en el más acá, sintió una mañana al despertar que la cosa no resultaba más. Años se había pasado yendo a visitar al Hospital que te tocó en desgracia, al otro pobre personaje, que seguía sin dar ningún tipo de señales de vida. Pero tampoco era claro con respecto a la muerte, entonces la relación se volvía insostenible. Si estuviera en una película, pensaba, no habría mayor problema, porque el tiempo de angustia se resolvería en el montaje. Pero le tocaba transitar los días de su vida cargando con esa mezcla de culpa, condescendencia, misericordia, odio y cansancio. Un sentimiento muy peculiar le despertaba cada vez que tenía que visitar a ese otro personaje que un día de su adolescencia había conocido en un asalto, tomado unos mates en la laguna de los Mapadres y pasado la situación penosa del aborto. Pocos acontecimientos compartidos hace ya muchos años, pero muy fuertes y significativos. En el medio, su vida había pasado por un montón de cosas que no vienen al caso, porque esta novelita marplatense-batanense se centra en solamente una relación, una que estaba a punto de finalizar, y que en realidad casi que no había empezado. Simplemente, pensaba que el final ya se había producido en aquel primer encuentro en el Hospital que te tocó en desgracia, cuando lo vio en la habitación como una planta, cuando pasaron los años y ya se había dado cuenta de que eso iba a estar ahí como un adorno molesto. No lo quiso ver en su momento, pero ahora ya no pensaba en otra cosa. Una relación que no había sido nada más que culpa para su cuerpo y su mente. Una relación que no lo había dejado desarrollar su vida en paz. Una relación que siempre aparecía en los momentos menos oportunos: cuando estaba a punto de sentir algo de felicidad. Una relación que era un abismo. Y la duda de siempre conviviendo con su despertar: ¿Algún día volverá en sí? Pero cuando ya empezaba a ser tarde para volver, otra duda aún peor surgía: ¿Y si no vengo más a verlo? No se imaginaba conviviendo con esa incertidumbre, por eso todas las semanas pasaba a visitarlo por el hospital. ¿Y qué hacía? Al principio le hablaba de cualquier cosa, del clima, de su vida, del lobo de mar en la laguna, de la música que se escuchaba ahora – y ahí aparece un tema super pegadizo de un artista que mejor ni nombrar, pero que solía mover las caderas a toda velocidad – y que para sus oídos era basura. ¡Cómo extrañaba los temazos de los Buenos Vampir.…no no y no, nada de bandas locales. En la arenaaa….no no no, menos listar temas musicales, la situación es muy dramática como para poner música de fondo. ¿Cómo hacían los directores y directoras de cine? Nunca entendió esa manía por cubrir con música los llantos de un personaje, como si no fuera suficiente con el sonido ambiente, como si hubiera que subrayar lo obvio con unos acordes lacrimosos. Demasiado. Ya había aguantado demasiado. Ya había arrastrado ese abismo por suficiente tiempo. ¿Pero cuándo es suficiente? Ya no se lo preguntaba. Ya no se reprochaba. Fue hasta acá, ahí. No iría más a visitarlo al Hospital que te tocó en desgracia. Solamente lo haría una vez más, para despedirse, para despedirnos. Un personaje había decidido dar un giro en la novelita, quería salirse del todo. Primero, de las escenas de hospital, y después de la manipulación del escritor zombie, a quién escuchaba teclear a lo lejos y ya no culpaba por su desgracia. Pero no lo quería escuchar más. Había tomado la decisión de abandonar el vacío, de hacer uso de su voluntad de personaje. No quería más música lastimera de fondo. Quería ser libre de la ciudad y sus puntos de vista gastados por la literatura.
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