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Confesiones de un falso romántico lector de manga, fanático de Hölderlin y Stephanie Gilmore



"Me daba vértigo ver tantos años debajo de mí, aunque en mí, como si yo tuviera leguas de estatura" 

- Marcel Proust, En busca del tiempo perdido


Hace años que quería escribir un poema en el que me sienta cómodo. En primer lugar, escribiéndolo, como si estuviese caminando sobre una ola que no para de ofrecerme una salida hasta la llegada a la orilla. Experimentar esa calma cuando se llega al final, luego de haber transcurrido unos instantes que parecieron gloriosos. Después, todo llega al final y hay que seguir con la carrera en dirección a la muerte. Nada dramático, nada triste, porque esa ruta está llena de momentos hermosos y recordables, de personas que me gustaría acompañar y que me acompañen para siempre. Todo muy parecido a mirar el océano para (re)descubrir que el horizonte es un infinito siempre, que es tarde para llegar a la orilla, pero que con un poco de esfuerzo se la puede imaginar. Para eso están las palabras, creo yo, una compleja y oscura máquina reconstructora de sentimientos olvidados. No pretendo parafrasear a Platón con eso, demasiado lejos en tiempo, espacio y forma. Simplemente, el intento de todos mis días, confieso. Pero confieso ante la literatura, no creo en curas ni en psicólogos. Confieso, digo, que la escritura me habita y no me deja expresarme sino sólo a través de ella. La confesión de un romántico tardío y falso. La intención, si es que hay alguna, es la de llegar con los versos hacia alguien, de cualquier forma. Es el principal desafío y la única pasión que me consume infinitas horas. Pero basta de confesiones y a jugarse la vida en un poema, como en todos los tiempos, desde el tiempo, para todos los tiempos:

 

No hace mucho tiempo…

 

No hace mucho tiempo,

en un lugar muy parecido

a este extraño jardín,

cuatro personas se cruzaron

y hoy no se conocen más;

pero hay un rincón

que las recuerda juntas,

floreciendo como manto de virgen

en una de esas primaveras

que tanto fascinaron a Hölderlin.

 

Ahora dicen que ya no existen,

ni esas personas en el rincón,

ni el jardín florecido,

Yyque del manto de virgen

se perdieron todos los colores

con el último estornudo del otoño,

que aquel poeta se encerró

en un cuarto amarillo

y que olvidó el resto de los colores,

que ya no suena el dulce violín de Kaori.

 

Esas cuatro personas que descansan

son el pasado de un rincón,

el pasto de una tarde soleada,

la memoria de las flores

cuando eran requeridas por los versos;

¿pero qué se puede hacer con los recuerdos?

¿guardarlos en un libro?

¿fabricar una caja que los contenga?

¿o será mejor dejarlos que se suiciden

en el presente del olvido?

 

No puedo inventar jardines

para personas que no los quieren,

ni caminos que se crucen

como polvo de ruta abandonada,

a la espera de un florecimiento

que las traiga al rincón añorado,

una tarde primaveral

plagada de traiciones

a las tumbas de las flores

que envenenan el futuro del invierno.  



*Espero que no haya resultado un fraude. Para acompañar estos versos se recomienda esta música de fondo, sobre el tiempo, justamente:

**************Y no me queda mucho más para dar en esta tarde de marzo. Con humildad y mucho cariño, Juan Scarda, desde la misma vereda de siempre, barrio Rivadavia, Mar del Plata - Batán**************El tiempo es el mismo, pero no...*********** 


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