Engaños autoinfligidos (Detectives del Rivadavia, capítulo 9)


Ese era un día particularmente malo. Para empezar, llovía y había dejado la ropa afuera, en ese patio de dos por dos al que llamaba patio por orgullo, por necesidad de engañarse para no entrar en pánico, como le había dicho la terapeuta. ¿Se lo había dicho o se imaginaba que se lo había dicho? Para el caso daba igual, le resultaba bien eso de engañarse con pequeñas cosas, eran engaños que se creía por necesidad imperial…..Imperio Chino, capítulo diez, la Ciudad Prohibida, el General persiguiendo traidores, la foto China, esos personajes que un año aparecen en los retratos junto al General pero que con el cambio del calendario -supuesta traición mediante – dejan de aparecer, súbitamente. Unas mismas caras, unos mismos gestos evidenciando la ausencia de aquellos aliados que fueron fusilados por sospecha. Las “muertes necesarias”, “quirúrgicas”, “sanitarias”, otro de esos engaños autoinfligidos que a veces se necesitan o se inventan para poder dormir por las noches Imperiales….Para seguir, le había solicitado a El ayudante el informe del caso del chico brutalmente asesinado. ¿Cuál? La respuesta lo hizo pensar lo peor de la humanidad del Barrio Rivadavia. Imaginate, pensalo, tomate un segundo, ¿cuál carajos va a ser? Y El ayudante sin decir nada, colorado, agachaba la cabeza y esperaba misericordia. La parodia tristemente real de policial clase B terminaba con él accediendo al archivo en formato digital. Una cagada más, la digitalización perdía cosas, confundía imágenes, estaba llena de errores “no forzados”, producto de la mala organización de la comisaría, de los malos sueldos y de la falta de personal. Aunque esa crítica la hacía con ignorancia, porque la verdad era que nunca había trabajado de otra forma. Siempre las mismas jornadas laborales que se fotocopiaban en décadas, ¿cuánto le quedaría para jubilarse? Deshizo la pregunta en el instante que la formuló, porque no se imaginaba un futuro más allá del fin de semana. Revisó todo el caso, unas pocas hojas con informe policial – a esto en las series yanquis se lo llama “police work”, y es eso que ningún oficial quiere hacer pero que al final resulta fundamental a la horade solucionar un caso, nada más alejado de la realidad-, informe de la morgue, etcétera. Para seguir con la línea de policial clásico, debería aparecer un testimonio clave, o tal vez una foto reveladora, todo eso puesto en una suerte de pizarra a lo largo y ancho de las paredes de su oficina, más el seguimiento personal que tendría en su casa, una especie de altar pagano que demostraría la obsesión insalubre del detective con su trabajo. Pero no, el informe no decía nada, los testimonios eran tan confusos que parecían pertenecer a otro caso. Las fotos no estaban bien tomadas, en algunos casos se veían los dedos del oficial a cargo. La parte de la descripción detallada del cadáver se asemejaba a un fax, tan poco desarrollada, tan poco detallada, que daba lo mismo leerla. Suspiró, o supongo que lo hizo. Tomó un mate. Estaba frío. Puteó. Abrió la ventana de la oficina. Entró un aire apenas frío que lo hizo sentirse un poco mejor. Se imaginó los informes que leería el General Imperial de China sobre cada acontecimiento en Ciudad Prohibida. Miles de hojas perfectamente dibujadas, todos esos signos tejiendo redes, resignificando la vida entera, abriendo puertas hacia la resolución definitiva, no solo de un caso de asesinato sino de todas las incógnitas del Universo. Dejó de divagar un instante, se volvió a sentar frente a la computadora. Estaba en suspensión. Movió el mouse, apretó el “enter” principal del teclado, pero la máquina no arrancó. Puteó otra vez. Reinició. Pero era un cpu viejo, tardaba mínimo diez minutos en ponerse en marcha. Llamó a El ayudante, que entró rápidamente con la cabeza gacha y ese sentimiento de culpable eterno que lo caracterizaba. Le preguntó por uno de los testigos, que era un vecino de la familia del chico brutalmente asesinado, porque en el informe decía “saber muchas cosas que el Maligno le susurraba al oído”. El ayudante no entendía, pero esta vez no dijo nada, prefirió guardar silencio por temor a represalias. No tenés idea de lo que te estoy hablando, ¿verdad? Silencio. Se tomó otro mate. Estaba un poquito más tibio, pasable. Ató cabos como en las mejores historias del género. Tal vez, al igual que el mate, el día vaya a poder ser un poco menos peor a partir de ese punto. El informe no valía un cuerno, el Intendente no quería que se investigara nada, había un testigo que hablaba del Maligno que muy probablemente lo llevaría a la nada misma, o al sermón proselitista religioso de un vecino del Barrio Rivadavia que no tenía nada que decir respecto al asesinato. No tenía mucho más que hacer. O sí, pero quería escribir algo más en el informe. Necesitaba, al menos, inventarse una esperanza. En definitiva, esos pequeños engaños eran su mejor herramienta para no incendiar la Comisaría que te tocó en condena. A El ayudante le cayó la ficha, fue por el dato del testigo. Volvió con el domicilio. ¿Y el celular? El ayudante agachó la cabeza, encogió los hombros, tomó valentía de la nada y le respondió que no tenía, que decía que “esas cosas las manejan desde las tinieblas aquellos que nos quieren mantener alejados de la palabra del Señor”. Se volvió a parar. Sacó la cabeza por la ventana. No fumó, aunque estuvo tentado. Siempre, en cualquier policial, alguien prende un cigarrillo y comienzan a pasar cosas, a darse episodios frenéticos que llevan al capítulo de la resolución del caso, “elemental mi querido… no lo dudes muñeca…etcétera”. Tomó la dirección, se puso la campera azul que simulaba el uniforme que hacía tiempo no usaba completo, porque tenía uno solo por estación y había que lavarlo. Había llovido. La ropa colgada. Se acordó, pero ya no tuvo ganas de insultar a la nada misma. Seguramente, para el comienzo del verano, les harían llegar uniformes nuevos, gentileza del Ministro de Seguridad para el próximo Operativo Sol (que no iba a disfrutar en todo el verano) o como sea que lo fueran a llamar ese año. Daba igual si llegaba, al menos, una chomba nueva. Engañarse con pequeñas cosas. El pan de cada día.


**para seguir de fondo con esa sensación de día malo.......

**************humil-de-mente, Juan****************no todo está tan mal*******************


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