Ese era un día
particularmente malo. Para empezar, llovía y había dejado la ropa afuera, en
ese patio de dos por dos al que llamaba patio por orgullo, por necesidad de
engañarse para no entrar en pánico, como le había dicho la terapeuta. ¿Se lo
había dicho o se imaginaba que se lo había dicho? Para el caso daba igual, le
resultaba bien eso de engañarse con pequeñas cosas, eran engaños que se creía
por necesidad imperial…..Imperio Chino, capítulo diez, la Ciudad Prohibida, el
General persiguiendo traidores, la foto China, esos personajes que un año
aparecen en los retratos junto al General pero que con el cambio del calendario
-supuesta traición mediante – dejan de aparecer, súbitamente. Unas mismas
caras, unos mismos gestos evidenciando la ausencia de aquellos aliados que
fueron fusilados por sospecha. Las “muertes necesarias”, “quirúrgicas”, “sanitarias”,
otro de esos engaños autoinfligidos que a veces se necesitan o se inventan para
poder dormir por las noches Imperiales….Para seguir, le había solicitado a El
ayudante el informe del caso del chico brutalmente asesinado. ¿Cuál? La
respuesta lo hizo pensar lo peor de la humanidad del Barrio Rivadavia.
Imaginate, pensalo, tomate un segundo, ¿cuál carajos va a ser? Y El ayudante
sin decir nada, colorado, agachaba la cabeza y esperaba misericordia. La
parodia tristemente real de policial clase B terminaba con él accediendo al
archivo en formato digital. Una cagada más, la digitalización perdía cosas,
confundía imágenes, estaba llena de errores “no forzados”, producto de la mala
organización de la comisaría, de los malos sueldos y de la falta de personal.
Aunque esa crítica la hacía con ignorancia, porque la verdad era que nunca
había trabajado de otra forma. Siempre las mismas jornadas laborales que se
fotocopiaban en décadas, ¿cuánto le quedaría para jubilarse? Deshizo la
pregunta en el instante que la formuló, porque no se imaginaba un futuro más
allá del fin de semana. Revisó todo el caso, unas pocas hojas con informe
policial – a esto en las series yanquis se lo llama “police work”, y es eso que
ningún oficial quiere hacer pero que al final resulta fundamental a la horade
solucionar un caso, nada más alejado de la realidad-, informe de la morgue,
etcétera. Para seguir con la línea de policial clásico, debería aparecer un
testimonio clave, o tal vez una foto reveladora, todo eso puesto en una suerte
de pizarra a lo largo y ancho de las paredes de su oficina, más el seguimiento
personal que tendría en su casa, una especie de altar pagano que demostraría la
obsesión insalubre del detective con su trabajo. Pero no, el informe no decía
nada, los testimonios eran tan confusos que parecían pertenecer a otro caso.
Las fotos no estaban bien tomadas, en algunos casos se veían los dedos del
oficial a cargo. La parte de la descripción detallada del cadáver se asemejaba
a un fax, tan poco desarrollada, tan poco detallada, que daba lo mismo leerla.
Suspiró, o supongo que lo hizo. Tomó un mate. Estaba frío. Puteó. Abrió la
ventana de la oficina. Entró un aire apenas frío que lo hizo sentirse un poco
mejor. Se imaginó los informes que leería el General Imperial de China sobre
cada acontecimiento en Ciudad Prohibida. Miles de hojas perfectamente
dibujadas, todos esos signos tejiendo redes, resignificando la vida entera,
abriendo puertas hacia la resolución definitiva, no solo de un caso de
asesinato sino de todas las incógnitas del Universo. Dejó de divagar un
instante, se volvió a sentar frente a la computadora. Estaba en suspensión.
Movió el mouse, apretó el “enter” principal del teclado, pero la máquina no arrancó.
Puteó otra vez. Reinició. Pero era un cpu viejo, tardaba mínimo diez minutos en
ponerse en marcha. Llamó a El ayudante, que entró rápidamente con la cabeza
gacha y ese sentimiento de culpable eterno que lo caracterizaba. Le preguntó
por uno de los testigos, que era un vecino de la familia del chico brutalmente
asesinado, porque en el informe decía “saber muchas cosas que el Maligno le
susurraba al oído”. El ayudante no entendía, pero esta vez no dijo nada,
prefirió guardar silencio por temor a represalias. No tenés idea de lo que te
estoy hablando, ¿verdad? Silencio. Se tomó otro mate. Estaba un poquito más
tibio, pasable. Ató cabos como en las mejores historias del género. Tal vez, al
igual que el mate, el día vaya a poder ser un poco menos peor a partir de ese
punto. El informe no valía un cuerno, el Intendente no quería que se
investigara nada, había un testigo que hablaba del Maligno que muy
probablemente lo llevaría a la nada misma, o al sermón proselitista religioso
de un vecino del Barrio Rivadavia que no tenía nada que decir respecto al
asesinato. No tenía mucho más que hacer. O sí, pero quería escribir algo más en
el informe. Necesitaba, al menos, inventarse una esperanza. En definitiva, esos
pequeños engaños eran su mejor herramienta para no incendiar la Comisaría que
te tocó en condena. A El ayudante le cayó la ficha, fue por el dato del
testigo. Volvió con el domicilio. ¿Y el celular? El ayudante agachó la cabeza,
encogió los hombros, tomó valentía de la nada y le respondió que no tenía, que
decía que “esas cosas las manejan desde las tinieblas aquellos que nos quieren
mantener alejados de la palabra del Señor”. Se volvió a parar. Sacó la cabeza
por la ventana. No fumó, aunque estuvo tentado. Siempre, en cualquier policial,
alguien prende un cigarrillo y comienzan a pasar cosas, a darse episodios
frenéticos que llevan al capítulo de la resolución del caso, “elemental mi
querido… no lo dudes muñeca…etcétera”. Tomó la dirección, se puso la campera
azul que simulaba el uniforme que hacía tiempo no usaba completo, porque tenía
uno solo por estación y había que lavarlo. Había llovido. La ropa colgada. Se
acordó, pero ya no tuvo ganas de insultar a la nada misma. Seguramente, para el
comienzo del verano, les harían llegar uniformes nuevos, gentileza del Ministro
de Seguridad para el próximo Operativo Sol (que no iba a disfrutar en todo el
verano) o como sea que lo fueran a llamar ese año. Daba igual si llegaba, al
menos, una chomba nueva. Engañarse con pequeñas cosas. El pan de cada día.
**para seguir de fondo con esa sensación de día malo.......
**************humil-de-mente, Juan****************no todo está tan mal*******************
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