La lluvia y el telegrama (una pausa poética - para Majo, con cariño -)

La Lluvia y el telegrama (una pausa poética)

Para Majo

 

Ese día de lluvia en que empezaba la historia,

uno de esos giros del destino,

caprichos existenciales,

puertas cerradas aterrizando sobre

cuerpos condenados a la lectura,

unos ojos vidriosos y oscuros

con la leyenda que se ve

en colores modernos

de inteligencia artificial

sobre pantalla de celular /

lienzo de momento/

óleo sobre Android,

el mensaje tan claro

como extemporáneo:

Telegrama de despido

 

Un título eterno,

como el nacimiento del niño

o el martirio del santo XXX;

otra persona que entra

y se compadece al instante

como no lo pude hacer yo,

y dice algo de la economía

y del fachismo,

el viejo-neo liberalismo

y la necesidad de repensar

la historia de las izquierdas

de por acá en Latinoaméríca

-y que hoy se reduce así: Latam -.

 

Pero los ojos vidriosos y oscuros

son la Historia en ese instante,

sorpresa y desconsuelo

y yo que sigo ahí parado

sin decir nada,

como en un velorio

donde siempre están demás

cualquiera de las palabras.

La otra persona se retira del local,

con la indignación atenuada

del que se sabe aliviado

“Menos mal que no me rajaron a mí,

la verdad no sé qué haría”

 

“¿Y qué pensás hacer?”

esa pregunta de mierda,

porque la respuesta es incertidumbre,

vacío y dolor presente,

el ahora es angustia

“¿hacer?...

supongo que voy a llorar

y que después el día

va a ir pasando

como un fantasma

ante los ojos vidriosos y negros…”

 

O eso imagino que decís,

pero más adelante,

porque en ese exacto momento

de la lluvia y el telegrama

yo no entendía nada,

era una idiota e inútil

alfombra sentimental de segunda mano,

creo que atiné a mirar

el estante de novedades,

porque la tenía a tiro,

y que te señalé una novela

sobre una ciudad

con unos muros fantásticos,

porque ahí había un personaje

que hablaba con un fantasma

sin inmutarse,

como perdido,

los dos,

algo natural

como ahora.

 

Y recuerdo que vos agarraste el libro,

le rompiste la bolsita que lo envolvía,

me miraste por última vez

con los ojos vidriosos y oscuros,

y me dijiste:

“Me lo llevo, total

¿qué es lo peor que me puede pasar?”

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