Una novelita marplatense (capítulo 14, el del estado de coma y la aparición de Grateful Dead)


Desde el abismo, pero distinto…Ya se comenzaba a sentir como un fantasma. ¿Cómo era un fantasma? No tenía idea, pero se sentía como uno. Inmaterial, pero con algo que lo aferraba a la vida. Esa grieta del abismo por la que asomarse sin entender mucho la diferencia entre un lado y otro. El relámpago que siempre alumbraba tarde, cuando no le estaba prestando atención. Eso es, justamente, lo que los y las médicas quieren referenciar cuando dicen: “la esperanza que tenemos es su juventud”. La inexperiencia de un adolescente con la muerte y sus cosas, lo convierte en un fantasma distraído. Y en esa distracción puede que vuelva a conectar con la vida de pleno. Pasados los años, las tormentas…bueno, la gente empieza a perder las ganas de vivir. Empieza a ver demasiado claro los planos, y por lo general resulta que ese otro lado es más tranquilo, o llama la atención con más fuerza que la realidad del más acá. Más si la realidad es la del Hospital que te tocó en desgracia y en invierno. Fantasma. Capaz de comunicarse con otros fantasmas, pero desde una distancia prudencial, lo que agradeció, porque resultaba que la presencia de otros fantasmas le daba miedo. Paradojas, pensó. Incapaz de comunicarse “del todo” con los que estaban en el más acá, del otro lado. Y en el “del todo” estaba la clave. Con un poco de buena fe y mucha concentración, sentía que era capaz de realizar algún intento de contacto con sus “seres queridos”. Eso era así porque los fantasmas, según empezaba a descubrir, necesitaban tener algún tipo de memoria para poder materializarse sobre algo o alguien. Era imposible, por ejemplo, que él se le apareciera al presidente de Uganda, o que tocara la silla de su hija. Imposible. Solamente, y con mucha concentración, podía hacerlo con la gente con la que había tenido algún tipo de contacto, y cuanto más frecuente fue en la vida del más acá, mucho más fácil. Otra obviedad, ser fantasma resultaba agotador, y por eso los afiliados al gremio eran cada vez menos. La energía que se requería para hacer algún tipo de acción era mucha, no para cualquiera. Y él era un fantasma recién llegado, todavía una especie de holograma sin brillo. Nadie notaría su presencia en ese instante, ni siquiera a través de su cuerpo inerte, que estaba en una camilla de hospital que contemplaba desde lejos. Mucho más fácil si estuviera muerto del todo. Para un muerto del todo ser fantasma resultaba su último contacto con el más acá. Ya todo en un 100% en el más allá, sus chances de trascender al más acá como fantasma crecían. También era obvio, una vez muerto el cuerpo, toda su energía podía concentrarse en ser fantasma. No era su caso. Todavía estaba en trance, entre un lugar y otro. Se descubría en otra sala de espera, una que se asemejaba a…¡un cubo! Oscuro y sin límites. Flotaba para un lado y para otro sin poder llegar a ningún extremo. Su levitación eterna era interrumpida por esos rayos que le mostraban un camino diferente, el del retorno a la vida del más acá, o el del no retorno hacia la muerte en el más allá, y finalmente esa tercera opción. La del fantasma. Pero todo sin poderlo controlar. No estaba en su poder elegir nada. No era una consciencia como se había imaginado, era una suerte de hoja al viento, que se dejaba llevar para el lado que podía. Y si lograba concentrarse, nunca terminaba por dilucidar hacia dónde había puesto toda esa fuerza. Tampoco tenía idea del tiempo transcurrido entre levitación y levitación. En definitiva, el abismo era un no-lugar muy indeterminado, muy difícil de volver en algo concreto. ¿Ansiedad? Tampoco sentía. En algún punto se encontraba en un estado casi perfecto. No sufría dolores, ni era consciente de nada más que ese estado, el del abismo. Una nada que no terminaba de decidirse, pero una indecisión que no experimentaba. Solamente algún recuerdo de su vida en el más acá le generaba una pequeña, diminuta pulsión. Era una suerte de alteración en la línea que mostraba la máquina que te dice si ya te moriste o no. Una interrupción de microsegundo en el casi constante piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…Un acorde que sonaba distinto a la pasada número cien, y que al toque volvía a disonar. ¿Y cómo podía describir todo eso alguien? Porque también, ese alguien, había pasado por lo mismo. Por un abismo.

*Aclaración número tal: Sí, los zombies pueden aprender cosas y también enseñarlas. Un escritor zombie, sobre todo. El hecho de poder escribir le da al zombie un estatus importante, aunque lo pone en riesgo. Es importante porque puede seguir razonando más allá, pero también es riesgoso porque pierde concentración en lo único que debería preocuparlo: alimentarse de carne fresca y cerebros. Pero el escritor zombie encuentra más atractivo el alimento que proveen las historias frescas y los cerebros de los personajes que las protagonizan. Y es muy consciente de que el final de la historia es también su final, porque el escritor zombie sabe que todas las cosas están conectadas, que hay como hilos que tejen las vidas de cada uno de los libros que leyó, también de sus autores y autoras, tan zombies como él. Y se pregunta todo el tiempo: ¿Qué pasará cuando deje de escribir, cuando me empiece a quedar sooooool….no no no, casi se pasa el capítulo sin música de fondo. Y esa máquina que te dice si estás o no vivo, y que en realidad es una especie de médium que no sirve de mucho, porque esas señales tan débiles no son nada, en concreto. Un estarse conectado a un aparato que no hace nada, el viaje a la pre-muerte, o una temporada en el abismo, o en busca del muerto perdido, o las mil y una noches en punto y coma, en coma, más allá de los signos de puntuación, ¿por qué coma y no puntos suspensivos? Todas esas preguntas que no te pasan nunca por la cabeza, a menos que hayas vuelto de una situación así, a lo Jerry García de Grateful Dead, cantando eso de I will sourviv…..no no no, nada de música gringa en lista musical que no debiera existir, pero qué ganas que le dieron a este escritor zombie de escuchar un solo de Jerry García, y de ver a toda la banda como graciosos esqueletos-fantasmas-zombies, siempre volviendo a joder con una forma tan genial de cantar las cosas…

*************************Humildemente, su escritor zombie del barrio Rivadavia************me caen muy bien los muertos y las noches de cine y fernet***************cosas de invierno. hasta el capítulo que viene**

*Foto: calle con cielo violeta en el barrio x de la ciudad mdp-b.

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