Niñez (otra pausa poética, por el día)


Niñez

 

La vida, la belleza, el pensamiento

y todo lo demás que por ahí

para Hölderlin tenía sentido;

a lo mejor un encierro homeopático

resulta mucho más adecuado

que un futuro abierto

hacia la ansiedad de la nada.

 

No quiero que se mal interprete,

no estoy en contra

de todas esas cosas

que nos enseñaron

que hay que buscar

para decir que se puede ser feliz.

 

Aunque, bueno, ¿cómo decirlo?

¿cómo escribirlo?

diría:

no estoy a favor

de este mundo,

porque cierro los ojos

y prefiero todo

lo que ya no está,

todo lo que ya

no tiene la culpa,

libre de presente,

imposible de futuro.

 

Ahí están,

ahí radican

todas las identidades

que son las que siento

como más armónicas,

sinfonías con partituras muertas

y que solo se ponen

en funcionamiento

cuando es de noche

en tu habitación.

 

Pero llega una alarma

o un mensaje de texto,

y se mueren los escenarios

universales de ese sonido,

y que vaya uno a saber

si en verdad existió.

 

Eso no importa,

existe en esos ojos cerrados,

en esa habitación de noche,

en la linterna debajo de la sábana

¿cómo era esa primera lectura,

la de la ballena blanca?

 

Literatura infantil

era el libro que se podía

quitar de la biblioteca,

mientras el mundo

miraba hacia su propio

e improbable futuro,

con final feliz

siempre truncado.

 

Habría que retomar

eso que escribió aquel

“poeta alemán de todos los tiempos”,

pero puede que ya me haya olvidado

de su nombre, de sus versos,

¿es posible olvidar

lo que alguna vez

fue tan importante?

 

Hoy no tengo mucho espacio

para mudar recuerdos,

toca tirar las primeras páginas,

cierro los ojos

en esa habitación,

es de noche,

leo:

“la vida se halla en la armonía de las eras,

que espíritu y natura al intelecto velan,

y la perfección en el espíritu es pura:

mucho se halla así, sobre todo en natura”.

 

No sé bien qué cosa es ser feliz,

pero ese recuerdo

-estoy seguro-

se le parece mucho. 

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