Todo tiene sentido si uno se esfuerza en encontrarlo, como si se tratara de la resolución de un enigma imposible: salir de una piecita en el barrio Rivadavia, caminar hasta Jara, cargar la tarjeta del bondi, tomar el 554 y no morir en el intento de cruzar la avenida. Eso requería de un esfuerzo sobrenatural para ser tenido en cuenta como “vida”. Había que ponerle ganas para encontrarle un sentido. Sin embargo, el Yo que dice yo tenía claro que aquel era su lugar en el mundo, ya hasta se sentía cómodo en esa esquina. La de siempre, que tampoco hace falta nombrar con tanta recurrencia. Scardanelli ya estaba desde temprano, comentando el último asesinato en el barrio. Los detalles, el revuelo, las consecuencias y la visita del intendente al velorio. ¿Y con esa geta de piedra qué se supone que deberían hacer los familiares del muerto? Eso pensaba la China, que no soportaba la hipocresía de los políticos de maquillaje. El otro seguía y se escudaba en que solo narraba los hechos, casi objetivamente – y en el “casi” está la pérdida de toda objetividad –, cumpliendo una misión periodística, informativa. El Yo que dice yo no tenía mucho para agregar, mucha gente moría todos los días y era una práctica que no iba a desaparecer así de fácil. Había que tener ganas. Y ni siquiera, porque los asesinatos estaban al acecho, ahí y en todas partes del mundo, por eso tenían tanto éxito los policiales y los periodistas que hablaban sobre casos policiales, y todo el negocio que completaba el accionar de un individuo desalmado, impiadoso. La rueda no virtuosa, el ángel caído en el bache de Garay y Francia, empecinado en corroer todos los sistemas y la cabeza demasiado deformada por los fármacos del pobre y disminuido homo sapiens, modelo 2022. Habría que ver qué sinsentido había inundado las calles del barrio desde hacía tanto tiempo…tantos años con sus meses, sus días y sus horas interminables, pero que cuando terminaban hacían sentir su fugacidad. Y qué cagada que el barrio siempre fuese recordado a través de noticias de mierda. ¿Nada bueno era posible en ese contexto? El Yo que dice yo estaba convencido de que no era así. Por el contrario, pensaba, por lo general lo que pasaba eran cosas lindas, días que traían paz y comodidad a todas las personas que pisaran el suelo…Bueno, no era así exactamente, pero algunas cosas buenas sí que pasaban. Por ejemplo, esos tres amigos tomando una birra en el frío atardecer de un día final de agosto. O casi. Charlaron un rato más, el suficiente como para que los temas variaran de tono y contenido más de mil veces. ¿Tanto se puede hablar? Sin duda, y sobre todo cuando no hay mucho que decir, y algo de eso era la amistad, al menos esa tarde. Había que darle sentido, tener ganas de que eso resultase así y no de otra forma. Otra vez, el camino original, previo a todo. Las veredas de siempre resplandecientes como si se las viera por primera vez. El extrañamiento, una vez más. Aquel flaco que cuida coches no tan duro, como el fin de semana pasado, con una sonrisa y comiendo algo que una buena vecina le había preparado, porque hacía mucho frío a la noche. Mujer que era saludada y bien tratada siempre por el carnicero de la esquina, que nunca la cagaba con la mercadería, porque parecía un buen tipo. Incluso lo atendía con cortesía a Scardanelli, que en realidad iba para averiguar precios y seguir investigando por qué era que habían aumentado tanto, dónde estaba el eslabón que no cooperaba. Porque así como lo veían, el filósofo berreta del barrio Rivadavia ponía todo su empeño por arreglar el mundo. Un súper héroe sin poderes, y nada súper. Pero heroico en su accionar empecinado, tanto como el de la China, que llevaba todos los días a su hija a la escuela, porque tenía toda la esperanza de que pudiera ser feliz aprendiendo cosas, que es la mejor manera de felicidad. Para eso le ponía todo el empeño al laburo que tuviese, por más pasajero y mal pago que resultara, y se tomaba un tiempito en la semana para descansar y tomar algo con sus amigos. Ahí estaba, otra vez, el Yo que dice yo, con la China y Sacardanelli, descubriendo que no todo era una mierda, y que de las pequeñas / diminutas acciones piolas podían ramificarse otras de igual calibre, y que eso era lo que más pasaba en el barrio. Pero había que tener ganas de darle ese sentido, y de no hundirse en la depresión del lado violento e intolerante. Tarea difícil, pero que le salía naturalmente a casi todas las personas en el mundo. Solo que…por ahí el negocio no estaba en eso, sino en lo otro. ¿Entonces el enigma estaba resuelto? Ni en pedo, dijo Scardanelli, las cosas siguen subiendo de precio y no se puede abandonar la búsqueda de los culpables. ¿O acaso Charlie Parker se rindió en alguna de sus historias? La China y el Yo que dice yo se miraron sin entender la referencia de Scardanelli, que los invitó a que leyesen algo de vez en cuando, alguna novelita policial del irlandés Connolly, que había inventado a su propio investigador, un ex detective asediado por fantasmas de personas que habían sido muy importantes en su vida. Se rieron un poco de la ingenuidad del filósofo berreta, pero este no les dio importancia. Anotaba cosas en un cuadernito y estaba dispuesto a seguir con sus lecturas y sus investigaciones. Quién sabía, tal vez Charlie Parker habitaba el barrio Rivadavia, escapando de esos periodistas chupa sangre que querían hacer dinero con la historia de su vida, con la mugre de su vida. Todo muy parecido a lo que pasaba con el barrio por esos días. Todo tiene sentido si uno se esfuerza en encontrarlo. Pero el tema es que el sentido tiene varias direcciones, y ojalá pudiéramos seguir la más amable de todas.
*Y si de Charlie
Parker hablamos, a Charlie Parker escuchamos:
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