Nunca hay que escupir para arriba, porque para qué explicar lo que podría llegar a pasar, por acción de la física, por motivos gravitacionales, porque hay salivas que son muy espesas. Y hablar, como por suerte – todavía – respirar, es gratis. Todos movimientos naturales, que salen sin que haga falta ejercitarlos demasiado. Escupir, hablar…Todo lo que uno es capaz de realizar en cualquier tarde de invierno, pero de un invierno que funciona como proemio de primavera, porque ya es hora de empezar a descongelar esos corazones perezosos que quieren evitar enamorarse, ya que es la primera causa de muerte en la población mundial, incluso en Marte y en Júpiter, donde además esta semana descubrimos que hay más tormentas que cualquier otra cosa. De eso se trataba la tarde en la esquina de siempre, barrio Rivadavia, Francia y Garay. Un paredón y Scardanelli jugando con su celular, mientras toma una cerveza que seguramente alguien más compró y le dejó por hartazgo. El juego en cuestión es un simulador de lluvia, desde la ventana de un café. ¿En qué consiste? Bueno, en la pantalla se ve una ventana con parte de la ciudad de fondo, que puede ser cualquiera. Unas débiles gotas se estrellan contra la pantalla / ventana, y al costado hay unos simbolitos con volúmenes al lado. Entonces, la gracia del juego es simular la propia lluvia, variando la intensidad del agua, del sonido ambiente del café, agregando truenos y ráfagas de viento, inventando la tormenta perfecta. Scardanelli pensaba en esos momentos en los que la lluvia se pone del lado de uno, instantes en los que se puede disfrutar de una tormenta sin sufrir las malas consecuencias. Como en el capítulo final de cualquier policial de Netflix. Finalizada la escena de máxima tensión, suspenso y violento desenlace, los personajes que logran sobrevivir, encuentran una relativa calma. Alguno se queda reflexionando en lo pasado, otros lloran por el descargo de la tensión, alguno muere en una silla eléctrica o marcha preso, pero ya con el rostro relajado, el cuerpo en cámara lenta. Como si la tormenta fuese encontrando un lugar de calma, antes de llegar a una conclusión: final feliz o final con suspenso, que anticipa la próxima temporada. Y por lo general, la cosa funciona así, se renuevan los contratos y la tensión regresa al centro de la escena, y vuelta a empezar. Un policial como una lluvia que primero se apodera del cielo despejado, amenazante, luego se hace realidad pero de a pocas gotas, para transformarse en un diluvio que parece no finalizar nunca más. Hasta que todo regresa al inicio. No hay más lluvia, hasta nuevo aviso. Scardanelli pensaba en lo fácil que era estarse tranquilo antes y después de la lluvia. Pero que lo verdaderamente complejo resultaba mantenerse calmo cuando la tormenta azotaba mostrándose invencible e infinita. Dejó el juego para tomar un buen sorbo de cerveza y mirar el sol, disfrutar ese raro desenlace de día de invierno. Siguió reflexionando, los días eran capaces de camuflarse todo el tiempo y de complotar contra su propia angustia. En ese momento, esa actualidad, ese presente, era perfecto. Casi no pasaban autos, el sol era tibio, no había viento, su cabeza no retenía rencores, su soledad era perfecta y deseada, la cerveza estaba lo suficientemente fría y gasificada como para continuar siendo tomable, el futuro y el pasado habían suspendido su cotización. Un último rayo de presente le calentó el rostro, y luego las nubes comenzaron a complotarse, a redescubrir un futuro riesgoso. Y fin del juego, game over. Insert coin si quiere volver a tener la oportunidad de ser feliz en presente continuo, con la certeza de que eso dura lo que duraba la fichita en cualquier jueguito de Sacoa. Dos minutos, cinco, y nada más. Como ese día, como cualquier día. ¿Por qué será que las cosas lindas tienden a durar tan poco, y las desagradables a quedarse tanto tiempo al lado de uno? Preguntas retóricas que se hacía Scardanelli, con el celular casi descargado y la botella de cerveza vacía. ¿Por qué habrá que esperar recién al último capítulo del policial para poder estar un rato relajado, para dejar de sentir esa tensión en suspenso que tanto placer y disgusto ocasiona al mismo tiempo? ¿Será que se necesitan de todas las cosas, todos lo sentimientos para sentirse uno mismo? ¿Cómo puede ser que necesitemos el dolor y la angustia? Tal vez sin ellas, daríamos con el estado paradisíaco, ese que no percibe la felicidad por falta de comparación. Era eso, entonces. ¿La vida como metáfora, sin un primer término en el que reflejarse? Qué complicada la cabeza idiota del filósofo más insoportable del barrio Rivadavia. Scardanelli. Se hacía de noche, lentamente y sin simulación. Miró el horizonte, que no era más que un par de techos a media agua, descascarados por efecto de vaya a saber qué historia gravitacional. Poco a poco, sus fantasmas volvieron a sus lugares habituales, los tiempos todos a sus posiciones y ese gusto amargo en la garganta, ese resto de ser sin resolución, ese capítulo final que nunca termina, esa salida de remanzo que promete una tormenta perfecta…infinita. Hasta que un buen día, game over, insert coin…Y Scardanelli pone una moneda más en la máquina del tiempo, y es un poco el detective Capitani en el último capítulo de la segunda temporada, y se sienta a filosofar con un par de amigos, a tomar una cerveza, a reírse mirando el río, a suspender el tiempo y la tormenta, a pensar que es un poeta del romanticismo, al menos por ese instante del presente, un Hölderlin cualquiera. Y ojalá alguien ponga pausa en esos versos tranquilos. Y ojalá que si llueve, sea de una manera amable, suave, que después pueda secar rápido un tibio sol de invierno…
*Y ojalá que suene este temazo de fondo, con esa voz insuperable:
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