Ir al contenido principal

Asesino


El secreto está en definir el origen. En definirlo y defenderlo hasta que no se pueda más, hasta que los dientes estén a punto de estallar, como en un sueño, o en una pesadilla. ¿De dónde venía todo eso? No tenía ni una idea remota, pero se sentía un poco como expatriado de su propio ser. Algo raro de experimentar, mucho más difícil de explicar. Estaba siendo otro, pero seguía siendo él. Y no, para nada, las drogas ni alguna otra sustancia tenían algo que ver. Eso quedaba en otros tiempos, en los que, al contrario, sentía todo bien parado. Pero ahora no, el ahora era un cuerpo en un espacio que no podía ser sentido en plenitud. Tendría que ver con su identidad borroneada, una suerte de rostro indefinido que lo llevaba a pensar que su propio yo había sido exiliado, enviado más lejos, corrido de un centro que no podía recuperar. Pero estaría la sensación de que sí había un centro. Un pasado, unos sentimientos, unas sensaciones, una pila de recuerdos. La infancia como lugar al que orbitar para no perder el centro, pero que no podía terminar de identificar. Un caminar sin pisar suelo, a grandes saltos entre la nada y la nada. Un presente en el aire y un futuro imposible de imaginar, pero bloqueado. Estaba en un sueño, o en una pesadilla. Era un no lugar de esos que solo sirven para saber a dónde no se quiere estar. Pero el sentimiento era de vacío. Y claro, lo sabía, desde el vacío lo único que queda es empezar a salir. El problema era hacia dónde. Una vez expatriado, difícil recuperar el origen. ¿Y si era un viaje hacia lo desconocido? Como un explorador espacial, eyectado hacia el otro lado del universo para descubrir que más allá de todo no hay mucho por hacer. Las experiencias vuelven a recurrir a lo que ya estaba habitado de antes, entonces la exploración resultaba ser un retorno a casilleros que ya estaban ocupados. Entonces descubrir que no hay lugar ni para la angustia existencial, no más. No se puede volver habitar lo que ya está habitado, lo que ya fue habitado, lo que fue soñado. La regla de su vida: cualquier deseo o sueño terminaban por no suceder. Era un poder extrañamente perverso, la imaginación lo llevaba a ese extremo. Bastaba que soñase para que eso mismo dejara de suceder en la realidad. Pero el caso no era igual con las pesadillas. Esas sí que se terminaban cumpliendo. Así fue que se abrazó al insomnio hasta que la muerte soñadora los separase alguna noche. De insomnio en insomnio se balanceaba, sintiendo que su cuerpo despegaba desde el suelo hacia una especie de Olimpo lleno de rosas negras, con espinas que no lo podían pinchar, porque en ese estado de expatriado ni siquiera el dolor consolaba. Era eso, sentía que no podía recuperar sus dolores pasados, sus sufrimientos que eran la base de su identidad. ¿Cómo no podía recordar sus propios traumas, sus secretos más dolorosos y humillantes, lo que era la base de su existir? Imposible saber qué había sucedido con todo eso, con todos sus tiempos, con sus vínculos. Ya nada estaba allí, era todo parte de una confusa sensación. Su ser había pasado, ya no estaba. Era el monolito flotando sin dirección, sin sentido. ¿Cómo recuperar la razón? No sabía, porque tampoco encontraba el sentido que traería recuperar ese tesoro no deseado. Pero tampoco la pasión lo movía, era una suerte de transición hacia la nada, un estado transitivo impersonal, como una de esas oraciones unimembres sin correlación de sujetos, sin acción determinada, una pluma en el espacio profundo: Hay… Y flotar sin tiempo ni espacio, sin sexo, sin dolor, sin goce. Nada donde rascar, nada que sangrara, ningún recuerdo desde el que colgarse. Nada para secar bajo el sol, que ya no podía distinguir, mucho menos disfrutar. ¿Qué era todo eso? ¿Qué cosa podía seguir?. Imposible determinarlo, imposible destinar un trozo de locura para saber por qué las manos empezarían a saciarse sin sed. Nada, cuerpos por partes, destrozados por vaya a saber qué estúpida fuerza bestial. Pesadillas que ya no eran percibidas como tales, grandes insomnios de animales que pedían por un trozo de piedad. Ya no había nada de eso. Porque, simplemente, no experimentaba culpa. Era otra cosa, algo inexpresable, un impulso hacia la nada, llevar todo hacia la nada. Dejar de existir en esos actos desmesurados, que eran perderse en el borroso limbo de la crueldad no percibida como tal. El castillo sin luz, la garganta de un diablo encantado. Él sofocando vidas sin poder percibir la propia, la ajena, la de nadie. Nada. Nunca. Corazones destrozados en un altar que era su nueva casa, un lugar extraño que lo contenía al menos, en todos sus insomnios terribles, en todos sus actos sin justificativo, sin pasión. Ojos que lo contemplaban sin entender qué era. Un reflejo de eso mismo, de vació constante. Esfuerzos que no le eran placenteros ni penosos, no le eran nada en absoluto, pero sucedían. Los latidos que dejaban su acorde para llamarse al silencio eterno, una sinfonía que era un fondo para lo que no existía desde el origen. Un expatriado en busca de lo que no podía sentir en otros cuerpos, en otras almas. Robaba para desperdiciar en otros lo que ya no podía sentir. Una búsqueda de explicación sin sentido, que desde fuera sería nada más que crueldad gratuita. Sí, lo mejor sería terminar con su propia indeterminación insensible, ponerlo contra un paredón y ya. Nada lo podría devolver al otro lado de la vida, nada lo podría devolver al origen, a una identidad definida, a la humanidad primigenia. Flotaría en el espacio, de insomnio en insomnio, generando pesadillas a los demás, sin descanso, sin paz. ¿Iba o volvía del infierno? Quién sabe.


****Como música de fondo algo satánico, por supuesto:

*****************************************************************************************************Con humildad, Juan*****************esta semana, exorcizando demonios*******************gusto en conocerlo.......************


Comentarios

Entradas más populares de este blog

FALTÓ ALGUIEN QUE EMPUJE (la única vez que vi a mi tío jugar)

  En esta historia, que no me pertenece, hay un comienzo que podría considerarse la verdadera historia. Porque el grado cero es el siguiente: una mañana corriente como cualquiera de las que gastamos sin recordar, recibí una carta. En otros tiempos pasados, esto sería un detalle. Pero hace tantos años que no recibo cartas, que la sociedad no escribe cartas de puño y letra, que el hecho resulta casi fantástico. Hay (des)honrosas   excepciones, como las cartas documento que traen pésimas noticias, y los resúmenes de tarjetas que van por ese mismo lado indeseable de la escritura. Por lo general, tienden al abuso de un registro formal que ya no existe, y ese es quizás su único atributo, ser las depositarias de un registro en extinción, como una suerte de resto de animal prehistórico preservado para las siguientes generaciones. Entonces me tomé el tiempo, el lugar y el contexto necesarios para la lectura de esa pieza única. Como arqueólogo de historias, la lectura es más bien un degustar cad

Mitad

Está lloviendo ahora sobre toda esta ciudad y son las 12:30 pm a lo largo y ancho del Meridiano de Greenwich y yo he crecido entre gente que es joven y gente que no es joven entre autos, papeles bond o bulky, artefactos y escaleras artefactos y clientes. Y avisos de la desesperación o la locura. ( Paradero , de Juan Ramírez Ruiz)   Podría decir que la poesía existe para que me den ganas de tirarme del octavo piso del edificio en el que (no)estoy viviendo ahora. Mejor dicho, en el edificio donde estoy muriendo desde hace rato. Como una banana que se pasa de su madurez, y que empieza a despedir un olor rancio de otros momentos, de otras décadas. Una mala comparación de un mal escritor. Pero créanme, es lo mejor que me sale, esto de sentarme a morirme o escribir. Para el resto de las cuestiones me considero mucho menos que mediocre. A excepción, tal vez, de lavar los platos, una actividad que sintetiza como sinécdoque, porque ese coso vale por todos los cosos que se ensuci

Divagues del yo

Eso que se ve, digo, no fue tan así. A lo mejor sí que sentía algo especial por aquella persona en ese momento. O a lo mejor no. Verán, a veces es el lenguaje el que me lleva a inventar ciertos sentimientos, que por ahí no son así. ¿Me explico? Ni un poco. Bien, digamos que alguien viene de repente y me muestra en un televisor de los de ahora, uno de esos con inteligencia televisiva, una serie. Sería una tragicomedia de muy bajo presupuesto, y resulta que el protagonista soy yo. Entonces, en el primer capítulo se reconstruye mi nacimiento, mi infancia, y así. Como esos primeros años son muy distantes y difusos, digamos que voy a confiar bastante en el director, en el guión, porque no estoy muy seguro de nada. Pero entonces llega, supongamos, el tercer capítulo, y ahí sí que no me lo creo. Aparezco yo con un conjunto de personajes que la verdad no recuerdo haber querido tanto, ni que hayan marcado para nada mi vida. A lo mejor a alguno de ellos le dije “te amo”, qué se yo. Puede ser. ¿V