Cada cierto
tiempo volvía esa noticia de que Argentina era el mejor lugar del mundo para
estar, solo si sobreviniese una guerra nuclear en todo el mundo. Y mucho más
precisamente, el barrio Rivadavia era lo más seguro dentro de lo seguro, porque
en ese pedazo de tierra elegida ningún cohete podría hacer pie, ningún misil
llegar a detonarse. Todo por falta del combustible suficiente, porque claro,
son épocas de ahorro y la guerra no es una excepción. Entonces, ¿para qué
carajos gastar un peso en apuntar los misiles al barrio Rivadavia? ¿de qué
serviría atacar al chino de Jara o a la sede del club Racing? En eso venía
pensando el Yo que dice yo, camino de la esquina donde lo esperaban la tarde
ventosa y una birra, Francia y Garay. Sería que ya no valía la pena ni siquiera
una amenaza al barrio, por la inercia que lo caracterizaba desde tiempos
inmemoriales. Por ejemplo, San Martín no había pasado ni de cerca por el barrio
Rivadavia. Las bolas, habrá dicho, yo me voy para Francia y arréglense ustedes
con los precios cuidados. Ni siquiera bandidos rurales habitaron el lugar, aunque
sí un poeta filo Nazi, que retrató como nadie en sus versos la crisis del 2001.
Siempre la crisis del 2001 y sus pre cuelas y sus secuelas y sus spin off y sus
documentales tan reales, que parecen que repiten la misma historia cambiando
solo el año del calendario. Menos mal que no es diciembre, dijo Scardanelli con
su sospechoso ánimo positivo. Porque si fuera el último mes del año salen cacerolazo
y saqueo en combo dos por uno, con un trasfondo de consumo híperinflado por las
fiestas y millones de vacacionantes dando vueltas, saltando sobre cadáveres que
ya no pueden seguir el ritmo del consumo nuboso…del consumo eterno…Pasame la
birra, dijo la China, que tenía una cara de cansada que se la llevaban los
demonios del insomnio. Horas y más horas de trabajo, extras, alargadas, por
penales, todas esas horas sumadas al por mayor y restadas a casi nada a la hora
del cobro. Todo lo que suena muy parecido a lo que ya había escrito en otros
tramos de la historia, para arriba, para abajo y por fuera, ese maldito poeta.
Volver a empezar, decía Scardanelli, pero diferente, como decía Roberto
Juarroz, una vuelta al origen pero desbautizados. Mejor sería descolonizados,
apuntó la China y se sentó porque no le daban más las rodillas de tanto
caminar. Visto desde lejos parecían tres soldados vencidos, totalmente destrozados
y con ánimo de dormir para siempre, aplastados por la planta del viejo león.
Que no nos escuchen en el barrio, pensaba el Yo que dice yo, porque lo más
importante en toda batalla gloriosa es tener la moral bien alta, aunque se vaya
perdiendo por goleada. Pero la cosa estaba difícil, había mucha mala onda, la
mayoría no estaba parando la olla, ni hablar de llegar a fin de mes. Entonces
volvía a esa noticia de que el barrio, su barrio, era el lugar más seguro del
planeta ante la crisis nuclear. ¿Y cuándo no había habido una crisis nuclear?
Era un clásico reinventado serialmente, como la crisis económica y la crisis
ambiental y la crisis de la tercera edad. Todas crisis que habían llegado para
quedarse hasta que estallasen y tuviesen que volver a esperar en el depósito
del tiempo destinado a las crisis. Porque las crisis son cíclicas, o a lo mejor
son un solo ciclo que nunca tuvo origen y mucho menos final. Deconstrucción.
No, mejor desandar la Historia lineal, la horizontal. Preferible saltar o
tirarse al vacío, ampliar la grita, y empezar otro origen, un antiorigen. Y por
favor, no caer en la mentira de los multiversos, que son todos la misma mierda
con diferentes personajes hacedores de chistes malísimos, con un solo y gran
dueño que llena sus arcas a futuro para invertir en el pasado agricultor de países
del cuarto mundo. Pero el Yo que dice yo no quería perder el hilo, este pedazo
cuarteado de universo era lo más seguro que existía, y tal vez justamente por
haber pasado tantos multiversos de crisis ciclotímicas, preanunciadas por
presentadores del apocalipsis contratados por cadenas multimillonarias
dedicadas a mover dólares a través de cuevas ilegales, legalizadas por serpientes
amigas del juez de turno. Muy bíblico, se decía Scardanelli, demasiado, toda
esa cosa del final del mundo y etcétera. Se preguntaba ¿Cómo puede finalizar
algo que nunca empezó? La China lo miró con desgano. La verdad, le importaban
muy poco los desvaríos existenciales de sus amigos. Estaba ahí como una suerte
de autómata programada para pasar a cortar la semana, con una cerveza y poco
más. Cortar la semana un martes, reflexionaba, era estar cada vez más cerca de
arrancar la semana cortando todo: ¿Y después qué? Un futuro grande como el sol
y la llanura idiota de la Pampa húmeda, un universo verde transgénico destinado
a morir en silo bolsas enriquecedoras cíclicas de cíclicos dueños de tierras ajenas.
Se hacía tarde, pensaba el Yo que dice yo. Scardanelli se iba rumbo al centro,
a buscar algún otro conocido que compartiera un vaso de cerveza. La China a
buscar a su hija, y a ver qué carajos hacía de comer con dos mangos. Se hacía
tarde para todos. Más vale alejarse de la esquina, porque a diferencia de lo
que decían los portales informativos, el barrio Rivadavia a partir de las siete
de la tarde, no resultaba el lugar más seguro del mundo.
******Y ya
que estamos salvados, por las dudas, que venga el refuerzo musical:
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