¿No será todo un pozo?


Tarde de invierno – todavía – en el barrio Rivadavia. La esquina citada todas las semanas, Francia y Garay, el lugar que no vale la pena ni para un meme. Los personajes que van llegando, hasta que es lo suficientemente tarde como para dejar de hablar un rato, tomar la cerveza hasta el fondo y mirar lo que se pueda del cielo, esperando un futuro totalmente incierto, como suelen ser todos los futuros. Cualquiera de los tres personajes se pone a estornudar, y los otros dos se ríen, porque ya es tarde para reclamar por coronavirus, así que le piden al estornudador que se deje de joder, que hay inviernos que ya no existen por decreto, que ya todos esos daños pasaron, pero dejaron grandes rastros, huellas hacia atrás. ¿Y qué hay con la Historia y su necesidad de moverse en dos direcciones? Nunca basta, para ninguno de los tres personajes de esquina, ir hacia adelante o hacia atrás. Un dato de la realidad les dice que volar tampoco se puede, entonces solo queda un movimiento sublime. El arqueológico, el de la excavación, el del pozo. Un vacío con raíces implantadas que intentan hacer crecer algo sobre lo que ya no es así. Una humareda de campo quemado ilegalmente, unos cuantos pesos que ya no tienen valor porque nadie quiere darles el valor que merecerían. Habría que sincerar a estos tres personajes, entonces uno le dice a los otros dos que mejor sería abandonar todo tipo de moneda, y producir la revolución de una vez, vivir del intercambio de cosas, servicios, tipo trueque. Pero los tres saben que esas ideas no resultaron bien, porque al final el sistema se vuelve a regenerar, por más hondo que sea el pozo. ¿Cómo habremos inventado un sistema económico-social tan fuerte e invencible, siendo que somos seres tan frágiles y autodestructivos? Pregunta que se haría un joven Marx, o una de los tres personajes que toma birra en la esquina de siempre, del barrio de siempre, justo en el momento que recuerda que se tiene que ir a laburar, que la hija está en la escuela y la tiene que ir a buscar, y que el colectivo ya no pasa por donde lo esperaba siempre. Entonces, el plan es volver a inventarse un nuevo sendero, siempre. Pero resulta que todos los caminos conducen a Roma, y Roma es en verdad un gran y gigantesco vacío, porque es una ciudad-propaganda, un destino turístico que no tiene para ofrecer más que lo que ya vendió por bolsa, o en criptomonedas, o en dólares soja. Una nueva moneda atrás de la otra, monopolizada por los monopolizadores de siempre, ajustada día a día para todo el resto de la humanidad que apenas si llega a fin de mes. Y al otro día, una nueva carrera con la línea de llegada, que es el nuevo fin del nuevo mes. Carrera que se detiene en cualquier momento, y que entonces no pareciera tener ningún sentido, se pregunta el otro de los tres personajes que están sentados en la medianera de la esquina. Barrio Rivadavia, un pedazo de tierra loteada y vendida desde tiempos inmemoriales, en los que a alguien se le ocurrió que el derecho Romano podía ser algo justo, y no más bien un pozo más, un vacío legal hecho por los propios colonizadores, representantes del imperio expansionista. Y qué mejor hubiese sido sembrar todo tipo de flores, y dejar que las abejas volaran en todas direcciones, y que nadie hubiera construido todas estas cosas de cemento, que bien vistas son un horror, y mal vistas… Un pozo enorme, un vació en el que caen todas las personas que intentan cruzar por esta calle, que tiene un cráter gigantesco, que se dedica a romper los chasis de todos los coches, porque los cráteres no discriminan. Se hace –casi- de noche, uno de los tres personajes (o los tres a la vez) recuerda(n) que jamás vio(vieron) un bicho de luz en el barrio. Porque sí, el aire no es el mismo que solía ser. Porque no, hacía mucho que no se movían de allí. Era como si los tres compartiesen la misma esencia, fuesen de la misma materia, como tres agujeros negros en constante desmaterialización. Porque estaban aceptando eso mismo que tanto les dolía: el pozo eran ellos, era esa esquina, era el barrio, era la ciudad completa y los demás límites legales y metafísicos. Y con esa verdad desgarradora había que convivir, diariamente. Aceptar que uno vive con esa posibilidad, con esa realidad, la del no ser nada más que nada. ¿Qué sentido había en semejante pensamiento bajonero? Que tal vez, con un cierto filtro optimista, en ese mismo pozo, en ese mismísimo vacío, hay siempre la oportunidad de volver a inventarlo todo de nuevo: los lugares, las calles, las ciudades, los Estados legales, la metafísica. Esos tres personajes casi eran conscientes, en esa tarde/noche de invierno, en esa esquina de mierda tan parecida a cualquier otra esquina de mierda, que de ellos dependía volver a pensarlo todo, volver a revolucionarlo todo. Otro camino, otro sendero, otro pozo con el que convivir, pero por ahí un cachito más humano, más empático y solidario. Los tres personajes de la esquina de Francia y Garay no se saludaron, simplemente dieron por sentado que el día debía continuar con sus rutinas habituales. Cada quien tomó por su camino. Cada quien volvió a pensar en cómo seguir la semana. Cada quién pensó, equivocadamente, que estaba sol@.


******Y si de pozos y música escribimos y hablamos, pues que suene este clásico:

**************************************************************************************************Humildemente Juan*********Tapando pozos, conviviendo con vacíos*******************************

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