“Imagínate,
dicen, se agarraba a esos harapos malolientes como si fueran su tesoro más
preciado. Pero lo eran, lo eran: eran todo lo que le quedaba. Cuando se los
sacamos le arrancamos el alma, y solo le dejamos ese cuerpo desnudo, y limpio,
y peinado; ni siquiera la tierra que llenaba sus arrugas le habíamos dejado.
Hacía bien en chillar, y pelear, y morder la india vieja. Hay momentos en que
una se agarra a lo que sea, a su locura, a su vicio, a su mugre, como si fueran
las propias entrañas; no porque sea valioso, no porque sea útil, sino apenas
porque tiene que haber algo que no puedan sacarte” (La jaula de los onas, Carlos Gamerro)
El lugar de
la resistencia es un espacio que construimos para definir nuestro punto de
pertenencia. Desde allí, nos paramos para asomarnos al mundo, que muchas veces
puede ser tremendamente hostil, o sospechosamente condescendiente. Y que se me
disculpe el maniqueísmo, el binarismo caprichoso, pero estoy tratando de
enfrentarme a una idea. Para cualquiera de los casos existe ese último y
recóndito espacio de identidad, ese algo a defender, ese algo diferencial que
te posibilita – en parte – ser quien dice “yo”. Desde allí hay que presentar
todo tipo de batallas, y mucho sentimiento amoroso en épocas de paz. Qué lindas
que son éstas últimas, cuando uno se pasea sin ningún tipo de remordimiento ni
angustia, una mañana cualquiera, con un sol cualquiera, en una playa cualquiera,
en un rincón cualquiera del barrio Rivadavia, empinando una cerveza cualquiera
comprada en cualquier súper chino, pagando el precio cualquiera que toca esta semana
– ahí entraría el punto de vista del bolsillo y su capacidad resolutiva, pero
vamos a dejar estas vicisitudes para una próxima nota sobre economía en tiempos
de pandemia -. Lamentablemente, y que se me disculpe el tono desesperanzador,
los tiempos que se avecinan – acaso uno solo y mal avecinado – no indicarían ningún
tipo de tregua. Por el contrario, estos días son prósperos para el arte de la
guerra dialéctica, la batalla sin sentido, el enfrentamiento encarnizado y
totalmente gratuito. En eso se nos va gran parte de la vida y –casi- toda la
muerte. Reivindicando y luchando y buscando enemigos o inventándolos, porque
para poder encontrar ese último refugio de cordura hay que generar un
adversario acorde. Puede ser otro espacio, otras identidades, otros lenguajes,
otros, otras, otres. Hasta se pueden iniciar batallas y reconocimientos de
identidades utilizando tan solo una vocal, o tal vez dos. Y a prepararse,
porque vendrán con todo, los tiempos, el tiempo. A nadie le gusta verse
reflejado en alguien más, a menos que lo pueda poseer. Así que, mejor guardar
esas ropas sucias, atar bien esas crenchas grelosas, tener en cuenta que si no
ponemos los acentos donde creemos que van, alguien más vendrá a ponerlos por
nosotr@s, y de ahí al final no hay mucho más que decir. Y un buen día llega ese
día, el destinado a cada perro, un día en el que nos damos cuenta, vos y yo y l@s
otr@s, que no estábamos en el mismo camino, pero que sí queríamos llegar al
mismo lugar. Y defenderlo, ese espacio de resistencia hasta el final, por más
dañino y equivocado que se estuviese. Obvio que la autocrítica no tiene
sentido, es falsa modestia, que se me perdone lo que digo. A las pruebas
históricas me remito. ¿Que somos muy diferentes? No, al menos, en este aspecto:
defender el refugio. ¿Para qué? Para no perder la cordura, para poder seguir
nombrando las cosas, para ordenar la realidad. Al menos, la realidad creada a
partir del lenguaje, la cultura, nuestro lenguaje, nuestra cultura. ¿Vale la
pena una vida de batallas y resistencias? Espero que sí, caso contrario,
debería entregar las herramientas mañana, unirme al vacío que todo se lo lleva,
que todo lo engulle, que todo lo aniquila. Guardar eso que te hace “vos”,
protegerlo lo más que puedas a lo largo de toda tu vida, y tener en cuenta que
nada está diseñado para tu conformidad. Las olas llegan a veces sí, otras veces
no, los barcos zarpan en tiempo y forma, a veces sí, pero otras veces no. Te
podés preparar para el gran salto, por supuesto. Pero tené en cuenta lo que te
digo acá, puede ser que no tengas dónde saltar. Último secreto a voces: para
defender algo primero lo tenés que crear. Seamos bienvenid@s a la vuelta de l@s
mortales, sigamos escribiendo caminos imposibles, trazando mapas improbables,
encarando aventuras inexplicables. Después defendamos lo recorrido, para mañana
seguir tramando nuevas historias, que resistan, que se resistan a caer en los
dientes de quienes todo lo quieren digerir con la velocidad que se percibe la
muerte. Un instante, un salto, ver qué pasa. Nos vemos del otro lado, en ese
último reducto de identidad, el último espacio de resistencia.
***Un lugar de resistencia puede ser la vereda en la esquina de Francia y Garay, con un mate lavado en la mano y medio faso que más vale sería ir abandonando. Y por supuesto, este temita sobre el aguante, que sirve de música de fondo para la lectura (gran acto de resistencia):
************************************Esto fue el aguante: humildemente, Juan y un par de personas más que me resisten***********************aguantemos******************
Comentarios
Publicar un comentario