El pasado
es la única forma del tiempo que condesciende a objeto del pensamiento; se hizo
pasado para ser pensado, se deslizó al campo de los signos, volviéndose
condición de emergencia de todos los signos. Es modelo, diagrama y miniatura
del tiempo, arte del tiempo. Podemos leerlo, pero como leemos los libros que
más amamos; sin entenderlo. (César Aira, "La ola que lee")
Y es verdad
y muy posible que el pasado sea el tiempo de la literatura. Yo escribiendo "yo",
en un presente que ya está consumido, por eso se escribe, para no perderlo del
todo, para que se extinga más despacio. Desde otra galaxia llegan todas esas
voces que actualizamos en la lectura y que nos catapultan a un futuro que será
de escritura, de pensamiento, que será pasado. Aunque no debería pensar en eso
ahora, porque hace demasiado frío y queda mucho para que empiece a encenderse
la parte del año que tanto añoramos, la de los días tibios, la de los días
cálidos. En el ambiente hay como una sensación de que algo bueno está por
venir, porque ya pagamos demasiado estos últimos meses, como que la maldición
estaría saldada. No me siento así, y pido perdón por eso. Entiendo la necesidad
de ese optimismo, trato de formar parte de esa reacción (casi)ilógica. Igual,
como que siempre me tocó ser así, y digo que me tocó porque es como una buena
historia que vengo leyendo desde el pasado, y que actualizo todos los días. En
esa búsqueda que es la lectura -y que lo es también la escritura-, se configura
un yo que tiene siempre las de perder, que se sienta en la misma vereda de
siempre – pero esto ya lo saben, no necesito nombrar otra vez las calles que se
cruzan desde ese inmenso pasado de la ciudad y el barrio que habito – a tomar
cerveza, porque este personaje es un clásico de los noventa, una remake de
cualquier historia de esa época en la que se anunciaba – nada más y nada menos
- que el fin de la Historia. Aunque
después del fin vendría el post-fin y las innumerables secuelas que todavía
siguen completando ese extraño pedazo de tierra y tiempo que es Argentina. Y no
desaparecimos, para pesar de Aira que jugó imaginariamente con la desaparición
del país. Ni siquiera Nostradamus pudo con estas calles y estas veredas y estos
mismos baches de toda la vida. Si la trampa surte el efecto deseado, quien esté
leyendo estas insobornables palabras, habrá dado con un par de cosas, a lo
mejor menores, que se parecen a la verdad:
1) 1) Esto es pasado, por lo que - siguiendo
el razonamiento del inicio- estaríamos en presencia de un texto literario. No
digo que sea bueno o malo, aunque me inclino por la segunda opción.
2) 2) Quien dice “yo” está queriendo
sobresalir todo el tiempo, aunque solo se trata de una mera formalidad para
dejar que la escritura fluya. No tienen idea lo bien que se siente, fluir un poco
todos los días….la ola que escribe.
3) 3) Ya desaparecimos ayer, cuando
esperábamos el colectivo, no hay caso. A partir de mañana ya vamos a ser otr@s,
estaremos transformad@s en apenas unos cuantos signos, seremos Historia, esa
que habían decretado como finalizada.
4) 4) Los finales están hechos para ser reinterpretados
eternamente, como el concepto de Dios y Tiempo, que yo pongo en un mismo lugar.
Inventamos finales para poder seguir con otra cosa más útil que la literatura.
Sin ir más lejos, se me está haciendo bastante tarde mientras escribo esto,
debería ponerme a cocinar ya. *Desvío: ¿Para qué carajos uno se pone a ver programas
de cocina? Para caer en los fideos con aceite y queso, o tal vez sólo con
manteca.
Ponganlé
que algo así sería el juego literario. Mejor dicho, más específico y personal,
eso es el juego literario para mí. En cuanto a lectura, es como si estuviese
persiguiendo los platos más sofisticados, heterogéneos y deliciosos del mundo.
En cuanto a la escritura, confieso que no tengo más que los fideos con manteca
y queso, tal vez con aceite. Lo bueno de todo esto es que puedo seguir
cocinando todos los días, y que hay grandísim@s cociner@s que todavía tienen
platos geniales para compartir. Lo que más me gusta, lo que más disfruto –
obvio – es sentarme a oler, masticar y saborear esas cosas. De malas comparaciones está hecha mi
escritura. La culpa no es del juego, no vayan a creer. Seguro que ni siquiera
hay culpable. ¿Y la Historia? Dejémosla que siga, para donde tenga ganas de
salir. No decretemos su final, porque sería el nuestro y el de la literatura.
*Otro
desvío: El novelista irlandés John Banville dice que el escritor se acerca más a la figura del
asesino que a la del detective, porque está en fuga siempre, porque tiene cosas
que ocultar y también que exponer. Además, pienso, que será porque el hecho de
poner en palabras ciertas acciones es como apretar un gatillo, ¿no? El escritor
/ la escritora, sería un espacio para el crimen puro y duro. Lleno/a de
fetiches y de melancolía, de psicopatía, de neurosis y de pulsión asesina. ¿No
estaré exagerando, hiperbolizando? Sí, porque escribir es exagerar la realidad.
El escribir es un acto exagerado, una apuesta desmedida y una manera de pararse
frente a un mundo de cartulina. Entonces el juego se empieza a complicar y se
nos van terminando los tragos de whiskey, las digresiones y las voces de
escritores de otras épocas, los clásicos. Lo que habría que hacer a
continuación es ir a ver cómo funcionaba la Dublín de 1950, que desquició al
viejo Banville, que después lo llevó a desquiciar a sus personajes. ¿Pero quién
soy yo para proponer una manera caprichosa de ver a estos escritores?. El frío
me tiene un poco retenido, y a lo mejor por eso desvarío como no lo hago en
otra parte del año. Verdad que discutir con el libro de Aira o con la
entrevista de Banville es un poco declararse insano mental, cosa que tanto un
escritor como un lector lo son. Hablar solo, sola, como un desquiciado,
desquiciada, es lo mismo que escribir. Ergo, no estoy atendiendo lo que pasa a
mi alrededor y pierdo el tiempo en divagues que no me van a solucionar
problemas tan simples como:
1) 1) Arreglar el caño del baño, que
pierde agua por donde no debiera.
2) 2) Pintar el techo de la cocina, para
disimular un poco tanto tiempo de abandono.
3) 3) Comprar un par de guantes de lana
que no estén rotos, los necesito para no congelarme los dedos a la mañana.
4) 4) Firmar un buen contrato de trabajo,
esto quiere decir digno, con el que pueda vivir un poco más “normal”. Eso sería
respetar las cuatro comidas diarias.
5) 5) Sacar turno con algún psicólogo o
psicóloga, debo tener una catarata de traumas no resueltos. Para eso debería
volver al punto 4).
6) 6) No hablar más solo. ¿Esto significaría dejar de escribir? Y tantas otras cosas más que no puedo listar en esta reflexión de jueves por la noche. Y ahí está, lo que escribo es un desvío, lo que escondo son mis muertos en el placard. Pero, como todo escritor/a, dejo algunas pistas, para quien quiera ponerse a jugar al Hércules Poirot. Cuidado, no existen en la realidad ese tipo de investigadores tan cabezotas, tan cool. Por lo general, los casos se resuelven de puro ojete, y los asesinos son personas bastante estúpidas. Ese es mi camino, el de un asesino estúpido, que elige mal sus víctimas y que termina encerrado con cadáveres que lo señalan como un farsante. La parte dramática es el cierre de la tarde de hoy, es la oscuridad de una escena policial cualquiera, donde se cruzan dos calles, con algo de neblina y una silueta que se disuelve con el sonido de un disparo. Alguien cae, era el farsante, un asesino de pacotilla. *Ultimo desvío, lo prometo: caminando a comprar más birra, por Jara al fondo, como en un horizonte de fuego, "yo", todo pasado ya.
*Una ensalada que debería tener algún sabor interesante, ese es mi deseo para hoy. Como para acompañar el mal trago, va la siguiente música de fondo, para cualquier policial:
*****************************Humildemente, Juan Scardanelli, desde el interior del barrio Rivadavia*************************************Cualquier duda o cuestión, me escriben desde el pasado******************************
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