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Asesino


Y ahí estaba yo, completamente solo, y todo se había terminado. Era tarde para arrepentimientos, porque justamente arrepentirse es un movimiento que mira hacia el pasado, cuya utilidad es completamente obsoleta. Hablando en criollo, no sirve para un carajo. A lo mejor para algún cura o psicóloga, o para algún amigo que quiera escuchar la palabra de redención final de un arrepentido, atormentado por haber hecho algo incomprensible, violento, imperdonable para la sociedad y sus valores comunes. En otros tiempos, habría  marchado al destierro, fuera de la polis que conformaba el barrio Rivadavia, lo que significaba una pena máxima. Antes de ser alejado del fuego sagrado del hogar – y eso es más de romano – era preferible la muerte. Pero bastaría con el recuerdo sangriento del asesinato, un hecho traumático que persigue al ejecutor para toda una eternidad, que siempre es una, por desgracia. Bien, pero eso a lo mejor funciona en las películas, porque podía ser que la persona asesinada se lo mereciera, y que el asesino se sintiese muy aliviado y casi contento, y que no necesitase hacer como Raskólnikov y terminar la historia confesando ante el juez amigo. Yo prefiero no tener amigos que se dediquen a eso, los prefiero fuera de las instituciones, y sí muy buenos asadores. Sobre todo eso, que sepan hacer las achuras a punto, y que compren el vino indicado y me inviten cada vez que pongan esa mesa, injustamente enviada al infierno de cualquier domingo familiar. Perdón, esta es mi última cena, me estoy confesando, me estoy entregando y no tengo tiempo para andar besuqueándome con traidores. Tampoco pretendo una mesa de doce personas, conmigo y mis plantas basta. Ellas no se quejan y comen carne como yo, y no nos reprochamos nada, aunque esta noche las noto más bien tristes. Puede que lo que hice haya estado bien, desde algún extraño punto de vista. Sí, maté a alguien y lo confieso en estas líneas. Y soy tan libre que puedo dejarlo por escrito por acá, hacer esa pausa y contradecirme en la siguiente oración. No maté a nadie, soy inocente. Más bien, soy no culpable de asesinato en primer grado, de un Yo que dice yo a un tu. Como le gusta decir al derecho penal anglosajón, de inocentes no tenemos ni medio. Podemos ser culpables o no culpables de determinado hecho delictivo, pero inocentes nunca. Así que vos que leés esto también sos no inocente de cada muerte violenta en el mundo. No te enojes, no me mal interpretes, no digo que seas culpable, solamente te informo que no sos para nada inocente. Y espero que con esto nos demos cuenta que vivimos en la misma sociedad, y que reunimos una cantidad de cualidades y valores que decidimos proteger con unas instituciones que medio se nos fueron de las manos, y que nos presionan el cerebro cada día un poco más, y que más vale que se te alejen un martes a la mañana, en plena rutina, porque en una de esas se te escapa un tiro y te pasa lo que me pasó a mí. Y lo siento por toda la gente que odia a los asesinos, aunque bien que disfrutan saber sus historias, mirarlas en esas maratónicas series. Un disfrute bien morboso, pero que debe terminar con un castigo ejemplar y reparador, porque la manzana podrida tiene que ser removida del cajón. Aunque es más preciso aceptar que todo el cajón es una podredumbre, y que cada manzanita se va pervirtiendo como mejor le parece. ¿Quién no tiene un muerto en el placard? Yo tengo tres. El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra: yo disparo, por reflejo, no soy religioso. Y será por eso que arderé en el infierno. Bueno, los religiosos cargan con muchos más asesinatos que yo, lo único que los diferencia de mí es el nivel de hipocresía. Ellos se armaron un entramado burocrático que los absuelve de cualquier crimen, solo por el hecho de haber decretado que su Dios es único y verdadero. Después, claro, hicieron guita y se aseguraron de no repartirla, con eso del celibato y la conquista del oro, a base de sangre y sometimiento. No me jodan y tráguense bien adentro su hostia de mierda. Hasta yo me comí una de esas cosas lo más contento, cuando era pibe, por obra y gracia de un cura que siempre me tocaba la pierna y me acariciaba, porque supuestamente era un enviado de ese Dios, que lo autorizaba a manosear a todos los pibes del barrio. Muchas gracias a  los que miraron y miran para otro lado, porque eso es más fácil. Gracias por sostener todo ese sistema de mierda y hacer como que no pasa nada. Yo les hago el favor, no se hagan problema. Yo les prometo remover lo que no quieren que salga a la luz, porque me dedico a eso. No pude más de tanta hipocresía. Me di cuenta que el camino del asesino es el único que vale la pena ser transitado, en cualquier momento de la vida. Y perdón una vez más a mis únicos amigos de toda la vida del barrio, a la China, a Scardanelli, a ellos que tanto me querían,  y que fue a los primeros que maté…

Y el Yo que dice yo se despertó de la que consideró su peor pesadilla literaria. Se había quedado dormido contra el paredón de la esquina de Francia y Garay, por efecto del solcito primaveral en maridaje con la cerveza que ya estaba medio tibia. La China lo despertó y él se estremeció.

-          ¿Te quedaste dormido, boludo?

-          Parece que sí, China. Me alegro de verte bien

-          ¿Bien? Estoy matada, es martes y ya no puedo más, la semana me queda cada vez más corta.

-          Pero acordate que ya se viene el finde largo.

-          Andá a cagar.

-          Che, ¿y Scardanelli?

-          Lo ví en el bar del club Jara, estaba jugando al pool con un pendejo, creo que habían apostado algo. Viste cómo es, le encanta competir y hablar de boludeces mientras tanto.

El Yo que dice yo se quedó más tranquilo. La tarde se empezaba a extinguir y todo volvía a la normalidad. Pensaba que los sueños, por más terribles que fueran, tenían la amabilidad de no quedarse mucho tiempo rondando por la cabeza de uno. Y eso era una bendición, cinco minutos de vigilia y ya…


**El tema que se me viene, la víctima perfecta:

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