Digamos que
es tarde en cualquier lugar.
-
En
el barrio Rivadavia, eso de que en la misma esquina de siempre, ¿verdad?
Digamos que
no, que mejor el lugar no tenga nombres, y mucho menos apellidos de próceres
que mejor no se hubieran molestado.
-
¿Pero
eso ya no sería parte del “buen decir”?
Digamos que
tanto mejor todavía, sabés que hubo una
persona que una vez me dijo que me quería, pero después todo se transformó, el
aura que habíamos creado se volvió uno de esos esqueletos deformados de
Basquiat.
-
Parece
un acto de despecho, el tuyo.
Digamos que
podría funcionar así: una noche de miércoles primaveral, a la salida de
cualquier esquina, me encuentro con la epifanía tanto tiempo buscada. Y resulta
que no la puedo entender, y que me pongo ansioso, y que me doy cuenta que no la
puedo disfrutar, y que cuando se hace lo suficientemente tarde, ya no está.
-
Estás
despechado.
Digamos que
perdí algo que pensé que en algún momento podía encontrar, pero que en realidad
nunca tuve.
-
Eso
ya es un trabalenguas sin sentido.
Digamos que
sí, un juego de palabras liberadas, exentas de cualquier juicio, valor o moral,
sencillamente entes desapasionados que juegan en un paraíso artificial de
significados.
-
Ahora
se pone escabroso el asunto.
Digamos que
algo de cierto hay en eso de que el que no arriesga no gana, el que repite no
habla, el que se deja pensar por otros no existe, o peor, existe como una cosa
masticada, como un resto de vómito existencial.
-
Eso
que no vale la pena, como un feriado tirado en el medio de la vereda, con
resaca.
Digamos que
puede ser un estado comatoso, pero con un final feliz, despertar un día más con
la posibilidad de levantar la cabeza y escupir la escalera de aquel que creía
que su virtud era la decencia, la innegable pertenencia a la clase correcta, la
dadora de bienes, la prestadora de palas y futuros acomodados.
-
Ya
no te entiendo mucho, hablás como un Isidro Parodi alcoholizado.
Digamos que
es un caso imposible de resolución, pero que atraviesa todas las vidas, porque
es el inicio y el final del mismo anochecer, con los dos personajes de siempre,
dos detectives frustrados, dos detectives desenamorados, descartados por todas
las sociedades de bien común, invitados a vomitar en el inodoro del Teto
Medina.
-
Una
aberración lo que decís, nada literario, nada interesante, una pérdida de
tiempo.
Digamos que
ahora no hay espacio para nada más en mi cabeza, que me está a punto de
estallar, porque no es gratis soportar cien mil ataques bacterianos por minuto,
en algún momento me tiene que fallar todo el sistema, ese instante en el que
miro a los ojos a alguien y le confieso un te quiero, te extraño, dame más.
-
El
despecho como manera de contar un mundo.
Digamos que
para caminar hay que saber a dónde está cada baldosa, qué zapato fue calzado en
cuál pie, qué centímetro de corazón es puesto a prueba, cuánta valentía se
pondrá en juego a la hora de cruzar el Rubicón.
-
Perder
la memoria, como en el infierno.
Digamos que
ese es el infierno, perder la memoria, y que es totalmente inevitable, porque
es la mismísima definición de la muerte.
-
¿Y
de ahí?
Digamos que
vuelve a empezar todo, con sus desmayos, sus trivias de pacotilla, su
cambalache mal pensante, sus pasos perdidos, sus historias mal hadadas, sus
malversas algarabías, sus gurúes desplumados, sus infantes suicidas y los
saltos hacia la nada.
-
Un
riesgo absoluto, mantenerse cuerdo.
Digamos que
una necesidad crucial para no fallecer vivo antes de tiempo, no nacer con el ataúd
sobre la cabeza y el sentimiento.
-
Un
despecho cortés.
Digamos que
para seguir es lo más saludable, poner sobre las espaldas cada una de las veces
que algo no salió de la gota de una lágrima, una muela que se patea a sí misma
porque no entiende qué cosa es la que debería haber dicho en ese momento.
-
¿El
de la despedida?
Digamos que
es el momento donde los caminos bifurcados se desunen para siempre, donde las
singularidades pierden las letras finales y se quedan bajo la sombra del árbol
del olvido, uno que no tiene el fruto esperado, sino más bien un racimo de
revientacaballos.
-
Eso
parece parque Camet.
Digamos que
un lugar así, con un lago artificial aprovechado por buitres y jóvenes que van
a perder la virginidad mientras consumen lo que hayan podido conseguir por acá.
-
¿En
algún quiosquito de Francia y Garay?
Digamos que
mejor no hablar de falsos estados, de falsos próceres y de falsarios dadores de
alegrías pasajeras, porque callar es humano.
-
¿Perdonar
divino, esa frase hecha?
Digamos que
perdonar suele ser una mierda, porque nos deja con la glucosa baja, y mejor
sería caminar en el pantano más alejado de la humanidad y sus cagadas.
-
Para
terminar, volver al despecho.
Digamos que
nadie puede ser expulsado de donde nunca estuvo, y que en todos los lugares me
viene pasando lo mismo.
-
¿Te
sentís solo?
Digamos que
no, China querida, tampoco mal acompañado, lo que siento es la falta de puntos
en mis razonamientos, y el sobrante de comas cada vez que quiero decirle a
alguien que no se vaya, que no me deje, que el mundo son ell@s, que no l@s
quiero perder.
-
Sacá
las comas, dejá el olvido.
Digamos que
escribir es más fácil que mirar esos ojos, porque me siento desnudo, en
esqueleto, a la intemperie.
-
Basquiat.
Digamos que
no puedo pensar más en eso, que me duele la cabeza, que mejor entierro en un
pozo la botella de birra y me vuelvo a donde no tendría que haber estado.
-
Pero
estás ¿Sabés, no?
Digamos que
voy a creerte, al menos esta noche.
-
Y
hasta que la sombra nos apague.
Digamos,
por última vez, adiós, hasta luego, no funcionó, y que el último apague la luz.
*Y porque pintó y vale tanto, la música de fondo sería esta:
******************************************************************************************************Humildemente, Juan*******No es que no te crea, es que las cosas han cambiado un poco************************
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