“Se
escribe, sí, para poner por escrito y así exorcizar o neutralizar aquello con
lo que muchos, desgraciados y no escribientes y ni siquiera lectores, acaban
tachando sus vidas por no haber aprendido de los acertados y didácticos errores
de las tan verdaderas criaturas de ficción” (Rodrigo Fresán, Melvill)
Entonces
parece una de esas últimas tardes de verano casi extinto, apenas un prólogo de
otoño, un sol pesado que precede a la lluvia que lava la ciudad tirando toda la
mierda al mar, como es costumbre en toda época marplatense. Aprovecho para
tomarme la birra bien fría, en la esquina de siempre, barrio Bernardino
Rivadavia, tu (in)grato nombre. Y no va que ya me habían ganado de mano.
Sentado con la mirada perdida en cualquier parte, nada menos que el filósofo
berreta, Scardanelli. Era tarde para pegar la vuelta, ya me había visto. No me
quedó opción y me tuve que sentar al lado, y le tuve que dar de mi cerveza, y
ahí fue que empezó con eso de socializar las bebidas fabricadas para el ocio de
los pueblos. Tomamos unos tragos durante un buen rato, y fue imposible no
escucharlo desvariar sobre varios temas. Uno de sus predilectos, los personajes
de ficción. Estaba fascinado con lo en serio que se tomaba el Quijote a sí
mismo, y lo pelotudo e innecesario que era eso, y la influencia atroz que había
ocasionado con eso del quijotesco accionar de personas reales que mejor se
hubieran acostumbrado a su rol secundario de Sancho Panza o Rocinante. Pero no,
era menester llevar empresas imposibles, aventuras desmedidas y bastante
irreales, para terminar en el mismo lugar que se había empezado, delirando un
último sueño, en una cabaña en Castilla la vieja, la seca de historias
atrapantes, la de la realidad supremamente soporífera. Después, se la tomó con
el capitán Ahab, ese desquiciado y resentido marinero en busca de un animal
extremadamente desmedido, un animal que lo va a matar en un parpadeo, que le
había perdonado la vida solo para joderlo, para dejarlo con una pata de palo y…Sí,
jodernos la vida a todxs lxs lectorxs que soñamos todos los días con salir a
perseguir unos sueños tan blancos y gigantes como Moby Dick, y que nos quedan
tan lejos como el Pequod y toda su tripulación delirada. Delirantes, decía el
delirante Scardanelli, y se tomaba un trago más de mi cerveza injustamente
socializada por él. Me quedé un rato más, pero ya en silencio, porque no quería
alentar más discursos del filósofo que le tocara en desgracia a la esquina de
Francia y Garay. Mirá que hay esquinas en todo el mundo, como para que en esta,
hoy a la tarde, nos hayamos tenido que sentar con Scardanelli. Sí, parecíamos
dos personajes ficcionales, de una muy mala ficción, una en la que el horizonte
está pésimamente descripto por guerras y virus y farsantes en busca de un poder
que no conocen, porque lo malo del poder es eso, se lo desconoce hasta que ya
es demasiado tarde. Decía Scardanelli o decía yo, poco importa. Y qué mejor y
más lindo es leer esas historias de Odiseo tratando de volver a su casa, pero
en Dublín y con Joyce de la mano. Mucho más cerca de mí ese cornudo de barrio
que cualquier otro héroe impecable. Mucho más de mi lado ese escritor
mediocremente incansable buscando el tiempo perdido en un par de sensaciones,
que por lo demás resultan bastante berretas. Y son interpretaciones, y son
también ejemplos para no emparejarse mal una tarde de otoño. Parece verano, me
corrige Scardanelli, no sin razón. Parece un fin del mundo fraguado, y nosotros
dos caballeros del apocalipsis que perdieron sus caballos y sus poderes
destructivos, todo porque eso ya pasó, pasa todos los días y en todas partes
del universo. Del mundo, querría decir Scardanelli, pero para qué corregirlo,
si me diría que dijo justamente eso que no había dicho. Entonces el mundo se
transforma en todo un universo, como el paredón y las calles rotas del barrio
Rivadavia, el todo del todo. Nuestro todo, me diría Scardanelli. Un todo
hperbolizado, con relaciones exageradas y reacciones sobreactuadas, como
estrellas de Hollywood en película a estrenarse el jueves en Cinemacenter, o
hasta que las plataformas on demand lo permitiesen. Trazando infinitos
universos con un mismo y solitario final, las palabras The end. Dos inevitables
destinos, que no son más que la consecuencia de haber arrancado esta película
que no pudimos elegir. Yo quisiera ser cualquier Sultán de cualquiera de las
historias de las mil y una noches, para poder seguir siendo contado de manera
anónima y para siempre. Raro deseo el de Scardanelli, pensaba yo, que me
identificaba más con Marlowe en el solitario adiós, tomando mucho Whiskey y
fumando como loco, mientras me dan patadas en el piso. Pero claro, siempre
poniéndome de pie para estar listo para el próximo caso. Mirá qué linda tarde,
Scardanelli, no parece nuestra. Y no lo es, porque seguro alguien ya la
escribió antes. Y no aprendimos nada, porque la estamos mirando igual que como
la vienen viendo infinidad de entes ficcionales anteriores a nosotros. ¿Y eso?
Que no tenemos originalidad, estamos siendo escritos por generaciones
anteriores. Fijate que ni siquiera avanzamos en las lecturas, somos como
personajes encerrados en una biblioteca del pasado. ¿Alejandría? Ni de cerca,
pensaba más en la municipal. ¿Seguirá funcionando? Y yo qué sé, calculo que
habrá desaparecido, o que habrán puesto un vacunatorio, o una oficina del FMI
con un representante que te invita a leer el Gran Gatsby. No aprendimos nada, Scardanelli.
No, porque no había nada que aprender. Me debés como diez cervezas. Se lo digo
y mira para otro lado, ya lo sabe perfectamente. Esa será otra historia para
otro día, que no va a tener la suerte que tuvo este. Hay historias que arrancan
lloviendo y terminan igual. Por suerte, esta tarde no vi llover, no vi gente correr, y sí estabas tu…
*Y el tema referenciado dice algo distinto y viene al caso aunque es medio bajón:
*****************************************************************************************************Muy humildemente, y con las disculpas del caso, quien acá dice yo********************Imagen original (levemente editada): Bond of Union. M. C. Escher
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