Ir al contenido principal

La revolución es un camino eterno

 


“No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido un poco mas feliz, sin haber alimentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho de expresarte que es casi un deber”. (Walt Whitman, Carpe Diem)

 

¿Qué nombres no te habrán dado?

¿Cómo devendrás aún con el tiempo,

recia arquitectura constructiva,

o simplemente un montón de ruinas?

(Oda a la revolución, Vladímir Mayakovski)

 

Quisiera levantarme un día de estos y ser tan imperativo y optimista como Walt Whitman. Al menos, tanto como lo fue el Walt Whitman de Carpe Diem. El yo poético exacerbado del poeta yanqui, convencido de que el momento del nacimiento democrático en su país, sería la cifra de la grandeza en todo el mundo. Walt después se murió, y aparecieron otros Walt que ya no tenían ese optimismo apuntado a la vida, sino más bien a la acumulación de capital. Y toda esa esperanza de grandeza democrática mundial, cambió por una doctrina tan individualista como cruel, una que acepta llevar adelante guerras lo más lejos posible del propio territorio, para mantener una burbuja ilusoria de injusticia a la que llamar democracia. Democracia racista y machista, democracia a la americana, con huevos y tocino para desayunar, y mucha coca cola y pollo frito en la cena. Pero ese primer sentimiento de libertad es el que quisiera rescatar, el del Walt Whitman y su nación primigenia e igualitaria. Tanto como Mayakovski y sus versos que celebraban a la revolución de la esperanza. Una esperanza que terminó con un tiro en la cabeza del yo poético, que ya no pudo colectivizar sus versos. Esa esperanza que murió en la burocracia de un líder verticalista, racista y machista. Pero quisiera juntar, esta tarde lluviosa en el barrio Rivadavia, todos esos versos de optimismo y desmesura, los versos que hacen bien, que cuentan una idea de libertad y amor, unos versos que acarician el cuerpo y el espíritu, unos versos que inspiran a todas las naciones, todas grandes y libres y embebidas de paz y esperanza. Imaginar, desde ese punto de partida más literario que real, que el tiempo de transformarlo todo está nuevamente al alcance de la mano. Porque, ¡hey!, el momento de cambiar el mundo regresó para quedarse y hacerse carne una vez más. Habrá que buscar los canales, deberemos repensar los caminos, escribir unos versos nuevos que incluyan a todxs los sueños del hoy, a todes sus soñantes, a todas esas cosas que quedaron guardadas en la mesita de luz. Sí, todas esas cosas que no nos pudimos decir, que no supimos sentir a tiempo. Pero que son tan lindas, que valen la pena un esfuerzo más, una lectura más, una lucha más. Sigo intentando escribir a la Whitman, como si estuviera tirado sobre la hierba del todo, mirando el horizonte posible, lleno de colores y especies en constante ebullición. El poeta vate, el que ve las cosas tan claras como el rayo de luna, como el sol gigante de la libertad. Un exceso de optimismo, que es lo que me hace falta esta tarde lluviosa, en la esquina de siempre. Y resulta que hoy no me puedo sentar, porque está todo mojado y hace un frío otoñal. Tomar la cerveza de parado contra un paredón, no debe ser la imagen adecuada para lograr una total transformación, ni de cerca. También sé perfectamente que estás pasando por un momento de esos, que sos unx de lxs tantxs que necesitan de alguna sustancia para poder seguir respirando. Que seguramente estás pensando en “qué pesado este escribiente canalla, qué al pedo que dice lo que dice, qué utópico e irreverentemente pelotudo”. ¿A quién le puede interesar cualquier cosa que pueda decir esta tarde? Ya lo sé, no pudimos cambiar el mundo. Duele. Y lo peor del caso es que crecimos con ese imperativo, porque siempre nos dijeron que era posible. Estaba en nuestras manos el futuro. El presente era materia sobre la que había que trabajar para forjar el futuro del nuevo Hombre. Un camino trazado con un final donde sólo esperaba un casillero vacío. Por entonces, los grandes chabones se paseaban por las cátedras explicando cuál era el camino hacia la libertad. Pasaban horas discutiendo, fumando, enunciando grandísimas verdades, tan sólidas como el yo poético de Whitman. Después, el tiempo pasó, se borraron generaciones, se adulteró el ADN y se perdió lo bueno de ese camino. Y nos empezamos a dar cuenta de que no era tan bueno, porque habían otros géneros, porque las madres y las abuelas estaban ahí poniéndose en el hombro la vida y la lucha y el futuro. Pero más chabones siguieron hablando y la volvieron a cagar. Y ahora salen discutiendo en paneles televisivos, buscando resumir ideas estúpidas para que entren en formato Tik Tok. Porque ya no hay tiempo para sumergirse en grandísimas lecturas. Y acá Whiltman se me desvanece y es interpretado como un entrenador de emprendedores que están dispuestos a ser millonarios en un mundo donde el 99% de la población no llega a fin de mes. Mayakovski fue olvidado y la violencia se volvió más rápida, insulsa y fácil de compartir con un par de caracteres, un emoticón y el click final ¿En qué momento pasó esto? En el tuyo, en el mío, en el nuestro. Podemos seguir algún camino, podemos intentar la revolución una noche más. ¿Que cuántas revoluciones nacieron en le barrio Rivadavia? Tal vez solo una, esa que espera con paciencia en tus ojos, en algún futuro que te invito a forjar. 

 

*A lo mejor la lectura de Whitman tiene que ser puesta en duda, una vez más. Esas interpretaciones pueden ser la clave. ¿Para qué? Vaya uno a saber. Espero que podamos seguir leyendo con profundidad para salir a flote en poco tiempo, y que reflotemos con nosotrxs a toda una humanidad. ¿Utópico? Lo siento, soy un mal aprendido, Mayakovski:

*************************************Humildemente, Juan****************************versión re-evolucionaria*************************************
 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

FALTÓ ALGUIEN QUE EMPUJE (la única vez que vi a mi tío jugar)

  En esta historia, que no me pertenece, hay un comienzo que podría considerarse la verdadera historia. Porque el grado cero es el siguiente: una mañana corriente como cualquiera de las que gastamos sin recordar, recibí una carta. En otros tiempos pasados, esto sería un detalle. Pero hace tantos años que no recibo cartas, que la sociedad no escribe cartas de puño y letra, que el hecho resulta casi fantástico. Hay (des)honrosas   excepciones, como las cartas documento que traen pésimas noticias, y los resúmenes de tarjetas que van por ese mismo lado indeseable de la escritura. Por lo general, tienden al abuso de un registro formal que ya no existe, y ese es quizás su único atributo, ser las depositarias de un registro en extinción, como una suerte de resto de animal prehistórico preservado para las siguientes generaciones. Entonces me tomé el tiempo, el lugar y el contexto necesarios para la lectura de esa pieza única. Como arqueólogo de historias, la lectura es más bien un degustar cad

Mitad

Está lloviendo ahora sobre toda esta ciudad y son las 12:30 pm a lo largo y ancho del Meridiano de Greenwich y yo he crecido entre gente que es joven y gente que no es joven entre autos, papeles bond o bulky, artefactos y escaleras artefactos y clientes. Y avisos de la desesperación o la locura. ( Paradero , de Juan Ramírez Ruiz)   Podría decir que la poesía existe para que me den ganas de tirarme del octavo piso del edificio en el que (no)estoy viviendo ahora. Mejor dicho, en el edificio donde estoy muriendo desde hace rato. Como una banana que se pasa de su madurez, y que empieza a despedir un olor rancio de otros momentos, de otras décadas. Una mala comparación de un mal escritor. Pero créanme, es lo mejor que me sale, esto de sentarme a morirme o escribir. Para el resto de las cuestiones me considero mucho menos que mediocre. A excepción, tal vez, de lavar los platos, una actividad que sintetiza como sinécdoque, porque ese coso vale por todos los cosos que se ensuci

Divagues del yo

Eso que se ve, digo, no fue tan así. A lo mejor sí que sentía algo especial por aquella persona en ese momento. O a lo mejor no. Verán, a veces es el lenguaje el que me lleva a inventar ciertos sentimientos, que por ahí no son así. ¿Me explico? Ni un poco. Bien, digamos que alguien viene de repente y me muestra en un televisor de los de ahora, uno de esos con inteligencia televisiva, una serie. Sería una tragicomedia de muy bajo presupuesto, y resulta que el protagonista soy yo. Entonces, en el primer capítulo se reconstruye mi nacimiento, mi infancia, y así. Como esos primeros años son muy distantes y difusos, digamos que voy a confiar bastante en el director, en el guión, porque no estoy muy seguro de nada. Pero entonces llega, supongamos, el tercer capítulo, y ahí sí que no me lo creo. Aparezco yo con un conjunto de personajes que la verdad no recuerdo haber querido tanto, ni que hayan marcado para nada mi vida. A lo mejor a alguno de ellos le dije “te amo”, qué se yo. Puede ser. ¿V