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El problema del vendedor viajero


Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio

                                                               Mario Santiago (Roberto Bolaño, La pista de hielo)

 

Entre tantos problemas que presenta este bendito pedazo de tierra el día de hoy, que es uno de esos falsos días de otoño, con mañanas frías y mediodías de verano, me encontré con uno que todavía no tiene solución: el viaje. La verdad es que vengo planeando salir a la ruta desde hace meses, pero siempre sucede algo que termina por frenarme. Obvio que no puedo culpar a la situación económica del país, y a la mía en particular, todo el tiempo. Y tampoco es cuestión del coronavirus en este vacunado momento de relajación. Son otros los factores que aplazan la aventura, y debe tener que ver un poco con que ya no soy tan joven, y otro poco con que esta esquina del barrio Rivadavia funciona como un agujero negro. Tiene una densidad especial, una capacidad única de atracción a pesar de que no tiene nada bello a destacar. Pero es algo así como el Aleph de mi vida. Un cruce que es todos los cruces, o mejor dicho, uno que me evita cruzarme con otras cosas que prefiero esquivar. ¿Zona de confort? Por supuesto. Aunque más bien se trata de un lugar de relax, una suerte de sofá en donde tener una cita con un psicólogo que por suerte no habla y no cobra lo que cobran los psicólogos. Además se puede tomar cerveza, que es lo único que me gusta tomar. Y no, ese no es ningún problema, en verdad no problematizo cada aspecto de mi vida, o al menos eso intento. Todo bien con los adeptos a la iglesia freudiana, pero yo prefiero la esquina. Y si no puedo evitar hablar con alguien, bueno, que aparezca Escardanelli, el filósofo berreta del barrio, que parece que hoy está un poco indignado por lo careta que ve a la ciudad, por lo poco rebelde que nota a la gente, por esos baches imposibles que son parte del mapa del barrio Rivadavia, y por todos esos locales que parecen la muerte en vida, y por todas las personas que salen a regar las veredas a las seis de la tarde, y por todos los perros abandonados que muerden gente que duerme en la calle, y por todos los kioscos de merca que huelen cada vez peor porque cortan la pureza con cualquier cosa, y por todos los ratis que pasan a buscar su parte de la torta, y por todas aquellas almas en pena que planean un suicidio imposible. Y, finalmente, entre los dos y la cerveza, pensamos en todos esos caminos que no vamos a poder concretar esta tarde, esta noche, y ninguna tarde futura, ninguna noche venidera. El problema que no es nuestro problema. El del vendedor viajero, dice Escardanelli. Esto sería ¿Cuál sería la ruta adecuada para realizar el viaje perfecto? Y yo supongo que tal cosa no existe, pero trato de seguirle el juego a ver a dónde llegamos. Empezaría tomando el Parque Camet, es un lugar que están regalando de todos modos. Un caballo, la vueltita de los cisnes muertos y dos mates frente al lago mugriento. Luego se termina de privatizar hasta la última parrilla y salimos por la costa, o mejor por Gandhi hasta que sea Carballo, La Tapera que es un arroyo que creo que también se vendió a la 9 de Julio, y después llegar a los restos de Sobremonte, el boliche de los merqueros más famosos del país. Pero claro, ahora da un poco de lástima porque lo van a demoler, y qué hermosos recuerdos de tan siniestro lugar. Caprichosamente la noche llevaba a todo el machirulismo a Casita Azul, donde pasaban futbolistas de todo calibre, donde había trata de blanca, mujeres explotadas, y qué lindo es estar en Mar del Plata. Después podríamos pasar por el territorio del Gallego, pero es tan basto que no nos va a alcanzar el tiempo, mejor apurarse a salir para el puerto, que si le sacamos una foto hoy ni hace falta ponerle el filtro sepia, porque está igual que hace cuarenta años. ¿Pero y toda la guita que se saca con las exportaciones del pescado, cambiando las banderitas de los barcos para evadir impuestos? Se gasta en otros barrios, obvio. Esos barrios privados que se siguen construyendo, ya sea por la Ruta 88 o la ruta 2, barrios alejados de la realidad, donde no entran los colectivos. Y por qué no tomarse un clásico bondi, que vaya a saber cuánto está cobrando el pasaje, según disponen los empresarios en connivencia con el todopoderoso intendente marca Frankenstein que importamos de San Isidro. Porque un poco eso somos los marplatenses, ciudadanos importados de otros puebles, con pasados que es mejor tirar por la borda. Pero hey, sigamos camino que todavía no fuimos al sur y sus hermosas playas vírgenes y sus historias de empresarios fantasmas y esos balnearios perdidos / abandonados que nadie reclama fuera de temporada. ¿Quedará alguna cosa por vender? ¿No? ¿nada? ¿Cómo carajos se sostiene el Aquarium? ¿en qué momento se complejizó el sochori de dorapa? Qué ciudad más cambiante, qué conurbano gigantesco que tiene, igual de abandonado por el Estado, que somos todxs, ¿Verdad? O éramos todos, y ahora se sirven unos pocos. Me pregunto si podremos llegar más allá del centro, si el intendente pensó en que la ciudad se extiende más allá de Luro e Independencia. Y creo que sí, que lo sabe muy bien. Pero también está seguro de que a quién carajos le importa, si todo el universo psiclogizado no hace más que mirarse el culo a ver si aprende a limpiárselo de una vez… Y acá le dije basta a Escardanelli, te estás yendo a la mierda. Pero es por el efecto del alcohol nomás. Por suerte está el parque industrial y sus bellas y pujantes industrias, que explotan el lomo de la gente a riesgo de quedar en pelotas hasta que arranque la temporada de verano, que empieza cada vez más tarde y termina cada año un rato antes de lo que debiera. Qué viaje complicado, parece como que no hay sol saliendo por la 226. Y no, desde que construyeron ese muro para tapar la pobreza, el sol solo apunta al Paseo Aldrey. ¿No queda el Faro? El Faro de la Memoria, sí. A lo mejor ese es el único timón que tenemos, una luz que nos puede indicar el camino adecuado, para que la ruta del vendedor viajero sea más respirable. Llegar al final, la misma esquina de siempre de todas las semanas.

 

********No existe nada más marplatense que el mes de abril, con su amplitud térmica, sus días que parece que contuvieran el año entero, un semivacío paisaje gris plateado, dorado. Algo lindo de ver en el momento justo, como la siguiente música:



**************************************************************************humildemente, Juan********recordando esas tardes de otoño perdidas viendo videos en Much Music sin parar, ni sospechando los casos a resolver que vendrían en el futuro**************detective de esquinas********

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