"Entre un instante y otro, entre el pasado y las nieblas del futuro, la vaguedad blanca del intervalo. Vacío como la distancia de un minuto a otro en el círculo del reloj. El fondo de los acontecimientos alzándose callado y muerto, un poco de eternidad" (Clarice Lispector, Cerca del corazón salvaje)
Entre un momento que acaba de suceder con todo el peso de la historia, que no es más que la omnipresente presencia del presente, y un futuro que se ve imposible siquiera de ser imaginado, existe un espacio, un territorio, un tiempo, con sus propias reglas: el intervalo. Ese no-lugar, ese no-tiempo, un espacio irresoluto, donde los sentimientos flotan en pausa, donde las decisiones no parecen tener sentido, donde las pasiones no se entienden porque no tienen dónde encausar, no necesariamente es un espacio sin corazón y sangre. Por el contrario, a lo mejor es el momento en donde más se puede sentir que se es apasionado. Pero enseguida llega el tope, el límite, no hay objeto, no hay sujeto. Es posible que se trate de un camino que lleve a la depresión o al suicidio o al asesinato, pero también es una suerte de limbo que puede conducir hacia el castillo de los grandes que no pueden ver la luz del sol, porque parece que nacieron antes de tiempo. Nada pueden hacer, ni siquiera estar seguros de por qué lloran o por qué ríen. Lo hacen, ocupan un espacio, un tiempo, con sentimientos pero sin direcciones, tal como el hombre de ningún lugar de John Lennon o la Joana de Clarice Lispector en la novela ya nombrada anteriormente. En ese entramado estaba esta tarde húmeda-pegajosa, agarrado de mi timón – que obvio es la cerveza negra de todos los días de verano – y caminando por las veredas del barrio Rivadavia, que sería algo así como un gran y profundo océano sin nombre, en el que varias almas vagamos con destinos inciertos y certezas de pizarrón. Todo lo que me lleva a pensar que el presente es demasiado gigantesco como representación, para que lo pueda entender en algún porcentaje preciso. Y que el pasado es tan laaaaaaaargo que mejor no meterse con él, porque uno puede quedar atrapado y no volver a alcanzar nunca más la línea de llegada. Queda el futuro, que como no existe no vale la pena ningún tipo de esfuerzo, solo puede contar como combustible para la escritura de ciencia ficción, una especie de mundo utópico/distópico.......donde ya Rusia y Estados Unidos se terminaron de destruir mutuamente con declaraciones explosivas, donde los virus son tratados de igual a igual y se hartaron de la vida como asesinos a sueldo de laboratorios conspiranoides, donde el planeta Tierra es un gran humedal lleno de filtraciones y nuevas especies que se alimentan de la estupidez humana, donde ya no hay ninguna claridad como vector, y donde sobre todo se sigue mirando al cielo sin poder apreciar más que una sola estrella, aunque las demás siguen brillando ahí.......En fin, una novela que jamás nunca pienso escribir, porque para qué tomarse la molestia. Eso sí, imagino un protagonista que está atrapado en ese espacio que no sabe qué carajos es, que se levanta todas las mañanas solo porque no puede seguir durmiendo, y que empieza a visitar lugares que no comprende, saludando y almorzando con otras personas que son como no-personas, sintiendo una especie de ansiedad de año nuevo que le hace latir el corazón con una fuerza inusitada, pero sin ninguna dirección. Este protagonista tiene pasiones desapasionadas, que no consiguen fluir hacia nada más que la nada misma. ¿Existencialismo barato? Podría ser, existencialismo made in barrio Rivadavia, que se puede conseguir a buen precio en el chino de Jara y Garay. Otro de esos no-lugares donde los precios cambian de identidad todos los días, donde los que vamos a comprar nos apilamos atrás de mostradores haciendo de cuenta que tenemos idea de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos…
(INTERVALO)
/ llorar por nadie,
reír por nada,
contar un minuto,
pero por milésimas,
no terminar
hasta que es tarde /
...Más tarde, en el mismo no-lugar, la salida a contra mano y tomar por Francia y llegar a ese extraño espacio lleno de objetos que vaya a saber por qué están ahí y para qué. Tengo una vaga sensación de que si llego a soltar esta botella, esta tarde, se pierde la última certeza que tengo, y que no es más que un sabor, una sensación y un mareo efectivo que puede complementarse con el existencial. O puede que lo que haga falta para romper el maleficio sea dejar caer la botella y que se haga mierda contra los dientes del destino, que es un no-destino. Y entonces se me aparecen Joana y el hombre de ningún lugar, y parece que no hay escapatoria porque no hace falta escaparse. No hay lugar ni tiempo que espante, no hay lugar ni tiempo hacia el que moverse. Todos entes ficcionales flotando en espacios de intervalo, conformes con esa no-mirada, preparados para poder llegar a ser sin nunca ser nada. Podría haber funcionado, podría haber fracasado, pero ahora no hay nada. Me quedo con estos protagonistas de una historia que no va a existir y deseo que mañana...ya sabés, para qué carajos voy a seguir repitiendo lo que ya está escrito en ningún lugar. La poética del intervalo, ponele.
*********Y la música de fondo, que por supuesto está sugerida en lo escrito anteriormente:
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