Si te vas a
ir,
para siempre,
no te
olvides
de ponerte
las zapatillas afuera,
porque los pisos están limpios.
(JMP)
No me gusta ese tipo de angustia que es una fábrica de condenados. A todos nos dejaron de garpe alguna vez, y lo mejor es hacerse la idea de que esa es, más bien, la regla general. La excepción sería tener los pisos sucios. Porque siempre es mejor, cuando alguien te abandona, que por lo menos deje el espacio común lo más limpio posible. ¿Quién en su sano juicio puede tener fuerzas para lavar los pisos, minutos después de que una persona amada se va para siempre? Para siempre, que parece tanto tiempo. En verdad, es todo el tiempo que tenemos como mortales, y hoy en día está cada vez más devaluado, como discurso de – y acá puede poner el personaje que le parezca, un periodista, un político, un líder espiritual, un psicólogo, una historiadora, un historiador, un actor de Hollywood, un mediático, un DT de fútbol masculino, un defensor de los derechos de las marmotas, un poeta, etcétera – Mi discurso, por suerte, nunca cotizó alto, por lo que puedo seguir sin tomarme tan al pie de la letra. Volvamos al para siempre, el tiempo eterno de los mortales, el tiempo de los compromisos irrompibles, la nueva normalidad. Para siempre parece que va sumando cuestiones todo el tiempo y está plagada de protocolos, muertes que solían ser evitables, hospitales sold out y salas de cine casi vacías, como desierto de Sahara. Y ahora y para siempre los aeropuertos son los lugares más letales del mundo, tanto que ni los terroristas se atreven a sacar su propio boleto hacia la muerte colectiva. Ya no hace falta, la muerte está por todos lados, y se va desprestigiando. Hay tanta, crece tanto. La nueva normalidad es un para siempre de seres (in)humanos que ya venían de antes cagándose en el de al lado, en la de al lado. Pero para siempre estarán las resistencias, por supuesto, y es casi lo único que vale la pena. Mientras la muerte gana adeptos en su para siempre fatal, la lucha por los derechos también tiene su grupo de fans, rebeldes antisistémic@s en un para siempre revolucionario. Esto último quisiera reivindicar, mientras me tomo una cerveza en la misma vereda de toda la vida. El para siempre de ese lugar del barrio Rivadavia, que me tiene que aguantar sin poder hacer nada a cambio. Un para siempre evitable, siempre lo escribo, esos cráteres de las calles, que alguna vez fueron asfaltadas. El para siempre de los intendentes que pasan, todos chabones, saliendo a saludar a les vecines a preguntarles cómo andan y a quién votarían si tuviesen que hacerlo el fin de semana. Y botarían a todo hipócrita que les preguntara algo así. Y para siempre hay que atender al calendario de vacunaciones, para poder seguir respirando un día más, y salir a ponerle el pecho a lo que venga por dos mangos con cincuenta, por debajo de la línea de la pobreza, otro para siempre que parece inevitable. Y para siempre también la búsqueda del placer, en una ciudad que se esconde su parte amable, porque mejor mostrar los dientes primero, hay que anticiparse a la hostilidad del otre, del otro, de la otra. Para siempre las ganas de que las cosas cambien, o mejor que se transformen, se pongan patas para arriba y vemos qué pasa. Porque, para siempre, este despertador: Las cosas así son una mierda. De verdad, el capitalismo no sirve. Lo lamento, ese es otro para siempre que ya va siendo hora que aceptemos. Pero no hagamos como que sí y mañana a comprar bitcoins y vuelta al ruedo. Sabemos que este Sistema es injusto, genera desigualdad, es una real cagada, pues aceptémoslo de una vez y transformemos. Los grandes paradigmas se hicieron para respetar un tiempo, luego para romper, luego para reflotar, luego para volver a destrozar. ¿Y el para siempre del después? ¿Qué hacer con el futuro para siempre? No me mires a mí, que me acaban de dejar. Alguien me dijo que me iba a querer para siempre, y ahora no me contesta un miserable Whatsapp. ¿Para qué carajos inventaron el Whatsapp? ¿Por qué mejor no inventaron un nuevo sabor de caramelos? El mundo sería muy diferente. Bueno, se me terminan el día y la cerveza del jueves. Me quedé un poco más solo que ayer. Por suerte, los pisos están limpios. Al final se puso las zapatillas embarradas afuera. Está todo bien, en este nuevo para siempre.
****¿Para
qué decimos para siempre? Parte de este texto corto es una suerte de recordatorio
para mí mismo. Será cuestión de no repetir los mismos errores que no puedo
dejar de repetir todas las semanas. ¿Cómo hacen ustedes para no decir “para
siempre” en alguna conversación? No me sale, como tampoco me sale dejar de
equivocarme en los mismos momentos en los que me vengo equivocando hace años.
Igual, me da la sensación de que este mundo es un poco así, está diseñado para
insistir en el error, hasta que un buen día todo se termine, en ese famoso
último amanecer en la Tierra, del que tanto hablaba el bueno de Carl Sagan. Ya saben, el sol de David Gilmour engordando
hasta explotar en ese solo guitarrero que es devastador. Y el nacimiento de esa
música, que tal vez sirva de fondo para toda la lectura:
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